Ha llegado el momento de despedirme de la capital. Mi educación ha concluido y, aunque la tía Ruth sugirió a mi madre que podía quedarme un tiempo más para buscar pretendiente, ella insiste en que me quiere de vuelta en el pueblo.
No tengo más opción que regresar como una mujer derrotada. Volver a ese pequeño y polvoriento lugar, sin una sortija en mi mano ni siquiera una promesa de matrimonio, es peor de lo que había imaginado. Sé que seré la comidilla del pueblo, porque allí nunca pasa nada interesante. Tal vez lo seré hasta el día que muera.
Antes de partir, lloré desconsoladamente en brazos de la tía Ruth y mi prima, esperando que algún milagro me detuviera. Pero el milagro no llegó, y resignada inició mi viaje junto a mi tío. Tras horas de una incómoda y polvorienta travesía por las irregulares vías provincianas, llegamos a casa. Me ilusioné con la idea de que el cansancio me dejaría dormir, pero la inquietud me mantiene despierta.
Luego de saludar a mamá e instalarme en pleno en la habitación que solo usaba durante las vacaciones, decidí salir a caminar un rato. Me escabullí por la parte trasera de la casa, tratando de evitar a cualquier vecino curioso. Mi hermana está ayudando a decorar la iglesia con sus amigas, y no estoy lista para enfrentar las preguntas y las miradas de compasión de esas simplonas.
Sé que no es propio de una dama andar sola por el bosque, pero necesito despejar mi mente. La idea de perder mi juventud y belleza cuidando a mamá, y quizás ayudando a mi hermana a criar a sus futuros hijos, me parece una condena cruel. ¿Vivir de la caridad de mi hermana y su esposo? Es una injusticia insoportable.
Hace tantos años que no recorría el bosque, que me está costando encontrar el arroyo en el cual jugabamos de niñas. Me alegro de haber tenido el buen juicio de cambiar mi calzado por uno más cómodo, pues encontrarlo requirió más tiempo y esfuerzo del que esperé. Al escuchar el murmullo del agua, acelero el paso con energía renovada, pensando en sentarme en una orilla y sumergir mis pies en sus frescas aguas. Pero la presencia de un hombre semidesnudo en medio de ellas, cambia mis planes.
Por instinto me oculto entre los arbustos esperando no haber sido descubierta. Soy mujer, no debería estar andando sola por el bosque, es más, debo cuidar mi buen nombre, no debería andar sola nunca . Miro mi ruta de escape, pero ahora temo el ruido que puedan generar con mis pisadas.
Los minutos pasan, y nada ocurre. Mi corazón, antes desbocado, comienza a calmarse. La curiosidad me gana, y me atrevo a mirar de nuevo en dirección al hombre. Tengo vergüenza, pero también siento una chispa de emoción. Hace poco no alcancé a detallarlo y no sé si tendré otra oportunidad de ver a un hombre en semejantes condiciones. ¿y si este momento será lo más interesante que viviré por el resto de mi vida?
Con cuidado, aparto una rama para observar mejor. Ahora sí, tengo una vista clara: piel ligeramente bronceada y cabello oscuro que le cae con desenfado. Sale del agua por el lado opuesto, y sus manos sacuden el exceso de agua de su cabello. Nunca había visto a un hombre sin camisa, y debo admitir que no imaginaba que se vería así. Sus músculos, marcados y fuertes, parecen esculpidos por el trabajo arduo.
Sonrío ante la idea de saber cómo se sentiría tocar esa piel. ¿Será tan firme como parece? Entonces, sus ojos, de un verde profundo, se fijan en mi dirección. Mi corazón se detiene. Dejo caer la rama y me cubro la boca con una mano, aterrada de haber sido descubierta. Pero no sucede nada. Vuelvo a mirar, solo para encontrar el lugar vacío.
El hombre se ha ido. No sé quién es, pero lo único que tengo claro es que el riesgo valió la pena. Camino de regreso a casa con el recuerdo fresco en mi mente, prometiéndome que mañana regresaré.
—Si debo quedarme aquí, buscaré cómo hacer interesante mi vida —murmuro, convencida de que cualquier cosa será mejor que el futuro que me espera.
