—Con el huerto, las gallinas y los peces, ¡tendremos suficiente comida para toda la familia!—Vaya, ¿están de mudanza? —Alba se paró en la entrada del jardín, cruzada de brazos, con una sonrisa burlona.Sergio, ocupado cavando la tierra, ni se molestó en responderle.Carolina, que estaba dentro de la casa, al oír su voz retiró inmediatamente el pie que ya había puesto fuera.Ojos que no ven, corazón que no siente.Alba hizo una mueca —¿De qué presumen? Si los estoy echando...—¡Alba! ¿Vas al mercado?Alba se encontró con una vieja amiga cuando regresaba del mercado.—Sí, compré unos huevos. ¡A esta hora cuestan la mitad que en la mañana! —presumió Alba arqueando las cejas.Sin presumir, nadie en todo el complejo residencial era mejor administradora que ella.—La próxima vez iré a esa hora también. Oye, ¿te enteraste? Tu vecino Sergio se va a mudar.Alba asintió: —Sí, quién sabe a qué barrio se irán a rentar. ¿Encontrarán algo tan conveniente como aquí?¡Bah! Ya están mayores y siguen c
—Déjame consultarlo primero con Carolina... —comenzó Sergio.—¿Consultar? —interrumpió la anciana con tono severo—. ¿Consultar qué? ¡Eres un hombre, el jefe de familia! ¿Necesitas el permiso de tu mujer para tomar una decisión tan simple?—Mamá, esto no tiene nada que ver con ser el jefe de familia. De todos modos, tengo que avisarle a Carolina, es una cuestión de respeto básico...—¡Qué decepción! Bueno, consúltalo. Si ella acepta, perfecto, y si no, no importa. ¡Tu padre y yo iremos mañana de todas formas!Y colgó de golpe.Sergio suspiró resignado.—¿Qué pasa? ¿Quién llamó? —preguntó Carolina al entrar del jardín y ver a su esposo rascándose la cabeza.—...Mi madre.—¿Qué dijo?—Quiere venir mañana para Pascua y de paso celebrar la inauguración de la casa...—Está bien —Carolina sonrió levemente—. Invitemos a Anya y Alex, Johan y Tatiana, y también a Yessica y los demás....A la mañana siguiente, Carolina fue temprano al mercado.A las cuatro de la tarde, todos empezaron a llegar.
Ella hizo un par de comentarios que, aunque parecían inofensivos, había algo extraño en su tono.—No sabía que Luci trabajaba en Puerto Celeste —comentó Anya con una mirada perspicaz—. Debe ser algo especial, ¿no? Al fin y al cabo, una persona común no gana cientos de miles.Lucía frunció el ceño, pero Carolina la tomó de la mano, indicándole que ella se encargaría.—No es para tanto. Luci, aunque no siguió con un posgrado después de la universidad, no se quedó de brazos cruzados. Cambió de trabajo algunas veces y logró ahorrar algo de dinero.—Qué bueno si realmente son ahorros propios —se burló Yessica—. Lo preocupante es cuando las chicas se desvían del buen camino.—Gracias por la preocupación —respondió Carolina sin inmutarse—. Pero mi hija ya es grande y tiene sus propios planes. Como padres, solo debemos apoyarla.—¿Planes? —Tatiana arqueó una ceja—. Por cómo lo dices, Carolina, ¿Luci tiene algo en mente? ¿Buscar trabajo en Puerto Celeste? ¿O tal vez... un nuevo objetivo? ¿Para
Todos subieron corriendo al segundo piso y llegaron al cuarto de Lucía, donde encontraron una escena peculiar:Aurora estaba sentada en el suelo con dos carteras tiradas a su lado. Al ver entrar a todos, comenzó a llorar desconsoladamente mientras pataleaba como una chiquilla malcriada.—Aurora, mi amor, ¿qué pasó? No asustes a mamá así —Tatiana se arrodilló junto a ella—. Ven, levántate...—¡No! ¡No me levanto hasta que Lucía me pida disculpas!—Adelante —se burló Lucía—. Quédate sentada todo lo que quieras, o acostada si prefieres.—¡Tú...!—¿Disculpas por qué? —los ojos de Tatiana se entrecerraron—. Dime qué pasó.—¡Mamá! ¡Lucía me pegó!—¿Qué? —Tatiana se giró hacia Lucía—. ¿Cómo te atreves a pegarle?—Tía, lo siento, pero cuando llegué a mi cuarto escuché ruidos en el vestidor. Pensé que era un ladrón... Aunque me pregunto, ¿qué hacía Aurora en mi habitación haciendo tanto... alboroto?Su mirada se posó en las carteras tiradas.—Bueno... —titubeó Tatiana—. Aurora seguramente sinti
