NathanQuerer a Eliah no fue difícil, era un niño muy dulce y curioso, se convirtió en mi compañero, en alguien a quien cuidar y proteger. Los primeros meses, fueron algo caóticos, pero nos fuimos adaptando. Pasaba todo el tiempo que podía con él, me gustaba tenerlo en mis brazos y hablarle. Lo primero que hacía, en las mañanas cuando me levantaba, era ir a verlo. Tocaba la puerta de la habitación de mamá y esperaba hasta que me dijera que podía pasar.Nuestra vida dio un giro de ciento ochenta grados desde que Eliah llegó a nuestras vidas, nos convertimos en una familia. Trevor no era tan malo después de todo, quería a mamá y también a Eliah. Y a mí me trataba bien. Discutían algunas veces, aunque siempre se arreglaban. Fue una buena época. Nuestra casa dejó de ser un burdel y se convirtió en un hogar. Mamá cocinaba todos los días y compartíamos la mesa a la hora de cenar. Ese año, Trevor pintó las paredes y reparó todo lo que no funcionaba, hasta arregló el techo del ático, que duró
NathanEstaba acostado en mi cama dormitando cuando la escuché. Gemía fuerte y pronunciaba el nombre de uno de los malditos bastardos que frecuentaban la casa. Enfurecí. No quería que nadie la tocara, no quería escuchar cómo otro se la follaba. Me cubrí los oídos para no oír nada. Cuando creí que ya había acabado, me levanté de la cama y salí de la habitación. Esperaría que saliera para hablar con ella. Dos parejas más estaban teniendo sexo en las otras habitaciones.Una puerta se abrió y vi salir a un sujeto, bajo y gordo, que debía tener al menos cincuenta años. Me miró de soslayo y continuó su camino como si nada.Un minuto después, ella salió de la misma habitación. La llamé diciendo su nombre. Se detuvo y se giró, pero no me miró.—Dame un número —demandé en tono autoritario.—Nathan, no…—Dame un jodido número —siseé entre dientes.Christa alzó la mirada y me vio sorprendida.—No te preocupes por mí, estoy bien —aseguró, evadiéndome una vez más. Sin embargo, no estaba cerca de d
Nathan—No tienes idea de lo que dices, las cosas no son así de fáciles, Nathan —dijo levantándose de la cama. Buscó su ropa y comenzó a vestirse—. Eres solo un chico, no puedo irme contigo, y tú no puedes marcharte con Eliah.—¿Por qué no? Lo he cuidado desde que era un bebé, lo he hecho bien —repliqué poniéndome los calzoncillos.—¿Cómo harás para rentar una vivienda?, ¿con qué dinero te vas a mantener? Mil euros solo te alcanzarán por un par de meses, nada más. Aquí tienen garantizado techo y comida, ¿has pensado en eso? —interrogó entornando los ojos.—Me las arreglaré, todo lo que quiero es sacar a mi hermano de este ambiente, no quiero que crezca aquí —señalé resuelto. No había un día que no pensara en irme, no lo hice antes esperando que ella volviera. Estaba decidido y nadie haría que cambiara de idea.Christa me miró con los ojos llorosos y, mojándose los labios, dijo una frase que me partió en dos el corazón.—Conocí a alguien, propuso pagar mis estudios y mis deudas a cambi
NathanSentí una fuerte opresión en el pecho. Mamá habló muy poco de él en su diario. Las veces que lo mencionó, dijo que era un buen hombre, que la trataba como a una reina y que la quería; un cariño que ella no logró corresponder. Nuestra vida pudo ser muy distinta si lo hubiera amado.Oí voces en el pasillo y me acerqué a la puerta para escuchar mejor. Mamá y Lola discutían por dinero. Mi madre le debía una suma bastante alta y no tenía cómo pagarle. Era más de lo que yo tenía ahorrado. Mi sangre se heló cuando Lola mencionó que podía cobrarse la deuda conmigo. A Gienevieve le tomó menos de cinco segundos responder que estaba de acuerdo, no pude seguir llamándola mamá después de eso.¡Me vendió sin ningún escrúpulo!Una puerta se cerró y un juego de pasos se alejaron por el pasillo. Suspiré y fui a sentarme en el colchón sintiéndome decepcionado. Nunca pensé que Gienevieve sería capaz de hacer algo como eso. ¿Quién le daba el derecho de decidir por mí? No iba a permitírselo, no me
