C4- TU NOVIO TE ENGAÑA.

C4- TU NOVIO TE ENGAÑA.

Luna despertó al día siguiente con la luz del sol acariciando su rostro. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba, y cuando lo hizo, el rubor subió rápidamente a sus mejillas. Se cubrió con las sábanas, sintiéndose vulnerable.

Cassio estaba sentado en una silla frente a la cama, observándola. Su expresión era tranquila, pero había algo en sus ojos que la hacía sentir desnuda, incluso más de lo que ya estaba.

—Buenos días —dijo él, su voz tan calmada como la noche anterior.

—Buenos días —murmuró ella, evitando su mirada.

Cassio se levantó y caminó hacia la ventana, dándole la espalda.

—Puedes irte cuando quieras —dijo, como si lo que había pasado entre ellos no significara nada.

Luna sintió un nudo en el pecho ante su frialdad, pero no dijo nada. Se levantó lentamente, buscando su ropa. Antes de que pudiera salir, él habló de nuevo.

—Tu novio te engaña.

Ella se detuvo en seco, girándose para mirarlo.

—¿Qué?

Cassio se acercó y le entregó dos tarjetas: una con su número personal y otra con una dirección.

—Ve a esa dirección si quieres verlo con tus propios ojos. Y si decides que quieres verme de nuevo... llámame.

Luna apretó las tarjetas en su mano, furiosa.

—Esto no volverá a pasar —dijo, mirándolo con rabia.

Cassio sonrió, esa sonrisa arrogante que tanto la irritaba.

—Claro que no. A menos que tú quieras.

Ella lo fulminó con la mirada y se giró para irse.

—¿La deuda está saldada? —preguntó antes de salir.

Cassio se inclinó ligeramente hacia ella, su sonrisa nunca desapareciendo.

—Completamente. Hiciste un trabajo excelente.

Luna sintió cómo su rostro se encendía de vergüenza y furia, pero no le dio el gusto de responder. Salió de la habitación sin mirar atrás, dejando a Cassio solo, con una sonrisa satisfecha en los labios. Cuando la puerta se cerró tras ella, Cassio permaneció unos segundos en silencio. Luego, caminó tranquilamente hacia el sillón más cercano y tomó asiento, cruzando las piernas con elegancia. Apenas había pasado un minuto cuando su guardaespaldas apareció en la puerta, observándolo con respeto.

—¿Quiere que la sigamos, señor? —preguntó el hombre.

El alzó ligeramente los labios en una sonrisa mientras sus ojos se desviaban hacia la cama deshecha. Por un instante, dejó que su mente viajara a los recuerdos de la noche anterior. La forma en que ella había reaccionado, su nerviosismo, su resistencia inicial... todo había sido como un juego que él sabía cómo ganar. Y lo había hecho. La satisfacción brilló en sus ojos, aunque su rostro permaneció sereno.

—Sí —dijo finalmente, con un tono que no dejaba lugar a dudas—. Y asegúrate de que llegue sin problemas.

El guardaespaldas asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Bien, jefe.

El hombre se giró para salir, pero se detuvo en el umbral. Miró a Cassio por encima del hombro, con expresión seria.

—Señor... ¿es ella?

Cassio se tensó ligeramente ante la pregunta. Sus ojos se oscurecieron, y por un momento, pareció debatirse consigo mismo. Luego, finalmente, habló, con una voz baja pero cargada de significado.

—Lo es... —admitió —. Solo tenemos que esperar que su lindo padre... muerda el anzuelo. Por lo pronto... vigílala e infórmame de todo. ¿Está claro?

—Como el agua, señor.

El guardaespaldas asintió. Y Cassio se reclinó en el sillón, su mirada fija en algún punto distante, mientras su mente lo llevaba de nuevo a su noche con Luna.

[*]

Luna se dejó caer en el asiento trasero del taxi, cerrando los ojos por un instante mientras soltaba un largo suspiro. Abrió su bolso con movimientos torpes y sacó la botella de agua que había comprado apenas salió del club. Junto a ella, estaba la pastilla anticonceptiva de emergencia. Solo mirarla le provocó una punzada en el pecho, un recordatorio de lo que acababa de pasar.

Destapó la botella con manos temblorosas, colocó la pastilla en su boca y la tragó con un largo sorbo de agua. Se recostó contra el respaldo del asiento, mirando las luces de la ciudad que pasaban rápidamente por la ventana. Quería distraerse, pensar en cualquier otra cosa, pero su mente no se lo permitió.

Primero pensó en su padre.

Desde que su madre los dejó cuando ella tenía apenas siete años, él se había encargado de todo. Trabajaba como mecánico en un pequeño taller especializado en autos clásicos, y aunque el negocio no daba para lujos, siempre lograba salir adelante. Ahora sabía que, estaba fuera de peligro, y eso le daba algo de paz. Su padre era todo lo que tenía en el mundo, y lo último que quería era que estuviera en riesgo.

Cerró los ojos y, sin querer, volvió a revivir esos momentos en la habitación con Cassio. Su rostro se calentó al recordarlo, y se llevó una mano a la frente, frustrada consigo misma.

—¿Qué demonios te pasa, Luna? —murmuró ―Ya olvídalo.

Guardó la botella de agua en su bolso, sus dedos rozaron las tarjetas que Cassio le había dado. Las sacó y las miró por un momento, La primera tenía su número personal. La segunda, una dirección escrita en una caligrafía impecable. Luna apretó los labios, sintiendo cómo la duda comenzaba a crecer en su interior.

Había conocido a Mark hace un año, en un bar de moda al que fue con sus amigas. Y durante los primeros meses, todo fue perfecto. Mark era atento, cariñoso, y siempre encontraba la manera de hacerla sentir especial. Pero con el tiempo, las cosas cambiaron. Su trabajo nocturno como bartender lo mantenía ocupado hasta altas horas, y durante el día, en lugar de querer pasar tiempo con ella, siempre tenía asuntos pendientes que atender fuera de casa. Decía que eran compromisos importantes, pero nunca le daba muchos detalles,

"¿Y si lo que dijo es cierto? ¿Y si Mark realmente me está engañando?" pensó.

La relación entre ellos ya estaba rota, lo sabía, pero aun así no podía quedarse con la duda. Necesitaba saber la verdad, aunque eso no cambiara nada. Se inclinó hacia adelante, llamando la atención del conductor.

—Disculpe… ¿puede llevarme a esta dirección? —preguntó, mostrándole la tarjeta.

El taxista la miró por el retrovisor y asintió.

—Claro, señorita.

El auto cambió de rumbo, y Luna se recostó nuevamente en el asiento, abrazándose a sí misma. Su corazón latía con fuerza, no sabía qué iba a encontrar cuando llegara, pero las señales eran demasiado claras como para seguir ignorándolas.

Pronto el auto se detuvo frente a la dirección escrita en la nota. Y Luna tragó saliva al ver la casa frente a ella.

—¿Está segura de que quiere bajar? —preguntó el taxista, rompiendo el silencio.

Ella no respondió de inmediato, pero sus dedos temblaron al abrir la puerta del auto.

Y entonces, salió.

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