—Carla, no entiendo qué…—Sí, sí, lo sé —atajó ella a Maximiliano—. Sé que preguntarás y tú también —miró al rubio— sobre la conexión que existe entre este lugar y aquella casa que se ve desde aquí —señaló al frente (izquierda de Peter, derecha de Max), a través de un gran ventanal—. Además de conocer a la recepcionista, claro está, sé que preguntarán por todo. Y por supuesto, el que estemos hoy aquí.En ese momento, un mesonero joven de aproximadamente unos veinte años, muy bien vestido, con un uniforme que llevaba en la camisa de color beis y negro el logotipo del sitio, ofreció el menú a cada uno recomendándoles la especialidad de la casa, la cual era carne al estilo argentino, acompañada con un contorno especial de preferencia y otro sencillo.Cala les anunció a sus acompañantes conocer unos trucos no tan costosos pero deliciosos e imperdibles que aprendió desde aquellas primeras veces que empezó a acudir allí. Ya en ese momento, Maximiliano se mordía la lengua por hacer todas sus
La oficinas de Davison & Asociados ya no eran las iguales. Maximiliano, conocedor de primera mano de la magnitud y opulencia de las mismas, se sorprendió bastante cuando el chofer se estacionó en una zona céntrica, pero frente a un edificio residencial.Se bajó del vehículo, ayudó a Carla a lo mismo y ambos caminaron hacia un pasillo ancho, construido con grandes ladrillos que a esa hora de la mañana, más el frío, se veían húmedos. Arco y entrada de un pequeño espacio abierto, precioso jardín con arbustos bien cortados y flores por doquier, donde la nieve aún podía verse sobre cada rincón, batallando con apagar o fortalecer la belleza de la naturaleza.—¿Éstas son las oficinas de mi padre?Maximiliano miró hacia un lado y otro, buscando el punto exacto a dónde dirigirse. Solo veía paredes y puertas de madera en el piso de abajo y muchas ventanas en ese piso superior. Detallaría todo mejor, pero el frío no le dejaba.—Ciertamente, no estoy claro qué hacemos acá —dijo él. Sacó su móvil
La seriedad de Maximiliano rivalizó con el asombro de Carla, al escuchar el nombre de una de las dos personas que iban camino a la reunión.La señora Yul entró con una bandeja y dos cafés, junto con aguas para todos, mirando de reojo a la mujer que compartía su apellido y aún no despegaba ojos de quien le acababa de informar sobre un ex novio suyo a punto de llegar allí.Max decidió no dejarse amedrentar por la información. Aún no había visto al sujeto, era pronto para sacar conclusiones, pero odió severamente el no estar enterado. Se suponía que se hizo una investigación previa, se dio por entendido de la identidad de las personas que estarían presentes, hasta de sus historias de vida, pero desde que pusieron un pie sobre ese suelo no paró de sorprenderse: el lugar de las oficinas era distinto, confundiéndolo, ya que no era el mismo que él conoció hace unos cuantos años; el apellido de la señora que le llevó el humeante café, la misma que les recibió y su cargo en la empresa, siendo
El vehículo entró al garaje privado. Ellos se bajaron, saludaron al botones de turno, se montaron en el ascensor y subieron a uno de los últimos pisos de esa torre.Carla lideró la marcha, saliendo ella primero y llegando en el mismo orden ante la puerta.—No sé para qué te apuras si yo tengo la llave. —Max sacó la tarjeta y la pasó por el lector, abriendo la bonita madera blanca de la entrada principal.—Deberías darme una de esas —decía ella, mientras entraba en el pasillo de las habitaciones—. ¡Me tienes como una prisionera!Él exhaló una buena ráfaga de aire, intentando liberar la tensión en sus hombros. El olor a nuevo, flores y madera les cubrió. Carla caminó directo a su habitación.Max suspiró y cerró la puerta, dejando su sobre todo, el gorro, la bufanda y sus guantes en el perchero a su derecha y sobre una pequeña mesita contra la pared. Allí mismo, en ese muro, una serie de interruptores servían de control para la luz, la calefacción y las cortinas. Accionó el último, hacie
