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CAPÍTULO 4. CAÍDA PROVOCADA

Caminaba con premura, no quería me diera alcance. No podía creer como fui tan ingenua, pensaba había tenido un talento especial para lograr mi ascenso, cuando no era así, todo había sido una manipulación de Ric o mejor dicho de Enrico Colombo.

— ¡Por Dios! —exclamé en voz alta, mientras en mi mente se aglomeraban los recuerdos de las conversaciones con Ric en tono de complicidad. “Qué los jefes no se den cuenta”, ¡Qué horror! Lo supo solo el dueño de todo ese imperio.

Ahora entendía la rabia de la jefa de Recursos Humanos, seguro pensaba había obtenido ese puesto de presidencia a cambio de algún favor sexual al dueño, y yo inocente de lo sucedido, pero no quería someterme a las habladurías, solo subiría a buscar la cartera, me iría para nunca regresar. Había sido una tonta, seguro se burló de mí a carcajadas a mi espalda.

Llamé el ascensor, minutos después subí junto con otros trabajadores, al momento de comenzarse a cerrar las puertas Ric lo detuvo, todos lo miraron sorprendidos, mientras su mirada se posó en mí y yo traté de evadirlo, mirando a otro lado para ignorarlo, eso lo hizo molestar.

—Tabata, ¡Mírame a los ojos! Y ustedes ¡Fuera! Váyanse en el otro —espetó mientras todos salían en tropel, una vez quedamos solos, marcó el piso de presidencia, lo detuvo antes de llegar, marcó en su celular a alguien y expresó: —. Apaga las cámaras de seguridad, deja el ascensor fuera de servicio.

Extendió su mirada hasta donde estaba, me vio con intensidad mientras yo trataba por todos los medios de evadirle la mirada, tomó mi mentón diciéndome:

—Por favor mírame—, no tuve otra alternativa, terminé posando la vista en él, aunque mis ojos eran de molestia.

» No te enojes linda, discúlpame si te hice sentir mal. Mi intención no era hacerte quedar como tonta, me sentí muy bien contigo, con tu frescura e ingenuidad, nunca tuve la oportunidad de ser mirado como tú lo hiciste. Fue satisfactorio llamar la atención por mí mismo y no por quien sea en la sociedad o por mis posesiones.

—Pero debiste decírmelo, si no ayer, cuando nos conocimos por lo menos esta mañana, no debiste cargarme en la ignorancia, sabes las cosas que te dije en confidencia, seguro te burlaste de mi estupidez.

—No me burlé de ti, todo lo contrario, eres una persona adorable. Desde el mismo momento de observarte luchando con esa fotocopiadora, terminé cautivado por ti —manifestó acariciándome la mejilla con el dorso de la mano, ese gesto provocó un cosquilleo en mi interior, porque además tenía su boca muy cerca de la mía.

Lo alejé colocando una de mis manos en su pecho.

—Por favor no avances, esto no está bien. Yo no soy una chica fácil a quien puedes ofrecerle un trabajo en tu despacho para luego llevarla a la cama.

» Tampoco me ha gustado, como manipulaste esas piezas a mi favor, solo lograste dirigir el odio de la gente hacia mí, dejándome sin argumento para debatirlo, porque es la verdad, terminaste empleándome porque te intereso.

—Tabata me gustas demasiado, desde el mismo momento cuando te vi. Nunca había sentido así por una mujer, sin embargo, te juro que de no haber tenido ciertos conocimientos en algún área no te hubiese dado el puesto de asistente de presidencia. Además, no me quedaré indefinidamente en esta sede, he venido porque tengo unos casos muy importantes para atender y voy a quedarme un mes en esta ciudad. Después debo regresar a Roma.

» Estoy optando por un cargo de juez contencioso, mi aspiración es optar a una magistratura en el Supremo Tribunal de Justicia aunque la sede principal de mis operaciones la tengo en Nápoles, viajo por todas las ciudades donde el bufete tiene presencia, incluso a las ciudades de otros países de Europa.

