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Cafetería Londres 2

-Bueno ¿y qué pasó después?, ¿te dejó Miriam? No sería justo.-le echó un cable para que continuase su relato, en ese punto crítico en que se resuelven los enigmas, Antonio.

-Ella aguantó lo que pudo pero todos tenemos un punto límite y se terminó, cuando un día, le cortó las bragas con las tijeras y al volver no encontró ninguna que ponerse…-lloró entre risas Ana, que no pudiendo contenerse, se echó a reír al ver la cara de compungida que puso Marla, y esto colmó su paciencia.

-¿Le cortó las bragas a Miriam?, Ja ja ja ja, me imagino la cara que puso…ja ja ja ja ja –Ana se echó a reír a carcajadas y Marla en vez de contrariarse, hizo otro tanto, hasta que las carcajadas se contagiaron al resto y los cuatro acabaron riendo sin control. Ana trató de disculparse, entre hipidos y risas desbordadas, y Marla le dijo amablemente:

-Hija no pasa nada, yo también me rio al contarlo ahora, pero es que le pobre, después de ver cómo le robaba las galletas, le decía marimacho, y tortillera y encima le echaba a la basura las bragas y los sujetadores, vio la excusa perfecta para irse a velocidad de crucero…ja ja ja ja. Pero me quedé sola, con la tienda cerrada, para repartirnos las ganancias y sin trabajo. Eso sí a cuestas con mi madre.

-Huy que durooooo, pero mi historia supera a la tuya, solo que por hoy ya hemos tenido ración de madre de sobra, mejor charlamos de algo más alegre. Como…¿tenemos algo alegre de que hablar?...-trató de resultar chistoso Martín.

El tirano de la cafetería, que no, no era el bonachón de John, sino el reloj de pared que los cuatro odiaban, dio las once y media y empezaron los llantos y lamentos por tener que despejar la mesa y tornar a sus agónicas vidas. Antonio quedó solo sorbiendo el resto de la cerveza que había pedido tras su café y que jugaba a esconderse en el fondo de la jarra de cristal y elevó las cejas en gesto de resignación, viendo como sus tres nuevos “amigos”, regresaban a sus curros sin tardanza. Pensó en como engañan las apariencias y como lo que es no lo parece y lo que parece no lo es.

Los cuatro acudieron al día siguiente, con mayor seguridad en sí mismos y sintiendo que algo estaba acaeciendo, sin que supieran explicar el qué. Se sentaron cada uno en el sitio que se convirtió en propio, y cuando los cuatro se hallaron frente a frente Martín abrió la tertulia como obligado por sus palabras del día anterior.

-Bueno creo que daré comienzo yo a contar mi historia, en nada envidia a la de Ana, que creo que cargar con una madre a cuestas, como bien decís, es duro de pelar…Yo…-le costó empezar su relato-vivía con mi mujer, una hembra de rostro hermoso y caderas ampulosas que gobernada la casa con mano de hierro en guante de seda. Llevábamos cinco años casados y fue entonces cuando mi madre nos visitó. Ya sabéis lo maestras que son las madres en los chantajes emocionales…pero yo entonces ignoraba lo que se me echaba encima. Un día…-sonrió con cierto grado de sarcasmo ante sus propias palabras,-mi mujer que tenía muy mal carácter, vio al llegar a casa, que mi madre, que no se quedaba atrás, le había cambiado de sitio todos los platos, cubiertos, botes de especias…todo. Se montó unaaaaa… porque a diferencia de mí, que tengo un temperamento muy templado, ellas dos son como gallinas cluecas en guerra por un polluelo.

-¡Ay hijo que remilgado eres hablando…!-Acertó a introducirse en el relato Marla, que vio como los dos restantes la miraron con reproche.

-Vele, vale, ya me callo…

Todos se volvieron de nuevo a Martín, que siguió con la cabeza baja y las palabras fluyéndole de los labios, como recuerdos indefectiblemente grabados en su mente.

