Cloe se unió a su familia casi media hora después, aun sintiéndose aturdida por lo que había sucedido. Esperaba que Fabrizio se hubiera marchado, pero tan pronto salió al jardín de atrás sus esperanzas se desvanecieron y su rostro comenzó a calentarse al recordar el beso.
Él estaba relajado como si no acabara de poner su mundo cabeza abajo.
—¿Humana otra vez? —preguntó Ava con una sonrisa.
Su voz le recordó
—Eso se podría decir.
—Bueno, me alegra saberlo —dijo Laila colgándose en sus hombros—. Esta noche saldremos a bailar, invité a un par de amigos.
—¿Qué amigos? —preguntó Fabrizio.
—Unos que conocí por allí.
—No creo que sea buena idea. —Fabrizio le dio a su hermana una mirada severa.
—Fabrizio tiene razón —intervino Piero, el otro hermano de Laila.
Laila no pareció ni un poco intimidada.
—Papá, está de acuerdo.
—Todos ustedes dejen de pelear —intervino Ava—. Es hora de la cena.
La esposa de Alessandro era una de las mujeres más dulces que conocía, pero no había nadie en su casa que no siguiera sus órdenes, empezando por su esposo. Casi podía apostar que era ella quién había convencido a Alessandro de darle permiso a su hija porque, de lo contrario, no habría cedido. Era igual de sobreprotector que sus propios hijos.
Sin ninguna réplica Piero y sus hermanos se pusieron en marcha mientras todos los seguían divertidos.
—¿Estás segura de esto? —preguntó más tarde mientras Laila la maquillaba.
—Por supuesto que sí, necesitamos una noche de chicas. Quien sabe cuándo será la próxima vez que vea a mi mejor amiga.
Pese a que Laila era su mayor por un poco más de dos años, siempre habían congeniado bastante bien.
—Lo siento, no quise perderme.
—Te entiendo, estabas ocupada.
—Pero ahora mismo no lo estás —intervino Isabella la prima de Laila y su otra mejor amiga—. Y nos vamos a divertir.
—Tus hermanos nos seguirán —dijo regresando al tema anterior.
—Oye, el de Isabella de seguro también irá. Nunca podemos deshacernos de ellos. —Laila rodó los ojos.
Soltó una carcajada.
—Estamos rodeadas de hombres sobreprotectores.
Sus amigas soltaron un resoplido.
—Ni que lo digas. —El rostro de Laila se iluminó como si algo se le hubiera ocurrido y compartió una mirada confidente con Isabella—. Aunque quizás esta vez no sea del todo malo.
—¿Por qué lo dices?
—Nada en particular.
—¿Laila? ¿Isabella?
—Démonos prisa, se está haciendo tarde —dijo la primera ignorándola.
Isabella se acercó a su armario y sacó una de sus vestidos más provocativos.
—Deberías ponerte esto.
Asintió porque discutir con ella era una batalla perdida. Hace mucho tiempo había aprendido que Isabella, al igual que su madre, era una fuerza imparable capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa.
En cuanto volvieron con el resto las protestas no se hicieron esperar.
—Deben estar bromeando —musitó entre dientes el gemelo de Isabella, Ignazio.
Cloe se perdió la conversación entre hermanos al encontrarse con la mirada de Fabrizio. Él no parecía nada contento.
—Nos vemos más tarde —dijo Laila entrelazando un brazo con ella y el otro con el de Isabella—. No nos esperen despiertos.
Salieron de allí antes de que alguien tratara de detenerlas. Y una vez dentro de su vehículo, rompieron a reír.
El viaje hasta el club fue bastante corto mientras se ponían al tanto de lo que había pasado en su vida recientemente.
El celular de Laila sonó justo cuando estaban bajando del auto. Ella intercambió algunas palabras con quién estuviera del otro lado y luego colgó.
—No están esperando.
Entraron al club y se dirigieron hacia el bar.
