37. Fango y alas rotas.

Narra Lorena.

La ciudad huele a sudor y a pólvora.

Pero hoy, lo que más me retumba en el pecho es el perfume de Ruiz en mi piel, aún después de la ducha.

Esos labios malditos que me besan como si quisieran hacerme olvidar el infierno donde vivo.

Estoy sentada frente al espejo, arreglándome el cabello como si fuera otra noche más.

Pero no lo es.

Esta noche me voy a encontrar con Ismael otra vez.

Y sé que, si Ruiz lo descubre, me va a partir al medio.

—Una copa más y hablamos de lo serio —me había dicho Ismael anoche, en ese bar clandestino del sur, donde nadie usa su nombre real.

—No tengo tiempo para juegos.

—Esto no es un juego, Lore. Es tu hijo.

Esas palabras me siguieron hasta la cama, incluso mientras Ruiz me arrancaba la ropa como si necesitara borrarme los pecados a dentelladas.

Me besó con furia. Me tomó como si pudiera borrarme la memoria con su cuerpo.

Y por un segundo, casi lo logró.

Casi olvido que estoy mintiéndole. Casi olvido que, mientras gimo su nombre, estoy tramando
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