Cloe miró a Fabrizio como si le hubiera salido otra cabeza. Seguro se trataba de una broma, una cruel. Cloe miró alrededor tratando de encontrar donde estaba la cámara escondida.
—No estoy de humor para juegos —dijo a la defensiva.
—Cloe, hablo muy en serio.
Se quedó en silencio aun sin creerle por completo y entonces una idea se le vino a la mente.
—¿Acaso estás enfermo? —preguntó, no pudo evitar sonar preocupada—. ¿Se trata de algo terminal?
Fabrizio sonrió de lado.
—No es nada de eso, pero es bueno saber que todavía te preocupas por mí.
—No te hagas ideas equivocadas, soy de las que se preocupan por los perros callejeros.
—¿Acabas de compararme con un perro?
—¿Hice eso? —preguntó llevándose la mano al pecho y sonriendo con inocencia.
Caminó hasta su armario y comenzó a buscar algo que ponerse.
—No me has dado una respuesta.
—No me agradas —dijo sin girarse a verlo.
—Lo has dejado más que claro, pero no era eso lo que te pregunté.
—Estoy segura que nunca has preguntado por nada en tu vida. —Se giró con un vestido casual en manos—. ¿De qué va todo esto? Por dos años me tratas como si fuera la peste y ahora estás aquí pidiéndome que sea tu novia, sin ni siquiera explicarme el motivo, porque ambos sabemos que no tiene nada que ver con el amor.
Fabrizio no dijo nada, al parecer no estaba dispuesto a compartir con ella la razón detrás de su petición.
—Si no piensas decir nada más, puedes retirarte.
—Desde que asumí el mando de la empresa familiar, los socios han sugerido en que debería establecerme en una relación seria —explicó él—. Creen que mi imagen de hombre frío y calculador no es la mejor propaganda y que una novia cambiaría eso.
—Es cierto que atemorizas a la mayoría de personas, pero no creo que exista mujer sobre la tierra que pueda hacerte ver más dulce y menos una que aguante tu personalidad por mucho tiempo.
—Es por eso que te lo pido a ti. Me conoces bastante bien y, además, sabrás que esperar.
—Te refieres a que no exigiré ningún compromiso real y que no me enamoraré de ti. —Su voz salió cargada de ironía—. ¿Y qué gano yo a cambio?
No estaba considerando aceptar, pero tenía curiosidad.
—Te daré lo que desees.
Fingió pensárselo por unos segundos, antes de hablar.
—Muy tentador, pero no estoy interesada. Además, tengo novio.
Fabrizio arqueó una ceja y pudo ver el atisbo de una sonrisa.
—Terminaste con él, hace un par de semanas.
—¿Cómo sabes eso?
—Hablaste sobre ello.
—¿Lo hice? —preguntó incapaz de recordarlo, pero probablemente era cierto—. Cómo sea, la respuesta sigue siendo la misma.
Si aceptaba, solo terminaría herida y, después de experimentar el daño que él podía causarle, no estaba dispuesta a pasar por algo parecido otra vez.
Él se acercó a ella y la tomó de los hombros. Su fragancia con notas de cedro y cítricos le nubló los pensamientos y casi se recostó contra su pecho.
—Cloe. —La manera que dijo su nombre la volvió aún más débil, pero no cedió—. No tengo idea a quién más pedírselo.
—Seguro que hay una lista de mujeres que saltarían ante tremenda oportunidad.
—Quizás…
—Que humilde —interrumpió.
—Pero no confío en ninguna de ellas.
Algo revoloteó en su interior ante sus palabras.
—Nos mataríamos durante la primera semana. Apenas logramos convivir durante las reuniones familiares.
—Ambos sabemos que es solo una forma de reprimir el deseo que sientes por mí. No es que me queje, podríamos pasarla bien.
Esas palabras la sacaron de su letargo, no podía creer que él estuviera usando sus sentimientos en su contra.
—Eres un completo idiota y que te quede claro que cualquier cosa que sentía por ti desapareció hace tiempo.
—Nunca fuiste una buena mentirosa.
—Y tú siempre fuiste tan arrogante.
—Comprobemos si se trata de mi arrogancia o estoy en lo cierto.
Fabrizio levantó una mano y la colocó en su mejilla. Luego se inclinó y la besó. Eso fue suficiente para olvidarse de todo lo demás. Sus labios se sentían tan perfectos como la última vez.
Cloe levantó la mano y se aferró a sus cabellos. Pegó su cuerpo al de él y Fabrizio bajó ambas manos a sus caderas. Un gemido necesitado abandonó sus labios al sentir la evidencia clara de su excitación.
Se separaron después de unos segundos ante la necesidad de respirar. Sus ojos se encontraron con los de él y vio el brillo de deseo reflejado en ellos, pero también el de la victoria.
El sentido común regresó a ella de sopetón. Le estaba dando justo lo que quería. Colocó ambas manos sobre su pecho y lo alejó.
—Esto fue un error —repitió las mismas palabras que él había dicho un par de años atrás para devolverle el golpe. No se sintió tan satisfactorio como había esperado.