—Está por allá —dijo Laila.
—¡Maldición! —dijo Isabella sobre el ruido de la música al ver a los hombres que Laila estaba señalando—. No están nada mal.
No podía estar en desacuerdo con ella. Todos se veían bastante bien, pero ninguno le provocó ni una pizca de deseo. Solo había una persona capaz de eso…
«Basta —se ordenó». Mientras estuviera allí no iba a pensar en Fabrizio, solo se iba a divertir.
Laila hizo las presentaciones y después uno de ellos llamó al barman para pedir sus bebidas. Con frecuencia no era alguien que tomara bebidas alcohólicas, pero esa noche necesitaba unos tragos.
Estaba disfrutando de la noche y casi había logrado olvidarse de Fabrizio cuando sintió que alguien la observaba. Miró alrededor y se topó con unos ojos negros demasiados conocidos.
—Genial —musitó al ver a Fabrizio sentado al final de la barra.
—¿Sucede algo? —preguntó Diego, uno de los hombres con los que había estado conversando hasta ese momento. Sus rostros estaban bastante cerca porque era la única manera de escuchar lo que el otro decía.
Era un sujeto agradable y la había estado pasando bien en su compañía.
—Absolutamente nada —dijo con una sonrisa. Se tomó el contenido de su vaso de un solo trago. Era su cuarta bebida y podía sentir la chispa de excitación producida por el alcohol recorriendo sus venas.—. ¿Quieres bailar? —Colocó una mano en su pecho y lo acarició.
—Eso me gustaría. —Diego sonrió y le tendió una mano, luego la llevó hasta la pista de baile.
El saber que Fabrizio la estaba observando la volvieron más descarada de lo usual. Dejó que el ritmo de la música la guiara y empezó a bailar con desenfreno. Diego la sujetó las caderas y la acercó a él.
Cloe enredó las manos en el cuello de su acompañante, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Tal vez ya estaba algo ebria.
Podía sentir los ojos de Fabrizio taladrándole la espalda, pero lo ignoró. Ni siquiera estaban a la mitad de la canción cuando escuchó la voz de Fabrizio justo detrás de ella.
—Suficiente.
Una mano rodeó su cintura y un cosquilleo recorrió su columna.
Fabrizio tiró de ella hacia atrás.
—¡Qué demonios, amigo! —exclamó Diego.
Fabrizio se puso delante de ella y se acercó al oído del otro hombre. Cloe no pudo escuchar lo que dijo, pero fue suficiente para que Diego alzara las manos al aire.
—Nos vamos —ordenó él volviéndose hacia ella.
—Tú no me dices que hacer.
Se soltó de su agarre y trato de alejarse, pero él la tomó de la muñeca.
—Bueno, así lo quisiste.
Él dobló las rodillas un poco y la cargó sobre el hombro. Un grito escapó de sus labios, pero fue opacado por todo el ruido.
