Salgo de la casa de don Noé con un solo propósito: recuperar a mi esposa. Sé que lo que estoy a punto de hacer no contaría con su aprobación, pero no soy él. No puedo, ni quiero, pasar veinticuatro horas sin ella.La noche es mi aliada. La oscuridad cubre mis movimientos mientras cruzo el jardín con sigilo, acercándome al balcón de su habitación.Desde la penumbra, la observo. Se levanta el tocador, deja caer la bata con elegancia antes de apagar la luz y deslizarse debajo de las sábanas. Por unos segundos, simplemente el observo. Su sola presencia alivia algo dentro de mí, pero no es suficiente. Don Noé tiene razón: he sido yo quien la ha alejado, pero eso se acabó. He mi aprendido lección.Empujo la puerta del balcón, pero está cerrada. Golpeo el vidrio suavemente. Ella se sobresalta, se endereza en la cama y dirige su mirada preocupada hacia mí.Cuando corre la cortina y nuestros ojos se encuentran, veo el reproche en su expresión. De no ser por el cabestrillo que sujeta su brazo d
Ayer casi muero del susto al ver a mi hija herida. Cuando Rebeca llegó a casa, su brazo vendado y el rostro pálido, supe que un médico ya la había atendido y que su vida no corría peligro, pero aun así, el dolor y la angustia me consumieron.¿Hice mal en entregar a mi hija a ese hombre?No dejo de preguntármelo.Supe que Iván Felipe había retado inicialmente a Pablo a duelo, un enfrentamiento que no llegó a concretarse por el repentino fallecimiento de mi querida Marta. Pero ahora, con el duelo solicitado por Pablo, mi corazón de madre solo encuentra culpabilidad en él.Mientras mi hija descansaba, Iván Felipe pasó a preguntar por ella y su estado. Aparentemente mi hija no lo quizo cerca al igual que a su marido al momento de la atención médica.—Estoy seguro de que Marta fue engañada por ese hombre —murmuró Iván Felipe con el tormento reflejado en su mirada—. No hay otra explicación para que una señorita de su condición cediera ante sus pretensiones insanas.Lo observé con un nudo e
Estoy desesperada. Nadie ha venido a contarme oficialmente que es lo que está pasando. Supongo que don Noé está con Pablo tratando de arreglar esta situación y por eso no ha venido. Ahora sí, oficialmente estamos en boca de todo el pueblo.—Por supuesto que no puedes salir —dice mamá, interponiéndose en la puerta—. Una señorita no debe ir a ese tipo de lugares.La miro incrédula.—Mamá, no soy una señorita. Soy una mujer casada y necesito saber qué está pasando con mi esposo.—Ese hombre ya no es tu esposo, no es nada tuyo entiéndelo, es solo un criminal.No puedo creer lo que escucho. Nunca la había oído expresarse así de alguien y que lo haga preciso del hombre que amo, me duele.—¿Cómo te atreves a decir que después de todo lo vivido con ese hombre no soy su esposa? Si, un apellido cambió, pero recuerdo perfectamente que fue ese hombre al que miré a los ojos en el altar, no importa cuál hubiese sido su apellido.Mamá baja momentáneamente la mirada. Ella sabe que mis palabras son ve
La resistencia de las generaciones jóvenes al cambio ha disminuido, en gran parte porque han descubierto las ventajas del mundo exterior. La posibilidad de explorar nuevos territorios y, sobre todo, de encontrar a sus compañeros, los impulsa a mirar más allá de nuestras fronteras.Pedro ha sido clave en este proceso. Su rol como enlace con el mundo no se limita al trato con los humanos; ha tejido una red de contactos con otras manadas, algo que antes era impensable. Gracias a él, ahora no solo mantenemos comunicación y comercio con ellas, sino que incluso están considerando adoptar nuestro modelo. Sería lo ideal para todos.—He escuchado de algo que hacen los humanos y me parece interesante —dijo Pedro, poco antes de la captura de nuestro Alfa—. Lo llaman feria de pueblo. Durante unos días al año, organiza una celebración para atraer visitantes. Podríamos hacer algo similar, usar la inauguración del pueblo como excusa e invitar a otras manadas. Tal vez así muchos encuentren a sus comp