—Un error que se sintió igual de delicioso que un par de años atrás —musitó él con la voz ronca—. Te deseaba entonces y te deseo ahora.
Sus palabras la confundieron; sin embargo, su cuerpo vibró y deseó que él la besara de nuevo. Pero sabía que, si lo hacía, no podría detenerlo otra vez. No tenía tantas fuerzas.
—Y aun así te alejaste sin mirar atrás y fingiste que nunca pasó —reclamó con más dolor del que pretendía demostrar. Se acercó a la puerta y la abrió—. Es hora de que te vayas.
—Está bien, pero aún no hemos terminado de hablar.
—Para ser alguien inteligente, a veces no lo pareces. —Cerró la puerta en sus narices sin darle oportunidad de replicar.
Se aseguró de poner el pestillo para que no volviera a entrar y caminó hasta la cama, sus piernas apenas la sostenían. Se sentó y llevó una de sus manos a sus labios que todavía hormigueaban.
¿Sería tan malo aceptar su propuesta?
Había deseado por tanto tiempo que él la viera como mujer y estar con él, ahora parecía que por fin podía tenerlo. Solo tenía que acceder a lo que él pedía y podría…
Sacudió la cabeza. No podía creer que en serio lo estaba considerando.
Un beso había bastado para confundirla.
Cloe se unió a su familia casi media hora después, aun sintiéndose aturdida por lo que había sucedido. Esperaba que Fabrizio se hubiera marchado, pero tan pronto salió al jardín de atrás sus esperanzas se desvanecieron y su rostro comenzó a calentarse al recordar el beso. Él estaba relajado como si no acabara de poner su mundo cabeza abajo. —¿Humana otra vez? —preguntó Ava con una sonrisa. Su voz le recordó —Eso se podría decir. —Bueno, me alegra saberlo —dijo Laila colgándose en sus hombros—. Esta noche saldremos a bailar, invité a un par de amigos. —¿Qué amigos? —preguntó Fabrizio. —Unos que conocí por allí. —No creo que sea buena idea. —Fabrizio le dio a su hermana una mirada severa. —Fabrizio tiene razón —intervino Piero, el otro hermano de Laila. Laila no pareció ni un poco intimidada. —Papá, está de acuerdo. —Todos ustedes dejen de pelear —intervino Ava—. Es hora de la cena. La esposa de Alessandro era una de las mujeres más dulces que conocía, pero no había nadie en
El frio de la noche espabiló a Cloe. El ruido quedó atrás conforme se alejaban del club. —¿Estás loco? —preguntó tratando de no alzar la voz, no quería llamar más atención de la que ya atraían—. Eres un neandertal. ¿Cómo se te ocurre sacarme así? —Pataleó intentando que Fabrizio la bajara. Él le dio una nalgada en lugar de eso y su indignación creció. —Estate quieta. —¡Maldito imbécil! En cuanto te ponga las manos encima, te aseguró que… —¿Es esa una invitación? Porque estoy más que dispuesto a aceptar. Sus pezones se endurecieron y el lugar entre sus muslos se humedeció. Culpo al alcohol por eso. —Te digo que me bajes. —Esta vez no sonó tan decidida. Fabrizio la colocó en el suelo a un lado de su coche. Cloe no esperó ni un segundo antes de comenzar a despotricar contra él. —No tenías ningún derecho a hacer eso, estaba pasándola bien hasta que tu interferiste. —¿Te divertías bailando con un extraño solo para tratar de molestarme? —Noticia de última hora, el mundo no gira e
—¿Hay algo que quieras compartir con nosotros? —preguntó su padre la mañana siguiente.Todos los ojos estaban puestos en Cloe. Su hermano había recuperado su habitual tranquilidad para esa mañana y tenía una sonrisa de diversión pintada en el rostro. —¿A qué te refieres? —La mejor manera de salir de aquello era fingir no saber de lo que hablaba.Su padre alzó una ceja.—Vamos, cariño. Eres mi hija, está en el manual que no puedes ocultarme nada. Creí que ya lo sabrías a estas alturas.Su madre soltó una carcajada.—Déjala en paz, ella decidirá cuándo hablar con nosotros sobre lo que está sucediendo.—Nada está sucediendo —dijo de inmediato y a sus propios oídos sonó demasiado a la defensiva.Sus padres y su hermano asintieron, pero ninguno de ellos parecía convencido.—En serio —insistió.—Nadie dijo lo contrario —comentó su padre sin perder la sonrisa—. Solo quería saber que está sucediendo entre tú y Fabrizio.—Estás perdiendo el tiempo, papá —intervino Horatio—. Ella dice que no t