El frio de la noche espabiló a Cloe. El ruido quedó atrás conforme se alejaban del club. —¿Estás loco? —preguntó tratando de no alzar la voz, no quería llamar más atención de la que ya atraían—. Eres un neandertal. ¿Cómo se te ocurre sacarme así? —Pataleó intentando que Fabrizio la bajara. Él le dio una nalgada en lugar de eso y su indignación creció. —Estate quieta. —¡Maldito imbécil! En cuanto te ponga las manos encima, te aseguró que… —¿Es esa una invitación? Porque estoy más que dispuesto a aceptar. Sus pezones se endurecieron y el lugar entre sus muslos se humedeció. Culpo al alcohol por eso. —Te digo que me bajes. —Esta vez no sonó tan decidida. Fabrizio la colocó en el suelo a un lado de su coche. Cloe no esperó ni un segundo antes de comenzar a despotricar contra él. —No tenías ningún derecho a hacer eso, estaba pasándola bien hasta que tu interferiste. —¿Te divertías bailando con un extraño solo para tratar de molestarme? —Noticia de última hora, el mundo no gira e
—¿Hay algo que quieras compartir con nosotros? —preguntó su padre la mañana siguiente.Todos los ojos estaban puestos en Cloe. Su hermano había recuperado su habitual tranquilidad para esa mañana y tenía una sonrisa de diversión pintada en el rostro. —¿A qué te refieres? —La mejor manera de salir de aquello era fingir no saber de lo que hablaba.Su padre alzó una ceja.—Vamos, cariño. Eres mi hija, está en el manual que no puedes ocultarme nada. Creí que ya lo sabrías a estas alturas.Su madre soltó una carcajada.—Déjala en paz, ella decidirá cuándo hablar con nosotros sobre lo que está sucediendo.—Nada está sucediendo —dijo de inmediato y a sus propios oídos sonó demasiado a la defensiva.Sus padres y su hermano asintieron, pero ninguno de ellos parecía convencido.—En serio —insistió.—Nadie dijo lo contrario —comentó su padre sin perder la sonrisa—. Solo quería saber que está sucediendo entre tú y Fabrizio.—Estás perdiendo el tiempo, papá —intervino Horatio—. Ella dice que no t
Cloe se demoró lo más que pudo antes de salir al encuentro de Fabrizio. Él estaba dentro de su auto y se bajó tan pronto la vio. Horatio, probablemente a propósito, lo había dejado esperando afuera. Algo que no debería haberle hecho mucha gracia a Fabrizio.Su hermano podía apreciar a Fabrizio, pero cuando se trataba de ella, no dudaba de que siempre la apoyaría.—Creí que te esconderías de mí para siempre —dijo él.Se acercó a él hasta que no hubo demasiado espacio entre sus cuerpos, luego sonrió.—No me estaba escondiendo.—¿Así que solo te tardaste por simple placer?—¡Exacto! Y si somos sinceros, esperaba que te aburrieras en algún momento y te marcharas. Tengo que reconocer que tienes determinación.—Gracias.—Entonces, ¿de qué querías hablar?Fabrizio acercó su rostro y Cloe pensó que la iba a besar.Antes de poderlo evitar miró sus labios. Al regresar los ojos a los de él, vio un brillo de diversión en ellos.—Sube —ordenó Fabrizio y le abrió la puerta del copiloto.Ese hombre
Era difícil saber lo que Cloe pensaba sobre su departamento. Por su rostro pasaban demasiadas emociones y todas demasiado fugaces como para que Fabrizio pudiera analizarlas. Su departamento era uno de los pocos lugares donde se sentía cómodo. La decoración era excelente. Por supuesto, eso era algo de lo que no podía llevarse el crédito. Ava, la esposa de su padre, se había tomado las cosas bastante en serio cuando le pidió ayuda. Habría buscado la de su madre, de no ser porque su relación con ella era bastante distante. Además, su madre, aunque tenía un gusto exquisito, era también frívolo. Cloe siguió explorando la sala de su casa, sin dirigirle la mirada una sola vez. Era claro que no se sentía cómoda allí y esperó que ella corriera hacia la salida en algún momento. Pero debió saber que era demasiado orgullosa para hacer algo parecido. Se preguntó si siempre estaría tan a la defensiva. Era como un pequeño chihuahua dispuesto a atacar en cualquier momento. —¿Quieres algo de beber
