Capítulo 3

Me remuevo al sentir que alguien toca mi pie, tomo mi sabana para cubrirme de pies a cabeza.

—Levántate Diana.

—Cinco minutos más —protesto al sentir que me quita la sábana de encima.

—Diana, debemos trabajar, Virginia ya se fue y no quiero llegar tarde, hoy es importante para nosotros estar temprano. Compadezco a tu hermana por hacer esto todos los días.

Valentino, se quedó conmigo acompañándome y me desperté en pijama. No, él no me cambió, lo hizo mi hermana, se quedó durmiendo conmigo porque me sentía muy mal, al final, si pude quedarme dormida.

—¿Cómo conseguiste ese traje tan rápido? —Me desperezo.

—Henry, el chofer de papá me lo trajo.

—¡Genial! Ahora pensarán que su sueño se les cumplió y que tengo mal gusto en hombres. —bufo fingiendo molestia. Toma una almohada y me la lanza.

—Ya quisieras, ve a bañarte con agua fría y maquíllate, te ves fatal.

—Sí, señor Grey. —Me burlo, y él sale rumbo a la cocina.

Me meto al baño y antes de meterme a la ducha miro mi reflejo en el espejo de inmediato me sorprendo del mapache que tengo enfrente. Mi rostro está ojeroso y demacrado.

¡Rayos! Bufo molesta conmigo misma y me esfuerzo por no recordar nada de lo que pasó anoche.

Ya lista, salgo de mi cuarto y me siento junto a él en el desayunador, me tomo un café bien cargado y logro desayunar unos huevos con tocinos que mi hermana preparó antes de irse. Esta vez, sí maquillé mis ojeras.

 —No sé cómo hace Vir para tener tantas energías, se levanta temprano, me deja preparado el desayuno y eso no es todo, ¡va al gimnasio tres veces por semana!

—Es muy controladora respecto a su horario,  lo sabes —dice mientras mira el periódico y sorbe su café—. Prefiere descansar a quedarse perdiendo el tiempo viendo series o animes.  —Me mira con cierto señalamiento.

—¡Cállate!

Se queda observándome y sé que ahí viene la pregunta de siempre—:¿Estás bien, nena?

¡Bingo!

—Estoy bien. —Le aseguro viendo sus ojos. Me mira con detenimiento, aun así, no pregunta más.

No te creyó nada.

Cuando entramos al edificio de Fontaine, a los empleados no les parece extraño que llegue junto a mi jefe, puesto que creen que me acuesto con él y es por ese motivo que piensan que no me han despedido, incluso cuando falté al trabajo por meses, juro que no es así.

Marianita por otro lado, me regala una mirada de enemiga número uno, su odio se ve reflejado en su cara de princesa-zorra-facilona-arrastrada-resbalosa, a lo que suspiro cansada.

Yo debería mirarla con odio.

—Te ves fatal —Valeria, me extiende un vaso con café lo cual agradezco, necesito mucha cafeína hoy—, lo que quiere decir que estuvo buena la fiesta.

—Si supieras —tomo asiento y chequeo algunos correos—, no sabes lo que pasó, aparte de que vomité frente a un desconocido con un nombre que apenas recuerdo, la verdad no lo recuerdo —le quito importancia—, llegó el innombrable, y eso me descompuso, amiga.

Cubro mi rostro con mis manos frustrada.

—¡Oh por Dios! y ¿se atrevió a hablarte? —asiento— Hijo de perra, ¡ay, lo siento! pero es que se lo merece.

Maldice mientras se tapa la boca, porque no es usual en ella ese vocabulario pesado, en cambio en el mío…

—Lo sé, merece eso y más.

—¿Y estás bien? —toma mi mano y la aprieta, la compresión en su rostro es evidente. Asiento, y veo alrededor para no darle paso a más con esta conversación

—¿Dónde está? tú sabes, el Samuro ese.

—No le digas así —sonríe—. Samuel, está en reunión con Valentino, y el vicepresidente.

—¡Ah! ¡Espera!, nosotros no tenemos vicepresidente desde que Valentino tomó el puesto de presidente hace casi tres años. —La miro con intriga.

—Ahora sí, es un viejo amigo de Valentino, y dicen que es uno de los mejores economistas.

—Vaya, debe ser algún amigo de su padre —respondo pensativa—, seguro es algún viejo rabo verde.

