Que felicidad siento, cuando veo que ya estamos subidos al avión con destino a Hawái. Sentados cada uno en su asiento, presiento que Lesley está un poco más relajada, ella mira por la pequeña ventanilla tratando de entretenerse un rato.
La conozco muy bien y sé que piensa que esto no será una buena idea, pero como cuento con el apoyo de su madre no hay vuelta atrás, y se va a tener que aguantar. Llevamos tres largas horas de viaje, y no hemos cruzado ni una sola palabra, supongo que está muy enfadada conmigo por que no ha dejado de mirar su móvil en todo el trayecto que llevamos menos mal que ya llevamos la mitad del viaje.
Lo sé porque hay dos señoritas repartiendo bebida y comida con unos carritos por mitad del avión, cuando una de ellas llega a nuestra altura, nos pregunta si deseamos tomar algo, aunque sea un aperitivo.
—No, muchas gracias —responde Lesley, devolviendo la mirada a su teléfono.
—Dos sándwiches mixtos, y dos botellitas de agua; una normal y la otra con gas, por favor —contesto enseguida, sin dejar que ella diga nada más.
—¡Qué maravilla! Jamás pensé que fueras tan eficiente —comenta Lesley, irónicamente levantando la mirada del móvil.
—Gracias cielo, algún día no muy lejano me agradecerás este secuestro exprés —insisto un poquito cabreado, quitándola el móvil, para apagarle seguidamente.
—¿De verdad? —continúa con su ironía—. No vas a tener vida suficiente para que te perdone está jugarreta —termina de decirme entre dientes, a media sonrisa tratando de recuperar su teléfono.
—Eso ya lo veremos —respondo desenvolviendo su sándwich—. Es más, querida te recuerdo que tengo la aprobación de tu querida madre —termino de justificarme, con una sonrisilla un poco diabólica.
—Esa es otra, ya hablaré con ella dentro de tres días.
Una pequeña gota de sudor me resbala por la frente pensando en la que le esperará a Aurora en cuanto lleguemos de regreso, y... Para el colmo me atraganto con un trozo de sándwich. Comienzo a toser de forma muy persistente, la tos es tan ruda que Lesley me da enseguida unas palmaditas en la espalda, y me ofrece un poco de agua.
—Coff cof cof —termino de toser—. Heeee... Bueno... Tendrás que llamarla por teléfono —comento, intentando coger un poco de aire.
—¿Estás bien? —me pregunta cuando ve que ya respiro un poquito mejor.
—Sí —respondo, rápido y veloz.
Lesley me mira, y yo también a ella, esa mirada de querer matarme tiene que ser respondida al instante, y ya que estamos dirección a Hawái, todavía tengo más argumentos para responder a su mirada, con una peor que la de ella. Por qué, para salir de aquí necesitaría un paracaídas, y no creo que la de por tirarse del avión en marcha.
He estado unos días muy atareado, con el viajecito inesperado que he tenido que preparar de última hora. Pero vamos que en realidad me da igual, lo que puede llegar a pensar. Sé que está cabreada conmigo; saboreando un pequeño bocado, la veo pensar demasiado sé que tiene algo en mente y que está planeando como decirlo.
—Espera, a ver. ¿Me acabas de decir, qué dentro de tres días... voy a tener que hablar con mi madre por teléfono? —inquiere, a la misma vez que su cara comienza a ponerse más roja que una manzana. Sus manos aprietan con fuerza el sándwich, y su ceño se arruga más que un acordeón.
La miro directo a los ojos, centro su atención y finjo media sonrisa para ella. Creo que me he metido en un buen lio, pero... me armo de valor y respondo como si no me importase lo que ella pueda llegar a pensar:
—Nuestros quince días de vacaciones... ¡acaban de empezar!
—¿Qué...? ¿Estarás de coña? Eso no puede ser. Tengo compromisos... Mi agenda está saturada... Dios mío, ¿por qué? ¿Por qué me haces esto? —Me empieza a saturar con millones de preguntas, que para el colmo de los colmos no tengo una respuesta.
Cuando el avión aterriza, recogemos nuestro equipaje y pido un taxi. Una vez que ya estamos dentro del coche Lesley estalla, está tan estresada que comienza a discutir sin ningún motivo conmigo.