Cloe se demoró lo más que pudo antes de salir al encuentro de Fabrizio. Él estaba dentro de su auto y se bajó tan pronto la vio. Horatio, probablemente a propósito, lo había dejado esperando afuera. Algo que no debería haberle hecho mucha gracia a Fabrizio.Su hermano podía apreciar a Fabrizio, pero cuando se trataba de ella, no dudaba de que siempre la apoyaría.—Creí que te esconderías de mí para siempre —dijo él.Se acercó a él hasta que no hubo demasiado espacio entre sus cuerpos, luego sonrió.—No me estaba escondiendo.—¿Así que solo te tardaste por simple placer?—¡Exacto! Y si somos sinceros, esperaba que te aburrieras en algún momento y te marcharas. Tengo que reconocer que tienes determinación.—Gracias.—Entonces, ¿de qué querías hablar?Fabrizio acercó su rostro y Cloe pensó que la iba a besar.Antes de poderlo evitar miró sus labios. Al regresar los ojos a los de él, vio un brillo de diversión en ellos.—Sube —ordenó Fabrizio y le abrió la puerta del copiloto.Ese hombre
Era difícil saber lo que Cloe pensaba sobre su departamento. Por su rostro pasaban demasiadas emociones y todas demasiado fugaces como para que Fabrizio pudiera analizarlas. Su departamento era uno de los pocos lugares donde se sentía cómodo. La decoración era excelente. Por supuesto, eso era algo de lo que no podía llevarse el crédito. Ava, la esposa de su padre, se había tomado las cosas bastante en serio cuando le pidió ayuda. Habría buscado la de su madre, de no ser porque su relación con ella era bastante distante. Además, su madre, aunque tenía un gusto exquisito, era también frívolo. Cloe siguió explorando la sala de su casa, sin dirigirle la mirada una sola vez. Era claro que no se sentía cómoda allí y esperó que ella corriera hacia la salida en algún momento. Pero debió saber que era demasiado orgullosa para hacer algo parecido. Se preguntó si siempre estaría tan a la defensiva. Era como un pequeño chihuahua dispuesto a atacar en cualquier momento. —¿Quieres algo de beber
Cloe no estaba segura de lo que la había llevado a aceptar el loco plan de Fabrizio, en especial cuando apenas una hora atrás se había jurado no ceder. Quizás aún estaba a tiempo de echarse para atrás. Solo tenía que recordar cómo hablar. Fabrizio estaba demasiado cerca y nublaba todo su juicio.—Deberíamos establecer límites —dijo. No era exactamente lo que había estado pensando, otro claro ejemplo que no era ella misma.Pasó por debajo de uno de los brazos de Fabrizio y puso distancia entre ellos.—¿Límites? —preguntó él y se dio la vuelta para mirarla.—Sí. No creo que se buena idea que nos enrollemos mientras tenemos una relación falsa. —Se dio un golpe mental. ¿Por qué seguía hablando como si fuera a continuar con lo del acuerdo?—¿Por qué no? Ambos nos deseamos. —Fabrizio no parecía darse cuenta del debate interno que se estaba dando dentro de ella.—El sexo siempre complica todo.Otra vez. ¡¿Qué demonios estaba haciendo continuando con aquella charla sin sentido?!—También hace
En lugar de llevar a Cloe de regreso a casa, Fabrizio se dirigió a otro lugar. Ella lucía algo nerviosa y quería distraerla. Aunque también tenía motivos más egoístas. Quería pasar algo de tiempo a solas con ella.En cuanto Cloe se dio cuenta, como era de esperarse, no se mantuvo callada. —¿Creí que iríamos a casa de mis padres?—Quiero que conozcas un lugar primero.—¿En este momento?—¿Solo por una vez podríamos no pelear? —preguntó dándole una sonrisa—. Hace un día lindo y podemos ir más tarde con tus padres.—No puedo prometerte nadaLa miró de reojo y sonrió al verla de brazos cruzados. Le divertía verla hacer sus rabietas.—Debí suponerlo.—¿Qué tratas de decir?—Eres obstinada, no te gusta ceder ni siquiera un poco.—¿Así que ahora estamos hablando de defectos?Casi soltó una carcajada al saber lo que se venía. La había provocado y ella no se iba a quedar tranquila. No esperaba menos de ella. Le encantaba que siempre lo retara. Nadie además de su familia, lo hacía.—Porque de
Cloe se preguntó si Fabrizio se había olvidado de que la estaba sujetando de la mano. No la había soltado en ningún momento y no parecía darse cuenta de ello. No es que ella se lo fuera a decir, estaba disfrutando del momento, tal vez más de lo que debía. Era solo un simple contacto, pero la hacía sentirse como si estuviera caminando sobre algodones.Estaba tan distraída que no se dio cuenta a donde estaban yendo hasta que algunos minutos después se detuvieron frente a un restaurante en un callejón de esos que parecían sacados de películas antiguas.—Es aquí, espero te guste —Fabrizio le abrió la puerta con su mano libre y la dejó pasar primero.Los diferentes aromas se podían oler en el ambiente. Era un lugar bastante pequeño y sencillo. Jamás se habría imaginado a Fabrizio en un lugar como aquel. Aunque ese día estaba usando una camiseta de mangas cortas y unos jeans, todavía se veía imponente.—¡Fabrizio! —saludó un hombre robusto acercándose a ellos con los brazos abiertos. Jaló a