—¿Señor? —B.J se levantó de su asiento al ver salir a su jefe de la recámara principal, la misma donde se hospedaba Carla Davison de Bastidas.—B.J, Carla ha pedido hacer esto sola, no quiere que nadie la interrumpa y no pude convencerla de lo contrario. Yo me encargaré de esto, tal vez tú puedas vigilar abajo.—Señor, un grupo de periodistas se ha posado en la entrada del hotel.—¡Joder!—Suspiró y restregó sus párpados con renovado cansancio—. ¿Qué tienes en mente?—Salir en la madrugada. Ya nos coordinamos con la seguridad el hotel para que colabore y resguarde todas las salidas, incluyendo la de emergencia, el acceso a la cocina, lavandería y la escalera contra incendios.—Muy bien, buen trabajo. Te agradezco me mantengas informado. Escríbeme. Esto será rápido, pero después… —Max hizo una mueca de resignación y lamento.El escolta asintió, comprendiendo muy bien de qué hablaba su jefe.—No se preocupe, señor, yo me encargo de todo. Con permiso.Max asintió y se giró para mirar la p
El tono de llamada terminada casi atraviesa los tímpanos de Daniel que, en medio de su rabia, percibió el sonido como si fuese emitido a un volumen altísimo.Se contuvo, se contuvo todo lo que pudo, mirando el celular, imaginándose que lo explotaba con un apretón de su mano. La pantalla regresaba a la normalidad, mostrando el número de su primo con la notificación que suele dejar la aplicación de chat y su sección de llamada.Exhalando por tercera vez, arrugando la cara por su dolor de estómago, serio, colocó el móvil sobre la mesa baja de forma delicada, como si no quisiera que el simple toque hiciera el mínimo ruido.Miró al frente. Una serie de imágenes comenzaron a proyectarse a su alrededor, partiendo del frente, como un diaporama convertido en vídeo, como un reel infinito de todas las cosas que iban a ocurrirle en el momento que Maximiliano y su gente se dieran cuenta que el periodista era familiar suyo. Sabía que Peter Embert profundizaría, empezaría a desglosar camino, el desc
—¿Estás lista?Maximiliano conservó de nuevo sus pensamientos. No entendía por qué, pero Carla le parecía cada vez más hermosa. Aunque si se lo proponía y pensaba con más detalle en esa explicación, entendía la razón por la cual la veía ahora más bella que hace horas, o que hace días. Incluso, que el día de la boda.Peter le pasó información detallada, con informe adjunto, de todo el protocolo de reconocimiento y de cada palabra dicha en el vídeo. Después de evitar escucharlo o leerlo, la curiosidad pudo con él.Abrió el archivo y escuchó la conversación completa entre el médico forense y ella, la cual estuvo llena de muchos silencios y duras palabras. El resultado de esa argucia: quedar maravillado, aún más, por su esposa.Oír sus preguntas, hablar sobre las heridas de su tía con una voz que claramente evidenciaba dolor, pero llevada por la fortaleza de su alma, le hizo admirarla un poco más. Ya lo venía haciendo desde que se enteró de la vida que ella tuvo con su madre cuando el ins
—Carla, no entiendo qué…—Sí, sí, lo sé —atajó ella a Maximiliano—. Sé que preguntarás y tú también —miró al rubio— sobre la conexión que existe entre este lugar y aquella casa que se ve desde aquí —señaló al frente (izquierda de Peter, derecha de Max), a través de un gran ventanal—. Además de conocer a la recepcionista, claro está, sé que preguntarán por todo. Y por supuesto, el que estemos hoy aquí.En ese momento, un mesonero joven de aproximadamente unos veinte años, muy bien vestido, con un uniforme que llevaba en la camisa de color beis y negro el logotipo del sitio, ofreció el menú a cada uno recomendándoles la especialidad de la casa, la cual era carne al estilo argentino, acompañada con un contorno especial de preferencia y otro sencillo.Cala les anunció a sus acompañantes conocer unos trucos no tan costosos pero deliciosos e imperdibles que aprendió desde aquellas primeras veces que empezó a acudir allí. Ya en ese momento, Maximiliano se mordía la lengua por hacer todas sus
