Capítulo 2

Tal y como había pensado su hermano estaba esperándolas, habían pasado mucho tiempo separado, más de que su madre y ella se esperaban. Apenas anclaron en el muelle, lo abrazaron dejándolo sin aliento, lo extrañaron al igual que él a ellas. 

Durante el camino a la posada, Rosalía se rió a costa de su hermano; su madre insistía que debía casarse y todo lo que se espera de un buen Márquez. Algo que a él le causó mucha gracia.

Sin duda había extrañado a Luicis, hasta su mal humor.

Por un momento pudo apartar la verdadera razón por la que volvía a Inglaterra, y eso la hacía sentir mal. 

Pero se concentró en su hermano, se veía más vivo, alegre y contento que la última vez que lo vieron; durante el trayecto en el carruaje nos las dejo hablar les contó todo lo que se habían perdido de la alta sociedad. 

Sin duda se había vuelto todo un chismoso, aunque Rosalía se sintió bien, él había avanzado.

—¿Sabe alguien que hemos llegado?—preguntó cuando dejaron a su mamá en la recámara, se encontraba cansada por el largo viaje. Le preocupa que escuchara de lo que tenía que decir, ella no conocía los verdaderos motivos por los cuales había vuelto.

—No, al menos que Henry mencionara algo aunque lo dudó, apenas me hizo llegar el recado alquile este cuarto—dijo sinceramente, Rosalía sonrío complacida. Por lo menos su llegada lo tomaría por sorpresa. 

Luicis la observo extrañado por su actitud, durante el trayecto la había intentado converse de la absurda idea de dormir en esa vieja posada.

—Y me gustaría que siguiera siendo así, quiero primer adaptarme, ya sabes cómo es; Londres siempre nubloso y ruidoso en estas épocas del año. Y más sabes como les encantará si me ven llegar.

—Por Supuesto—y añadió con una sonrisa traviesa—,¿estás segura de querer hacerlo? ¿Volver? Digo permanente, se oían muy augustos allá en Francia, madre y tú.

Rosalía le ofreció una falsa mirada fulminante. Aunque sabía que lo hacía por molestar en parte lo pensaba, siempre había sido como un libro abierto. 

—Me apetece quedarme, ¿Algún inconveniente? 

—No, ninguno. Solo quería asegurarme de ello.

Ella se apego más a él, abrazándolo. Lo había echado mucho de menos. Cerro sus ojos fuertemente, aparte de su madre y a él no tenía a nadie más. Y perderlo a él, sería como perder a su padre, por que Lucius era su vivo recuerdo. Pensó que antes tenía a Lord Williams y ¿Ahora?, Todo este tiempo fue un desperdicio, el le mintió, prometió por su honor que la esperaría; que era la única mujer a quien amaba. 

—Y por favor, no se lo digas a nadie.

Estuvo apunto de titubear, apretó los labios fuertemente.

—No lo haré si no lo deseas, hermana. 

—¿Supongo Que asistirás a la boda de Susan y Henry?—preguntó curiosidad.

Luicis, sonríe y negando con su cabeza. Su hermana no cambiaba, nunca y eso le hizo sentirse mejor. A veces no lograba comprender la complejidad entre ellas, era sumamente raro y intrapersonal, sin embargo, tenía amigos pero a no llegar a ese grado de confianza; ni siquiera con Williams. Envidiaba esa complexión en ella.

Pero el sabía en el fondo de su corazón por que volvía, pero sonrío sabía que ella lo superaría. Y sin duda Williams cavaría su propia tumba si se cazaba con esa loca de lady Anabel. Luicis suspiró, aquella dama era todo un enigma, a veces él no entendía porque actuaba de manera odiosa con las personas, ella era tan dulce, amable y una romántica un tanto alocada.

Eso le hacía recordar tanto a su hermana, ella era su amiga durante todo ese tiempo. Aunque de manera secreta.

—Claro que iré, no me perdería esa unión por nada.

—Antes que te vayas, podrías decirle a Susan que estoy aquí. 

El levantó una ceja de manera presuntuosa, esa petición le tomo por sorpresa, sin embargo no le pareció demasiado raro. Rosalía sonrío de manera angelical.

—Entonces el secreto de tu regreso solo abarca a ciertas personas-mencionó inquieto.

Rosalía sonrío.

—Comprendes perfectamente hermano. Por eso eres mi favorito.

—Pero soy tú único hermano— dijo con sarcasmo.

— Entonces brindemos por ello—dijo la joven mientras se colocaba de pie y servía en ambas copas licor, aquella era una costumbre que había adoptado en Francia—. ¡Salud!

—¡Salud! 

Durante el trascurso del día hablaron y se colocaron al día, como si nunca se hubieran separado a Luicis le alegró un momento todas las cosas que su hermana había aprendido en aquel país y sin duda su tolerancia al alcohol, tomaron en grandes cantidades riéndose y charlando ambos se quedaron dormidos en aquel pequeño saloncito.


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