Ella frunció el ceño. —Yo creí… —Pues creíste mal. No puedes comparar el fiasco de matrimonio que tuvimos con la relación que deseo tener con nuestra hija. No tienen nada que ver. —Pero, no lo comprendo. ¿Vas a quedarte? No puedes hacerlo, Marco. Al menos no permanentemente. —¿Quién dice que no puedo? Desde hace semanas estoy encargándome de los negocios vía internet y no hay ningún problema con ello. Además, estoy buscando una casa para comprarla. Voy a mudarme permanentemente aquí, a Miami. La quijada de ella cayó al suelo. —¿Por qué? —Pues porque puedo. Porque quiero estar cerca de mi hija...y de ti. Sheila dio un paso atrás, negando vehementemente. —¿De mí? ¿Qué tengo que ver yo en todo esto? Marco se puso en pie, acercándose lentamente a ella. Ella sintió como si estuviera siendo acechada por un tigre —Estas semanas juntos me han hecho notar un par de cosas que no había visto antes. —Marco, no. ¿Qué haces?—protestó ella escandalizada mientras Marco le obstruía el paso
Dentro de su habitación, Marco se maldecía por lo estúpido que había sido. Por supuesto que Sheila no lo elegiría. ¿Qué mujer en su sano juicio elegiría regresar con el ex que la había traicionado teniendo un amante candente y misterioso dispuesto a algo más? ¡Imbécil! Se había enamorado como un idiota de su ex esposa, notando los cambios en ella. Esa firmeza, esa seguridad con que decía las cosas tan diferente del comportamiento de aquella chiquilla de dieciocho años que nunca le llevaba la contraria. Él había sido honesto. Lo físico importaba, pero lo fundamental esta vez era el carácter atrayente y responsable que había visto en ella. Sheila Zimmel, la niña rica, su esposa, había sido para él un pastel vacío y desabrido, sin embargo, la doctora Stevens, era un banquete de delicias que lo atormentaba día y noche. No había nada más que él pudiera hacer, mientras ella estuviera encandilada por el italiano pasional y prohibido, no se voltearía a verlo a él, el hombre real, de car
En el auto de regreso, Marco se mantenía silencioso y con el rostro pétreo, por lo que ella optó por guardar silencio. Sin embargo, Victoria no se había percatado del ambiente gélido entre sus padres y parloteaba sin cesar. —Ya echo de menos a los abuelitos. ¿La casa de ellos en Inglaterra es grande, papi? —Sí, tesoro. —¿Más grande que nuestra casa? —Sí, Vicky. Es muy, muy grande. Pregúntale a tu mami, ella conoce la casa de tus abuelos. Vivimos en ella durante dos años. —¿Es eso cierto, mami? Pero ella estaba tan ensimismada, que ni siquiera oía lo que le preguntaban. —Shey—la llamó Marco. —Ah, perdón. ¿Qué decías? —¿Es verdad que la casa de los abuelos en Inglaterra es más grande que nuestra casa?- insistió Vicky.— dice papi que viviste en ella. Sheila miró a Marco de soslayo. —¿Le dejaste la mansión a tus padres? —Sí. Después de mi segundo divorcio no le encontré sentido a quedarme en aquella vetusta pila de rocas, yo solo. —Ya veo. Y sí, Vicky. La casa de tus abuelos
—Sí, sono Io, cara. ¿Esperabas la llamada de alguien más? —No.— susurro entrecortadamente .—es…es solo que he intentado llamarte varias veces y tu celular estaba apagó o fuera del área de cobertura. —Lo sé. Lo he mantenido apagado porque he estado hasta las cejas en reuniones. —Comprendo. ¿Cuándo regresas a Miami, hay tanto que... —Realmente lo lamento, cara. Pero no voy a regresar. Sheila se paralizó en medio del pasillo, rápidamente se apoyó contra la pared porque sintió que el mundo le daba vueltas. —¿No regresas? Pero…¿por qué? —Me ha surgido un asunto importante en Italia y debo partir para allá inmediatamente. Tragó en seco, apretando su celular entre sus dedos, para no dejarlo caer, le temblaba la mano. —Pero planeas regresar a Estados Unidos una vez resuelvas tus asuntos en Italia, ¿cierto? Casanova guardo silencio y ella se desesperó. —Vas a regresar, ¡¿cierto?!—masculló ella, sintiendo que el corazón se le rompía en mil pedazos. —No puedo, cara. Ella gruñó. —¿
