Capítulo 3

Cloe miró a Fabrizio como si le hubiera salido otra cabeza. Seguro se trataba de una broma, una cruel. Cloe miró alrededor tratando de encontrar donde estaba la cámara escondida.

—No estoy de humor para juegos —dijo a la defensiva.

—Cloe, hablo muy en serio.

Se quedó en silencio aun sin creerle por completo y entonces una idea se le vino a la mente.

—¿Acaso estás enfermo? —preguntó, no pudo evitar sonar preocupada—. ¿Se trata de algo terminal?

Fabrizio sonrió de lado.

—No es nada de eso, pero es bueno saber que todavía te preocupas por mí.

—No te hagas ideas equivocadas, soy de las que se preocupan por los perros callejeros.   

—¿Acabas de compararme con un perro?

—¿Hice eso? —preguntó llevándose la mano al pecho y sonriendo con inocencia.

Caminó hasta su armario y comenzó a buscar algo que ponerse.

—No me has dado una respuesta.

—No me agradas —dijo sin girarse a verlo.

—Lo has dejado más que claro, pero no era eso lo que te pregunté.

—Estoy segura que nunca has preguntado por nada en tu vida. —Se giró con un vestido casual en manos—. ¿De qué va todo esto? Por dos años me tratas como si fuera la peste y ahora estás aquí pidiéndome que sea tu novia, sin ni siquiera explicarme el motivo, porque ambos sabemos que no tiene nada que ver con el amor.

Fabrizio no dijo nada, al parecer no estaba dispuesto a compartir con ella la razón detrás de su petición.

—Si no piensas decir nada más, puedes retirarte.

—Desde que asumí el mando de la empresa familiar, los socios han sugerido en que debería establecerme en una relación seria —explicó él—. Creen que mi imagen de hombre frío y calculador no es la mejor propaganda y que una novia cambiaría eso.

—Es cierto que atemorizas a la mayoría de personas, pero no creo que exista mujer sobre la tierra que pueda hacerte ver más dulce y menos una que aguante tu personalidad por mucho tiempo.

—Es por eso que te lo pido a ti. Me conoces bastante bien y, además, sabrás que esperar.

—Te refieres a que no exigiré ningún compromiso real y que no me enamoraré de ti. —Su voz salió cargada de ironía—. ¿Y qué gano yo a cambio?

No estaba considerando aceptar, pero tenía curiosidad.

—Te daré lo que desees.

Fingió pensárselo por unos segundos, antes de hablar.  

—Muy tentador, pero no estoy interesada. Además, tengo novio.

Fabrizio arqueó una ceja y pudo ver el atisbo de una sonrisa.

—Terminaste con él, hace un par de semanas.

—¿Cómo sabes eso?

—Hablaste sobre ello.

—¿Lo hice? —preguntó incapaz de recordarlo, pero probablemente era cierto—. Cómo sea, la respuesta sigue siendo la misma.

Si aceptaba, solo terminaría herida y, después de experimentar el daño que él podía causarle, no estaba dispuesta a pasar por algo parecido otra vez.

Él se acercó a ella y la tomó de los hombros. Su fragancia con notas de cedro y cítricos le nubló los pensamientos y casi se recostó contra su pecho. 

—Cloe. —La manera que dijo su nombre la volvió aún más débil, pero no cedió—. No tengo idea a quién más pedírselo.

—Seguro que hay una lista de mujeres que saltarían ante tremenda oportunidad.

—Quizás…

—Que humilde —interrumpió.

—Pero no confío en ninguna de ellas.

Algo revoloteó en su interior ante sus palabras.

—Nos mataríamos durante la primera semana. Apenas logramos convivir durante las reuniones familiares.

—Ambos sabemos que es solo una forma de reprimir el deseo que sientes por mí. No es que me queje, podríamos pasarla bien.

Esas palabras la sacaron de su letargo, no podía creer que él estuviera usando sus sentimientos en su contra.

—Eres un completo idiota y que te quede claro que cualquier cosa que sentía por ti desapareció hace tiempo.

—Nunca fuiste una buena mentirosa.

—Y tú siempre fuiste tan arrogante.

—Comprobemos si se trata de mi arrogancia o estoy en lo cierto.

Fabrizio levantó una mano y la colocó en su mejilla.  Luego se inclinó y la besó. Eso fue suficiente para olvidarse de todo lo demás. Sus labios se sentían tan perfectos como la última vez.

Cloe levantó la mano y se aferró a sus cabellos. Pegó su cuerpo al de él y Fabrizio bajó ambas manos a sus caderas. Un gemido necesitado abandonó sus labios al sentir la evidencia clara de su excitación.

Se separaron después de unos segundos ante la necesidad de respirar. Sus ojos se encontraron con los de él y vio el brillo de deseo reflejado en ellos, pero también el de la victoria.

El sentido común regresó a ella de sopetón. Le estaba dando justo lo que quería. Colocó ambas manos sobre su pecho y lo alejó.

—Esto fue un error —repitió las mismas palabras que él había dicho un par de años atrás para devolverle el golpe. No se sintió tan satisfactorio como había esperado.

—Un error que se sintió igual de delicioso que un par de años atrás —musitó él con la voz ronca—. Te deseaba entonces y te deseo ahora.  

Sus palabras la confundieron; sin embargo, su cuerpo vibró y deseó que él la besara de nuevo. Pero sabía que, si lo hacía, no podría detenerlo otra vez. No tenía tantas fuerzas.

—Y aun así te alejaste sin mirar atrás y fingiste que nunca pasó —reclamó con más dolor del que pretendía demostrar. Se acercó a la puerta y la abrió—. Es hora de que te vayas.

—Está bien, pero aún no hemos terminado de hablar.

—Para ser alguien inteligente, a veces no lo pareces. —Cerró la puerta en sus narices sin darle oportunidad de replicar.

Se aseguró de poner el pestillo para que no volviera a entrar y caminó hasta la cama, sus piernas apenas la sostenían. Se sentó y llevó una de sus manos a sus labios que todavía hormigueaban.

¿Sería tan malo aceptar su propuesta?

Había deseado por tanto tiempo que él la viera como mujer y estar con él, ahora parecía que por fin podía tenerlo. Solo tenía que acceder a lo que él pedía y podría…

Sacudió la cabeza. No podía creer que en serio lo estaba considerando.  

Un beso había bastado para confundirla.

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