CAPÍTULO 37
—Eres todo un amo de casa —declaró Emilia, llegando a su casa el último día de su guardia nocturna—. ¿Quién diría que a estas horas te iba a encontrar cocinando mi cena?

Alejandro sonrió, negando con la cabeza. Él sabía que ella tenía la guardia nocturna esa semana, de hecho, desde el lunes por la mañana insistió en ir por ella, pero la joven le dijo que prefería que no sacaran al pequeño Adrián de madrugada, para que no se expusiera al frío y no se resfriara, así que ella iba y venía en un auto que Armando le prestó, y en el que manejaba a fuerzas.

A decir verdad, conducir un auto, cualquiera que fuera, no era del total agrado de la joven, pero era, como ella decía, un mal necesario. Es decir, definitivamente andar en carro le ahorraba tiempo de los trayectos, y tampoco se cansaba, a pesar de que se bajaba temblando de ese precioso automóvil luego de conducir por diez minutos todos los días dos veces al día, excepto el sábado que era su día de descanso.

—Deja eso —pidió Alejandro, con
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