Cloe no estaba segura de lo que la había llevado a aceptar el loco plan de Fabrizio, en especial cuando apenas una hora atrás se había jurado no ceder. Quizás aún estaba a tiempo de echarse para atrás. Solo tenía que recordar cómo hablar. Fabrizio estaba demasiado cerca y nublaba todo su juicio.—Deberíamos establecer límites —dijo. No era exactamente lo que había estado pensando, otro claro ejemplo que no era ella misma.Pasó por debajo de uno de los brazos de Fabrizio y puso distancia entre ellos.—¿Límites? —preguntó él y se dio la vuelta para mirarla.—Sí. No creo que se buena idea que nos enrollemos mientras tenemos una relación falsa. —Se dio un golpe mental. ¿Por qué seguía hablando como si fuera a continuar con lo del acuerdo?—¿Por qué no? Ambos nos deseamos. —Fabrizio no parecía darse cuenta del debate interno que se estaba dando dentro de ella.—El sexo siempre complica todo.Otra vez. ¡¿Qué demonios estaba haciendo continuando con aquella charla sin sentido?!—También hace
En lugar de llevar a Cloe de regreso a casa, Fabrizio se dirigió a otro lugar. Ella lucía algo nerviosa y quería distraerla. Aunque también tenía motivos más egoístas. Quería pasar algo de tiempo a solas con ella.En cuanto Cloe se dio cuenta, como era de esperarse, no se mantuvo callada. —¿Creí que iríamos a casa de mis padres?—Quiero que conozcas un lugar primero.—¿En este momento?—¿Solo por una vez podríamos no pelear? —preguntó dándole una sonrisa—. Hace un día lindo y podemos ir más tarde con tus padres.—No puedo prometerte nadaLa miró de reojo y sonrió al verla de brazos cruzados. Le divertía verla hacer sus rabietas.—Debí suponerlo.—¿Qué tratas de decir?—Eres obstinada, no te gusta ceder ni siquiera un poco.—¿Así que ahora estamos hablando de defectos?Casi soltó una carcajada al saber lo que se venía. La había provocado y ella no se iba a quedar tranquila. No esperaba menos de ella. Le encantaba que siempre lo retara. Nadie además de su familia, lo hacía.—Porque de
Cloe se preguntó si Fabrizio se había olvidado de que la estaba sujetando de la mano. No la había soltado en ningún momento y no parecía darse cuenta de ello. No es que ella se lo fuera a decir, estaba disfrutando del momento, tal vez más de lo que debía. Era solo un simple contacto, pero la hacía sentirse como si estuviera caminando sobre algodones.Estaba tan distraída que no se dio cuenta a donde estaban yendo hasta que algunos minutos después se detuvieron frente a un restaurante en un callejón de esos que parecían sacados de películas antiguas.—Es aquí, espero te guste —Fabrizio le abrió la puerta con su mano libre y la dejó pasar primero.Los diferentes aromas se podían oler en el ambiente. Era un lugar bastante pequeño y sencillo. Jamás se habría imaginado a Fabrizio en un lugar como aquel. Aunque ese día estaba usando una camiseta de mangas cortas y unos jeans, todavía se veía imponente.—¡Fabrizio! —saludó un hombre robusto acercándose a ellos con los brazos abiertos. Jaló a
A Fabrizio no le agradó ni un poco Emanuele. Podría ser solo un amigo para Cloe, pero fue tan fácil darse cuenta de que estaba enamorado de ella. Lo había visto en sus ojos —como se iluminaban mientras la miraba— y en cada uno de sus movimientos. Era demasiado obvio, aunque por alguna razón Cloe no parecía darse cuenta.La sola idea de pensar que ella lo vería al día siguiente, no le hacía ninguna gracia. Lo único que lo tranquilizaba un poco era que Emanuele jamás iba a tener una oportunidad, Fabrizio se iba a asegurar de ello.—¿Al menos me permitirás decírselo a mis padres? —preguntó Cloe con ironía sacándolo de sus cavilaciones.—Si es eso lo que quieres.—Por supuesto que sí.—Está bien por mí.—No te estaba pidiendo permiso.—Me di cuenta.Al parecer la tregua se había acabado. Solo esperaba que cuando se reunieran con los padres de Cloe, ella no luciera como si quisiera matarlo.Durante el resto del viaje ninguno de los dos volvió a decir nada más. Cloe se acomodó con la cabeza