Paolo se mantuvo en silencio observando fijamente a aquel hombre que yace sentado en aquella silla de ruedas, La soledad se reflejaba en cada pliegue de su rostro, como si el tiempo hubiera marcado en su piel un mapa de ausencias. Sentado en la silla de ruedas, el hombre parecía absorber la vastedad del horizonte, sin prisa ni esperanza, pero con una calma inquietante. A su alrededor, la miseria se alzaba en forma de calles grises y edificios desmoronados, pero nada de eso tocaba su esencia. Él permanecía erguido, con la mirada fija en el infinito, como si el mundo entero no pudiera arrebatarle su dignidad. Su presencia era imponente, inquebrantable, como un monumento a la resistencia ante todo lo que el tiempo y la vida le habían arrebatado. En su soledad había una fortaleza silenciosa, como si no necesitara nada ni a nadie para ser un gigante entre ruinas.La pequeña niña también observa al hombre, pero es Paolo quién no estaba conforme con aquella reacción.— Yo te conozco a ti — e
Los niños volvieron a alejarse, pero en sus adentros había una sensación de vuelta, ellos volverán al hombre. El sol de la tarde bañaba el pequeño patio, creando manchas de luz sobre el suelo de tierra. El aire estaba impregnado con el aroma de las flores que aún luchaban por florecer en un rincón olvidado del jardín. El sonido de las risas infantiles llenaba el espacio, como una melodía que intentaba distraer a los niños de las sombras de la casa. Los mellizos, Georgina y Maximiliano, jugaban en el patio trasero con una pelota desgastada, sus rostros iluminados por la alegría que solo los niños conocen, esa que nace del momento presente y de la libertad que encuentran en cada rincón de su mundo.A Georgina, con sus trenzas sueltas y una camiseta algo manchada de tierra, dio un fuerte patadón a la pelota, enviándola hacia su hermano. Maximiliano, que siempre había sido más rápido y menos cauteloso, corrió tras ella con una energía que parecía inagotable. Ambos se reían, saltando y cor
El sol de la tarde bañaba aquella pequeña ciudad sumida en miseria, aunque contaba con un brillo dorado, que lo volvía un refugio tranquilo en un país donde el tiempo parecía haberse detenido. Bajo la sombra de un árbol antiguo de mango, un hombre permanecía sentado en su silla de ruedas, su figura inmóvil, como una escultura olvidada por el tiempo. Sus facciones eran perfectas, esculpidas por la vida misma sin importar la miseria que lo envuelve. Su mandíbula marcada, los pómulos altos y definidos, y una barba ligeramente descuidada añadían un aire de dureza y misterio a su rostro. Pero lo que destacaba eran sus ojos. Aunque cegados, parecían guardar secretos profundos y un océano de emociones jamás dichas. Eran de un azul intenso, como el horizonte infinito del mar en calma, aunque su mirada se perdía en el vacío, ajena a la belleza de su entorno.Cerca de él, un par de mellizos lo observan con inocencia, aunque sus movimientos mostraban una extraña mezcla de entusiasmo y timidez. G
Georgina y Maximiliano caminaron en silencio por el sendero que los alejaba del sitio en donde Maximus estaba. El sol apenas comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo con matices de naranja y púrpura, pero para ellos todo era gris. Cada paso era un peso más en sus corazones, cargados de la fría realidad que acababan de enfrentar: el rechazo de su propio padre, puesto que el corazón no se equivoca y ellos sentían y sabían tenían la certeza pese a ser muy pequeños de que aquel hombre que usa silla de ruedas es el padre de ellos.Georgina, con su vestido manchado de lágrimas, intentaba contener el llanto, pero no podía. Sentía que su pecho iba a estallar de tanto dolor. "¿Por qué no nos quiere?", susurró entre sollozos, mirando a Maximiliano, pero su hermano no respondió.Maximiliano caminaba con la mirada fija en el horizonte, los puños apretados y el rostro inexpresivo, reflejando el semblante de su padre. Sin embargo, una pequeña lágrima rodó por su mejilla, traicionando la coraza que i
