La conversación con don Noé dejó un torbellino en mi mente. Regreso a la manada, donde los miembros me saludan con respeto al pasar. Sus miradas son un recordatorio constante de la responsabilidad que cargo. En mi despacho, me dirijo a una mesa esquinera, saco una botella de whisky y sirvo un vaso generoso.—Si fueras humano, ya estarías en el suelo —comenta Alan, mi beta, entrando casi una hora después y acomodándose frente a mí con la confianza de siempre.—Una suerte que no lo sea —respondo con una media sonrisa, mientras le sirvo un vaso también.—Hueles a ella otra vez —dice tras un sorbo, directo como siempre—. Raquel está furiosa. No me sorprendería que intentara algo contra la señorita Martha.—No lo hará. Le prohibí salir de los terrenos de la manada —contesto, quitándole peso al asunto—. Además, ya le deje claro que no me interesa. No voy a meterme con una muchacha tan joven.Alan arquea una ceja, incrédulo.—Pero ya lo hiciste una vez. Ella está convencida de que volverá a
Las normas de la sociedad humana son un laberinto de absurdos. No se trata solo de su pudor frente a la desnudez, sino de su devoción por los bienes materiales, que inevitablemente perpetúan un sinfín de injusticias. Algunas nacen de las desigualdades económicas; otras, de la férrea mano de sus creencias religiosas.Desde hace dos años hemos cumplido con la exigencia de pagar impuestos por los terrenos de la Hacienda Amanecer. Don Noé nos presentó a algunos contactos que facilitaron la venta de cultivos y animales. Esos ingresos nos han permitido mantener al día las obligaciones.—Si el problema es dinero, podemos ampliar los cultivos —propone Alan cuando le detallo mi reciente conversación con don Noé.—Ojalá fuera tan simple —respondo, cruzando los brazos con gesto pensativo—. Necesitamos algo más que dinero: necesitamos apellidos.—Apellidos? —réplica, sorprendido, alzando una ceja—. ¿Para qué servirían?—Son como una máscara —explíco con tono grave—. Nos permitirán mezclarnos con
No puedo negar que me inquieta pensar en los sentimientos de mi prima Rebeca. Ella siempre supo de nuestro compromiso, y no hay duda de que esta ruptura habrá de lastimarla. Puede que sea tan virtuosa como asegura mi madre, e incluso más bella que Martha, aunque esto último no lo sé ni me importa. Lo único claro es que no sería justo para ninguno de los dos seguir adelante con una unión vacía de amor.Mi corazón late con fuerza, hechizado por la sonrisa de Martha, y me niego a ignorar ese llamado. Hubiera deseado enfrentarme a Rebeca y explicarle la situación personalmente, pero temo que mi madre tenga razón al anunciar que mi presencia podría hacerle aún más penoso este asunto. Como hombre, me incomoda delegar en mi madre una tarea que debería ser mía; Sin embargo, ella conoce mejor el carácter de Rebeca, y no me queda más que confiar en su juicio.— ¿Cómo te fue? ¿Está hecho? —le pregunto en cuanto cruza el vestíbulo de la casa.—Está hecho —responde con expresión amarga, acercándos
— ¿Estás segura de lo que estás diciendo, Rebeca? —pregunta el padre Andrés, la incredulidad grabada en cada arruga de su rostro.—Sí, padre. He sentido llamado y deseo tomar los hábitos. Por eso rompí mi compromiso con el señor Iván Felipe Ortega.El sacerdote se recuesta en la robusta silla de cuero detrás de su escritorio. Sus ojos, oscurecidos por una mezcla de asombro y duda, me examinan detenidamente.—Me sorprendes, hija. Siempre he sabido que eres una muchacha piadosa y temerosa de Dios, pero jamás percibí en ti vocación para algo tan... definitivo.—Es algo reciente, padre. Pero es real. Por favor, acépteme en el convento —suplico con voz trémula, dejando entrever más de lo que quería.Él suspira profundamente, como si buscara las palabras correctas en algún rincón de su corazón.—Esta vida, hija, no es fácil. No es para todos. Nos levantamos al alba, dedicamos largas horas al rezo y al trabajo, soportamos ayunos, y vivimos con apenas lo esencial. Aquí no encontrarás las como
