El trabajo en la capital avanzó con sorprendente rapidez, gracias a los esfuerzos previos de don Noé. A mi llegada a las oficinas gubernamentales, la mayoría de los trámites ya estaban resueltos. Mi trabajo se redujo a recoger respuestas y firmar documentos como responsable administrativo. Todo transcurrió sin contratiempos y, diez días después, emprendí el regreso a la hacienda con noticias que marcarían un nuevo comienzo: ahora somos el pueblo Amanecer.Aún quedan gestiones para completar, pero, de manera provisional, he sido nombrado alcalde. La estructura básica está en marcha, y en unos días llegará alguien que hará las veces de juez y notario, consolidando así el orden que tanto se requiere para tener credibilidad como pueblo.Al llegar al lugar al que desde hace unos días llamo hogar, encuentro a Raquel esperándome en la puerta. Su sonrisa radiante me dice que me extrañó tanto como yo a ella y aun así, debo encontrar la forma de escapar momentáneamente de esa tentación.No pued
Seis meses atrás, jamás me habría imaginado compartir una mesa en un bar con Juan Benedicto, pero aquí estamos. Tragos en mano, sentados en un rincón apartado, rodeados de una música de pésimo gusto y meseras de gestos coquetos que se aseguran de mantener nuestros vasos siempre llenos.Tengo muchas cosas que debo hablar con él, pero quiero empezar por lo menos problemático entre nosotros. Sorprendentemente, ese tema es su renuncia a la vida sacerdotal.— ¿Cómo tomó papá la noticia?Juan sonríe con nostalgia antes de responder.—Tan mal como lo imaginaba. No quiere saber nada de mí, ya no me considera su hijo y, por supuesto, me prohibió volver a la casa o visitar a mamá.—Muy predecible el viejo —comento, bebiendo con deliberada lentitud mi primer trago.—Sí. Afortunadamente, prometió no interferir en mi trabajo.Lo miro con curiosidad. No puedo imaginar qué clase de trabajo podría cruzar su camino con el de nuestro padre.—¿Cuál es ese trabajo?Me mira con duda por unos segundos, per
—Esa gente no entiende de razones. Parece que su único objetivo es declararme culpable —digo con disgusto a don Noé en cuanto salimos de la citación.—Sabías que esto no sería fácil. No solo luchas contra la influencia de la señora Enola, sino también contra los celos de todo el pueblo.Lo miro, sorprendido.—¿Celos? ¿Por qué habrían de tenerme celos?El hombre, con su barba salpicada de cañas, sube al carruaje y me observa en silencio, como esperando que yo mismo llegue a la respuesta. Pero al ver que no lo hago, suspira y decide hablar.—Hasta hace poco eras un don nadie, un desconocido más entre los jornaleros de la hacienda Amanecer. Y de repente, resultaste ser el dueño, llevas un apellido de renombre, te casaste con una condesa y, como si fuera poco, tu hacienda se ha convertido prácticamente en un pueblo. Has conseguido lo que todo hombre humilde y ambicioso anhela.Dicho así, parece que hubiera hecho trampa para obtenerlo. Pero de todo lo que ha mencionado, lo único que realmen
Despierto con el corazón desbocado y una opresión angustiante en el pecho. Una sensación inexplicable, como si algo estuviera a punto de romperse dentro de mí. Instintivamente, giro sobre el colchón y estiro la mano en busca del calor reconfortante de mi marido… pero solo encuentro el vacío.El frío de las sábanas es como un mal augurio. Mi corazón se encoge, latiendo con fuerza contra mis costillas. La habitación está en penumbras, la luz apagada del baño me dice que no está ahí, y afuera la noche aún se aferra al cielo. ¿Adónde ha ido Pablo a esta hora?Me envuelvo apresuradamente en mi bata y salgo de la habitación, con la esperanza absurda de encontrarlo en la cocina, quizás disfrutando de un bocadillo nocturno. Pero al llegar, solo encuentro a la señora Pilar, quien, con su eterna calma, ya se dispone a preparar el desayuno.—Buenos días, mi Luna. ¿Qué hace levantada tan temprano? —su voz es cálida, pero no consigue apaciguar la inquietud que me atenaza.—Buenos días, señora Pila
