—No importa, cuando recuperemos los pagos pendientes y tengamos más liquidez, podemos comprar una de segunda mano pagando un poco más.Anya movió los labios, queriendo decir "¿quién compra una casa de segunda mano para una boda?"Pero con su esposo siendo tan directo y la empresa en dificultades, Anya tuvo que dejarlo pasar.Sin embargo, las mansiones junto al lago se convirtieron en su obsesión.No comprarla le causaba frustración; comprarla era imposible por falta de dinero.—¿Estás segura de que es una mansión junto al lago? —preguntó Anya por teléfono, buscando confirmación.Tatiana sonrió con malicia. ¿Ves? Nadie podía creerlo, que la mediocre familia de Sergio hubiera comprado una mansión.—¡Vi el contrato con mis propios ojos! No puede ser falso, además, Carolina lo admitió. Dijo que era un regalo de Lucía para sus padres. Ay, ¿por qué no tendré yo una hija tan capaz?—Aunque Liam tenga su propia empresa, no lo hemos visto regalándonos una mansión.La voz de Anya se enfrió: —Luc
Yessica se cambió las zapatillas y echó un vistazo a la sala. Notó varias cajas grandes empacadas en una esquina y se sentó en el sofá sin hacer comentarios.—Sergio, Carolina, ¿están haciendo limpieza general?Carolina sonrió: —No, solo estamos empacando algunas sábanas, cobertores y ropa.—¿Ya está todo empacado? —preguntó, mirando las cajas.—Casi todo.—¿Se van a mudar?—Sí.—¿A dónde?Sergio y Carolina intercambiaron miradas, sintiendo que no había necesidad de ocultarlo. Además, no podrían mantenerlo en secreto, tarde o temprano todos se enterarían.—Al nuevo complejo residencial cercano, Valle Verde —respondió Sergio.—¿Compraron un departamento?—No —Sergio negó con la cabeza—, una mansión.Yessica mostró una sorpresa perfectamente calculada, como si fuera la primera vez que lo escuchaba: —Sergio, ¿de dónde sacaste tanto dinero? Las mansiones junto al lago cuestan mínimo trescientos o cuatrocientos mil, tú...Hizo una pausa, con preocupación en sus ojos: —No podemos hacer nada
—Lo que quiero decir es muy simple —explicó Yessica con tono maternal—. Nosotras las mujeres, por más difícil que sea, no podemos tomar atajos. Hay que ir paso a paso, con los pies en la tierra. Los caminos fáciles no son la solución, ¡y menos dejarse llevar por la suerte!—Tienes razón —asintió Lucía.—¿Estás de acuerdo, verdad? —preguntó Yessica, con una expresión de "aún hay esperanza".—Por supuesto.—Bien, eso me tranquiliza —dijo aliviada—. Deberías cancelar lo de la mansión cuanto antes. Quizás pierdas algo en gastos administrativos, pero vale la pena por la tranquilidad, ¿no crees?Lucía la miró desconcertada.—¿Qué pasa? ¿No quieres dejarla? —el rostro de Yessica se ensombreció, ¿acaso todo lo que había dicho fue en vano?Lucía sonrió al comprender finalmente el verdadero motivo de su visita.—Primero, tía, estoy totalmente de acuerdo con lo que dijiste sobre que las mujeres deben valerse por sí mismas. Pero... —hizo una pausa significativa—. Yo no dependo de nadie. Así que to
—Con el huerto, las gallinas y los peces, ¡tendremos suficiente comida para toda la familia!—Vaya, ¿están de mudanza? —Alba se paró en la entrada del jardín, cruzada de brazos, con una sonrisa burlona.Sergio, ocupado cavando la tierra, ni se molestó en responderle.Carolina, que estaba dentro de la casa, al oír su voz retiró inmediatamente el pie que ya había puesto fuera.Ojos que no ven, corazón que no siente.Alba hizo una mueca —¿De qué presumen? Si los estoy echando...—¡Alba! ¿Vas al mercado?Alba se encontró con una vieja amiga cuando regresaba del mercado.—Sí, compré unos huevos. ¡A esta hora cuestan la mitad que en la mañana! —presumió Alba arqueando las cejas.Sin presumir, nadie en todo el complejo residencial era mejor administradora que ella.—La próxima vez iré a esa hora también. Oye, ¿te enteraste? Tu vecino Sergio se va a mudar.Alba asintió: —Sí, quién sabe a qué barrio se irán a rentar. ¿Encontrarán algo tan conveniente como aquí?¡Bah! Ya están mayores y siguen c
