Hoy he llegado a la capital, donde permanecerá unos días mientras me presento ante mi comandante y recojo la documentación necesaria para regresar a mi hogar. Han pasado muchos años desde la última vez que puse pie en mi tierra natal. Aunque Inglaterra tiene paisajes bellísimos, ningún lugar se compara con la hermosura de mi patria. Fui recibido por un sol radiante y el alegre gorjeo de las aves, como si cantaran para celebrar mi regreso.
He enviado un recado a un antiguo conocido para encontrarnos frente a la plaza principal de la ciudad. Hoy tengo el día libre, y, sin mucho que hacer, espero con paciencia en una de las pocas fuentes de refresco que comienzan a hacerse populares en este lugar. A mi alrededor, familias pasean de la mano, y grupos de jovencitas ríen con curiosidad mientras me observan, quizás atraídas por mi nuevo uniforme de oficial. Confiado, les devuelvo una inclinación de cabeza y una sonrisa.
Mi amigo se está demorando, por lo que sin afán paseo la vista por uno de los locales contiguos y descubro a dos alegres señoritas departiendo entre risas y comentarios ocultos tras un abanico. Aunque las dos son a toda vista señoritas honorables y de familias distinguidas, una de ellas resalta a mis ojos por su belleza y delicadeza. Me sorprende ver que no lleva anillo en su dedo.
A lo largo de los años, he conocido a muchas mujeres buenas e incluso algunos compañeros de regimiento me han presentado hermanas con la esperanza de que alguna capture mi interés para un posible enlace matrimonial, pero ese es un tema que solo hasta hoy me atrevo a pensar. Al igual que todo hombre, sueño con un hogar lleno de hijos y una mujer amorosa a mi lado, pero indudablemente las mujeres más virtuosas son las de mi patria. Además habría sido imprudente de mi parte cortejar por carta a una dama y formalizar un compromiso antes de volver a mi patria, pues el viaje por mar es tan largo que se considera incluso más peligroso que estar en combate.
La joven se agacha y frota rápidamente su tobillo para luego volver a cubrirlo con su falda. Debo admitir que tiene un tobillo pequeño y delicado, como indudablemente debe ser el resto de ella. Sonrío a la par que mi corazón se acelera al sentirme por primera vez como un fisgón, pues sin querer he presenciado un momento de su intimidad.
He decidido que quiero saber de ella, conoce su nombre y ¿por qué no? entablar una amistad que pueda quizás desembocar en algo más grande. Me levanto y estiro mi uniforme para llegar hasta ellas y presentarme.
—Señoritas, ¿me permiten acompañarlas? —pregunto ahora detallando con mayor precisión sus hermosas facciones.
Ambas me miran con sorpresa.
—No sería correcto sentarnos con un desconocido —responde sonriente y altiva sosteniéndome la mirada, la joven más bella que he visto.
—Tiene usted razón, señorita —respondo, cautivado—. Soy el capitán Iván Felipe Ortega, asignado por su majestad para la protección de nuestro amado territorio. Tengo un tiempo libre antes de incorporarme al servicio y no conozco a mucha gente por aquí. Sería un honor si me permiten acompañarlas.
Su seño se frunce por un momento y tras intercambiar miradas con su compañera, llega mi respuesta.
—Por favor, siéntese. No creo que haya problema. Al fin de cuentas, somos primos —responde dejándome perplejo— le presento a mi prima, la señorita Salomé Juliana Costello.
—Es un placer conocerla, señorita Salomé —saludo cortésmente antes de volver a mirarla.
—Y yo soy Martha Isabel Gaona, la hija menor de su tía Leticia. Han pasado muchos años sin vernos, primo.
Me quedo atónito. Es imposible reconocer en esta joven elegante a la niña delgada y llorona de antaño. Mi madre solía obligarme a jugar con ella y su hermana durante sus visitas a la hacienda; apenas si recordaba su existencia.
—Disculpa, prima, es una verdadera sorpresa encontrarte aquí —respondo maravillado por semejante coincidencia.
Mi amigo Alberto finalmente llega, y, para mi sorpresa, las damas lo conocen bien. Pasamos la tarde los cuatro en amena conversación. Aunque no tuve oportunidad de verla de nueva durante mi breve estancia en la capital, me aseguraré de buscarla en el pueblo en unos días. Afortunadamente, mi comandante me ha dejado elegir mi lugar de asignación, por lo cual he pedido unirme al regimiento de mi pueblo.
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Al llegar al pueblo, me sentí lleno de alegría. Este lugar, pequeño y pintoresco, me ofrece una paz que en ninguna otra parte encuentro, y aunque trabajar aquí es más arduo, también es más gratificante al saber que protejo a mi propia gente. Al cruzar el umbral de la hacienda, una ola de recuerdos me envolvió, despertando una nostalgia que se disipó en el instante en que vi a mi madre y, por fin, pude abrazarla.