A todas luces aquel hombre no es un caballero. Esa noche, mientras estoy en mi habitación, repaso cada detalle de lo ocurrido. Hay algo que no puedo quitarme de la cabeza: cómo el algodón de su pantalón, empapado, se adhiere a su piel, revelando un bulto intrigante entre sus piernas. Me pregunto qué será. Cierro los ojos, con la esperanza de mañana volver a ver a ese hombre y quizás detallarlo aún mejor.
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—¿Por qué no quieres venir conmigo a la iglesia? —pregunta mi hermana Rebeca, asomándose a mi habitación con una expresión dulce pero insistente—. Aquí encerrada en la casa te vas a aburrir. Allá podemos charlar con las muchachas mientras vestimos el altar.
Todo parece tan fácil para ella. Su vida gira en torno a estas pequeñas rutinas que tanto la complacen, pero a mí me agotan. No es muy interesante eso. además que sus amigas al igual que ella son tan puritanas que cualquier tipo de conversación termina siendo aburrida para mí.
—No te preocupes hermana, aún tengo que terminar de ordenar mis cosas y necesito algo de tiempo para adecuarme otra vez al calor —respondo esperando que eso sea suficiente para que me deje en paz por un rato.
—Bien. Como quieras —dice, y suelta una sonrisa ligera antes de salir de la habitación.
"La observa mientras se va y no puedo evitar compararla conmigo. Hasta su ropa me da tedio , pienso, mirando su vestido sencillo, tan funcional y sin gracia. En la capital es tan fácil estar al tanto de las últimas modas que parece otro mundo. Grandes barcos llegan cargados de novedades de París, y las mangas amplias y llamativas están en auge. Hace poco intenté hablarle a Rebeca de eso, pero sonriendo con indiferencia, me aseguró que no le interesaba nada de esas "vanalidades".
Mamá acaba de salir al mercado, así que estoy sola con Topacio, la única sirvienta que tenemos:
—Vamos a guardar en este baúl los trajes más pesados —le indico, señalando un montón de ropa que dejó apilada sobre la cama.
Topacio toma uno de los vestidos y lo observa con admiración.
—Son hermosos, señorita —dice, casi con reverencia, acariciando la tela como si fuera un tesoro.
—¿Te gusta? ¿Lo quieres? —pregunto, disfrutando de la incredulidad que se dibuja en su rostro.
—¿De verdad? Claro que sí, señorita. Es hermoso, pero yo nunca podría tener algo así.
Sonrío complacida. Sé que es verdad; ella nunca podría permitirse algo como esto. La mayoría de mis vestidos son regalos de mis tíos de la capital, así que no me pesa desprenderme de uno de ellos. Pero lo más importante no es el vestido, sino lo útil que puede serme esta chica. Si juego bien mis cartas, Topacio será mi aliada en este pueblo aburrido y conservador.
—Sírveme bien, y en unos días será tuyo —le digo con una sonrisa calculada. Sus ojos brillan como si le hubiera prometido la luna, y eso me anima a continuar—. Ahora bien, ¿has visto por aquí a un hombre con estas características...?
Le describo al hombre que vi en el arroyo. Ella escucha con atención, frunciendo ligeramente el ceño mientras piensa. Después de unos segundos, finalmente responde:
—No estoy segura de quien es, pero por la descripción indudablemente es un integrante de la hacienda Amanecer. Todos esos hombres son muy bien formados y gallardos, además de que su piel es ligeramente bronceada como la que usted ha descrito. No se dejan ver mucho por el pueblo.
—¿Ah, no? ¿Y eso porqué? —pregunto con mucha curiosidad.
—Eso no lo sé, señorita. Sé que entran solo cuando necesitan provisiones. Hacen trueques hasta dónde sé.
Perfecto. La información es más útil de lo que esperaba. Mientras Topacio regresa a sus tareas, no puedo evitar mirar el reloj con impaciencia. Las horas pasan lentas, y yo ansío que llegue la tarde para volver al bosque.
No sé si lo encontraré otra vez, pero solo pensar en esa posibilidad hace que mi corazón lata con fuerza.