—Solo quería acabar con esta tontería lo antes posible —afirma Pablo, caminando de un lado a otro en mi despacho—. Nunca imaginé que algo así podría pasar.—Ya quédate quieto, me estás mareando —respondo, cansado de verlo lamerse las heridas.El día ha sido largo, y ya no soy joven para soportar tantas emociones de golpe.Pablo deja escapar un bufido y, tras unos segundos de indecisión, finalmente se deja caer en el sillón. De un solo trago, vacío el vaso que le serví.—No puedo creer que ese mocoso lograra que Rebeca se fuera de la casa.— ¿Seguro que fue culpa de Iván Felipe esta vez?—Por favor, don Noé. Usted sabe todo lo que ese hombre ha hecho para separarnos.Lo miro con seriedad antes de responder.—Y tú se lo estás dejando todo en bandeja de plata —le recalco, logrando que me lance una mirada de reproche. Me río, sin inmutarme—. Mirándome así no vas a lograr nada. Mejor agradece que la herida de Rebeca fue superficial.—Sí, pero si hubiera regresado conmigo, ya habría sanado d
Salgo de la casa de don Noé con un solo propósito: recuperar a mi esposa. Sé que lo que estoy a punto de hacer no contaría con su aprobación, pero no soy él. No puedo, ni quiero, pasar veinticuatro horas sin ella.La noche es mi aliada. La oscuridad cubre mis movimientos mientras cruzo el jardín con sigilo, acercándome al balcón de su habitación.Desde la penumbra, la observo. Se levanta el tocador, deja caer la bata con elegancia antes de apagar la luz y deslizarse debajo de las sábanas. Por unos segundos, simplemente el observo. Su sola presencia alivia algo dentro de mí, pero no es suficiente. Don Noé tiene razón: he sido yo quien la ha alejado, pero eso se acabó. He mi aprendido lección.Empujo la puerta del balcón, pero está cerrada. Golpeo el vidrio suavemente. Ella se sobresalta, se endereza en la cama y dirige su mirada preocupada hacia mí.Cuando corre la cortina y nuestros ojos se encuentran, veo el reproche en su expresión. De no ser por el cabestrillo que sujeta su brazo d
Ayer casi muero del susto al ver a mi hija herida. Cuando Rebeca llegó a casa, su brazo vendado y el rostro pálido, supe que un médico ya la había atendido y que su vida no corría peligro, pero aun así, el dolor y la angustia me consumieron.¿Hice mal en entregar a mi hija a ese hombre?No dejo de preguntármelo.Supe que Iván Felipe había retado inicialmente a Pablo a duelo, un enfrentamiento que no llegó a concretarse por el repentino fallecimiento de mi querida Marta. Pero ahora, con el duelo solicitado por Pablo, mi corazón de madre solo encuentra culpabilidad en él.Mientras mi hija descansaba, Iván Felipe pasó a preguntar por ella y su estado. Aparentemente mi hija no lo quizo cerca al igual que a su marido al momento de la atención médica.—Estoy seguro de que Marta fue engañada por ese hombre —murmuró Iván Felipe con el tormento reflejado en su mirada—. No hay otra explicación para que una señorita de su condición cediera ante sus pretensiones insanas.Lo observé con un nudo e
Estoy desesperada. Nadie ha venido a contarme oficialmente que es lo que está pasando. Supongo que don Noé está con Pablo tratando de arreglar esta situación y por eso no ha venido. Ahora sí, oficialmente estamos en boca de todo el pueblo.—Por supuesto que no puedes salir —dice mamá, interponiéndose en la puerta—. Una señorita no debe ir a ese tipo de lugares.La miro incrédula.—Mamá, no soy una señorita. Soy una mujer casada y necesito saber qué está pasando con mi esposo.—Ese hombre ya no es tu esposo, no es nada tuyo entiéndelo, es solo un criminal.No puedo creer lo que escucho. Nunca la había oído expresarse así de alguien y que lo haga preciso del hombre que amo, me duele.—¿Cómo te atreves a decir que después de todo lo vivido con ese hombre no soy su esposa? Si, un apellido cambió, pero recuerdo perfectamente que fue ese hombre al que miré a los ojos en el altar, no importa cuál hubiese sido su apellido.Mamá baja momentáneamente la mirada. Ella sabe que mis palabras son ve