Nuestra conversación inicial es animada y colmada de anécdotas. Ella me relata cómo, con esfuerzo y mano firme, ha mantenido la prosperidad de la hacienda, mientras que yo, debido a mis juramentos, solo puedo compartir generalidades de mi trabajo. Aun así, veo en sus ojos el brillo de la felicidad por tenerme de regreso. Aprovecho la ocasión para contarle de mi encuentro en la capital con la señorita Martha y de mis serias intenciones de conocerla mejor. Fue entonces cuando me reveló algo inesperado.
—¿Cómo que estoy comprometido? —pregunto, atónito.
—Sí, hijo, con Rebeca, la hermana mayor de Martha —responde mi madre con expresión turbada—. Di mi palabra hace años. Rebeca está muy emocionada por tu llegada y espera que pronto fijemos la fecha de la boda.
—No me importa ese compromiso absurdo, madre. ¿Cómo pudiste hacer algo así sin consultarme? —espeto, incapaz de contener mi indignación.
—Pero, hijo, te hablé de este acuerdo hace mucho tiempo. Además, Rebeca es una joven encantadora, tan dulce y bondadosa. Date la oportunidad de conocerla, y verás que no te arrepentirás.
—No pongo en duda sus virtudes, madre; puede ser la mujer más digna del mundo. Pero soy un hombre y merezco ser tratado como tal. Exijo que rompas ese compromiso.
—Y ¿qué le diré? —murmura entre sollozos.
Sus últimas palabras me siguieron mientras me retiro enfurecido a mi habitación, dejando tras de mí el eco de su llanto.
Ha llegado el momento de despedirme de la capital. Mi educación ha concluido y, aunque la tía Ruth sugirió a mi madre que podía quedarme un tiempo más para buscar pretendiente, ella insiste en que me quiere de vuelta en el pueblo.No tengo más opción que regresar como una mujer derrotada. Volver a ese pequeño y polvoriento lugar, sin una sortija en mi mano ni siquiera una promesa de matrimonio, es peor de lo que había imaginado. Sé que seré la comidilla del pueblo, porque allí nunca pasa nada interesante. Tal vez lo seré hasta el día que muera.Antes de partir, lloré desconsoladamente en brazos de la tía Ruth y mi prima, esperando que algún milagro me detuviera. Pero el milagro no llegó, y resignada inició mi viaje junto a mi tío. Tras horas de una incómoda y polvorienta travesía por las irregulares vías provincianas, llegamos a casa. Me ilusioné con la idea de que el cansancio me dejaría dormir, pero la inquietud me mantiene despierta.Luego de saludar a mamá e instalarme en pleno en
Ha sido un día de trabajo arduo, pero hoy algo en el aire me impulsó a hacer algo diferente. Dejé atrás los confines habituales de mi territorio y me aventuré más abajo, siguiendo solo mi instinto. Así fue como terminé en una parte del bosque cercana al pueblo, un lugar al que rara vez nos atrevemos a venir. Pero, para mi sorpresa, este paraje tiene una belleza serena, casi mágica. Los rayos del sol se filtran entre las hojas, pintando destellos dorados sobre el musgo, y el aire huele a tierra húmeda y flores silvestres.Después de tanto correr, siento el cansancio en mi cuerpo. Con un suspiro, dejo que mis huesos se reajusten y mi forma humana vuelva a tomar el control. Es un proceso tan natural para mí como respirar, aunque no deja de maravillarme cómo el vello se retrae y la familiaridad de mi piel queda al descubierto.El sonido de un arroyo cercano me llama invitándome a zambullirme en sus aguas. Sin embargo, justo cuando estoy a punto de rendirme al impulso, me detengo.Este no
Desde aquel día, me escapo cada tarde de mi casa en compañía aparente de Topacio y corro a mi encuentro con Pablo. Si, ese es su nombre, Pablo. Cada día me parece un hombre más fascinante. No soy ingenua: sé que jamás podría presentarlo en sociedad. Un hombre sin apellido, sin fortuna, no tiene cabida en mi mundo. El matrimonio, por supuesto, es un sueño imposible. Pero entonces, ¿por qué me dejo arrastrar por esta atracción? Tal vez porque si no puedo aspirar a un esposo de linaje y riquezas, al menos puedo encontrar en Pablo algo que nunca tuve: libertad, emoción, deseo.Topacio dice que entre los pobres no hay bodas, solo acuerdos silenciosos y vidas compartidas sin formalidades. "Arrejuntarse", lo llama ella. Ese destino no es para mí, me repito. Sin embargo, cada vez que estoy con él, esa palabra deja de parecer tan absurda.—¿Por qué sigues viniendo? —me pregunta tres días después de mi caida al agua— ¿Qué es lo que quieres?Sigue siendo poco sutil y eso es algo que he descu