Ha sido un día de trabajo arduo, pero hoy algo en el aire me impulsó a hacer algo diferente. Dejé atrás los confines habituales de mi territorio y me aventuré más abajo, siguiendo solo mi instinto. Así fue como terminé en una parte del bosque cercana al pueblo, un lugar al que rara vez nos atrevemos a venir. Pero, para mi sorpresa, este paraje tiene una belleza serena, casi mágica. Los rayos del sol se filtran entre las hojas, pintando destellos dorados sobre el musgo, y el aire huele a tierra húmeda y flores silvestres.Después de tanto correr, siento el cansancio en mi cuerpo. Con un suspiro, dejo que mis huesos se reajusten y mi forma humana vuelva a tomar el control. Es un proceso tan natural para mí como respirar, aunque no deja de maravillarme cómo el vello se retrae y la familiaridad de mi piel queda al descubierto.El sonido de un arroyo cercano me llama invitándome a zambullirme en sus aguas. Sin embargo, justo cuando estoy a punto de rendirme al impulso, me detengo.Este no
Desde aquel día, me escapo cada tarde de mi casa en compañía aparente de Topacio y corro a mi encuentro con Pablo. Si, ese es su nombre, Pablo. Cada día me parece un hombre más fascinante. No soy ingenua: sé que jamás podría presentarlo en sociedad. Un hombre sin apellido, sin fortuna, no tiene cabida en mi mundo. El matrimonio, por supuesto, es un sueño imposible. Pero entonces, ¿por qué me dejo arrastrar por esta atracción? Tal vez porque si no puedo aspirar a un esposo de linaje y riquezas, al menos puedo encontrar en Pablo algo que nunca tuve: libertad, emoción, deseo.Topacio dice que entre los pobres no hay bodas, solo acuerdos silenciosos y vidas compartidas sin formalidades. "Arrejuntarse", lo llama ella. Ese destino no es para mí, me repito. Sin embargo, cada vez que estoy con él, esa palabra deja de parecer tan absurda.—¿Por qué sigues viniendo? —me pregunta tres días después de mi caida al agua— ¿Qué es lo que quieres?Sigue siendo poco sutil y eso es algo que he descu
Es evidente que no sabe con claridad de que hablo cuando digo que aún no es mujer, pero pronto lo sabrá. Han sido míos sus primeros suspiros y he sido yo quien le ha enseñado a besar. El grado de posesividad que eso me genera no lo he tenido con otras mujeres y eso me hace pensar en la posibilidad de convertirla en mi luna.Mis manos recorren sus formas suaves sintiendo como se estremece bajo mi toque. Me sorprende cuando sus manos inician a deambular por mi piel y ejercen presión cada vez que una sensación nueva la supera. Me gusta su toque, aunque debo confesar que no esperé que fuera tan receptiva a mi propuesta. Imaginé algo más de resistencia para este momento, pero no es así y eso solo quiere decir que ha imaginado este momento y eso ha pesado más que sus creencias tontas de religión, aunque no suficiente para las sociales, me ha quedado claro.Aunque su naturaleza humana es delicada, tiene un espíritu que arde como el de una loba. La picardía en su mirada y la agudeza de su voz
Toda la semana he estado feliz . Me levanto ilusionada, con una sonrisa que, estoy segura, está sacando de quicio a mi hermana. Pero ¿cómo no estarlo? Hace unos días, mi tía vino de visita y me dio la noticia más esperada: al final de esta semana llegará Iván Felipe .Por fin, la espera terminará y podremos comenzar con los preparativos de la boda. Intentó disimular mi entusiasmo, en parte por respeto al ánimo de Martha Isabel. Mi hermana no regresó al pueblo en las mejores condiciones, y estoy convencida de que, si hubiera podido elegir, no habría regresado.La quiero, claro que sí. Es mi hermana. Pero es evidente que se siente incómodo aquí. Mamá no puede ofrecerle los lujos que los tíos le dieron en la capital, y este pueblo, tan tranquilo y sencillo, está lejos de la vida social y moderna que ella disfrutaba allá. Mamá y yo hemos tratado de darle su espacio, pero no parece que se esté adaptando.Sin embargo, no puedo ocultar mi felicidad por completo. Disfruto los comentarios de m