Para ella no ha sido nada fácil este último mes, y encima entre su madre y yo, hemos decidido lo que tiene que hacer en los próximos quince días. Desde qué se ha enterado que sus vacaciones iban a durar quince días, la angustia se ha apoderado de su cuerpo.
Después de discutir todo el trayecto que dura el viaje al hotel, al llegar cada uno recogemos la llave de nuestra habitación y, casi sin hablarnos subimos al ascensor. Al llegar a planta, buscamos el número de habitación y Lesley abre la suya al instante, para esconderse en ella.
—Hasta mañana, amigui —le digo, intentando no tener mucho en cuenta el cabreo que tiene.
—Hasta mañana —me responde malhumorada—. Espero que tengas malos sueños esta noche y qué tu conciencia no te deje dormir —termina de decirme cerrando de un portazo.
♥♥♥♥♥♥
Lesley, enciende la luz de la habitación y al darse la vuelta, ve una enorme cama. El cabecero es un acuario tan grande y perfecto, que se la cae la baba al mirarle. Esos maravillosos peces de millones de colores, y el ruido que provoca la cascada de dentro del mismo la hacen quedarse; paralizada y boquiabierta.
Poco a poco va deshaciendo su maleta, y guarda su ropa en el ropero, cuando termina abre el mini bar y se sirve una copa de champán. Con la copa entre sus dedos sale a la terraza, se sienta en una silla, y mira el precioso manto de estrellas que tiene sobre su cabeza, y esa tremenda luna que no para de brillar.
Muy despacio y con calma da su primer sorbo de ese champán rosado. Al ver que el sabor es tan delicioso y, que lo único que la acompaña es el silencio de la noche; comienza a sentir un poco de cargo de conciencia.
Después de unos veinte minutos de soledad, y recapacitar sobre su conducta, sale de la habitación, cruza el pasillo, y toca la puerta de su amigo.
—Tú ganas. Me rindo, siento mucho mi comportamiento exagerado —afirma mirando al suelo, mientras la culpa la corroe por dentro.
—Yo también te pido perdón, por mi actitud. ¿Quieres tomar algo? —pregunta Abraham, invitándola a pasar.
Solo unos pocos minutos han bastado para que los dos se pidan perdón, y se fundan en un fuerte abrazo. De esta forma Lesley comienza a disfrutar de sus vacaciones, pasa a la habitación de su amigo y le acepta esa copa.
Después de una copa, llega la siguiente y la siguiente, y la siguiente; cuando terminan de vaciar el mini bar a las tres de la madrugada, terminan cansados de recordar sus fiestecillas de juventud.
Sin más alcohol, y aburridos de tanto hablar no se les ocurre que más hacer; finalmente se tumban en la cama mirando al techo.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Lesley, riendo sin parar.
—Duérmete y descansa, mañana será un nuevo día —responde Abraham medio dormido, acurrucándose sobre sí mismo.
Al escuchar los ronquidos de su amigo, cansada de dar vueltas en la cama, se levanta a hurtadillas y sale de la habitación; cierra muy despacio la puerta, intentando no hacer mucho ruido. Cruza el pasillo, y entra en su cuarto dando tras pies de lado a lado.
El alcohol la corre por las venas, y en muy poco tiempo comienza a ebullir en su sangre, lo que la hace animarse a sí misma aún más. Abre el grifo de la bañera hidromasaje y, deja que el agua se temple. Al poner el tapón en el desagüe para que se llene la bañera, en el ambiente comienza a crearse una cortina de vaho.
Cuando ya está medio llena, escucha un grupo de chicas dando voces; asomada por una pequeña ventana, ve que se trata de una despedida de solteras. Al recordar la boda de su mejor amiga y lo bien que lo pasaron, cierra el grifo, busca sus manoletinas, se coloca el cabello con los dedos, y sale de la habitación a toda prisa.
Llegando al hall principal del hotel las ve de entrar. Una de las chicas empieza a marearse y se despide de las demás. Por las fachas que lleva con ese disfraz de Caperucita sexy, Lesley sobre entiende que se trata de la novia.