—Deja de hacer eso, no digas cosas de las personas…

—Cuando aún no la conoces —termino la frase por ella—, dramática —Le lanzo un beso al verla poner esa cara de mamá regañona.

Una hora después…

Estoy en shock total, de pie, mirando un punto fijo en la sala de reuniones, esa mancha de café que derramé el mes pasado se ve muy interesante, tengo mis manos sudando a más no poder, con el vicepresidente viéndome de una manera, creo que un tanto burlesca por la situación, como si lo disfrutara, mi rostro color carmesí refleja la enorme vergüenza.

Por favor que pase un tornado y me saque de esta horrible situación, pero no pasa nada. Nota mental: matar a Valentino Fontaine. Ya veo en su lápida, murió por pendejo, asesinado por su mejor amiga y confidente.

—Y por último Diana Gales, con la cuenta Boss junto con Samuel Murphy.

Me saca de mis pensamientos Valentino al presentarnos, el susodicho asiente sonriendo, ¿qué hay con esa sonrisa torcida? Parece que le divierte la situación.

 —Pueden retirarse a sus lugares de trabajo.

Doy la vuelta y justo estoy por largarme como alma que lleva el diablo, cuando…

—Diana…

Piedad, por favor… suplico a la nada, me doy la vuelta con lentitud tratando de ocultar mi vergüenza y por desgracia habla cuando solo quedamos los dos en la sala.

—¿Cómo sigues de tu estómago?

—Bien…

Respondo sin verlo a la cara, ¡sáquenme de aquí por favor! ¿Dónde está Loki cuando lo necesito? ¡Ah sí!, está haciendo la vida imposible a su hermano Thor. ¿Super Man eres tú? ¡Miércoles! Nada pasa, ¿Dónde están los súper héroes cuando uno más los necesita? Doncella en a puros, doncella en a puros, llamo con la mente

—¿Segura estás bien? Estás toda roja —busca mi mirada y yo esquivo la suya, extiende su mano y toma mi barbilla para levantarla, mi mirada choca con la suya—, vamos a trabajar juntos y no te preocupes por lo de anoche, a cualquiera le pasa, además, ¿Qué sería de nuestra vida sin algo bochornoso que contarles a nuestros nietos?

Me saca una media sonrisa, siento una leve caricia en mi barbilla con su dedo pulgar.

—Eso es, te ves mejor cuando sonríes. —Y así me pongo seria de nuevo.

—Pu… —aclaro mi garganta, siento como si tuviese una enorme banana atravesada que no me deja hablar con fluidez— ¿puedo irme a trabajar? —asiente y aparta su tacto, al abrir la puerta antes de marcharme me vuelvo a él—: gracias por tu ayuda anoche.

—Es un placer.

Me largo de ahí lo más rápido que puedo con las piernas hechas gelatina, esta vergüenza no la recordaba desde la vez que, en clase de gimnasia, se me rompió la licra de la parte de atrás y para colmo andaba puesto mi calzón de la Power Rangers rosa.

—¿Qué te sucede? Estas pálida. —Valeria, me acerca un vaso con agua, el cual me tomo de un sorbo grande como si fuese tequila, siento la boca seca del susto.

—¿Recuerdas al desconocido de la vomitada? —susurro con mi voz en un hilo, ella asiente—, es el vicepresidente.

Ella solo tapa su boca porque por poco, sale un enorme grito del susto.

—Tienes una suerte que ni a mi peor enemigo se la deseo, creo que tienes la suerte de Vanessa, del libro que me recomendaste en W*****d.

—Gracias por tus ánimos, y pensándolo bien, desde ese punto de vista creo que tengo la maldición de Vanessa entre líos.

—¿Y te recordó?

Samuel que está en el escritorio contiguo al mío nos mira cuchichear sin comprender lo que conversamos.

—¡Claro que me recordó! Si el sobrio era él. Lo recuerdo yo que estaba más borracha que tu tía Gertrudis, en navidad. Estaba tan roja, que vergüenza, seguro es algún pecado de la vida pasada que estoy pagando. Pero fue muy amable. —Me quedo con una pequeña e insignificante sonrisa al recordar su amabilidad.

El día transcurre rápido, deseo dormir y me alegra saber que es viernes.

