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 C3- HACERTE MÍA POR COMPLETO.

 C3- HACERTE MÍA POR COMPLETO.

El sonido de los tacones de Luna resonaba en el largo pasillo, sus manos temblaban, aferradas al borde de su vestido.

El guardaespaldas que caminaba frente a ella se detuvo y abrió una puerta doble de madera oscura. Luna tragó saliva y dio un paso al frente, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en sus oídos. Al entrar, la habitación la envolvió con su elegancia opulenta: cortinas de terciopelo, muebles de cuero.

Pero lo que realmente dominaba la escena era él.

Cassio estaba sentado en un sillón frente a un ventanal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad iluminada. Sostenía una copa en la mano, y sus ojos se clavaron en ella con una intensidad que le robó el aliento.

No era el hombre brutal y grotesco que habría imaginado. Era atractivo, peligroso, y su mera presencia parecía llenar la habitación.

—Luna —dijo con una voz grave y serena, rompiendo el silencio ―Entra.

Ella asintió, incapaz de hablar.

Cassio dejó la copa sobre una mesa cercana y se puso de pie. Su altura y porte la intimidaron aún más, pero no había agresividad en sus movimientos. Caminó hacia ella con calma, deteniéndose a una distancia prudente.

—No tienes que temerme —dijo, como si pudiera leer sus pensamientos.

Luna parpadeó, sorprendida. No era lo que esperaba. Había imaginado que sería brusco, que la arrastraría a la cama sin siquiera mirarla a los ojos. Pero ahí estaba, hablándole con una tranquilidad que no habia esperado.

—Yo... —intentó hablar, pero su voz se quebró.

Cassio inclinó la cabeza ligeramente, estudiándola. Luego señaló un sofá cercano.

—Siéntate.

Ella obedeció, más por reflejo que por decisión propia. Él se sentó frente a ella, cruzando las piernas con elegancia.

—¿Quieres un poco de whisky? —preguntó, levantando la botella que tenía junto a él.

Luna negó con la cabeza, incapaz de confiar en su propia voz.

—Está bien —dijo él, sirviéndose otra copa—. Solo quiero que te relajes. No voy a obligarte a nada.

Sus palabras la dejaron perpleja. ¿Era esto una especie de juego? ¿Una estrategia para hacerla bajar la guardia?

―¿Vas a dejarme ir?

Cassio bebió un sorbo y respondió.

―Si eso quieres.

Luna trago y se negó a tener esperanzas. Sabia que los hombres como el no perdonaban. Sin embargo, pregunto.

―¿Y dejaras ir a Mark?

Cassio la miro un segundo antes de responder.

―Pues.. me temo que no… tengo reglas y… las cumplo a cabalidad.

Eso fue todo lo que ella necesitó para saber que solo habia dos salidas. O se acostaba con ese hombre o su padre moría.

—¿Por qué soy yo? —preguntó finalmente, intentando sonar temblorosa.

—Porque tu novio me ofreció un trato —dijo Cassio con una sonrisa que no alcanzó sus ojos—. Y porque quise aceptar. Me resultas… bonita.

El recuerdo de Mark, vendiéndola como si fuera una mercancía, hizo que la vergüenza y la ira se mezclaran en su pecho. Pero no dijo nada. No podía permitirse el lujo de perder el control.

Cassio se inclinó hacia ella, apoyando los codos en las rodillas.

—Esto no tiene que ser algo que odies, Luna. Quiero que lo recuerdes... de otra manera.

Sus palabras la confundieron aún más. ¿Por qué le importaba lo que ella sintiera?

Él se puso de pie y se acercó lentamente, dándole tiempo para retroceder si quería. Pero Luna no se movió. Estaba paralizada, no por miedo, sino por la intensidad de su mirada. Y cuando sus dedos rozaron le rozaron la mejilla, un escalofrío recorrió su cuerpo.

—Eres hermosa —murmuró.

Luna cerró los ojos, esperando sentir brutalidad o dolor, pero en su lugar, sintió una calidez que la desconcertó. Sus manos eran firmes pero suaves, y cada caricia parecía diseñada para tranquilizarla.

Y cuando finalmente la besó, lo hizo con una delicadeza que la tomó por sorpresa. No había prisa en sus movimientos, solo una paciencia infinita que la hizo relajarse poco a poco. Luna, que había llegado a esa habitación esperando lo peor, se encontró respondiendo a su toque, a su voz, a la pasión contenida en cada gesto.

Cassio la atrajo suavemente hacia él, sus labios encontrándose una y otra vez, de manera lenta al principio, como si quisiera darle tiempo para adaptarse. Pero con cada beso, la intensidad creció, y lo que empezó como una exploración cautelosa se convirtió en un intercambio cargado de pasión.

Sin dejar de besarla, la guio hacia la cama. Y Luna sintió cómo su corazón volvía a acelerarse, pero esta vez no era por miedo, sino por algo que no lograba comprender del todo. Se dejó llevar por el momento, por la firmeza de las manos de Cassio que la sostenían. Con delicadeza, el comenzó a bajar su vestido revelando su piel pálida y suave.

―Dio eres hermosa ―murmuró, y sus dedos trazaron patrones sobre su cuello y hombros, haciendo que la joven cerrara los ojos y contuviera la respiración ―Quiero que grites mi nombre cuando llegues al clímax, Luna. Quiero escucharte gemir de placer.

Ella se sonrojó aún más, pero a la vez se sintió excitada por sus palabras. Cassio era dominante y posesivo, pero también había algo dulce y protector.

Con movimientos lentos y precisos, deslizó el vestido por sus hombros, exponiendo sus pequeños senos. Ella contuvo el aliento, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba a su tacto. Pero también se instaló el miedo en su pecho.

«¿Dolerá mi primera vez? ¿Será tan terrible como dicen?»

Cassio pareció leer sus pensamientos y se detuvo mirándola fijamente.

―No te preocupes. Voy a ser suave ―susurró inclinándose para besar cada uno de sus pezones, primero con delicadeza y luego con más pasión. ―Y también voy a hacerte mía por completo.

 Luna gimió al sentirlo y escucharlo, fue un sonido suave y tímido que hizo que Cassio sonriera con satisfacción.

Y pronto la habitación se llenó de gemidos y suspiros a medida que Cassio exploraba el cuerpo de Luna con sus manos y su boca. Cada caricia, cada beso, la llevaron a un nuevo nivel de placer.

Horas después, mientras el mundo fuera de esa habitación seguía su curso, Mark llegó al lugar, furioso. Exigiendo ver a Luna.

—¡Déjenme pasar! ¡Es mi novia! —gritó, intentando empujar a los guardaespaldas que bloqueaban la entrada.

Uno de ellos lo detuvo con facilidad, cruzando los brazos frente a él.

—El jefe ha dado órdenes claras. La señorita se queda aquí hasta mañana.

Mark iba a protestar de nuevo, pero entonces lo escuchó. Los sonidos que venían desde el otro lado de la puerta eran inconfundibles. Los gemidos de Luna atravesaron la madera como un cuchillo directo a su orgullo. Y su rostro se tornó rojo de ira, finalmente, dio media vuelta y se marchó, lleno de rabia y humillación.

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