La Guerra

Maximus se encontraba en su despacho, la luz tenue de la tarde filtrándose a través de las cortinas, mientras los papeles sobre su escritorio parecían multiplicarse ante su mirada fija. La mente de Maximus, siempre inquieta, luchaba por centrarse en la montaña de responsabilidades que le aguardaban con la presencia de sus enemigos en las cercanías, pero algo, una presencia suave, lo interrumpió sacándolo de sus pensamientos.

De repente, sus ojos azules, que solían navegar entre las sombras de sus pensamientos, se posaron en ella: Helen. La hermosa mujer tan serena como una tarde de primavera, se encontraba cerca del jardín que se extendía más allá de la ventana. La brisa jugaba con las mariposas que revoloteaban alrededor de las flores, y entre ellas, Helen acariciaba una flor, su sonrisa iluminando su rostro de una manera que Maximus jamás había visto.

Sin hacer ruido, ella se acercó a una pequeña flor de pétalos lilas y comenzó a acariciarla con suavidad. Un par de mariposas danzaba
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