Nos sentamos en un cubículo. Nos atendió una joven muy amable de piel porcelana y cabellos oscuros, su mirada era dulce y su sonrisa parecía genuina. Ambos pedimos una barquilla, Eliah de chocolate y mantecado y yo de avellanas y vainilla.Le limpié la boca y las manos cuando terminó su helado media hora después. Salimos de la heladería camino a nuestra casa temporal; conseguí rentar en línea una habitación en una posada usando una identificación falsa. Cuando llegamos, Eliah quiso saber dónde estábamos, siempre fue un niño muy curioso y entendido. Le expliqué que no volveríamos a casa. Me preguntó por mamá, que si ella vendría.—No, ella no vendrá. Seremos solo tú y yo —respondí mirándolo muy atento, no sabía cuál sería su reacción; él no era muy unido a ella, sin embargo, la quería.—¿Por qué? —inquirió entrecerrando los ojos, la curiosidad brillaba en su mirada.Liberé un suspiro cansado. No sabía qué decirle, la verdad era demasiada información para él.—Porque ese no es un buen l
NathanEliah no quería irse cuando le dije que era momento de volver, me pidió que nos quedáramos un poco más. Tuve que negarme, me sentía muy mal y necesitaba acostarme. Sujeté su mano y caminé a su lado haciendo un gran esfuerzo, mis piernas pesaban como si estuvieran hechas de hormigón, cada parte de mi cuerpo dolía. No estaba seguro de poder continuar. Si tomaba un taxi para llegar a la posada y perdía la conciencia estando los dos solos en la habitación, ¿quién vería por Eliah?El miedo heló mi sangre. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. No sabía qué hacer. Miré alrededor buscando una solución. A la distancia, vi la vivienda de Herman, el hombre que evitó que Eliah corriera a la calle. ¿Estaría dispuesto a ayudarme? Me pareció una buena persona, apenas cruzamos unas palabras, sin embargo, algo en él me inspiró confianza. Podía estar equivocado, mas no tenía muchas opciones.Tomando cada gramo de la fuerza que me quedaba, crucé la calle con mi hermano y me detuve en la acera fr
NathanCada minuto que pasaba sin saber de Eliah, me sentía más culpable. Nunca estuvimos alejados tanto tiempo, él era una parte de mí, había prometido que lo cuidaría siempre. Dejarlo fue devastador, rompió mi alma en tantas partes, dolía más de lo que cualquier cosa lo hizo alguna vez. Mi hermano era todo para mí y yo todo para él. Necesitaba buscarlo, no podía esperar más.¡Qué se joda Müller! No iba a esperar más por él.Me levanté de la cama decidido a marcharme. Solo necesitaba encontrar mi ropa y mis zapatos y escabullirme de la habitación. Revisé el cajón junto a la cama cuando escuché pasos acercándose. Alguien venía. Volví a la cama y me recosté justo en el instante que la puerta se abría. Era la doctora Becker. La sonrisa en su cara anunciaba buenas noticias, o eso parecía.—Tu padre llamó, dijo que volaría esta misma noche desde Italia para venir por ti —anunció con alegría, se le veía muy contenta.—¿Eso dijo? —pregunté con un nudo en la garganta que hizo, que mi voz se
NathanViajamos en un vehículo que mi padre rentó; un chofer nos llevó a la dirección que le di. Lo sentí como una eternidad, me sentía ansioso y nervioso. Podía escuchar los pálpitos de mi corazón en mis oídos. Quería estar tras el volante y acelerar a fondo para llegar más rápido. Cuando al fin estuvimos frente a la casa de Herman, me bajé del auto y corrí a tocar la puerta con golpes enérgicos. Nadie respondía. Seguí tocando y la vecina de al lado salió diciendo que no había nadie, que se fueron dos días antes y que no volverían.—¿Cómo sabe que no volverán? —pregunté exaltado. No podía creer lo que estaba diciendo. Tenía que ser un error.–Cariño, era su arrendadora, empacaron todo, me dieron las llaves y se marcharon —contestó acercándose, mientras yo retrocedía negando con la cabeza.No es cierto, está mintiendo. Volví a la puerta y golpeé más duro. Gritaba el nombre de Eliah, llamándolo, pero nadie salía. Mi padre se paró detrás de mí y me pidió que me detuviera, que me meterí