Ciao, bella:
En el auto de regreso, Marco se mantenía silencioso y con el rostro pétreo, por lo que ella optó por guardar silencio. Sin embargo, Victoria no se había percatado del ambiente gélido entre sus padres y parloteaba sin cesar.

—Ya echo de menos a los abuelitos. ¿La casa de ellos en Inglaterra es grande, papi?

—Sí, tesoro.

—¿Más grande que nuestra casa?

—Sí, Vicky. Es muy, muy grande. Pregúntale a tu mami, ella conoce la casa de tus abuelos. Vivimos en ella durante dos años.

—¿Es eso cierto, mami?

Pero ella estaba tan ensimismada, que ni siquiera oía lo que le preguntaban.

—Shey—la llamó Marco.

—Ah, perdón. ¿Qué decías?

—¿Es verdad que la casa de los abuelos en Inglaterra es más grande que nuestra casa?- insistió Vicky.— dice papi que viviste en ella.

Sheila miró a Marco de soslayo.

—¿Le dejaste la mansión a tus padres?

—Sí. Después de mi segundo divorcio no le encontré sentido a quedarme en aquella vetusta pila de rocas, yo solo.

—Ya veo. Y sí, Vicky. La casa de tus abuelos
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