Las demás chicas continúan con la fiesta, están tan contentas que no se dan cuenta de que Lesley, les ha perseguido hasta llegar a una pequeña pista de baile que tiene el hotel.
Al entrar en el salón, se encuentra con un montón de personas que seguramente ellos también estén hospedados, en el hotel. Sin dejar de mirar el salón de fiestas, camina despacio observando la decoración navideña que para ella es maravillosa. Salta a la vista que los decoradores han tenido un gusto exquisito y muy elegante. Ahí adentro hay millones de luces de colores que no dejan de parpadear, parecen luciérnagas iluminando la sala por todos los rincones. A su derecha hay un pino de navidad que es enorme, mide casi los dos metros de altura. Es tan grande que lleva muchos metros de lazo rojo y verde enrollados en él con delicadeza, para decorarle, aparte de pequeñas bolas de cristal, y otra clase de adornos pequeñitos que cuelgan de sus ramas. Lesley comprende que es indiferente en esa sala, nadie la reconoce y por una vez en su vida, siente que se ha desprendido de su trabajo. A pesar del alcohol que la acompaña corriendo por sus venas, se siente libre. Desde un pequeño escena
Robert la mira sorprendido por su descuido, ni siquiera sabe cómo han llegado hasta el séptimo piso. Pero de lo que sí se ha dado cuenta, es de que Lesley se está partiendo de la risa. —¡Hay mi madre!, esto es de locos —comenta Robert, pulsando el botón número cinco, para bajar las dos plantas. La puerta vuelve a abrirse, y Robert vuelve a tirar de la cintura de Lesley para que camine. Cuando la puerta se cierra, ella intenta caminar en línea recta, pero no lo consigue; le pesa tanto su propio cuerpo que comienza a dar traspiés, hasta que se para en seco sujetándose contra la pared. Unos segundos después, intenta caminar y consigue dar unos cuantos pasitos, hasta que sus ojos se llenan de lágrimas, y los recuerdos con Bryan la hacen desplomarse de nuevo al suelo. «¡Ay mi Dios! Esto ya no es normal» piensa Robert, mientras se sienta a su lado en el suelo. —Venga no se ponga así. Señorita deje de llorar, solo necesita descansar. Lesley se limpia la cara, y acomoda su cabeza
La puerta suena, Lesley va y la abre enseguida, pensando que se puede tratar de Abraham. —Buenos días, aquí tiene su desayuno —dice el camarero, entrando con el carrito sin dejar de mirar al suelo, para no parecer indiscreto. Lesley se queda petrificada, al ver quién es el camarero. Al pronto no sabe de quien se trata, pero en solo unos segundos ya sabe quién es. No puede creerlo que sea él, y que lo esté recibiendo con tan solo una toalla enrollada en su cuerpo. —Muchas gracias… —responde avergonzada, apretando sus manos a ella para que no se le caiga al suelo. —Se lo dejo aquí. Será mejor que me vaya —contesta el chico, al recordarla en el escenario, en el ascensor, en el pasillo. Robert lo está pasando fatal, verla anoche tan indefensa, frágil y perdida consigo misma, no fue un plato de buen gusto, pero lo de hoy supera su fuerza de voluntad. Está increíblemente sexy con el cabello mojado, y esas pequeñas gotas de agua que adornan sus hombros y su escote. —Buenos días caball
Veo como Lesley regresa a la mesa, mi curiosidad se hace muy extrema, al ver que se ha dado la vuelta dos veces para mirar a Robert. Y no me extraña que le guste ese hombre, aparte de ser muy guapo, está tremendamente muy bueno, se ve que se machaca cada día en el gimnasio. Y para el colmo de todos los males, la rescató de su soledad anoche mismito. Si no hubiese sido por él, mi amiga no hubiese llegado a la habitación. Ya no puedo más con está intriga estoy deseando enterarme de todo, pero prefiero no hacer muchas preguntas, ya bastante tuve anoche con tener que abrirla la puerta. Lesley se confundió de número de habitación, y no me quedó otra que tener que despertarme, puesto que no la iba a dejar tirada en ese pasillo. Pedimos algo de cena, y no sé qué más maravillas tenga este hotel, pero os juro que todos los camareros son guapísimos, quizás sea que los morenos me ponen, pero jobar es que están... “De toma pan y moja”. Después de haber cenado casi en silencio, cuando ya estamo
