Amo la capital. Es un lugar tan entretenido: la cultura, las fiestas, la moda... Desde que comprendí el futuro monótono que me aguardaba, decidí aferrarme a todo eso. Si tenía la oportunidad de cambiar mi destino, sería aquí, en la capital, el lugar donde residen las mejores clases sociales del país.
Soy la condesa Martha Isabel Gaona, y lo que tengo para ofrecer es mi título de nobleza, mi belleza, mi habilidad para entretener y, por supuesto, aquello que todas las mujeres tenemos: la capacidad de traer hijos al mundo. Sin embargo, las mujeres necesitamos más que eso para garantizar un futuro decente. En esta sociedad moderna, no solo es importantes procrear; sino pertenecer a una familia influyente que te pueda proveer de una dote para asegurar la consecución de un marido decente... o siquiera, un marido.
Desgraciadamente, ese no es mi caso, y he tenido que enfrentarme a esa cruda realidad muchas veces. He sido blanco de innumerables galanteos acompañados de miradas cálidas que, tras conocer mi situación, se tornan en lástima o indiferencia. Lo que más me enfurece es descubrir después que se han comprometido con mujeres menos agraciadas y entretenidas que yo.
Sonrío y continúo en mi batalla, pues no puedo hacer mucho más para alcanzar mi objetivo. No tengo la vida resuelta como mi hermana. Cada vez que la veo, la sangre me hierve al pensar que, solo por azar del destino, ella tiene asegurado su futuro.
—¿Vamos por un refresco a la plaza? —dice mi prima Salomé, abanicándose el rostro.
—Claro que sí. He oído que esta mañana llegó un barco del extranjero; quizá haya algo interesante —respondo, sonriendo.
Caminamos muy juntas, aprovechando el recorrido para cotillear e intercambiar miradas coquetas con algunos caballeros que, tras regalarnos una sonrisa y tocar la punta de sus sombreros, continúan su camino. A estas alturas sé que ninguno de ellos pedirá mi mano, pero eso no significa que no les guste. Aún queda flotando la posibilidad de pedir algún favor en el futuro, cortesía de algún sentimiento o bello recuerdo que puedan conservar de mí.
Nos acomodamos en un hermoso local ubicado frente a la plaza principal desde dónde podemos observar no solo a las personas pasar, sino maravillarnos con tal cual vehículo que transita ahora por la calle.
—Algún día desaparecerán la mayoría de los carruajes de la capital y serán solo para las clases bajas y las personas de los pueblos—le comento a mi prima después de darle una probada a mi refresco.
—No mires, prima, pero un caballero muy apuesto no te quita los ojos de encima desde hace un rato —susurra Salomé, ocultando su rostro tras el abanico.
—¿Dónde está? —pregunto, intrigada de que mi prima no lo conozca.
—Viste uniforme de oficial y está sentado en una de las mesas a tu derecha.
Río y, con disimulo, me agacho para frotarme el tobillo como si me picara, dejando que por unos segundos se exponga la piel de esa zona.
—Eres terrible, Martha —dice mi prima, tratando de contener la risa—. ¿Te imaginas la cara que pondría mi tía si se enterara de semejante acto indecoroso?
—Peor sería el sermón de la mojigata de mi hermana, pero no importa, ya le confesaré ese pecado al padre en la próxima misa. No creo que me cueste más de veinte Aves María.
—¡Ay, viene! ¡Ay, viene! Ponte derecha —exclama emocionada Salomé.
—Señoritas, ¿me permiten acompañarlas? —pregunta el hombre, con calzado lustroso e impecable uniforme, al detenerse frente a nosotras.
Es bien parecido y, a juzgar por su forma de hablar, no solo es rico, sino muy bien instruido, debe pertenecer a una buena familia. Aun así, algo me inquieta. Tengo la sensación de haberlo visto antes.
—No sería correcto sentarnos con un desconocido —digo, sonriendo y sosteniéndole la mirada.
—Tiene usted razón, señorita —responde, con una mirada orgullosa—. Soy el capitán Iván Felipe Ortega, asignado por su majestad para la protección de la capital. Tengo un tiempo libre antes de incorporarme al servicio y no conozco a mucha gente por aquí. Sería un honor si me permiten acompañarlas —añade, mirando ahora a mi prima.
—Por favor, siéntese. No creo que haya problema. Al fin de cuentas, somos primos —respondo de inmediato.
Frente a mí está el futuro esposo de mi hermana. El hombre con el que sueñan todas las mujeres de ese mugriento y casi invisible pueblo. Me mira sin comprender mis palabras, así que me presento.
—Te presento a mi prima, la señorita Salomé Juliana Costello —mi prima saluda con una leve reverencia.
—Es un placer conocerla, señorita Salomé —responde cortésmente antes de volver a mirarme.
—Y yo soy Martha Isabel Gaona, la hija menor de su tía Leticia. Han pasado muchos años sin vernos, primo —trato de contener mi sonrisa al notar la fascinación en su rostro. No se comporta como un hombre comprometido, eso es evidente.
