2 años atrás
Cloe tomó el mando del televisor y lo apagó. Giró la cabeza para ver a su hermano y lo encontró dormido. Una de sus piernas colgaba por el costado del sofá. Sacudió la cabeza y una sonrisa se coló en sus labios. Él apenas cabía allí.
Horatio era demasiado grande para sus apenas 15 años, no le sorprendía teniendo en cuenta el porte de su padre. Ella, por otro lado, había heredado la altura de su madre. Las personas que lo veían junto a su hermano por primera vez, siempre asumían que él era el mayor.
Se levantó y cubrió a Horatio con una de las mantas. Luego tomó una para ella misma y se la colocó sobre los hombros. Con cuidado de no hacer demasiado ruido salió rumbo a la playa. Tenía la esperanza que algo de caminata lograra relajarla lo suficiente para irse a dormir.
La luz de la luna brillaba en lo alto y la brisa movía las ramas de las palmeras en la distancia.
Se aseguró la manta sobre los hombros y caminó por la orilla durante algunos minutos antes de sentarse en la arena.
Sus ojos se dirigieron al horizonte y se perdió en sus pensamientos. Era su último día en aquel lugar y, aunque tal vez regresaría otra vez, no estaba lista para volver al mundo real, aquel en el que Fabrizio la trataba apenas como una conocida.
Fabrizio era el hijo mayor del tío Alessandro y la tía Ava. Aunque en realidad ninguno de ellos eran sus tíos. Ambos eran amigos de sus padres, pero eran tan cercanos a ellos que eran parte de la familia.
Como si hubiera invocado a Fabrizio con sus pensamientos. Escucho un movimiento detrás de ella y al mirar sobre su hombro vio que se trataba de él. Le costó trabajo no mirarlo embobada. Era una mierd@ que siempre se viera tan perfecto, incluso con los cabellos alborotados y el ceño fruncido.
—No deberías estar aquí sola. —Él se escuchaba preocupado.
Solo por un instante se dejó llevar por la fantasía de que era debido a que se preocupaba por ella como algo más que una conocida, pero, más pronto de lo deseado, la verdad se hizo presente.
—Tus padres estarían muy preocupados si se enteran que saliste a dar un paseo a estas horas. Cualquier cosa podría pasarte.
Cloe llevaba más de dos años enamorada de él, pero Fabrizio no la veía más que como una pequeña. Había visto la clase de mujeres con las que salía, todas eran mujeres sofisticadas y maduras.
—Es un lugar seguro y, además, ya no estoy sola —dijo arreglándosela para sonreír.
—¿Por qué saliste tan tarde?
Se encogió de hombros.
—Quería dar un último paseo. Este lugar es hermoso. —Era la verdad a medias. — Vamos, siéntate. —Dio unas palmadas al suelo junto a ella.
—Creo que deberíamos volver.
—No comiences a ser aburrido justo ahora, lo has hecho muy bien durante la última semana como para arruinarlo en el último momento.
En esas vacaciones había conocido algunas cosas nuevas sobre Fabrizio, como que era capaz de relajarse, y solo se había enamorado un poco más.
Él sacudió la cabeza, pero de todas formas se sentó a su lado.
—¿Cómo supiste que estaba aquí?
—Estaba sentado en el Porsche y te vi pasar.
—Así que decidiste seguirme. ¿Cuán escabroso puede ser eso? —bromeó mientras lo miraba.
Fabrizio sonrió y ella contuvo el aliento. Era poco común verlo sonreír, a veces hasta se olvidaba de que podía hacerlo.
Él también se giró a verla y cuando sus ojos se encontraron sintió una energía fluyendo entre ellos. Fabrizio la tenía cautiva y no habría podido mirar en otra dirección incluso si lo hubiera intentado.
El sonido de las olas se convirtió un eco en la lejanía, lo único que era capaz de escuchar era el latido acelerado de su corazón.
—Cloe…
—Fabrizio… —dijeron los dos al mismo tiempo.
Cloe se acercó a él como si una cuerda tirara de ella y casi alzó un puño en el aire cuando lo vio hacer lo mismo.
Fabrizio levantó una mano y acunó su mejilla con suavidad. Luego terminó de cerrar el espacio entre sus cuerpos y unió sus labios.
Al principio se quedó quieta, incapaz de creer que aquello estuviera pasando por fin. Cuando se dio cuenta que no se lo estaba imaginando se dedicó a disfrutar del momento. Era mucho mejor que cualquiera de sus fantasías. Los labios de Fabrizio eran suaves y cálidos.
