Mi suegra y Rebeca se turnan para orar y cuidar de Marta, siguiendo al pie de la letra las indicaciones del médico. A pesar de sus esfuerzos, un segundo sangrado confirma lo inevitable: la pérdida del bebé. Marta queda aún más débil.

Me siento agotado, pero el descanso no es una opción. Bajo al despacho, donde encuentro a Jaime. Hablar con él es algo que no puedo aplazar.

No sé en qué terminará esto. Podría acabar muerto. Pero quiero creer que nuestra amistad significa algo para él, lo suficiente como para escucharme antes de decidir mi destino.

—Te ves como la mierda —dice Jaime, recargado en el marco de la ventana.

—Y me siento peor —respondo, llenando mi vaso con licor sin escatimar.

Lo observo mientras bebo. Su expresión es inescrutable.

—Supongo que ya hablaste con mi madre —digo, dejándome caer en la poltrona de cuero. Yo aún no he tenido fuerzas para hacerlo.

—Así es. Entiendo que no fue tu culpa. Estuve ahí cuando ocurrió tu primera transformación. Lo que quiero saber es qué p