En su grupo de amigos, era bien sabido que Lucía Mendoza estaba perdidamente enamorada de Mateo Ríos. Su amor era tan intenso que había renunciado a su vida personal y su espacio propio, anhelando pasar cada minuto del día pendiente de él. Cada ruptura duraba apenas unos días antes de que ella regresara, sumisa, suplicando reconciliación.Cualquiera podría pronunciar la palabra «terminamos», menos ella. Cuando Mateo Ríos entró abrazando a su nueva conquista, un silencio incómodo invadió el salón privado por unos instantes. Lucía, que estaba pelando una mandarina, se detuvo en seco.—¿Por qué ese silencio repentino? ¿Por qué me miran así?—Luci...Una amiga le dirigió una mirada de preocupación. Pero él, con total descaro, se acomodó en el sofá sin soltar a la mujer.—Feliz cumpleaños, Diego.Su actitud era de completa indiferencia. Lucía se puso de pie. Era el cumpleaños de Diego Ruiz y no quería armar un escándalo.—Voy al tocador un momento. —Al cerrar la puerta, alcanzó a escuchar l
En la mesa del comedor. Mateo le preguntó a María.—¿Dónde está la sopa de choclo?—¿Se refiere al caldo reconfortante?—¿Caldo reconfortante?—Sí, ese que la señorita Mendoza solía preparar, con choclo, papa, yuca y plátano macho, ¿no? Ay, no tengo tiempo para eso. Solo alistar los ingredientes lleva una noche, y hay que levantarse temprano para cocinarlo.—Además, el punto de cocción es crucial. No tengo la paciencia de la señorita Mendoza para estar pendiente del fuego. Si lo hago yo, no queda igual. También...—Pásame la salsa criolla.—Aquí tiene, señor. —Se quedó pensando.—¿Por qué sabe diferente? —miró el frasco—. El envase también es distinto.—Se acabó el otro, solo queda este.—Compra un par de frascos en el supermercado más tarde.—No se consigue. —María sonrió algo incómoda.—Es la que hace la señorita Mendoza, yo no sé prepararla... —¡Pum!— ¿Eh? ¿Señor, ya no va a comer?—No. María miró confundida cómo el hombre subía las escaleras. ¿Por qué se había enojado de repente?
—¿No encuentra lugar para estacionar? Yo salgo a ayudar... —Al notar la expresión sombría de Mateo, Diego se dio cuenta—. Ejem… ¿Lucía no... no ha vuelto todavía? —Ya habían pasado más de tres horas. Él se encogió de hombros.—¿Volver? ¿Crees que terminar es un juego?Dicho esto, pasó junto a su amigo y se sentó en el sofá. Diego se rascó la cabeza, ¿en serio esta vez era de verdad? Pero rápidamente sacudió la cabeza, pensando que estaba exagerando. Podía creer que él fuera capaz de terminar, así como así, pero Lucía... Todas las mujeres del mundo podrían aceptar una ruptura, menos ella. Eso era un hecho reconocido en su círculo.—Mateo, ¿por qué estás solo? —Manuel Castro, disfrutando del drama, cruzó los brazos con una sonrisa burlona—. Tu apuesta de tres horas ya pasó hace un día. —Mateo sonrió de lado.—Una apuesta es una apuesta. ¿Cuál es el castigo? —Manuel arqueó una ceja.—Hoy cambiaremos las reglas, nada de alcohol.—Llama a Lucía y dile con la voz más dulce: Lo siento, me equ
La noche anterior Mateo había bebido demasiado, y en la madrugada Diego insistió en seguir la fiesta. Cuando el chofer lo dejó en su casa, ya estaba amaneciendo. Aunque se desplomó en la cama, con el sueño invadiéndolo, se obligó a ducharse. Ahora Lucía no lo regañaría, ¿verdad? En su confusión, él no pudo evitar pensar en ello. Cuando volvió a abrir los ojos, fue por el dolor. Se levantó de la cama sujetándose el estómago.—¡Me duele el estómago! Lu...El nombre quedó a medias en su boca. frunció el ceño, vaya que ella tenía agallas esta vez, más que la anterior. Bien, veamos cuánto aguanta su terquedad. Pero... ¿Dónde estaban las medicinas? Revolvió la sala buscando en todos los gabinetes posibles, pero no encontró el botiquín de la casa. Llamó a María.—¿Las medicinas para el estómago? Están guardadas en el botiquín, señor. —A Mateo le palpitaban las sienes. Respiró hondo.—¿Dónde está el botiquín?—En el cajón del vestidor, señor. Hay varias cajas. La señorita Mendoza dijo que ust