Salió de la mansión, conduciendo su auto. Casanova le había enviado un mensaje al celular, diciéndole que la esperaría para cenar a las ocho. Estaba ansiosa por verlo de nuevo, su amante secreto se estaba apoderando cada vez más y más no solo de su cuerpo y su mente, sino también de su corazón. —Bienvenida, cara.— Susurró él. Vestido impecablemente en su traje negro, y llevando su máscara. Ella por supuesto también llevaba la suya. Aunque justo en ese momento deseó fervientemente poder ver el rostro de ese hombre que la estaba hechizando con sus atenciones. —Ciao, bello.—respondió ella, ofreciéndole la mano que el tomó y besó, con delicadeza, depositando besos sobre sus nudillos y su palma. En un movimiento rápido, tiró de ella hasta pegarla a su cuerpo, estrujándola con dureza contra su pecho y apoderándose de las nalgas de ella con sus manos. —Tuve tanto miedo de que desistieras de lo nuestro, amore.— Susurró él, vehemente, acariciando el cuello de cuello de ella con sus labios.—
En la bañera, Sheila sonreía como idiota. Se mordía el labio y volvía a sonreír. Hacer el amor con Casanova era una cosa, y tener sexo rudo y salvaje con él era otra completamente distinta. Su amante enmascarado le enjabonaba la espalda y le masajeaba los hombros con movimientos tiernos y delicados, sin embargo, estaba demasiado callado. Y ella sabía porqué. —No tienes por qué sentir celos de Marco, Casanova.— Susurró ella, girándose, para quedarse apoyada sobre el pecho masculino de su amante.— él no siente por mí lo que sientes tú. Casanova jugó un instante con uno de los mechones castaños de su cabello. —¿Y qué siento yo por ti?— interrogó él. Ella se sonrojó. —Tú mismo dijiste que te gusto, y que te gusto mucho. Entre nosotros hay una química innegable.—susurró ella, besando uno de sus fuertes pectorales.—nuestros cuerpos se atraen y se entienden, entre nosotros hay pasión. Casanova acarició su mentón y a ella le temblaron los labios. —Marco no me quiere. Nunca lo hizo.— Mu
De regreso a la mansión, Sheila guardó silencio durante todo el trayecto, sentada en el asiento del copiloto mientras Marco conducía. Victoria se había quedado dormida en el asiento de atrás. Habían almorzado en un restaurante al mediodía y de allí habían ido a sentarse a un parque, a disfrutar de la sombra de los árboles. Vicky se había encontrado con su amiguita Rosie y se había pasado la tarde presumiendo a su nuevo papá, el señor bonito. —Quiero agradecerte lo que hiciste, Shey.— Susurró Marco mientras conducía. —Era lo correcto. —Sé que debió ser muy difícil para ti. —Lo fue, pero así deben ser las cosas. Marco frunció el entrecejo. Algo estaba sucediéndole a ella. Se suponía que luego de contarle la verdad a la niña, ella debería estar más relajada con él y en cambio se mostraba más distante y fría que nunca. —Ahora que Vicky ya lo sabe podrás regresar a Inglaterra sin problemas. Imagino que este tiempo con nosotros te ha costado muchas ganancias e inversiones. Un puño
A insistencia de los Zimmel y de su padre, ella accedió a salir con Marco. No se tomó muchas molestias con su apariencia, se vistió con una saya negra de tubo, una blusa azul marino de encaje y unas botas de tacón alto, recogiéndose el cabello en una cebolla. Marco también vestía casual, llevando unos jeans desteñidos, pulóver negro ajustado al cuerpo y un par de tenis negros. Con todo y botas, no era suficientemente alta como para llegarle a Marco a la altura de los hombros. —Estoy muy agradecido por todo lo que has hecho, Shey. Vicky es una niña educada, sensible, amable, inteligente… —comenzó él durante la cena. Había seleccionado un restaurante italiano, ya que recordaba que a ella le encantaba la comida italiana. Él se había pedido unos spaghettis napolitanos en lo que ella devoraba una lasaña. —No lo hice para complacerte, Marco. Victoria es mi hija. —Lo sé.—respondió él con una sonrisa nerviosa.—es por eso que quiero… pedirte perdón, de todo corazón. Fui un idiota. —Marco