Lesley primero se da una ducha y después también se pone el pijama y se mete en la cama; está tan cansada que cierra sus ojos y se queda dormida. A la mañana siguiente, se despierta más animada que nunca, hasta el punto de que se da una ducha muy rápida, para retirar de su cuerpo ese olor mañanero que nos acompaña cuando estamos recién despiertos. Después se viste, y va en busca de su amigo Abraham.—Buenos díassss. Venga, ¿qué haces todavía dormido? Pensé que ya estarías despierto —insiste Lesley entrando en la habitación de Abraham, con la esperanza de que se espabile y vuelvan a irse de compras. —Estoy tan cansado de la caminata de ayer, que se me pegaron las sábanas —responde Abraham adormilado, estirando su cuerpo.—¡Pues despierta!, que se supone que me has secuestrado para estar por ahí todo el día, no para estar encerrada en un hotel —comenta mientras le ve entrar al baño.Mientras tanto ella se asoma por el balcón de la ha
A la mañana siguiente un rayito pequeño de sol que entra por la ventana, calienta suavemente la mejilla de Lesley, al ver que el sol ya se cuela por su ventana, cuando abre un poco más sus ojos, y se estira dentro de la cama. Espabilándose un poquito llama a su madre, está tan contenta en Hawái, que quiere darle las gracias y desearle que tenga felices pascuas, pues esta noche es la noche de santa Claus. En su casa todos los años se ha celebrado, se reunían toda la familia, y como de costumbre siempre se asaba un pavo en el horno. Cuando terminan de hablar por teléfono mira la hora y, para una ejecutiva como ella ya es demasiado tarde. Son casi las diez de la mañana, se levanta de la cama y se da una ducha muy rápida y va a buscar a Abraham. ♥♥♥♥♥♥ Escucho que alguien me golpea la puerta, soñoliento y con los ojos medio cerrados por la claridad del día, me levanto de la cama a duras penas y voy a abrir la puerta. —Amigui, no estoy de humor hoy. Estoy muy cansado tengo mucho
El ascensor, se para de golpe y Lesley comienza a ponerse muy nerviosa. Su corazón no puede dejar de acelerarse con cada uno de sus latidos, con la mano puesta en el pecho tratando de que se calme, al ver que no lo consigue su respiración se vuelve agitada, provocándola un ataque de pánico y ansiedad al mismo tiempo. Robert no puede dejar de mirarla, ella parece perder toda su autoestima, volviéndose una persona indefensa. —Por favor ponga esto en marcha, déjeme salir de aquí —suplica con la respiración entrecortada, tratando de buscar la forma de mantener la calma. Robert se da cuenta de la ansiedad que la entra de golpe al verse encerrada en un espacio tan pequeño, y mientras que busca su tarjeta para volver a poner en marcha el ascensor, dice: —Lesley no me dejó otra opción, no se callaba. —Por favor, le escucharé, pero abra esta m*****a puerta —responde jadeante y muy sofocada, tratando de contener su respiración. —¡UPSS! Tenemos un problema —comenta Robert, forzando
«Vaya discusión que traen estos dos» pienso para mí al verlos llegar de esas maneras. Cruzo el pasillo y llamo con suavidad a la puerta de Lesley, está tan cabreada que no quiero ser yo quien pague los platos rotos. —¡Vete! No quiero verte más —la escucho gritar, desde el pasillo. —Lesley, querida... ¿Quieres abrirme? Por favor —Estoy tan preocupado por ella que, casi le suplico desde el otro lado de la puerta. —Dame un segundo, solo eso. No quiero que me veas así —responde, creo que desde el baño, supongo que estará lavándose la cara, para refrescarse un poco. —Cariño soy gay, no voy a fijarme en ti por muy mona que estés. —Pasa y siéntate —me pide, tirando de mí para poder cerrar la puerta. —¿Qué ha sucedido? Ya puedes empezar a contarme lo que te haya hecho ese hombre. —le digo, cuestionando si debo o no, llamarle animal a Robert, aunque conociendo a Lesley puede que solo se trate de uno de sus berrinches. Yo la quiero mucho, pero hay veces que se comporta como una niña peq