Es inaudito lo que está diciendo esta tonta. Rebeca, mi hermana. No tenemos la mejor relación del mundo, pero le atribuía algo de inteligencia. Jamás imaginé que tanta mojigatería y sus constantes visitas a la iglesia terminarían en semejante locura..—He decidido tomar los hábitos —anuncia.El sonido de los cubiertos de mamá chocando contra los platos de porcelana resuena como un trueno en el comedor, haciéndonos dar un respingo. Las dos giramos hacia Rebeca, estupefactas.—¿Es que has perdido el juicio, Rebeca? —dice mamá, apresurándose a limpiar la comisura de sus labios con la servilleta, sin apartar la mirada de mi hermana—. En cualquier momento llega Iván Felipe, tu prometido. No podemos salirle con esto.—Lo sé, mamá. Pero es una decisión tomada —responde Rebeca con una firmeza que me resulta irritante—. Él debe entender que primero es Dios. Pensé que tú también lo entenderías.Mamá me lanza una mirada cargada de angustia antes de volver a fijarse en Rebeca. Yo sigo paralizada,
La conversación con don Noé dejó un torbellino en mi mente. Regreso a la manada, donde los miembros me saludan con respeto al pasar. Sus miradas son un recordatorio constante de la responsabilidad que cargo. En mi despacho, me dirijo a una mesa esquinera, saco una botella de whisky y sirvo un vaso generoso.—Si fueras humano, ya estarías en el suelo —comenta Alan, mi beta, entrando casi una hora después y acomodándose frente a mí con la confianza de siempre.—Una suerte que no lo sea —respondo con una media sonrisa, mientras le sirvo un vaso también.—Hueles a ella otra vez —dice tras un sorbo, directo como siempre—. Raquel está furiosa. No me sorprendería que intentara algo contra la señorita Martha.—No lo hará. Le prohibí salir de los terrenos de la manada —contesto, quitándole peso al asunto—. Además, ya le deje claro que no me interesa. No voy a meterme con una muchacha tan joven.Alan arquea una ceja, incrédulo.—Pero ya lo hiciste una vez. Ella está convencida de que volverá a
Las normas de la sociedad humana son un laberinto de absurdos. No se trata solo de su pudor frente a la desnudez, sino de su devoción por los bienes materiales, que inevitablemente perpetúan un sinfín de injusticias. Algunas nacen de las desigualdades económicas; otras, de la férrea mano de sus creencias religiosas.Desde hace dos años hemos cumplido con la exigencia de pagar impuestos por los terrenos de la Hacienda Amanecer. Don Noé nos presentó a algunos contactos que facilitaron la venta de cultivos y animales. Esos ingresos nos han permitido mantener al día las obligaciones.—Si el problema es dinero, podemos ampliar los cultivos —propone Alan cuando le detallo mi reciente conversación con don Noé.—Ojalá fuera tan simple —respondo, cruzando los brazos con gesto pensativo—. Necesitamos algo más que dinero: necesitamos apellidos.—Apellidos? —réplica, sorprendido, alzando una ceja—. ¿Para qué servirían?—Son como una máscara —explíco con tono grave—. Nos permitirán mezclarnos con
No puedo negar que me inquieta pensar en los sentimientos de mi prima Rebeca. Ella siempre supo de nuestro compromiso, y no hay duda de que esta ruptura habrá de lastimarla. Puede que sea tan virtuosa como asegura mi madre, e incluso más bella que Martha, aunque esto último no lo sé ni me importa. Lo único claro es que no sería justo para ninguno de los dos seguir adelante con una unión vacía de amor.Mi corazón late con fuerza, hechizado por la sonrisa de Martha, y me niego a ignorar ese llamado. Hubiera deseado enfrentarme a Rebeca y explicarle la situación personalmente, pero temo que mi madre tenga razón al anunciar que mi presencia podría hacerle aún más penoso este asunto. Como hombre, me incomoda delegar en mi madre una tarea que debería ser mía; Sin embargo, ella conoce mejor el carácter de Rebeca, y no me queda más que confiar en su juicio.— ¿Cómo te fue? ¿Está hecho? —le pregunto en cuanto cruza el vestíbulo de la casa.—Está hecho —responde con expresión amarga, acercándos