Pasaron días.No muchos, pero suficientes para que el silencio tomara el lugar del dolor agudo, y lo transformara en esa molestia sorda que se instala sin pedir permiso. Valeska estaba mejor físicamente, aunque aún tenía moretones en el costado y una herida que le dolía cuando respiraba muy profundo, pero nada que no pudiera soportar. Lo que sí le costaba más sobrellevar era el peso invisible de la ausencia. La de Lisandro. Porque después del accidente, después de haber cargado a Iskra como si fuese lo único importante entre el caos, él no volvió a aparecer.Ni una visita. Ni una llamada. Ni una nota.Nada.Y tal vez eso dolía más que el golpe en la cabeza o las costillas adoloridas. Porque no había excusa que lo justificara. No esta vez.Adrián dormía en su cunita portátil, acomodada junto a la cama de hospital como si fuera parte del mobiliario. Sus manitas gorditas estaban en alto, su boquita entreabierta, y esa calma absoluta que solo los bebés pueden tener cuando el mundo afuera
La mañana siguiente llegó envuelta en una luz cálida, de esas que se cuelan por las ventanas del hospital con la promesa de que, pese a todo, las cosas pueden mejorar.Valeska se sentía mucho mejor. El dolor de cabeza había disminuido, su cuerpo, aunque adolorido, ya no le pesaba tanto, y su ánimo, aunque tambaleante, parecía querer encontrar un punto de equilibrio.Adrián dormía plácidamente en sus brazos mientras ella daba pequeñas vueltas por el pasillo, moviéndose despacio, disfrutando de ese raro momento de calma. Acariciaba con la mejilla la cabeza de su hijo, absorbiendo ese aroma inconfundible de bebé que siempre lograba centrarla, cuando escuchó una voz familiar llamándola.Se giró y vio a su padre acercándose con pasos rápidos, el rostro surcado por una mezcla de preocupación y alivio. No necesitó palabras para saber que estaba molesto consigo mismo por no haber estado antes.—Valeska —dijo apenas llegó a su lado, sus manos temblando ligeramente mientras acariciaba su mejill
El alta médica llegó como un suspiro aliviado. Aunque Valeska todavía sentía cierta debilidad en las piernas, la fuerza que brotaba de su pecho era innegable. Una energía nueva, vibrante, diferente a cualquier otra que hubiera sentido en los últimos meses.El médico les había dado permiso para marcharse aquella misma tarde, después de los últimos controles de rutina, y allí estaban esperándola: su padre, con esa paciencia inquebrantable que era su refugio; Fabricio, con esa mezcla de seriedad y ternura que lo hacía parecer parte de la familia, y Oliver, moviéndose de un lado a otro como si no pudiera contener la emoción de lo que venía a continuación.Cuando Valeska salió de la habitación con su bolso de mano, a Adrián bien protegido en el portabebés contra su pecho, sintió que cada paso la acercaba no solo a una nueva etapa, sino también a una nueva versión de sí misma.Una que ya no estaba dispuesta a agachar la cabeza. Una que entendía, al fin, que a veces quien más te rompe no es
La tarde había comenzado a vestirse de un color dorado, ese tono cálido y envolvente que solo aparece en los momentos en los que la vida parece querer acariciarte, recordándote que, pese a todo, aún hay belleza en el mundo.Valeska recorría su nueva casa como quien recorre un santuario, tocando cada mueble, cada cortina, cada rincón con una mezcla de reverencia y emoción. Cada centímetro cuadrado parecía murmurarle: «Estás a salvo. Este lugar es tuyo». Y esa certeza era tan reconfortante que por momentos sentía que podría echarse a llorar de pura gratitud, pero se contuvo, porque sabía que hoy no había lugar para las lágrimas. Hoy era un día de cimientos nuevos, no de viejas heridas.La sala principal era amplia, bañada por la luz suave que se filtraba a través de las ventanas. El aire olía a madera, a limpieza reciente, a una promesa de vida distinta.Siguió caminando, dejando que sus pies descalzos se deslizaran sobre el parquet, sintiendo que cada paso la anclaba más al presente, a