—Esto no es justo, no puede ser —mencionó Carla mientras los vehículos pertenecientes a Maximiliano Bastidas y su gente entraban a los terrenos del castillo y el museo que ahora le pertenecía.Se colocaba los guantes con molestia y preparaba su chaqueta para salir a enfrentar el templado clima. Maximiliano la observó todo lo que pudo sin crear mayor incomodidad entre ambos. Ella parecía molesta con él, pero a la vez consigo misma. En las únicas veces que le dirigió la palabra, ella terminaba dándose pequeños golpes con alguna cosa, la tarjeta, los guantes…, más allá de enojada o nerviosa, parecía ansiosa.—¿De qué estás hablando? —preguntó él, ya listo para salir del vehículo, el cual se había detenido frente a una antigua edificación que su fachada mostraba magnificencia, pero a la vez, ruina.—Soy de aquí, nací en esta ciudad, viví la mitad de mi vida en ella y me está costando acostumbrarme al clima, en cambio tú pareciera que estuvieses en esta ciudad desde antes de nacer.Max emi
Se fueron caminando hacia el museo, el cual quedaba a pocos kilómetros de allí. En sí misma, toda la estructura, la que antes pertenecía a Fred Davison (ahora siendo de Maximiliano Bastidas), solía conocerse como “El Castillo”, que aparte de serlo, no era más que la muestra de exhibiciones de obras locales, un lugar donde se suponía debían exponerse obras de artistas de renombre, pero mayormente de Gran Bretaña. Sin embargo, Maximiliano desconocía datos importantes. Una de las cosas que no sabía, de lo que no fue informado previamente a esa visita, era que aún quedaban objetos dentro de aquel lugar, el cual debía estar completamente vacío. El empresario fue notificado de otra cosa muy distinta y a Carla, siendo dueña del porcentaje accionar de la fundación que hacía vida en la estructura. Estaba sorprendido de que a ella simplemente no le notificaron absolutamente nada, algo que apenas en ese momento Maximiliano corroboraba: a su esposa nunca le llegó el mismo documento o folio que a
—Merezco una explicación, ¿a dónde me estás llevando?—¿A dónde crees que te estoy llevando? ¿Ni siquiera te duele esa herida? Al hospital —explicó y aproechó para que esa contestación sirviera para indicarle al chofer hacia donde tenía que ir.Ella bufó, pero un dolor de cabeza atravesó su cráneo. Max negó, exasperado. Sacó su teléfono móvil y marcó el número de Peter, quien le contestó en menos de tres repiques.—¡Estoy harto de esta mierda! —ladró Max al teléfono, ya no le importaba que su chofer escuchara todo—. Hay demasiada desinformación aquí ¡y Carla está sangrando! Sí, Carla está herida, ¡sí! ¡Joder! Unos imbéciles robando cosas del museo que ni siquiera sabía que teníamos, hicieron todo como unos vil delincuentes y ese tal Brandon… —Miró a Carla—. Investiga, hagan los suyo. Ese idiota me contó lo que estaba pasando ya cuando estábamos a punto de descubrirlo.Escuchó a Peter decirle que temía que el periodista intentó escaquearse del asunto queriendo confesar, pero que claram
Daniel Glint vivía en un apartamento del tamaño de una gran casa. El lugar poseía una terraza adornada con flores y hasta un espacio conceptual a la izquierda, con sillas de jardín armado allí, dando la sensación de no estar en las alturas, sino al ras del suelo. Por supuesto, él era dueño de mucho más, pero adoraba ese apartamento. Siempre abrazó la idea de estar cerca del bar GLINT original, de su oficina y lugar de trabajo. Poseer vehículos de varios tamaños y colores, y un personal que le trabajase a toda hora, gente que pudiese traerlo y llevarlo para dónde quisiera, para él no era importante mientras pudiese dirigirse caminando hasta la discoteca, mientras pudiese disfrutar del paisaje de la ciudad que amaba.Daniel era el epítome de sencillez y opulencia, de trabajo arduo e inexorable ocio, de poseer una actitud agradable y a la vez pedante, un compendio de todo, él era un personaje muy curioso. Reía a rabiar, hacía bromas, echaba los mejores chistes, tenía ideas extravagantes