—¿De verdad Lucía se cree que sigue siendo la misma de antes? ¿Después de tantos años de graduada todavía quiere volver a estudiar? ¡Já! ¡Ya verá la vergüenza que pasará cuando salgan las calificaciones!—Después de lo que dijo Aurora, me dio curiosidad —comentó Anya.Yessica sonrió con malicia: —Sí, todos estamos curiosos. Vamos, Luci, ¿por qué no revisas? No te preocupes tanto, no importa si la nota es alta o baja, si pasas o no.Carolina miró a su hija, instintivamente queriendo negarse.—Está bien —respondió Lucía con una sonrisa.Todos se reunieron frente a la computadora. Lucía ya había ingresado su número de registro y contraseña, solo faltaba presionar Enter para ver los resultados.—Papá, hazlo tú.—¿Yo? —preguntó Sergio.—Sí, ¿no fuiste tú quien revisó mis resultados del bachillerato?—Bien —Sergio se frotó las manos, respiró profundo y presionó Enter.La página comenzó a cargar, todos contuvieron la respiración.Un segundo, dos segundos...—¡Ya salió! ¡Ya salió!Puntaje tota
En su grupo de amigos, era bien sabido que Lucía Mendoza estaba perdidamente enamorada de Mateo Ríos. Su amor era tan intenso que había renunciado a su vida personal y su espacio propio, anhelando pasar cada minuto del día pendiente de él. Cada ruptura duraba apenas unos días antes de que ella regresara, sumisa, suplicando reconciliación.Cualquiera podría pronunciar la palabra «terminamos», menos ella. Cuando Mateo Ríos entró abrazando a su nueva conquista, un silencio incómodo invadió el salón privado por unos instantes. Lucía, que estaba pelando una mandarina, se detuvo en seco.—¿Por qué ese silencio repentino? ¿Por qué me miran así?—Luci...Una amiga le dirigió una mirada de preocupación. Pero él, con total descaro, se acomodó en el sofá sin soltar a la mujer.—Feliz cumpleaños, Diego.Su actitud era de completa indiferencia. Lucía se puso de pie. Era el cumpleaños de Diego Ruiz y no quería armar un escándalo.—Voy al tocador un momento. —Al cerrar la puerta, alcanzó a escuchar l
En la mesa del comedor. Mateo le preguntó a María.—¿Dónde está la sopa de choclo?—¿Se refiere al caldo reconfortante?—¿Caldo reconfortante?—Sí, ese que la señorita Mendoza solía preparar, con choclo, papa, yuca y plátano macho, ¿no? Ay, no tengo tiempo para eso. Solo alistar los ingredientes lleva una noche, y hay que levantarse temprano para cocinarlo.—Además, el punto de cocción es crucial. No tengo la paciencia de la señorita Mendoza para estar pendiente del fuego. Si lo hago yo, no queda igual. También...—Pásame la salsa criolla.—Aquí tiene, señor. —Se quedó pensando.—¿Por qué sabe diferente? —miró el frasco—. El envase también es distinto.—Se acabó el otro, solo queda este.—Compra un par de frascos en el supermercado más tarde.—No se consigue. —María sonrió algo incómoda.—Es la que hace la señorita Mendoza, yo no sé prepararla... —¡Pum!— ¿Eh? ¿Señor, ya no va a comer?—No. María miró confundida cómo el hombre subía las escaleras. ¿Por qué se había enojado de repente?
—¿No encuentra lugar para estacionar? Yo salgo a ayudar... —Al notar la expresión sombría de Mateo, Diego se dio cuenta—. Ejem… ¿Lucía no... no ha vuelto todavía? —Ya habían pasado más de tres horas. Él se encogió de hombros.—¿Volver? ¿Crees que terminar es un juego?Dicho esto, pasó junto a su amigo y se sentó en el sofá. Diego se rascó la cabeza, ¿en serio esta vez era de verdad? Pero rápidamente sacudió la cabeza, pensando que estaba exagerando. Podía creer que él fuera capaz de terminar, así como así, pero Lucía... Todas las mujeres del mundo podrían aceptar una ruptura, menos ella. Eso era un hecho reconocido en su círculo.—Mateo, ¿por qué estás solo? —Manuel Castro, disfrutando del drama, cruzó los brazos con una sonrisa burlona—. Tu apuesta de tres horas ya pasó hace un día. —Mateo sonrió de lado.—Una apuesta es una apuesta. ¿Cuál es el castigo? —Manuel arqueó una ceja.—Hoy cambiaremos las reglas, nada de alcohol.—Llama a Lucía y dile con la voz más dulce: Lo siento, me equ