El centro comercial hervía de vida esa tarde, como un gigantesco organismo palpitante, lleno de luces, colores y sonidos que se mezclaban en una sinfonía caótica.Valeska caminaba despacio, sin rumbo fijo, permitiendo que sus pies la guiaran entre los pasillos brillantes, entre tiendas de ropa, cafeterías perfumadas a vainilla y escaparates llenos de maniquíes que parecían observarla con expresiones vacías.No buscaba nada en particular, solo necesitaba aire, espacio, un momento de respiro, lejos de la presión de su nueva vida, de sus responsabilidades, de ese peso invisible que se le había instalado en los hombros desde hacía semanas y que, aunque llevaba con valentía, a veces amenazaba con aplastarla.Se sentía libre, aunque sabía que esa libertad era un paréntesis breve, una ilusión que debía saborear mientras pudiera, antes de regresar al torbellino de su vida diaria, donde Adrián, su hijo, la esperaba en casa bajo el cuidado atento de Goran, el hombre que, sin darse cuenta, se ha
El celular de Valeska sonó en medio de la noche, cuando finalmente estaba logrando descansar. Era Theo, para ser exactos, era el hombre con el que firmó un contrato que declaraba su estado civil de casados, pero que, de ninguna manera, llegó a ser un hombre amoroso, no más que el primer año de matrimonio.Deseaba seguir descansando, pues todo el día había estado en el hospital cuidando de su madre, quien estaba terminando su recuperación y, de paso, terminaba de hacerse unos chequeos prenatales. Hace tres meses, un impulso de Theo bajo los efectos del alcohol la dejó embarazada, pero aún no decidía si decírselo o no. El médico le había aconsejado que, desde el aborto espontáneo anterior, quedar embarazada de nuevo ya era un milagro, por lo que debía prestar aún más atención al descanso.Con un poco de lentitud y aturdimiento contestó, su voz apenas podía distinguirse en medio del ruido y música que se escuchaban de fondo. El ajetreo de la gente en el fondo de la llamada, era testigo d
Mientras Valeska repetía sus mantras para mantener la calma y resistir un poco más, sentía las miradas de todos alrededor. Algunos la observaban con lástima y otros, con desprecio.¿Quién esperaría que le aplaudieran por ser una mujer que se dejaba pisotear por la amante de su marido en público? Solo ella conocía la razón detrás de su tolerancia, de su resiliencia: su madre era lo más importante en ese momento. Y siempre.—Gracias por la ropa. Estaba bebiendo y, sin querer, derramé algo en la mía. Te prometo que la lavaré y te la devolveré —dijo la mujer con una voz tan dulce y falsa que le daba náuseas.En ese momento, Valeska estaba mordiendo la parte interior de sus mejillas, intentando refrenar las palabras que luchaban por salir finalmente. Pero, ¿valdría realmente la pena? Tomó aire y decidió hacerle caso a sus impulsos.—No hace falta, quédate con ella. Al fin y al cabo, siempre se te ha dado bien apropiarte de cosas que no te pertenecen, ¿no? —replicó con frialdad, disfrutando
Valeska condujo de regreso a casa mientras el cielo comenzaba a aclararse. Su mente seguía trabajando a toda velocidad, pensando en cada cosa que estaba sucediendo en su vida.No tenía ánimo para volver a dormir, así que sacó la maleta que había guardado en un rincón. Dentro de ella ya había algo de ropa doblada, la cual había ido guardando poco a poco en los últimos días.Su armario estaba quedando casi vacío; sin embargo, Theo no se había percatado de ello. Al final de cuentas, él pasaba más tiempo en casa de Celine que en la suya propia.Celine había aparecido en el momento más feliz de la relación entre Theo y Valeska, en su primer aniversario de bodas. Theo acababa de superar el dolor de perder a su exesposa, Celeste, y ver una sonrisa en su rostro alegraba más a Valeska que a nadie. Entonces, le pidió con insistencia que fueran a cenar a un restaurante para conmemorar el nuevo comienzo de sus vidas juntos.En ese momento, Valeska realmente imaginaba su futuro. Tal vez tendrían t