—Disculpa, prima, es una verdadera sorpresa encontrarte aquí.
Pasamos toda la tarde conversando, y debo admitir que mi primo es un hombre apuesto, refinado, interesante y, además, terriblemente acaudalado. Exactamente lo que he estado buscando. No estoy segura de lo que pasa por su mente, pero antes de que caiga la noche, nos acompaña hasta la casa de mi tía.
—Ha sido un honor escoltarlas hasta su casa —dice, besando mi mano y mirándome directamente a los ojos durante unos segundos.
Mi corazón se acelera, y no puedo evitar regalarme una sonrisa ante tan bello gesto.
—Las afortunadas hemos sido nosotras; gracias a ti, hoy estamos en boca de toda la sociedad —le devuelvo una sonrisa brillante antes de que se retire.
—¿Estás coqueteando con el prometido de tu hermana? —pregunta mi prima una vez que estamos a solas.
—No es así, solo estoy siendo muy sociable con mi futuro cuñado —respondo con indiferencia—. No le veo nada de malo a pasar tiempo con mi propia familia, ¿verdad?
Salomé suelta una carcajada.
—Ay, prima, como si no te conociera. Recuerda que estás hablando conmigo, no tienes que ocultarme nada. No te voy a criticar. Tampoco estoy casada, así que entiendo tu posición.
Sé que no me juzga, pero no estamos en la misma situación. Mi prima tiene una gran dote, es el amor de la vida de mi tío y ha podido darse el lujo de rechazar a unos cuantos caballeros. Además, tiene un hermano, así que, si decidiera convertirse en solterona, siempre habría quien velara por ella. Si yo tuviera esa dote, ya tendría una sortija en mi mano.
—Lo sé, prima, lo sé. Pero créeme, solo lo trato con el cariño debido.
Hoy he llegado a la capital, donde permanecerá unos días mientras me presento ante mi comandante y recojo la documentación necesaria para regresar a mi hogar. Han pasado muchos años desde la última vez que puse pie en mi tierra natal. Aunque Inglaterra tiene paisajes bellísimos, ningún lugar se compara con la hermosura de mi patria. Fui recibido por un sol radiante y el alegre gorjeo de las aves, como si cantaran para celebrar mi regreso. He enviado un recado a un antiguo conocido para encontrarnos frente a la plaza principal de la ciudad. Hoy tengo el día libre, y, sin mucho que hacer, espero con paciencia en una de las pocas fuentes de refresco que comienzan a hacerse populares en este lugar. A mi alrededor, familias pasean de la mano, y grupos de jovencitas ríen con curiosidad mientras me observan, quizás atraídas por mi nuevo uniforme de oficial. Confiado, les devuelvo una inclinación de cabeza y una sonrisa.Mi amigo se está demorando, por lo que sin afán paseo la vista por uno
Ha llegado el momento de despedirme de la capital. Mi educación ha concluido y, aunque la tía Ruth sugirió a mi madre que podía quedarme un tiempo más para buscar pretendiente, ella insiste en que me quiere de vuelta en el pueblo.No tengo más opción que regresar como una mujer derrotada. Volver a ese pequeño y polvoriento lugar, sin una sortija en mi mano ni siquiera una promesa de matrimonio, es peor de lo que había imaginado. Sé que seré la comidilla del pueblo, porque allí nunca pasa nada interesante. Tal vez lo seré hasta el día que muera.Antes de partir, lloré desconsoladamente en brazos de la tía Ruth y mi prima, esperando que algún milagro me detuviera. Pero el milagro no llegó, y resignada inició mi viaje junto a mi tío. Tras horas de una incómoda y polvorienta travesía por las irregulares vías provincianas, llegamos a casa. Me ilusioné con la idea de que el cansancio me dejaría dormir, pero la inquietud me mantiene despierta.Luego de saludar a mamá e instalarme en pleno en
Ha sido un día de trabajo arduo, pero hoy algo en el aire me impulsó a hacer algo diferente. Dejé atrás los confines habituales de mi territorio y me aventuré más abajo, siguiendo solo mi instinto. Así fue como terminé en una parte del bosque cercana al pueblo, un lugar al que rara vez nos atrevemos a venir. Pero, para mi sorpresa, este paraje tiene una belleza serena, casi mágica. Los rayos del sol se filtran entre las hojas, pintando destellos dorados sobre el musgo, y el aire huele a tierra húmeda y flores silvestres.Después de tanto correr, siento el cansancio en mi cuerpo. Con un suspiro, dejo que mis huesos se reajusten y mi forma humana vuelva a tomar el control. Es un proceso tan natural para mí como respirar, aunque no deja de maravillarme cómo el vello se retrae y la familiaridad de mi piel queda al descubierto.El sonido de un arroyo cercano me llama invitándome a zambullirme en sus aguas. Sin embargo, justo cuando estoy a punto de rendirme al impulso, me detengo.Este no