La cumpleañera había desaparecido y ya era la hora de picar el pastel. Marco notó que la puerta de atrás estaba abierta y se asomó, sospechando que tal vez la había utilizado como vía de escape. —Hace un par de días me llamó. Me dijo que quería hacer algo especial por tu cumpleaños. ¿Estás segura de que es el mismo ogro del que tanto te quejabas?- oyó que preguntaba Marissa. —Lo es, sin embargo aparenta querer enmendarse. Marissa se movió nerviosamente. —¿Estás completamente segura de que solo lo aparenta? Quiero decir, ahí dentro no te quitaba los ojos de encima. —Conozco a Marco, Mari. Sabe que ahora con sus padres al tanto de la existencia de Vicky las cosas se han complicado. Los Zimmel me han preguntado la incluso sobre la posibilidad de que les envíe la niña por vacaciones a Londres en próximos años. —No lo comprendo. ¿Estás queriendo decir que Marco hace todo esto por complacer a sus padres? No tiene ningún sentido. —Tiene todo el sentido del mundo. Cuando Marco descubrió
Ella frunció el ceño. —Yo creí… —Pues creíste mal. No puedes comparar el fiasco de matrimonio que tuvimos con la relación que deseo tener con nuestra hija. No tienen nada que ver. —Pero, no lo comprendo. ¿Vas a quedarte? No puedes hacerlo, Marco. Al menos no permanentemente. —¿Quién dice que no puedo? Desde hace semanas estoy encargándome de los negocios vía internet y no hay ningún problema con ello. Además, estoy buscando una casa para comprarla. Voy a mudarme permanentemente aquí, a Miami. La quijada de ella cayó al suelo. —¿Por qué? —Pues porque puedo. Porque quiero estar cerca de mi hija...y de ti. Sheila dio un paso atrás, negando vehementemente. —¿De mí? ¿Qué tengo que ver yo en todo esto? Marco se puso en pie, acercándose lentamente a ella. Ella sintió como si estuviera siendo acechada por un tigre —Estas semanas juntos me han hecho notar un par de cosas que no había visto antes. —Marco, no. ¿Qué haces?—protestó ella escandalizada mientras Marco le obstruía el paso
Dentro de su habitación, Marco se maldecía por lo estúpido que había sido. Por supuesto que Sheila no lo elegiría. ¿Qué mujer en su sano juicio elegiría regresar con el ex que la había traicionado teniendo un amante candente y misterioso dispuesto a algo más? ¡Imbécil! Se había enamorado como un idiota de su ex esposa, notando los cambios en ella. Esa firmeza, esa seguridad con que decía las cosas tan diferente del comportamiento de aquella chiquilla de dieciocho años que nunca le llevaba la contraria. Él había sido honesto. Lo físico importaba, pero lo fundamental esta vez era el carácter atrayente y responsable que había visto en ella. Sheila Zimmel, la niña rica, su esposa, había sido para él un pastel vacío y desabrido, sin embargo, la doctora Stevens, era un banquete de delicias que lo atormentaba día y noche. No había nada más que él pudiera hacer, mientras ella estuviera encandilada por el italiano pasional y prohibido, no se voltearía a verlo a él, el hombre real, de car
En el auto de regreso, Marco se mantenía silencioso y con el rostro pétreo, por lo que ella optó por guardar silencio. Sin embargo, Victoria no se había percatado del ambiente gélido entre sus padres y parloteaba sin cesar. —Ya echo de menos a los abuelitos. ¿La casa de ellos en Inglaterra es grande, papi? —Sí, tesoro. —¿Más grande que nuestra casa? —Sí, Vicky. Es muy, muy grande. Pregúntale a tu mami, ella conoce la casa de tus abuelos. Vivimos en ella durante dos años. —¿Es eso cierto, mami? Pero ella estaba tan ensimismada, que ni siquiera oía lo que le preguntaban. —Shey—la llamó Marco. —Ah, perdón. ¿Qué decías? —¿Es verdad que la casa de los abuelos en Inglaterra es más grande que nuestra casa?- insistió Vicky.— dice papi que viviste en ella. Sheila miró a Marco de soslayo. —¿Le dejaste la mansión a tus padres? —Sí. Después de mi segundo divorcio no le encontré sentido a quedarme en aquella vetusta pila de rocas, yo solo. —Ya veo. Y sí, Vicky. La casa de tus abuelos