El beso empezó como una caricia, apenas un toque, y después fue cobrando vida. Él le pidió con la lengua que abriera la boca. Cloe lo hizo de inmediato y cuando sus lenguas se tocaron, soltó un gemido necesitado.
Fabrizio se hizo para atrás con brusquedad y la miró con pánico.
—Esto fue un error —dijo él antes de ponerse de pie y marcharse.
Cloe entró corriendo a la casa de sus padres. Iba un poco atrasada, pero había tenido que terminar algunos trabajos de la universidad primero. Estaba en semana de exámenes y apenas había dormido lo suficiente durante los últimos días, pero no había manera de que fuera a faltar a una reunión familiar. Además, necesitaba la distracción y nada mejor que un poco de las locuras de su familia para eso.Sonrió al escuchar las risas a alto volumen que provenían desde la sala.—Hola a todos —saludó animada, pero su sonrisa vaciló al ver a Fabrizio.¿Qué estaba haciendo allí? Fabrizio siempre, al parecer, siempre tenía algo importante que hacer, por lo cual no era demasiado usual encontrarse con él en aquellos eventos. Ese era un motivo por el cual se sentía segura reuniéndose con su familia. No estaba segura de sí soportaría verlo con tanta frecuencia.Se acercó a abrazar a cada uno de los presentes, lo cual, por supuesto, se sintió como una eternidad. A menudo bromeaba que con todos los miemb
Cloe despertó algunas horas después. El día había dado paso a la noche y su habitación estaba iluminada por la luz tenue de una de las lámparas. No recordaba haberla encendido antes de quedarse dormida, pero había estado tan cansada que quizás lo había hecho.Se removió prolongando los segundos para levantarse. Pese al enredo que había sido su mente, había logrado dormirse más rápido de lo esperado, pero aún se sentía algo agotada. Y si era sincera, no estaba lista para enfrentarse a Fabrizio.Él era el ser más extraño que conocía y a veces le era tan difícil entender que pasaba por su mente. Solo él podía presentarse en su habitación como si fueran amigos y no hubiera nada extraño en su presencia allí.—Estás despierta.Se sentó de golpe al escuchar la misma voz que estaba en muchas de sus fantasías. Giró la cabeza hacia Fabrizio deseando que todo fuera producto de su vívida imaginación. Por supuesto, eso era pedir mucho.Fabrizio estaba en uno de los rincones de la habitación sobre
Cloe miró a Fabrizio como si le hubiera salido otra cabeza. Seguro se trataba de una broma, una cruel. Cloe miró alrededor tratando de encontrar donde estaba la cámara escondida.—No estoy de humor para juegos —dijo a la defensiva.—Cloe, hablo muy en serio.Se quedó en silencio aun sin creerle por completo y entonces una idea se le vino a la mente.—¿Acaso estás enfermo? —preguntó, no pudo evitar sonar preocupada—. ¿Se trata de algo terminal?Fabrizio sonrió de lado.—No es nada de eso, pero es bueno saber que todavía te preocupas por mí.—No te hagas ideas equivocadas, soy de las que se preocupan por los perros callejeros. —¿Acabas de compararme con un perro?—¿Hice eso? —preguntó llevándose la mano al pecho y sonriendo con inocencia.Caminó hasta su armario y comenzó a buscar algo que ponerse.—No me has dado una respuesta.—No me agradas —dijo sin girarse a verlo.—Lo has dejado más que claro, pero no era eso lo que te pregunté.—Estoy segura que nunca has preguntado por nada e
Cloe se unió a su familia casi media hora después, aun sintiéndose aturdida por lo que había sucedido. Esperaba que Fabrizio se hubiera marchado, pero tan pronto salió al jardín de atrás sus esperanzas se desvanecieron y su rostro comenzó a calentarse al recordar el beso. Él estaba relajado como si no acabara de poner su mundo cabeza abajo. —¿Humana otra vez? —preguntó Ava con una sonrisa. Su voz le recordó —Eso se podría decir. —Bueno, me alegra saberlo —dijo Laila colgándose en sus hombros—. Esta noche saldremos a bailar, invité a un par de amigos. —¿Qué amigos? —preguntó Fabrizio. —Unos que conocí por allí. —No creo que sea buena idea. —Fabrizio le dio a su hermana una mirada severa. —Fabrizio tiene razón —intervino Piero, el otro hermano de Laila. Laila no pareció ni un poco intimidada. —Papá, está de acuerdo. —Todos ustedes dejen de pelear —intervino Ava—. Es hora de la cena. La esposa de Alessandro era una de las mujeres más dulces que conocía, pero no había nadie en
