Cafetería “Londres”El día se presentaba frío y desapacible, y la lluvia, racheada, cambiaba constantemente, creando una desagradable sensación en los viandantes. Pero esto no impedía que los trabajadores de las oficinas cercanas y los almacenes que formaban el gran polígono industrial que se divisaba en lontananza, acudiesen a su sagrada cita en la cafetería “Londres”. El sonido del fuerte viento, penetraba en los oídos y se entremezclaba con los juramentos de los que veían como este daba vuelta a sus paraguas. Los charcos cobraban protagonismo, y cada uno de los que entraban en la cafetería realizaba el mismo ritual que los anteriores, comentando el mal tiempo, y abandonando sus empapadas gabardinas en la entrada.Antonio era un oficinista que llevaba trabajando ya quince años en la Ferguson LTD. Su fama bien ganada de hombre alegre, contrastaba con su mirada triste y sus ojos que denotaban una resignación, propia de quién sabe que nada puede contra el infortunio. Pero la vida que s
-Bueno ¿y qué pasó después?, ¿te dejó Miriam? No sería justo.-le echó un cable para que continuase su relato, en ese punto crítico en que se resuelven los enigmas, Antonio. -Ella aguantó lo que pudo pero todos tenemos un punto límite y se terminó, cuando un día, le cortó las bragas con las tijeras y al volver no encontró ninguna que ponerse…-lloró entre risas Ana, que no pudiendo contenerse, se echó a reír al ver la cara de compungida que puso Marla, y esto colmó su paciencia. -¿Le cortó las bragas a Miriam?, Ja ja ja ja, me imagino la cara que puso…ja ja ja ja ja –Ana se echó a reír a carcajadas y Marla en vez de contrariarse, hizo otro tanto, hasta que las carcajadas se contagiaron al resto y los cuatro acabaron riendo sin control. Ana trató de disculparse, entre hipidos y risas desbordadas, y Marla le dijo amablemente: -Hija no pasa nada, yo también me rio al contarlo ahora, pero es que le pobre, después de ver cómo le robaba las galletas, le decía marimacho, y tortillera y enci
CAPITULO IILOS TÚNGIDOSEl día era soleado, a pesar de que las nubes ocultaban de vez en cuando el sol y las sombras amenazaban en vano, reinar sobre las horas matutinas. Y John, que se había prometido, conocer los motivos de aquellos cuatro personajes, para reunirse en la mesa dieciséis, miró de soslayo, para resultar discreto en su “investigación”. Ana llegó antes de lo previsto y se sentó en la mesa, apoyando la cabeza en las manos, como si le pesara demasiado. Sus mejillas se arrugaron en un gesto que a John se le antojó casi infantil. Se acercó con el café con leche cargadito y con espuma que le solía pedir y lo dejó ante ella, que ni se inmutó. Mecánicamente echó el azúcar en el café y lo removió tomándolo como un autómata. Los minutos pasaron y John se llegó de nuevo para preguntarle si se encontraba bien, a lo que ella se limitó a responder con un leve asentimiento. John se retiró encogiéndose de hombros y esperó. No tardó en divisar la esbelta figura de Martín, que entró el
CAPITULO IIILOS NO CUMPLEAÑOSTodos esperaban ya el siguiente día, como se espera al terapeuta que cura una dolencia, en este caso de la mente, ya que los cuatro personajes que se daban cita en la cafetería “Londres”, tenían una vida, unas experiencias, y unos traumas, fuera de lo habitualmente común. Antonio llegó casi de la mano de Martín, y cuando los dos varones estuvieron a solas, antes de que los ciclones femeninos llegasen, uno de ellos tuvo una sorpresa, una inesperada y sorprendente visita. Se trataba de su amigo Felipe Manzano.-¡.Martín!,… ¡que sorpresa! ¿Qué haces por aquí? Te hacía en uno de tus viajes de negocios…-Pues no, esta vez no. Trabajo en la editorial de ese edificio cercano que se ve a lo lejos…-señaló el flamante edificio de la editorial Green Raimbow. ¿Y tú, que haces por estos lares?, cuéntame.-Bueno no sé si sabrás que mi padre murió hace unos días y también mi hermana Merche…vengo de terminar de firmar los papeles de las herencias y esos rollos que son t