-Me encontré entre dos vientos huracanados y sufrí los reproches y las recriminaciones más crueles de parte de las dos. A mi madre le dio un ataque cardíaco y yo me sentí culpable de aquel daño que mi mujer, tal y como lo veía yo, le había causado por culpa mía. Mi mujer me abandonó un mes más tarde, tras la segunda pelotera, pues mi madre se quedó a vivir con nosotros, y desde entonces nada fue igual…bueno surgió algo muy raro en mí…

-Huy eso del ataque cardíaco es tremendo, cuando lo usan las madres es que juegan su mejor carta, suele ser mentira de las gordas…-añadió Marla con displicencia alargando el cuello, orgullosa de sus conocimientos sobre madres.

-Pues tienes razón, cuando llegó la ambulancia a la que yo mismo llamé asustadísimo, el médico dijo que estaba como una rosa, que no acertaba a ver nada anómalo, en ella, y me miró como si fuese el peor hijo del mundo mundial…

-A mí me pasó algo terrible, de teatro del mejor, porque las madres son las mejores actrices del mundo, en eso estaréis de acuerdo conmigo los tres…-casi escupió de prisa Antonio.

Los tres prestaron la atención debida a quién tenía en sus labios la historia que competiría con las dos anteriores, y eran muy buenas. ¿Las podría superar Antonio?, veremos. …

-Estaba viendo una película de esas románticas que a las mujeres tanto os gustan y a mí me pirran, con un amigo…y escuché un grito agudo, de esos que sueltan las ratas cuando chillan…me quedé quieto con las orejas listas para captar el ruido si se producía una segunda vez, y llegó, ya lo creo que llegó…mi madre chilló con todo el poder de su garganta y se me apareció con las bragas bajadas y apoyándose en la pared como una endemoniada recién poseída. Mi amigo se quedó impertérrito, si saber si echar a correr o meterse debajo del sofá, cuando mi madre empezó a llamarme hiiiiiiijoooooooo, como alargando las palabras y con los ojos vueltos como la niña del exorcista…fue terrible la experiencia, se dejó caer al suelo y mi amigo acudió a recogerla y la depositó como a un fardo en el sofá, en que antes veíamos la televisión. Más tarde entendí que era tan solo una treta para atraer mi atención y cobrar un protagonismo por otra parte era innecesario. Desde entonces todo ha ido de mal en peor. Comencé a preguntarme muchas coas, entre ellas si estaba viviendo la vida que deseaba para mí.

-Ya, y abandonaste a tu madre y a tu amigo, para tomar las riendas de tu vidaaaaa….-Marla estaba siendo sarcástica y pinchaba a todo quisqui…

-Sí, algo así, pero de mi madre no se libra uno tan fácilmente…es como una sanguijuela de esas que te chupan la sangre, una mujer que se adhiere y no te suelta. –Martín estrujó una servilleta que “falleció” entre sus dedos, como si en realidad fuera su madre a la que se lo hacía…y lo escenificó con un “hiiiiiiiiii”, mientras agrandaba los ojos en un gesto de furia contenida, apretando los dientes.

-Pues sí que tenemos una buena, todos… ¿y cual es el resto de la historia?  Porque yo ya me lo creo todo después de lo oído aquí…

-Huy si yo os cuento lo que sigue os morís, pero no sé si de risa o de llanto…

-Ay no, llanto no, que la vida ya es, lo que es, y lloro demasiado…-le dijo Ana, que estaba harta de películas lacrimosas y de historias que siempre acababan mal.

-Pues…pues…es que me da corte…

-No, si ya digo yo que esto va a ser como el libro gordo de Petete, uno la cuenta gorda y otro más…-Marla muy en su línea seguía marcando el ritmo con sus hirientes palabras.

-Bueno pues cuéntanos la tuya y a ver si así me animo…-le sugirió Antonio a Marla con el deseo de conocer la suya pintado en su cara picarona.