No puedo creer lo que escucho.—Sí, tuve algo con él, pero ya terminó —admite Marta con voz temblorosa cuando la confronto. Sus ojos suplican, pero sus palabras son firmes—. Por favor, no le digas nada a mamita, la matarías de vergüenza.La incredulidad se transforma en indignación.—¿Cómo pudiste? ¿Acaso no tienes dignidad? —mi voz es apenas un susurro, pero no puedo ocultar el reproche. Temo indagar más sobre lo que significa ese "algo" con él. Una mujer decente no debe estar sola con un hombre, y la seguridad con la que hablaba ese sujeto... cualquiera diría que lo tuyo era una relación pecaminosa.—Discúlpame, hermana. Créeme, estoy muy arrepentida —dice entre sollozos, con las manos temblando sobre su falda.—Mañana vamos a la iglesia y te confiesas —se mira tan afiligida que creo que me está hablando enserio.—Claro que sí, lo que digas.Hablamos tan bajo como pudimos para no llamar la atención de mamá. No sé cuanto tiempo deje pasar Iván Felipe antes de iniciar a cortejarla, p
—¿Está seguro, don Noé? No quisiera que se sintiera obligada solo por la cercanía que tuvo con ese hombre.—Con tu padre —responde don Noé, en su tono habitual de abogado defensor—. No fue su culpa ignorar tu existencia. Estoy convencido de que, de haberlo sabido, habría accionado de otra manera.—Quizá, pero nunca lo sabremos —réplico, con la terquedad que me caracteriza—. Lo único que sé es que, gracias a usted, este viento de cambio está soplando.Mis ojos se desvían hacia mi gente, que espera pacientemente su turno para ser registrados. Algunos, especialmente los jóvenes, se muestran escépticos; su sangre ardiente les hace soñar con batallas heroicas como las de antaño. Sin embargo, aquí están, firmes, movidos más por su lealtad hacia mí que por cualquier otra razón. Lo sé bien: mientras yo cumpla con mi palabra, su fidelidad estará de mi lado.—Claro que estoy seguro —responde don Noé, su voz cargada de firmeza—. Será un orgullo para mí que lleves mi apellido.Lo observo con dete
— Deberías descansar. Se nota que está agotada —digo a la novicia que me asiste en las labores de limpieza en la bodega de imágenes.—No se preocupe, reverendo Enríquez. Estoy bien. Aún me queda mucho por hacer —responde, mientras sigue frotando el áspero piso con un cepillo desgastado.Sus palabras no me convencen. Su palidez es evidente, y aunque nuestras conversaciones hasta el momento habían sido escasas, se nota que es una joven educada y de buena familia. Posee una compostura natural, diligente y misericordiosa, cualidades que rara vez se encuentran reunidas en una misma persona. Estoy cada vez más seguro de que aún hay en ella bondades por descubrir durante mi estancia. Lo que no logro comprender es cómo alguien con su evidente pureza e inocencia ha terminado en un convento. A diferencia de otras historias que suelen esconderse tras estos muros, ella no parece marcada por el infortunio o la desesperación.Si hubiera escogido el matrimonio, no me cabe duda de que su mano habría
Ha pasado casi un mes desde que Pablo se fue, y desde entonces no he tenido noticias suyas. No sé hacia dónde se dirigía ni qué planeaba hacer con exactitud, pero dudo que fuese algo completamente legal, sobre todo si su intención era regresar convertido en un hombre rico para ofrecerme la vida que, según él, merezco. He oído rumores de que en algunas regiones del país han abatido a grupos de bandidos, y no puedo evitar temer que Pablo se haya unido a uno de ellos.No puedo negar la fascinación que siento por ese hombre. Con él descubri quién soy realmente, aprendí a dejar atrás gran parte de mis miedos y entender el poder que tengo como mujer para influir en un hombre. Pablo, con su presencia intimidante, impone respeto a simple vista, pero bastan mis miradas y caricias para hacer que caiga bajo mi encanto. A pesar de su apariencia imponente, debo recordarme que es un simple peón, alguien que, fuera de ese cuerpo impresionante, no tiene realmente más que ofrecer y que por consiguient