Es evidente que no sabe con claridad de que hablo cuando digo que aún no es mujer, pero pronto lo sabrá. Han sido míos sus primeros suspiros y he sido yo quien le ha enseñado a besar. El grado de posesividad que eso me genera no lo he tenido con otras mujeres y eso me hace pensar en la posibilidad de convertirla en mi luna.Mis manos recorren sus formas suaves sintiendo como se estremece bajo mi toque. Me sorprende cuando sus manos inician a deambular por mi piel y ejercen presión cada vez que una sensación nueva la supera. Me gusta su toque, aunque debo confesar que no esperé que fuera tan receptiva a mi propuesta. Imaginé algo más de resistencia para este momento, pero no es así y eso solo quiere decir que ha imaginado este momento y eso ha pesado más que sus creencias tontas de religión, aunque no suficiente para las sociales, me ha quedado claro.Aunque su naturaleza humana es delicada, tiene un espíritu que arde como el de una loba. La picardía en su mirada y la agudeza de su voz
Toda la semana he estado feliz . Me levanto ilusionada, con una sonrisa que, estoy segura, está sacando de quicio a mi hermana. Pero ¿cómo no estarlo? Hace unos días, mi tía vino de visita y me dio la noticia más esperada: al final de esta semana llegará Iván Felipe .Por fin, la espera terminará y podremos comenzar con los preparativos de la boda. Intentó disimular mi entusiasmo, en parte por respeto al ánimo de Martha Isabel. Mi hermana no regresó al pueblo en las mejores condiciones, y estoy convencida de que, si hubiera podido elegir, no habría regresado.La quiero, claro que sí. Es mi hermana. Pero es evidente que se siente incómodo aquí. Mamá no puede ofrecerle los lujos que los tíos le dieron en la capital, y este pueblo, tan tranquilo y sencillo, está lejos de la vida social y moderna que ella disfrutaba allá. Mamá y yo hemos tratado de darle su espacio, pero no parece que se esté adaptando.Sin embargo, no puedo ocultar mi felicidad por completo. Disfruto los comentarios de m
Es inaudito lo que está diciendo esta tonta. Rebeca, mi hermana. No tenemos la mejor relación del mundo, pero le atribuía algo de inteligencia. Jamás imaginé que tanta mojigatería y sus constantes visitas a la iglesia terminarían en semejante locura..—He decidido tomar los hábitos —anuncia.El sonido de los cubiertos de mamá chocando contra los platos de porcelana resuena como un trueno en el comedor, haciéndonos dar un respingo. Las dos giramos hacia Rebeca, estupefactas.—¿Es que has perdido el juicio, Rebeca? —dice mamá, apresurándose a limpiar la comisura de sus labios con la servilleta, sin apartar la mirada de mi hermana—. En cualquier momento llega Iván Felipe, tu prometido. No podemos salirle con esto.—Lo sé, mamá. Pero es una decisión tomada —responde Rebeca con una firmeza que me resulta irritante—. Él debe entender que primero es Dios. Pensé que tú también lo entenderías.Mamá me lanza una mirada cargada de angustia antes de volver a fijarse en Rebeca. Yo sigo paralizada,
La conversación con don Noé dejó un torbellino en mi mente. Regreso a la manada, donde los miembros me saludan con respeto al pasar. Sus miradas son un recordatorio constante de la responsabilidad que cargo. En mi despacho, me dirijo a una mesa esquinera, saco una botella de whisky y sirvo un vaso generoso.—Si fueras humano, ya estarías en el suelo —comenta Alan, mi beta, entrando casi una hora después y acomodándose frente a mí con la confianza de siempre.—Una suerte que no lo sea —respondo con una media sonrisa, mientras le sirvo un vaso también.—Hueles a ella otra vez —dice tras un sorbo, directo como siempre—. Raquel está furiosa. No me sorprendería que intentara algo contra la señorita Martha.—No lo hará. Le prohibí salir de los terrenos de la manada —contesto, quitándole peso al asunto—. Además, ya le deje claro que no me interesa. No voy a meterme con una muchacha tan joven.Alan arquea una ceja, incrédulo.—Pero ya lo hiciste una vez. Ella está convencida de que volverá a
Las normas de la sociedad humana son un laberinto de absurdos. No se trata solo de su pudor frente a la desnudez, sino de su devoción por los bienes materiales, que inevitablemente perpetúan un sinfín de injusticias. Algunas nacen de las desigualdades económicas; otras, de la férrea mano de sus creencias religiosas.Desde hace dos años hemos cumplido con la exigencia de pagar impuestos por los terrenos de la Hacienda Amanecer. Don Noé nos presentó a algunos contactos que facilitaron la venta de cultivos y animales. Esos ingresos nos han permitido mantener al día las obligaciones.—Si el problema es dinero, podemos ampliar los cultivos —propone Alan cuando le detallo mi reciente conversación con don Noé.—Ojalá fuera tan simple —respondo, cruzando los brazos con gesto pensativo—. Necesitamos algo más que dinero: necesitamos apellidos.—Apellidos? —réplica, sorprendido, alzando una ceja—. ¿Para qué servirían?—Son como una máscara —explíco con tono grave—. Nos permitirán mezclarnos con