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Capítulo 4. Dos años después.

Grecia despertó sobresaltada, aquel sueño la perseguía constantemente desde el día que comprendió lo peligroso que era Rodrigo y de lo que era capaz de hacer con tal de salirse con la suya. Lloró con aquella misma desesperación que embargó su corazón al despertar en el hospital, con el miedo inundando todo su cuerpo y su corazón, con aquella certeza que nada en su vida volvería a ser igual.

Las manos de la doctora Gutiérrez habían sido las únicas en sostenerla y brindarle el consuelo que necesitaba. Jamás antes había echado tanto de menos a su madre como en aquel instante. Se limpió bruscamente las lágrimas al escuchar los toques a su puerta que eran más insistentes a medida que se negaba a responder.

—Sé que estás despierta Grecia, no te servirá de nada fingir —gritó Rodrigo al otro lado de la puerta—. Sal de una m*****a vez, no tenemos todo tu tiempo, hoy visitará nuestras instalaciones un hombre que tiene el poder de sacarnos del problema en el que estamos —añadió golpeando la puerta más fuerte que antes.

Grecia se levantó y abrió la puerta de golpe.

—Me importa una jodida mierd@ el problema en el que estás metido. ¡No es asunto mío! —gritó tratando de cerrar la puerta, pero el pie de Rodrigo se lo impidió.

—¿Quieres que papá también muera? Sin dinero no hay tratamiento, Grecia, estoy cansado de decírtelo.

—¡Pues eso lo hubieras pensado antes de gastar a manos llenas el dinero de Guillermo! —gritó furiosa. Odiaba a su hermano, como jamás podría odiar a nadie en la vida y si no fuera por su padre, hace tiempo que habría terminado con todo aquello. Deseaba echarlo de casa porque no era digno de pisar y vivir en la casa que fue de Guillermo.

Rodrigo, solo era un ser miserable que no se había tentado el alma para matar a su marido y lanzarla por las escaleras para hacerle perder a su hijo y había llevado a la ruina todo lo que Guillermo había construido en solo dos años, dos años había sido suficientes para gastarse una fortuna de varios millones de dólares.

—No tientes tu suerte de nuevo Grecia, porque te juro que no me importará sumar otro muertito a mi lista —sonrió—. Vístete saldremos en una hora —añadió cerrando la puerta de un solo golpe.

Grecia apretó los dientes y los puños con impotencia. No existía nombre para la maldad que habitaba en el corazón de su hermano. Cuando creía que ya no tenía nada con que chantajearla el muy miserable amenazaba con quitarle la vida a su padre. Y es que Alfredo Falcón tampoco era un buen ser humano, pero seguía siendo su padre y dentro de su corazón lamentablemente no cabía maldad hacia él; deseaba que por lo menos tuviese una muerte natural, pero sin dinero el final estaba cerca y sin obediencia para Rodrigo, su muerte podía ser en cualquier momento, a cualquier hora del día o incluso en esos precisos momentos.

Se vistió de negr0 como lo hacía desde la muerte de Guillermo, no le importaba si a Rodrigo le molestaba o no, no vivía para agradar a nadie y mucho menos al canalla de su hermano. Todo lo contrario, lo fastidiaría de una o de otra manera y si ese día podía arruinar las negociaciones con ese hombre que podía salvarlo de la ruina no dudaría ni un solo segundo en hacerlo. Con aquella decisión tomada bajó a paso lento por las escaleras, cada vez que pisaba uno de aquellos escalones, le atormentaba el recuerdo de su cuerpo cayendo lentamente por ellas hasta terminar en piso con sangre entre las piernas.

Grecia se forzó a apartar aquellas imágenes de su cabeza, necesitaba la mente clara para pensar aun si el dolor laceraba su corazón no se lo dejaría saber a Rodrigo.

—Maldit@ sea, ¿Por qué te empeñas en vestir de luto? Te dije claramente que este hombre era importante.

—Lo será para ti, más no para mí; no entiendo tu interés para que haga acto de presencia en la empresa de mi marido, si nunca tomas en cuenta mis opiniones, haz hecho lo que has querido, resuelve este asunto también —gruñó fulminándolo con la mirada.

—Eres una…

—Basta Rodrigo, necesitamos que Grecia esté calmada y relajada para recibir a nuestro futuro socio —habló Lucrecia tratando de apaciguar los ánimos.

—No tengo ningún interés en recibir a ningún futuro socio, ¿Qué parte no han entendido? —preguntó Grecia cruzándose de brazos.

—Creo que quien no ha entendido lo que sucede eres tú cuñadita. Rodrigo puede ser un poco torpe dando explicaciones, él es más de actuar y las dos lo sabemos ya no es necesario que te lo recuerde ¿Verdad? —sonrió Lucrecia caminando hacia ella.

—El señor Diego es un hombre muy importante de la región, dueño de múltiples fincas cafetaleras y dispuesto a invertir en la exportadora varios millones de dólares incluso más de lo que necesitamos y esta es una oportunidad que como familia no podemos perder. ¿Quieres que todo el esfuerzo de Guillermo se pierda?, ese pobre hombre se revolcará en su tumba por toda la eternidad si todo por lo que luchó termina como él, convertido en cenizas —le recordó con maldad.

Grecia reprimió el insulto que tenía en la punta de la lengua, pero en algo tenía razón la víbora de su cuñada y es que no podía permitir que todo lo que Guillermo había construido se perdiera y menos si había una sola oportunidad de que alguien salvara aquel patrimonio y quitara a Rodrigo de la presidencia de la Exportadora Mendoza, con eso ella se daría por bien servida e incluso vengada.

—Lo haré, pero no creas que esta vez obtendrás lo que deseas, espero que el futuro socio tenga cavada tu tumba —espetó saliendo de la casa y subiendo a su auto.

Manejó por las calles de la ciudad siendo seguida muy de cerca por el auto de Rodrigo. Estacionó una hora más tarde frente a la exportadora Mendoza, descendió del auto y se encaminó hacia las oficinas. Los empleados la miraban con esperanza y ella sintió el nudo crecer dentro de su pecho. Si la exportadora también se perdía cientos de trabajadores quedarían desempleados y sin su respectivo pago de indemnización por los años trabajados. Cerró los ojos, no debería sentirse comprometida con ellos, pero su corazón no le permitía ser egoísta y juró por todo lo que le era sagrado que haría hasta lo imposible por salvar lo que aún quedaba de Guillermo así tuviese que vender su alma al diablo.

Rodrigo le dio alcance tomándola de la mano la llevó a la sala de juntas donde se reunirían con el hombre, esperaba que fuera puntual, porque estaba deseando poner las manos sobre el capital que recibiría, tenía deudas que debían ser saldadas o de lo contrario terminaría teniendo muchos problemas.

Grecia se apartó de su hermano y cuñada, observó a través del ventanal la ciudad y suspiró al escuchar la puerta abrirse y a la secretaria de su hermano anunciar al visitante.

—Señor Falcón, el señor Mendoza está aquí.

Grecia giró su cuerpo violentamente para mirar al hombre que, hacia una entrada magistral, sus ojos se encontraron y su cuerpo tembló violentamente antes de que todo su mundo sucumbiera ante la oscuridad.

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