La oficinas de Davison & Asociados ya no eran las iguales. Maximiliano, conocedor de primera mano de la magnitud y opulencia de las mismas, se sorprendió bastante cuando el chofer se estacionó en una zona céntrica, pero frente a un edificio residencial.Se bajó del vehículo, ayudó a Carla a lo mismo y ambos caminaron hacia un pasillo ancho, construido con grandes ladrillos que a esa hora de la mañana, más el frío, se veían húmedos. Arco y entrada de un pequeño espacio abierto, precioso jardín con arbustos bien cortados y flores por doquier, donde la nieve aún podía verse sobre cada rincón, batallando con apagar o fortalecer la belleza de la naturaleza.—¿Éstas son las oficinas de mi padre?Maximiliano miró hacia un lado y otro, buscando el punto exacto a dónde dirigirse. Solo veía paredes y puertas de madera en el piso de abajo y muchas ventanas en ese piso superior. Detallaría todo mejor, pero el frío no le dejaba.—Ciertamente, no estoy claro qué hacemos acá —dijo él. Sacó su móvil
La seriedad de Maximiliano rivalizó con el asombro de Carla, al escuchar el nombre de una de las dos personas que iban camino a la reunión.La señora Yul entró con una bandeja y dos cafés, junto con aguas para todos, mirando de reojo a la mujer que compartía su apellido y aún no despegaba ojos de quien le acababa de informar sobre un ex novio suyo a punto de llegar allí.Max decidió no dejarse amedrentar por la información. Aún no había visto al sujeto, era pronto para sacar conclusiones, pero odió severamente el no estar enterado. Se suponía que se hizo una investigación previa, se dio por entendido de la identidad de las personas que estarían presentes, hasta de sus historias de vida, pero desde que pusieron un pie sobre ese suelo no paró de sorprenderse: el lugar de las oficinas era distinto, confundiéndolo, ya que no era el mismo que él conoció hace unos cuantos años; el apellido de la señora que le llevó el humeante café, la misma que les recibió y su cargo en la empresa, siendo
El vehículo entró al garaje privado. Ellos se bajaron, saludaron al botones de turno, se montaron en el ascensor y subieron a uno de los últimos pisos de esa torre.Carla lideró la marcha, saliendo ella primero y llegando en el mismo orden ante la puerta.—No sé para qué te apuras si yo tengo la llave. —Max sacó la tarjeta y la pasó por el lector, abriendo la bonita madera blanca de la entrada principal.—Deberías darme una de esas —decía ella, mientras entraba en el pasillo de las habitaciones—. ¡Me tienes como una prisionera!Él exhaló una buena ráfaga de aire, intentando liberar la tensión en sus hombros. El olor a nuevo, flores y madera les cubrió. Carla caminó directo a su habitación.Max suspiró y cerró la puerta, dejando su sobre todo, el gorro, la bufanda y sus guantes en el perchero a su derecha y sobre una pequeña mesita contra la pared. Allí mismo, en ese muro, una serie de interruptores servían de control para la luz, la calefacción y las cortinas. Accionó el último, hacie
—Esto no es justo, no puede ser —mencionó Carla mientras los vehículos pertenecientes a Maximiliano Bastidas y su gente entraban a los terrenos del castillo y el museo que ahora le pertenecía.Se colocaba los guantes con molestia y preparaba su chaqueta para salir a enfrentar el templado clima. Maximiliano la observó todo lo que pudo sin crear mayor incomodidad entre ambos. Ella parecía molesta con él, pero a la vez consigo misma. En las únicas veces que le dirigió la palabra, ella terminaba dándose pequeños golpes con alguna cosa, la tarjeta, los guantes…, más allá de enojada o nerviosa, parecía ansiosa.—¿De qué estás hablando? —preguntó él, ya listo para salir del vehículo, el cual se había detenido frente a una antigua edificación que su fachada mostraba magnificencia, pero a la vez, ruina.—Soy de aquí, nací en esta ciudad, viví la mitad de mi vida en ella y me está costando acostumbrarme al clima, en cambio tú pareciera que estuvieses en esta ciudad desde antes de nacer.Max emi