Cuando despertó, notó que en su habitación habían alrededor de diez ramos de flores. Rosas, orquídeas, caléndulas y jazmines perfumaban todo el lugar. Junto a su mesa de noche encontró una nota: “ Un pétalo por cada vez que me fui de casa sin darte un beso.” Sheila se mordió el labio inferior, bufando de frustración y estrujando la nota en su mano. Esta situación no podía continuar, tenía que recalcarle los puntos sobre las ies a Marco. El hombre no podía seguir creyendo que ella era su monigote, y que un par de tonterías cómo estas la harían cambiar de opinión. Por desgracia, las cosas con Casanova se habían ido al carajo, y le dolía. ¡Le dolía tanto! Después de años de mantener su corazón bajo llave había aparecido ese sexy italiano que había puesto a prueba sus límites.Sheila se sonó la nariz con un pañuelo de papel. Necesitaba ayuda profesional. Tomó su celular y marcó el número de su más fiel y confiable consejera. —No me lo puedo creer. No puedo creer que te halla hecho
Su grito de sorpresa , se ahogó contra la boca de Marco, quien la besó como si se estuviera acabando el mundo. Luchaba por librarse de su agarre, con uñas y dientes, pero él no la soltaba. —Fiera.— Murmuró Marco, divertido. —¡Violador!—chilló ella, colérica. Marco soltó una risita. —No te estoy violando, cara. Solo estoy intentando ayudarte a entrar en razón. Eso la paralizó. Estaba comenzando a sudar frío. ¿Estaba alucinando? Tenía que estarlo. Marco no podía haber sonado exactamente igual que Casanova. —¿Qué te sucede, bella?— susurró él, contra su cuello.–te has puesto pálida de pronto. ¡ No! Ella tenía que estar equivocada. ¡No podía ser! Aprovechando que ella permanecía atónita, Marco la volvió a besar. Esta vez, lo hizo con lentitud, con delicadeza, derramando en cada movimiento de sus labios el terrible sufrimiento que le estaba produciendo tener a la mujer que tanto deseaba tan cerca pero tan lejos. Ella rompió el beso, apartando su rostro de él y manteniendo una
Se paró de la cama de un salto, envolviéndose en la sábana y enfrentando a Marco con perplejidad. —Marco, ¿qué…?—se ahogó en sus propias palabras.—¿qué haces aquí? ¡¿Que hago yo aquí?! —Pasamos la noche juntos, cara. Ella dio un paso atrás, como si él la hubiera golpeado. ¡No! ¡No podía ser! —¡¿Tú?! No... ¡No puedes ser tú…! Dos meses antes, Hotel Carlton, New York: —Las manos contra el espejo.— le ordenó y ella obedeció intrigada. —Me gusta tu piel.— comentó él, mientras acariciaba su espalda, disponible a su tacto ya que el vestido no la cubría.— es rosada e impoluta…me pregunto si eres así de delicada en todos lados. Lentamente comenzó a desproveerla de las diminutas horquillas que habían mantenido aprisionado su cabello, dejando que sus castañas mechas cayeran alrededor de su pequeño rostro. Cuando ya todo su cabello estuvo suelto, lentamente, Casanova acarició su cuello y espalda, con ambas manos, hasta rodear su pecho y apoderarse lentamente de sus senos, apretándolos
Luego de vestirse en su habitación y de buscar el botiquín de primeros auxilios, bajó al comedor. Marco la esperaba descalzo, vistiendo solamente el pantalón de su pijama, dejando al descubierto toda su musculosa y bronceada piel. Sheila se pateó mentalmente. No lograba comprender como no se había dado cuenta de que Casanova era Marco. —Quédate quieto.— Murmuró, tomando un algodón y comenzando a limpiar la herida. Era un corte bastante feo y de bordes irregulares, que necesitaba al menos dos suturas.— tendrán que cocerte. Si quieres podemos ir a emergencias o puedo hacerlo yo, aquí. Las manos de Marco comenzaron a tocarla, acariciando sus nalgas y tirando de ella para tenerla más cerca. —Una de mis fantasías, es tenerte en plan doctora mandona.—susurro él, en tono seductivo. Ella dio varios pasos, lejos de sus peligroso tentáculos. —Esto tiene que parar, Marco. Si continúas manoseándome no lo haré aquí. Marco la contempló a través de sus pestañas. —De acuerdo, doc. Proceda.