Grecia se miró al espejo una vez más sin poder creer que estaba vestida de novia por tercera vez en su vida y con el mismo hombre. Definitivamente, ellos habían nacido para estar juntos.
—Date prisa mamá, papá está desesperado —gritó Valentina vestida con su vestido blanco, parecía una pequeña hada de cuentos infantiles.
—¡Ya voy! ¡Ya voy! No es que quiera escapar —se quejó Grecia al ser casi arrastrada por su hija de siete años.
Habían pasado dos años viviendo en unión libre, pero con el compromiso grabado en sus corazones. Dos hermosos años en los que aprendieron a sanar sus heridas como pareja y disfrutaron de sus hijos todo cuanto pudieron y finalmente Guillermo le había pedido matrimonio dos semanas atrás.
«—¿Qué es lo que se traen entre manos? —preguntó mient
Guillermo Mendoza aceleró el auto, había logrado escapar de sus secuestradores, el corte sobre su ceja sangraba profusamente, casi impidiéndole ver con el ojo izquierdo, su labio inferior estaba roto e hinchado, tenía al menos dos costillas rotas y hematomas en todo el cuerpo.Apretó los dientes con furia, jamás se había esperado una traición como esa, había sido un completo imbécil por confiar en quien no debía y si no fuera porque había logrado sobrevivir a ese ataque, nunca habría sabido quién había cometido aquel traicionero ataque en su contra.—¡Creí en ti, fui un tonto! —se lamentó, mientras pisaba el acelerador a fondo al ver por el retrovisor a sus secuestradores, los muy cretinos parecían empeñados a borrarlo del mapa a cualquier precio.«¿Tanto era el odio y el resentimiento que Falcó
Las manos de Grecia temblaron al recibir el dije que le había regalado a Guillermo por su último cumpleaños y la argolla de matrimonio que le había puesto en el dedo cuando se casaron apenas hacía dos meses. Nunca, jamás en su corta vida hubiese podido imaginar que su matrimonio durara tan poco tiempo. Que su felicidad al lado de Guillermo fuera tan efímera. El dolor atravesó su corazón como si fuera apuñalado por miles de dagas.—No puede ser cierto ¡No! ¡No! ¡No! ¡Él no puede estar muerto! —gritó desde lo más profundo de su corazón.—Es mejor que lo aceptes Grecia, por tu bien, por el bien de nuestra familia, sobre todo por las empresas que quedarán a mi cargo. No puedes mostrarte débil, muchos socios pueden cuestionar mi lugar como CEO. Debes mostrarte serena es la mejor manera de rendirle tributo a Guillermo &mdas
Volvieron a casa en completo silencio, mientras el mundo se abría para uno, se cerraba para ella, apenas llegaron a la mansión Mendoza, bajó del auto y se encaminó a la habitación donde su padre se encontraba, era un hombre de setenta años, con una enfermedad incurable. Ella era la última de sus hijos, producto de un segundo matrimonio y la única niña en la familia Falcón, aparte de Rodrigo, tenía otros dos hermanos que habían preferido hacer su vida lejos de su padre y hermano mayor; sin embargo, ella no había tenido la misma suerte, tras la muerte de su madre se había quedado a cargo de Rodrigo quien tuvo siempre mano dura para ella, no le permitió tener un novio hasta Guillermo.—Esta es la última vez que te atreves a desafiarme Grecia, es la última vez que te lo voy a permitir —gritó Rodrigo apuntándole con el dedo, mientra
Rodrigó se paseó de un lado a otro, tenía que conseguir una manera de hacer que su hermana desistiera de tener al hijo de Guillermo, eso solo complicaba su vida, había hecho mucho para tener acceso a la fortuna y aunque su hermana era la dueña de todo, no sería difícil doblegarla a su voluntad. Había cometido asesinato y no dudaría en volver a cometerlo nuevamente con tal de salirse con la suya.—Calma Rodrigo, ya pensarás en algo ahora por favor ven a la cama, me estas mareando caminando de un lado a otro —habló Lucrecia.—¡No puedo calmarme Lucrecia! He luchado mucho por todo esto que tenemos, soportó varios años ser únicamente un oficinista a disposición de Guillermo y cuando por fin puedo tener acceso a toda la fortuna, Grecia sale con que está esperando un hijo del muy maldito —gruñó sentándose a los pie
Grecia despertó sobresaltada, aquel sueño la perseguía constantemente desde el día que comprendió lo peligroso que era Rodrigo y de lo que era capaz de hacer con tal de salirse con la suya. Lloró con aquella misma desesperación que embargó su corazón al despertar en el hospital, con el miedo inundando todo su cuerpo y su corazón, con aquella certeza que nada en su vida volvería a ser igual.Las manos de la doctora Gutiérrez habían sido las únicas en sostenerla y brindarle el consuelo que necesitaba. Jamás antes había echado tanto de menos a su madre como en aquel instante. Se limpió bruscamente las lágrimas al escuchar los toques a su puerta que eran más insistentes a medida que se negaba a responder.—Sé que estás despierta Grecia, no te servirá de nada fingir —gritó Rodrigo al otro lado de la puer
Diego Mendoza observó con frialdad la escena frente a sus ojos, la señora de Mendoza había caído desplomada al suelo al verlo entrar en la habitación, debía ser que algo en su conciencia le carcomía al punto de hacerla perder el conocimiento, sonrió ligeramente o sería mejor decir que dibujó una ligera mueca de lo que un día fue una hermosa sonrisa.—Señor, no tiene necesidad de presenciar esto, si usted me lo pide puedo cancelar la reunión —susurró su asistente de manera que solo él pudiera escucharlo.—Te daré las órdenes cuando las considere necesarias Robledo, por ahora déjame presenciar este hermoso espectáculo —respondió con frialdad, se sentó en la silla más alejada de la familia Falcón, estudiándolos a su gusto y placer.Después de lo que pareció unos
Grecia abrió los ojos con cierto temor. El miedo recorrió cada fibra de su cuerpo, podía recordar y reconocer aquellos hermosos ojos grises en cualquier parte del mundo, estos eran iguales y distintos a la vez…—¡Abre los ojos de una maldit@ vez Grecia! —gritó Rodrigo enfadado su fachada de hermano comprensivo y buen hombre había sido borrado apenas Diego Mendoza abandonó la oficina. Su enojo e ira iba en aumento cada vez que veía el rostro pálido de su hermana.Grecia terminó por abrirlos de golpe al escuchar la voz de su hermano, eso solo quería decir que Diego Mendoza ya no estaba en la habitación.—¿Quién era él…? —preguntó desorientada, se sentó con la ayuda de una enfermera.—¡Sal de aquí! —ordenó Rodrigo a la joven quien no dudó en salir corriendo, todos co
Grecia se giró al escuchar la voz del hombre a su espalda, no lo conocía jamás en la vida lo había visto, pero… ¿Por qué decía que esa era su casa?—¿Estás sorda? —preguntó frunciendo el ceño—. Te he hecho una pregunta… ¿Qué haces en mi casa y quién eres? —repitió.—No estoy sorda y me has hecho dos preguntas —rebatió Grecia alejándose de la cuna del pequeño Guillermo.—Y por lo que veo no piensas responder a ninguna de ellas —alegó el hombre haciéndose a un lado, invitando a Grecia a abandonar la habitación.—¡Jorge! —el grito de Camila llamó la atención de los dos que se enfrentaban con una fiera mirada.Grecia creía que era mucho tener que vivir soportando a Rodrigo, como para venir a soportar a otro p