-Vale…a  mí me da igual pero os aviso que es para mondarse. Yo estaba soltera y no por falta de pretendientes no, solo que era demasiado exquisita. –Se envaró en el asiento y se abrochó con falsa decencia la camisa que presentaba un feo aspecto masculino, y sucio, por causa de su trabajo.-Mi madre siempre ha vivido conmigo y es de esas de armas tomar, así salgo yo claro…-apostilló con una sonrisita-Tuve un pretendiente de esos que se parecen mucho  a los trabajadores que yo gobierno en la obra y me hacía gracia, mira, era como reflejarse en un espejo. Cuando vino a casa todo se estropeó. Mi mamá le preparó un chocolate de esos asquerosos, -frunció el gesto al recordarlo-que yo creí era porque no sabía hacerlo, pero luego comprendí, era un simple y llano boicot. Mi…novio, me miró asqueado y tragó un par de sorbos antes de que mi mamá le preguntase por…las intenciones. ¡Como si pudiera desvirgarme a aquellas alturas!, ja ja ja ja ja –Su risa sardónica llenó el aire y por unos instantes todo el mundo se volvió a mirarla consiguiendo ruborizar a sus tres compañeros de mesa, que casi se esconden.-él salió con cara de pocos amigos y las manos en los bolsillos, y cuando un hombre sale componiendo esa imagen, yo ya sé que todo se ha acabado. Es lo de siempre, parece que se van a casar con la bruja Chiripún y no conmigo…

Ana que no podía contenerse más estalló en carcajadas y le disparó como dardos sus palabras.

-Hija es que no acierto a saber la diferencia entre la bruja esa Chichipún y tú…ja ja ja ja, eres la pera bananera…ja ja ja ja.

-No es Chichipún, es Chiripún, hija que ignorante eres y desde luego con amigas como tú pa qué tener enemigas…-se abrochó el cuello de la camisa y elevando las cejas muy digna ella. Al poco reía con Ana, llorando de la risa que le producían sus palabras y al recordar la mala leche, con que se marchó aquel hombretón de metro noventa y espaldas de culturista.-Ay que risa hija, es que los hombres son como burros, pero qué haríamos sin ellos…aburrirnos eso seguro, no tendríamos a quién criticar…

Marla no paraba de reírse de su propia historia y Ana agotada se echaba mano al estómago, porque no podía parar de carcajearse. Le dolían hasta los ovarios. Antonio entretanto se encontraba en el séptimo cielo, al ver como se había librado de contar el triste e insignificante final de su historia, o eso creía él que era, porque estaba  a punto de sorprender, con lo que iba a contar al día siguiente.

John sirvió los tres cafés y la cerveza de la segunda ronda y comenzó a mirarles como si le extrañase que cada día se sentasen juntos y se riesen de sus penas, a modo de terapia. ¿Estaba empezando a sentir envidia de sus reuniones? ¡Bah! se dijo que no era cosa suya, pero no dejó de pensar en qué les unía tanto. El día siguiente sería sábado y casi nadie acudiría, al estar cerradas las oficinas y empresas del entorno. Era su día de relax, algo que esperaba con anhelo cada semana, tras el estrés que le producía el trabajo, en el local más frecuentado de la zona, el suyo. ¿Y qué harían sus extraños clientes?, ¿vendrían?, no, se respondió a sí mismo. Seguramente no.

Los cuatro salieron abandonando la mesa dieciséis, esta vez juntos, como un bloque militar, capaz de guerrear ahora con la alianza de las madres atormentadoras. Ninguno de ellos sospechaba que las mejores historias estaban por venir, cuando el fin de semana concluyera y se abriesen como flores ante sus compañeros de infortunio. El polígono se convertía en un laberinto de calles vacías, por las que solo pululaban los fantasmales ruidos, que doblaban las esquinas y barrían de bolsas de plástico y rastrojos, estas, envolviéndolo en una niebla de polvo y viento racheado. Solo alguna luz tenue, delataba a los obligados dueños de alguna empresa en crisis, a permanecer haciendo números bajo la luz  de una lámpara, mientras los dos guardias de seguridad, circulaban pensativos, sin nada que hacer. La cafetería “Londres” cerrada a cal y canto, esperaba que las risas le devolvieran la vida, tras el período vacacional del fin de semana, y así recobrar el protagonismo perdido.

La vida de John era de lo más común y se encontraba mejor en su local, que fuera de él, donde como pez fuera del agua, se hallaba desorientado a menudo. Soñó con viajar si lograba contratar a alguien, que se hiciese cargo del local y así conocer Londres, su anhelado Londres. El fin de semana se preguntó qué era lo que tanto les hacía reír a los de la mesa número dieciséis…parecían tan diferentes…y sin embargo se daban cita cada día en su local, aparentemente para pasar un buen rato…sonrió para sí mismo y abandonó sus erráticos pensamientos.

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