El frio de la noche espabiló a Cloe. El ruido quedó atrás conforme se alejaban del club. —¿Estás loco? —preguntó tratando de no alzar la voz, no quería llamar más atención de la que ya atraían—. Eres un neandertal. ¿Cómo se te ocurre sacarme así? —Pataleó intentando que Fabrizio la bajara. Él le dio una nalgada en lugar de eso y su indignación creció. —Estate quieta. —¡Maldito imbécil! En cuanto te ponga las manos encima, te aseguró que… —¿Es esa una invitación? Porque estoy más que dispuesto a aceptar. Sus pezones se endurecieron y el lugar entre sus muslos se humedeció. Culpo al alcohol por eso. —Te digo que me bajes. —Esta vez no sonó tan decidida. Fabrizio la colocó en el suelo a un lado de su coche. Cloe no esperó ni un segundo antes de comenzar a despotricar contra él. —No tenías ningún derecho a hacer eso, estaba pasándola bien hasta que tu interferiste. —¿Te divertías bailando con un extraño solo para tratar de molestarme? —Noticia de última hora, el mundo no gira e
—¿Hay algo que quieras compartir con nosotros? —preguntó su padre la mañana siguiente.Todos los ojos estaban puestos en Cloe. Su hermano había recuperado su habitual tranquilidad para esa mañana y tenía una sonrisa de diversión pintada en el rostro. —¿A qué te refieres? —La mejor manera de salir de aquello era fingir no saber de lo que hablaba.Su padre alzó una ceja.—Vamos, cariño. Eres mi hija, está en el manual que no puedes ocultarme nada. Creí que ya lo sabrías a estas alturas.Su madre soltó una carcajada.—Déjala en paz, ella decidirá cuándo hablar con nosotros sobre lo que está sucediendo.—Nada está sucediendo —dijo de inmediato y a sus propios oídos sonó demasiado a la defensiva.Sus padres y su hermano asintieron, pero ninguno de ellos parecía convencido.—En serio —insistió.—Nadie dijo lo contrario —comentó su padre sin perder la sonrisa—. Solo quería saber que está sucediendo entre tú y Fabrizio.—Estás perdiendo el tiempo, papá —intervino Horatio—. Ella dice que no t
Cloe se demoró lo más que pudo antes de salir al encuentro de Fabrizio. Él estaba dentro de su auto y se bajó tan pronto la vio. Horatio, probablemente a propósito, lo había dejado esperando afuera. Algo que no debería haberle hecho mucha gracia a Fabrizio.Su hermano podía apreciar a Fabrizio, pero cuando se trataba de ella, no dudaba de que siempre la apoyaría.—Creí que te esconderías de mí para siempre —dijo él.Se acercó a él hasta que no hubo demasiado espacio entre sus cuerpos, luego sonrió.—No me estaba escondiendo.—¿Así que solo te tardaste por simple placer?—¡Exacto! Y si somos sinceros, esperaba que te aburrieras en algún momento y te marcharas. Tengo que reconocer que tienes determinación.—Gracias.—Entonces, ¿de qué querías hablar?Fabrizio acercó su rostro y Cloe pensó que la iba a besar.Antes de poderlo evitar miró sus labios. Al regresar los ojos a los de él, vio un brillo de diversión en ellos.—Sube —ordenó Fabrizio y le abrió la puerta del copiloto.Ese hombre
Era difícil saber lo que Cloe pensaba sobre su departamento. Por su rostro pasaban demasiadas emociones y todas demasiado fugaces como para que Fabrizio pudiera analizarlas. Su departamento era uno de los pocos lugares donde se sentía cómodo. La decoración era excelente. Por supuesto, eso era algo de lo que no podía llevarse el crédito. Ava, la esposa de su padre, se había tomado las cosas bastante en serio cuando le pidió ayuda. Habría buscado la de su madre, de no ser porque su relación con ella era bastante distante. Además, su madre, aunque tenía un gusto exquisito, era también frívolo. Cloe siguió explorando la sala de su casa, sin dirigirle la mirada una sola vez. Era claro que no se sentía cómoda allí y esperó que ella corriera hacia la salida en algún momento. Pero debió saber que era demasiado orgullosa para hacer algo parecido. Se preguntó si siempre estaría tan a la defensiva. Era como un pequeño chihuahua dispuesto a atacar en cualquier momento. —¿Quieres algo de beber