Lo bueno es que tanto presidencia como vicepresidencia quedan un piso más que el de nosotros, así que no me tropezaré al señor sonrisa perfecta, y eso me tranquiliza.

Al finalizar trabajo junto con Samuel, porque debe saber mis deberes y los de él, me quedo hasta tarde organizando todo para no dejar ningún pendiente para lunes. Organizamos la despedida de Valeria que será mañana sábado por la noche, en un club que inauguraron hace poco.

Mi teléfono suena y tomo la llamada, mientras sigo tecleando un correo para el cliente que tenemos a cargo la marca Boss quiere que le enviemos cuanto antes los logos para sus chaquetas de cuero de hombres, ya Samuel se ha ido apenas culminó su hora laboral.

—Di, lo siento mucho nena, un imbécil me chocó por atrás, y estoy estancada aquí, esperando que venga la policía y los del seguro. —Virginia habla del otro lado de la línea.

—¡Vaya! Te quejas del gusto, según se, querías que te dieran por ahí desde hace mucho—Me burlo.

—¡Maldita cállate!, mi asterisco es sagrado. Toma un taxi, llama a la agencia de siempre, pide que te envíen a don Rodolfo, que gracias a Dios ha sido paciente contigo, y no se te ocurra tomar uno en la calle, ¿me escuchaste? —Me advierte.

—Sí, te escuché, mamá. —bufo disgustada.

Me avisas cuando te subas al taxi y cuando llegues a casa, no te olvides de hacerlo. —ordena.

—Sí, jefa. —Vuelvo a bufar.

No sé cómo no te he asesinado, eres una fresca.

—Yo también te amo.

Quito mi audífono y sigo tecleando en la laptop, me asomo sobre el cubículo y no hay nadie más que yo. Estoy muy cansada, apago mi laptop, y miro un punto fijo en una fotografía que tengo al lado del portarretratos de mi familia.

Es una puesta de sol, recuerdo cuando capturé ese momento, el mar apaciguado mientras el sol se ocultaba reflejándose en el agua, el cielo tornándose naranja… estoy tan sumida en ese recuerdo que…

—¡Diana!

—¡La zanja del diablo! —grito poniendo mi mano sobre el pecho.

—Lo siento, estabas tan distraída, te hablé varias veces, el guardia me dijo que aún estaba alguien aquí. ¿Estás bien? —Fabrizio parece apenado por haberme asustado.

—Sí, solo estaba… —miro de nuevo la foto y sacudo mi cabeza para despegarme de ese recuerdo—ya me iba.

Me levanto con él acompañándome, es un hombre alto y huele muy bien, es un olor de una mezcla dulce, cítricos y tabaco.

Ese olor lo recuerdo, cuando estuvimos en una de esas exposiciones de alta moda y esa marca de perfume estaba presente, Valentino y mi hermana Virginia me llevaron de arrastras el año pasado, cuando olí el perfume ese día sentí un déjà vú, leí de inmediato los ingredientes y jamás se me ha borrado de mi memoria, y eso es raro no soy muy buena para memorizar cosas.

—The One, Dolce & Gabbana. —Eso lo digo en voz alta.

—¿Qué hay con eso? —pregunta al escucharme.

—¡Oh! este… na-nada.

¿Por qué tartamudeo delante de él? Apenada, camino a su lado hacia el ascensor.

Dicen que los ascensores son lugares incómodos, y eso en este instante, lo entiendo, quiero que baje lo más rápido posible. El vicepresidente, lleva su portafolio en su mano derecha y la izquierda en su bolsillo, yo con mi cartera en mi brazo sosteniéndola con ambas manos, sudando de los nervios.

Me pone nerviosa, quizás sea por la vergüenza que pasé frente a él, peor de la que pasé en el cine con Valeria, donde por estar de morbosa chequeando la parte trasera a un chico, terminé con la bandeja en el suelo, con las bebidas regadas por todos lados y los nachos volaron junto con los perritos calientes, no me pregunten como hice ese desastre porque ni yo me lo explico.

Fabrizio, tiene una notable presencia, es un hombre que se ve impecable, serio, impone respeto, y eso que apenas lo conozco, quizás me intimida, ¿intimidarme? Eso no me había pasado nunca.

Por lo general, los hombres pasan desapercibidos para mí, aun así, Fabrizio, tiene algo familiar, como si lo hubiese visto antes, aunque no recuerdo dónde.