LA CASA, LA VACA Y EL RIOLos cuatro amigos, como los cuatro caballos del apocalipsis, se dirigieron al “Salón del Cielo”, dispuestos a apoyar a Ana en su forzada visita junto a su madre, a tan extraña reunión. A la entrada dos escuchimizados túngidos, saludaban con sonrisas de plástico a los recién llegados y les estrechaban casi sin fuerza las manos. Al llegar a su altura Antonio, este le miró serio y enarcando las cejas, le extendió la mano que el delgaducho túngido le estrechó temeroso. Martín hizo otro tanto con el compañero del portero y tras ellos entró como una diva la madre de Ana, una avejentada mujer de unos setenta años pasados ya, y con gesto adusto y santurrón. Ana temblando de miedo, entró sin osar mirar a los guardianes de la santidad del “salón”. Marla por su parte como una vorágine arrolladora, entró sin miramientos, despreciando las dos manos que le tendían los porteruchos túngidos. Se acomodaron en la fila tercera, por indicación de un mangoneante acomodador, que d
CAPITULO VLA FIESTA DE LAS MADRESLa madre de Martín, una sofisticada y picajosa mujer de setenta años, llegaba vestida de Armani, con un vestido estilo imperio y unos “Manolo Blani” de mil doscientos euros de tacón vertiginoso y joyas de diamantes en muñecas y cuello. Su visón negro le confería un aura de elegancia, que ella dominaba como nadie. La entrada fue escenificada como si de una actriz conocida se tratase, y las tres madres fruncieron el ceño disgustadas por perder el centro de atención de los cuatro rebeldes hijos.-Hola, creí que no llegaba, el chófer se ha hecho un líoooo…soy Magdalena, la mamá de Martín, ¿Cómo va todo por aquí?-Preguntó sin interés sincero alguno, y mirando de reojo a las tres madres que le parecieron vulgares matronas.-Hola soy Alfonsa, la mamá de Marla,-se presentó fingiendo una sonrisa de diez céntimos de euro.-Yo soy Amadora la madre de Antoñito, es tan majo mi niño ¿verdad?...-se presentó produciendo una sensación agridulce en Magdalena.-Yo soy
CAPITULO VIEL VIAJE DE LAS COMADRESLa Marciala acostumbrada a mandar era la que había dicho que se podía llevar y qué no, al viaje de Cáceres, que se presentaba como una oportunidad inigualable, para planear las vidas de sus tres díscolos hijos. No podían dejar al azar su futuro y menos aún que eligiesen ellos lo que querían hacer…¡¡de eso nada de nada!, ¡vamos lo que faltaba! Pero si unían sus fuerzas, domarían a aquellos rebeldes que tantos dolores de cabeza les habían dado y les daban. El autobús era de lujo, un autopulman con baño, televisión y dos pisos como esos de Londres…”¡ay hija! Que, ¡son de modernos en el extranjero!, no sé si servirá pa matarnos”, había dicho al subir “La Marciala”, que era la líder natural del grupito de comadres. Pero la comodidad suavizó las críticas, casi en el acto de la tal señora, que se quedó dormida como un bebé, para dicha de sus tres acompañantes, que ya veían por qué camino iban a ir sus elucubraciones y mandatos.-¡Ay que dolor de cabeza te
CAPITULO VIICUATRO PERMISOS CARCELARIOS-Hola…¿estás sola?-A, Ana le pareció que todos los hombres se repetían con aquella manida frasecita de inicio.-Una chica como tú no debería ir por esos mundos de dios sola…es pecado. Je je –rió su propia gracia el recién llegado.-me llamo Pablo, ¿y tú?-Yo Ana, y…Ana iba a decirle que no, que no estaba sola, pero se abstuvo de hacerlo, para no cortar al ya de por sí, parco caballero.-¿Tomas algo conmigo?, ¡oh!, permíteme tutearte por favor, no eres tan mayor como para usar el usted ¿no te parece?-Claro, claro…hazlo si…así que te llamas Pablo…que bonito nombre. Tomare una Cocacola…Antonio, que se quedaba solo se tomó lo que le quedaba de la copa y se limitó a mirar a las tres parejas que ya estaban bailando sus vidas al son del amor…aunque Marla no se quedaría con Martín eso estaba claro, a pesar de que al sofisticado pijillo, le estaba encantando arrimarse a ella, que no sabía cómo evitarle, y a Antonio le entró una urgente risa, que a duras