Desde aquel día, me escapo cada tarde de mi casa en compañía aparente de Topacio y corro a mi encuentro con Pablo. Si, ese es su nombre, Pablo. Cada día me parece un hombre más fascinante. No soy ingenua: sé que jamás podría presentarlo en sociedad. Un hombre sin apellido, sin fortuna, no tiene cabida en mi mundo. El matrimonio, por supuesto, es un sueño imposible. Pero entonces, ¿por qué me dejo arrastrar por esta atracción? Tal vez porque si no puedo aspirar a un esposo de linaje y riquezas, al menos puedo encontrar en Pablo algo que nunca tuve: libertad, emoción, deseo.Topacio dice que entre los pobres no hay bodas, solo acuerdos silenciosos y vidas compartidas sin formalidades. "Arrejuntarse", lo llama ella. Ese destino no es para mí, me repito. Sin embargo, cada vez que estoy con él, esa palabra deja de parecer tan absurda.—¿Por qué sigues viniendo? —me pregunta tres días después de mi caida al agua— ¿Qué es lo que quieres?Sigue siendo poco sutil y eso es algo que he descu
Es evidente que no sabe con claridad de que hablo cuando digo que aún no es mujer, pero pronto lo sabrá. Han sido míos sus primeros suspiros y he sido yo quien le ha enseñado a besar. El grado de posesividad que eso me genera no lo he tenido con otras mujeres y eso me hace pensar en la posibilidad de convertirla en mi luna.Mis manos recorren sus formas suaves sintiendo como se estremece bajo mi toque. Me sorprende cuando sus manos inician a deambular por mi piel y ejercen presión cada vez que una sensación nueva la supera. Me gusta su toque, aunque debo confesar que no esperé que fuera tan receptiva a mi propuesta. Imaginé algo más de resistencia para este momento, pero no es así y eso solo quiere decir que ha imaginado este momento y eso ha pesado más que sus creencias tontas de religión, aunque no suficiente para las sociales, me ha quedado claro.Aunque su naturaleza humana es delicada, tiene un espíritu que arde como el de una loba. La picardía en su mirada y la agudeza de su voz
Toda la semana he estado feliz . Me levanto ilusionada, con una sonrisa que, estoy segura, está sacando de quicio a mi hermana. Pero ¿cómo no estarlo? Hace unos días, mi tía vino de visita y me dio la noticia más esperada: al final de esta semana llegará Iván Felipe .Por fin, la espera terminará y podremos comenzar con los preparativos de la boda. Intentó disimular mi entusiasmo, en parte por respeto al ánimo de Martha Isabel. Mi hermana no regresó al pueblo en las mejores condiciones, y estoy convencida de que, si hubiera podido elegir, no habría regresado.La quiero, claro que sí. Es mi hermana. Pero es evidente que se siente incómodo aquí. Mamá no puede ofrecerle los lujos que los tíos le dieron en la capital, y este pueblo, tan tranquilo y sencillo, está lejos de la vida social y moderna que ella disfrutaba allá. Mamá y yo hemos tratado de darle su espacio, pero no parece que se esté adaptando.Sin embargo, no puedo ocultar mi felicidad por completo. Disfruto los comentarios de m
Es inaudito lo que está diciendo esta tonta. Rebeca, mi hermana. No tenemos la mejor relación del mundo, pero le atribuía algo de inteligencia. Jamás imaginé que tanta mojigatería y sus constantes visitas a la iglesia terminarían en semejante locura..—He decidido tomar los hábitos —anuncia.El sonido de los cubiertos de mamá chocando contra los platos de porcelana resuena como un trueno en el comedor, haciéndonos dar un respingo. Las dos giramos hacia Rebeca, estupefactas.—¿Es que has perdido el juicio, Rebeca? —dice mamá, apresurándose a limpiar la comisura de sus labios con la servilleta, sin apartar la mirada de mi hermana—. En cualquier momento llega Iván Felipe, tu prometido. No podemos salirle con esto.—Lo sé, mamá. Pero es una decisión tomada —responde Rebeca con una firmeza que me resulta irritante—. Él debe entender que primero es Dios. Pensé que tú también lo entenderías.Mamá me lanza una mirada cargada de angustia antes de volver a fijarse en Rebeca. Yo sigo paralizada,
La conversación con don Noé dejó un torbellino en mi mente. Regreso a la manada, donde los miembros me saludan con respeto al pasar. Sus miradas son un recordatorio constante de la responsabilidad que cargo. En mi despacho, me dirijo a una mesa esquinera, saco una botella de whisky y sirvo un vaso generoso.—Si fueras humano, ya estarías en el suelo —comenta Alan, mi beta, entrando casi una hora después y acomodándose frente a mí con la confianza de siempre.—Una suerte que no lo sea —respondo con una media sonrisa, mientras le sirvo un vaso también.—Hueles a ella otra vez —dice tras un sorbo, directo como siempre—. Raquel está furiosa. No me sorprendería que intentara algo contra la señorita Martha.—No lo hará. Le prohibí salir de los terrenos de la manada —contesto, quitándole peso al asunto—. Además, ya le deje claro que no me interesa. No voy a meterme con una muchacha tan joven.Alan arquea una ceja, incrédulo.—Pero ya lo hiciste una vez. Ella está convencida de que volverá a