Salimos del edificio, y me percato de que no llamé a la agencia de taxis. Así que salgo decidida a tomar cualquiera que pase, pero eso no se lo diré a mi hermana. ¿Qué posibilidad tengo de que me salga un malandro? ¿Secuestrador o violador?

Pensándolo bien con la suerte que me cargo, mejor le pediré que ella llame porque el número de la agencia lo tengo en mi agenda que dejé en el escritorio.

—¿Dónde está tu auto? —Fabrizio me saca de mis pensamientos.

—No tengo, pediré un taxi.

—¿No es muy peligroso? Es muy tarde. —mira su reloj ¡Vaya uno muy caro!

Por supuesto, ¿qué esperabas de un vicepresidente?… pendeja.

—Aún es temprano, son las ocho —digo sin darle importancia—, le diré a mi hermana que pida uno a la agencia, no le gusta que tome cualquier taxi. —Marco su celular, el cual repica, y repica y repica.

Vaya hermana responsable que tengo.

—Es algo razonable, ¿vas al centro? —asiento— Yo puedo llevarte, por mí no hay ningún problema.

No puedo negarme, ya que mi hermana no contesta.

—Está bien.

Me abre la puerta del copiloto y me subo poniendo el cinturón de seguridad.

—Es raro que no tengas auto, según sé, no ganas mal en Fontaine, además que tu padre…

—Irónico ¿no? La hija de un ex-General —Y empresario, claro que eso no se lo diré—, pidiendo un aventón.

—¿Tienes alguna razón válida para eso? —pregunta sin quitar la vista de la carretera.

—No me gusta conducir. —zanjo sin dar pie a que siga esa conversación.

Es amigo de Valentino y no dudo que no conozca mi historia.

—¿Eso es todo? —asiento con la mirada un tanto perdida.

Veo por la ventana metida en algún recuerdo sin perderme en él. El silencio es incómodo, pero lo prefiero así. Le digo donde dejarme y aparca el auto frente a mi casa.

—Bonita casa —Se baja y rodea el auto para abrirme la puerta, caballeroso, no me extraña—, tiene un bonito jardín, ¿tú lo plantaste? —asiento mientras admira las rosas blancas frente a la casa, un pequeño jardín que plantamos con papá cuando la adquirió, camina conmigo hasta la entrada, digno de una escena para una primera cita.

¡Ja! ¡Ya quisiera él!

—Gracias por traerme, señor D´Angelo.

—¿Señor? ¿Cuántos años crees que tengo?

—No lo digo por la edad, sino por el puesto. —Me encojo de hombros.

—Puedes llamarme Fabrizio, con Valentino, no tienes ningún problema, ¿Por qué sería diferente conmigo? —Su pregunta lleva algo de curiosidad. Pero Valentino, es Valentino, y él, pues, es él.

Que pensamiento más profundo. —Se burla mi subconsciente viendo sus uñas.

—Bueno Valentino, y yo somos… —mi celular suena con la llamada de mi hermana—disculpe —enarca una ceja—, disculpa, tengo que contestar. —corrijo.

—Hola hermanita, sí, sí, estoy en la puerta de la casa, lo siento, olvidé avisarte, bien, bien, bye. —cuelgo.

—Mi hermana, me cuida más que mi madre.

—Eso es muy bueno, supongo. Debo irme, buenas noches, Diana.

—Buenas noches, señor… perdón, Fabrizio, ¡oh! y muchas gracias por el aventón —gira y se despide sacudiendo la mano.

 Entro a casa y lo primero que hago es cambiarme de ropa, preparar un sándwich para cenar y tomar mi laptop, según mi psicóloga, que por cierto dejé de ver hace más de un año, dice que es terapéutico.

Escribo en mi blog con mis lentes puestos, comiendo mis sándwiches, la laptop en la encimera de la cocina.

A muchos se les es difícil continuar cuando tienen heridas que, aunque han curado, la cicatriz prevalece. Unos se sumergen en su miseria, unos tratan de salir luchando por mantenerse a flote, y otros por otro lado, deciden terminar con esa lucha… se dan por vencidos.

La cicatriz es difícil de llevar. Esta, les recuerda una y otra vez que fueron débiles y alguien se aprovechó de eso. Otros las cargan orgullosos de ser, sobrevivientes. Recordándoles que no deben confiar en nadie más, algunos, la llevan como un amargo recordatorio de que… no valen nada.