Los pequeños bebés se habían quedado dormidos en los brazos de Helen, que pese a que aún estaba con muchas dudas, las certezas de que ellos eran de ella inundaba su mente y se clavó como una estaca en su alma, ellos eran hijos de ella y de Maximus, entonces al pensar en él sus ojos azules se posan en Paolo, y el hombre de manera inmediata supo que había llegado el momento de hablar, Helen se levanta de aquella cama, los mellizos estaban profundamente dormidos, Helen sabe que ha llegado el momento de aclarar los sucesos acontecidos, necesitaba esclarecer por completo aquellos actos y lo más importante era saber dónde estaba Maximus.— Debes de darte un baño— Paolo interrumpió A Helen la mujer nada más asintió con la cabeza, el hombre le señala el cuarto de baño, después de unos cuantos minutos Helen estaba lista ya para enfrentar la realidad de este mundo que ella siente aún desconocido. Paolo se encontraba sentado por debajo del árbol la noche estrellada y cálida los abrazaba con su
— El destino muchas veces pone todo en su lugar sus hijos fueron los mismos que lo encontraron ahora es un hombre solitario quizás no esté ni cerca de lo que fue aquel hombre en Italia poderoso jefe de una organización de mafia Pero sigue siendo tan inalcanzable como esos años — fue la respuesta de Paolo.— ¿En dónde estamos Paolo? ¿Cómo que son dos? ¿Cómo han nacido? Son tantas preguntas que tengo y siento que las respuestas son pocas muy escasas diría yo. — Tampoco sabía que eran dos hasta que llegó el momento del nacimiento estamos en un país muy pobre, pero sus habitantes los pocos que tiene saben brindar mucha calidez había encontrado una mujer que te realiza el aseo día a día y se encargaba de darte los alimentos que podía, claro que todo era complicado, pero fue suficiente para que no estuvieras débil, fue todo un reto y en cierta forma todo lo que he aprendido con Albani, fue suficiente para mantenerte con ciertos medicamentos o mejor dicho con ciertas hierbas que tienen prop
El aire se vuelve densa, Helen sabe que estaba jugando con fuego, pero de algo debía de iniciar, ella ya no era aquella joven dulce, ahora era madre una madre que fue herida, puesto que le dolía en el alma no haber estado consciente en el nacimiento de sus bebés, su larga cabellera negro azabache se remueve con la brisa que azota, mientras que la mente de Maximus se agitaba como un torbellino. Había aprendido a sobrevivir en la oscuridad, a interpretar las voces, los movimientos, los silencios. No necesitaba ojos para leer a las personas; los años de amargura lo habían convertido en un maestro en detectar mentiras y verdades, claramente que la voz de Helen temblaba ligeramente, como si tuviera miedo, pero también había mucha valentía, al igual que estaba cargada de algo más: esperanza. Esperanza de que él pudiera recordar, de que reconociera en ella algo que había quedado enterrado en las ruinas de su vida pasada ¿Realmente era esperanza? Pero entonces el hombre parece reaccionar, pen
— Te diré algo. — dijo finalmente, con una voz gélida — Si realmente eres mi mujer, entonces lamento decírtelo… pero yo no soy el hombre que estás buscando. Ese hombre murió hace mucho tiempo. Lo que queda de él no vale nada, y desde luego no necesita a alguien que invente historias para sentirse mejor.Helen, incapaz de soportarlo más, se coloca más cerca de Maximus, el hombre, por su parte, permaneció inmóvil, con los músculos de su mandíbula tensos. No se permitió sentir el dolor que acechaba tras sus palabras. Para él, apartarla era un acto de misericordia, aunque su corazón, enterrado bajo capas de amargura, apenas lo reconociera.— Mira caballero con armadura impenetrable o por lo menos eso es aquello que tú quieres creer eso, pero déjame decirte algo déjame ser yo la que te aclare algo — Helen nuevamente alza la voz, Maximus seguía demostrando total indiferencia aunque la cercanía de ella y aquella tonada de voz empleada de Helen estaba generando una rara sensación que se apode