Desde que tengo memoria, me han dicho que estoy comprometida con Iván Felipe Ortega, mi primo. Siempre me he sentido una joven afortunada, pues no solo es un hombre de gran fortuna, sino también increíblemente apuesto, al menos a mis ojos.Cada vez que me encuentro con mi madrina, su madre, me cuenta con una sonrisa que Iván me envía saludos especiales en cada carta que escribe desde Inglaterra. Mi corazón se llena de una calidez suave cada vez que escucho su nombre, como si estuviera cerca, aun estando a miles de kilómetros.Iván Felipe partió siendo apenas un niño, enviado a estudiar al extranjero, pero pronto volverá como todo un hombre. Tomará las riendas de los negocios familiares y, finalmente, estará listo para formar nuestro hogar.Nunca he mirado a otro hombre con interés. ¿Qué sentido tendría hacerlo, si mi destino ha estado atado a él desde siempre?Casi todas las noches abrazo el retrato que le pedí a mi madrina, el cual guardo como un tesoro. Sonrío al imaginar nuestro he
Amo la capital. Es un lugar tan entretenido: la cultura, las fiestas, la moda... Desde que comprendí el futuro monótono que me aguardaba, decidí aferrarme a todo eso. Si tenía la oportunidad de cambiar mi destino, sería aquí, en la capital, el lugar donde residen las mejores clases sociales del país.Soy la condesa Martha Isabel Gaona, y lo que tengo para ofrecer es mi título de nobleza, mi belleza, mi habilidad para entretener y, por supuesto, aquello que todas las mujeres tenemos: la capacidad de traer hijos al mundo. Sin embargo, las mujeres necesitamos más que eso para garantizar un futuro decente. En esta sociedad moderna, no solo es importantes procrear; sino pertenecer a una familia influyente que te pueda proveer de una dote para asegurar la consecución de un marido decente... o siquiera, un marido.Desgraciadamente, ese no es mi caso, y he tenido que enfrentarme a esa cruda realidad muchas veces. He sido blanco de innumerables galanteos acompañados de miradas cálidas que, tra
Hoy he llegado a la capital, donde permanecerá unos días mientras me presento ante mi comandante y recojo la documentación necesaria para regresar a mi hogar. Han pasado muchos años desde la última vez que puse pie en mi tierra natal. Aunque Inglaterra tiene paisajes bellísimos, ningún lugar se compara con la hermosura de mi patria. Fui recibido por un sol radiante y el alegre gorjeo de las aves, como si cantaran para celebrar mi regreso. He enviado un recado a un antiguo conocido para encontrarnos frente a la plaza principal de la ciudad. Hoy tengo el día libre, y, sin mucho que hacer, espero con paciencia en una de las pocas fuentes de refresco que comienzan a hacerse populares en este lugar. A mi alrededor, familias pasean de la mano, y grupos de jovencitas ríen con curiosidad mientras me observan, quizás atraídas por mi nuevo uniforme de oficial. Confiado, les devuelvo una inclinación de cabeza y una sonrisa.Mi amigo se está demorando, por lo que sin afán paseo la vista por uno
Ha llegado el momento de despedirme de la capital. Mi educación ha concluido y, aunque la tía Ruth sugirió a mi madre que podía quedarme un tiempo más para buscar pretendiente, ella insiste en que me quiere de vuelta en el pueblo.No tengo más opción que regresar como una mujer derrotada. Volver a ese pequeño y polvoriento lugar, sin una sortija en mi mano ni siquiera una promesa de matrimonio, es peor de lo que había imaginado. Sé que seré la comidilla del pueblo, porque allí nunca pasa nada interesante. Tal vez lo seré hasta el día que muera.Antes de partir, lloré desconsoladamente en brazos de la tía Ruth y mi prima, esperando que algún milagro me detuviera. Pero el milagro no llegó, y resignada inició mi viaje junto a mi tío. Tras horas de una incómoda y polvorienta travesía por las irregulares vías provincianas, llegamos a casa. Me ilusioné con la idea de que el cansancio me dejaría dormir, pero la inquietud me mantiene despierta.Luego de saludar a mamá e instalarme en pleno en