Unos cobardes, otros valientes, ¿Quién eres tú?

Vados18 desconectándose.

Cierro mi laptop justo cuando mi hermana entra, tira las llaves del auto y bufa, está molesta y cansada

—¿Solucionaste algo con lo del choque?

—Sí, el seguro se encargará de todo. El muy idiota empezó a parlotear en italiano que no sabía cómo había pasado, me crucé de brazos y le dije: Claro que sabes cómo sucedió, estabas usando tu celular mientras conducías, hubieras visto su cara cuando se dio cuenta que le estaba entendiendo cada palabra, hasta se atrevió a invitarme a salir. —agita sus manos frustrada y ofendida caminando de un lado a otro como fiera enjaulada.

Me sale una carcajada involuntaria al escucharla.

—¿Por eso vienes a esta hora?

—¡Claro que no!, tenía unas multas retrasadas —dice apenada—, pero fue por falta de tiempo —niego con desaprobación —, debo dormir, fue un día difícil. ¿Qué harás mañana?

¡Oh, oh!, eso me huele a compras.

—Dormir hasta tarde, nada de salir hasta en la noche, cenaremos con Valeria, y tú también irás, es su despedida.

—Sí, recuerdo que me llamó informándolo, está bien, iré de compras sin ti. ¡Bruja!

—Te amo.

—Yo no —responde y le hago un puchero—, está bien, yo también te amo —besa mi sien y se marcha a su habitación.

Me quedo viendo un punto fijo en la cocina y la notificación de un mensaje en mi celular me saca de mi trance.

Valentino

Juro que tu cara era de película de terror jajajajaja.

Yo

¡Maldito! Juro que esta, me las pagas.

Valentino

Lo siento, no podía pasar por alto esto, si tan solo hubieras visto tu cara cuando viste que era Fabrizio, el que estaba frente a ti, ¿desde cuando eres tan vergonzosa?

Yo

¡Desde siempre, idiota! Así que, ¿él es tu amigo de la universidad? ¿Del que me hablabas y yo no ponía la más mínima atención?

Valentino

Sí, por que estabas celosa de que él, te quitara a tu mejor amigo… ¡aaww! eres toda una ternurita.

Yo

 —_—

Lo ignoro y me dirijo a mi habitación, mis pensamientos se encuentran enmarañados. Jalo mi cabello, estoy frustrada, aunque escribir un poco en mi blog me ayuda, no es una cura a largo plazo.

Recuerdo el rostro de Valentino al preguntarme si estaba bien, no quiero que sepa que no lo estoy, que, desde ese día, nunca lo he estado.

Se atrevió a hablarme, se atrevió a cercarse y a restregarme a una conquista más de su lista. Se ve muy bien, ha cambiado tan solo un poco, se ve más maduro.

Sus ojos negros, su barba de unos tres días sin afeitar y su sonrisa burlesca sin ninguna muestra de arrepentimiento, eso es lo que más duele.

No sé por qué aun duele, como si nunca hubiese sanado.

Es por qué no lo ha hecho. Me regaña mi subconsciente.

Y  no pude ni sostenerle la mirada. Mi cuerpo no respondió, como cobarde caí ante el miedo que me provocó, regresó, no debió hacerlo, siempre me plantee un reencuentro, que podría enfrentarlo, pero al final, solo hice el ridículo, me ha vencido otra vez.

—Las chicas de cabello corto me gustan más, y pelirrojas.

—¿Qué tan corto? —pregunté con timidez.

—Hasta aquí. —señaló debajo de mi oreja, me ericé ante su pequeño tacto.

Aunque a mí siempre me ha gustado mi cabello largo y dudé en hacerlo, esa tarde me dirigí a una peluquería.

—¿Estás segura? —preguntó el estilista, hombre, pero gay— tu cabello es hermoso. —dudé, pero asentí, y cerrando los ojos, él procedió con el cometido. Corté mi cabello y lo teñí de rojo. Todo, para que se fijara en mí.

Sacudo mi cabeza alejando ese recuerdo para no torturarme más. Me pongo los audífonos y justo, sale una melodía que me recuerda el pasado, cuando me acerco al borde del abismo de nuevo, Sé que te vas de Matisse, ¡Mátenme! lanzo el reproductor a una esquina y me arropo para tratar de dormir

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