—Discúlpame. Eso no tiene ninguna relación conmigo, no me importan tus planes, son solo tuyos —señalé sin comprender sus argumentos.

—Entiendo, sin embargo, quiero significar algo, no ha sido mi intención en ningún momento engañarte, técnicamente no trabajo acá, por eso en principio la respuesta ante tu pregunta fue si y no, porque todo esto es mío, siempre atiendo casos acá, pero no estoy trabajando aquí permanentemente. No quise burlarme de ti, nada más lejos de la verdad.

Me acercó más a él e iba a posar sus labios en los míos para besarme, , puse mi mano en su boca para impedírselo.

— Por favor, esto no está bien. Aparte del jefe, creo que eres muy grande para mí. ¿Qué interés puedes tener en una chica como yo, habiendo mujeres más hermosas e interesantes en esta empresa?— Retiré la mano para permitirle contestar.

—¿Por qué te haces de menos Tabata? Aparte de hermosa, eres inteligente, amable, sincera, esas son cualidades no fáciles de conseguir y menos a la vuelta de la esquina, ni muchos menos en una mujer. Eres desinteresada, no eres jactanciosa, ni pedante, eres muy natural, eso me encanta —tomó mi mano y comenzó a besarla.

Agarró uno de mis dedos, lo metió en su boca, empezó a chuparlos de manera sensual, eso provocó una excitación en mí, la cual nunca había sentido. Mis piernas comenzaron a temblar, tenía la sensación que me faltaba el aire, sentí el producto de mi propia excitación fluir de mi cuerpo y apreté las piernas con fuerza, no obstante, ese gesto permitió a Enrico acercarse más a mí.

Aunque quería dejarme arrastrar por lo placentero de esas emociones, pues mi vagina palpitaba deseosa de ser tocada, en ese momento mis pensamientos fueron inundados por el rostro de mi madre deformado de la rabia, eso me hizo volver a la realidad, por eso proferí un grito casi sin aliento.

—Por favor no Ric, esto no está bien, esto no puede ser, apenas te conozco. Por favor, abre ese ascensor.

Enrico se quedó viéndome, intentando comprobar la firmeza de mi decisión, al darse cuenta de la angustia reflejada en mi rostro, me soltó, para segundos después abrir las puertas del ascensor.

Yo salí corriendo para el baño, me comencé a lavar el rostro, luego tomé una servilleta para secarme.

Luego entré en uno de los cubículos del sanitario para orinar y limpiarme el producto de la excitación, estaba en esa tarea cuando escuché unas voces de tres mujeres, no tenía idea de quiénes eran, aunque una le pareció la voz de Becca.

—¿Para dónde se fue la chica esa?—Preguntó una de las mujeres.

—Se la llevo Enrico a desayunar. No sabes, quedó prendado de ella cuando la vio. La licenciada de Recursos Humanos le dijo a Valentina, que al parecer ella era amante de él por eso la puso aquí —respondió Becca, mientras yo sentía mi rostro cubrirse de vergüenza, rabia, eran diversas esas emociones agobiantes, incluso impotencia.

—Y se la da de sencilla, definitivamente esas son las peores, mira para donde apunta, hacia el futuro magistrado del Tribunal Supremo. Seguro es una puta, se debe dejar follar por él, en todos los orificios de su cuerpo, además de atragantarse con su polla las veces donde loe encuentre sin ningún cohibimiento—dijo la otra voz carcajeándose.

—Y me contó Antonella del piso cuatro, Enrico los mandó a bajar a todos del ascensor para venirse con ella, la muy sinvergüenza no dejaba de observarlo desnudándolo con la mirada. Se quedaron en el ascensor un buen rato. ¿Quién sabe lo qué habrán hecho?

—¡Pero esa estúpida no logrará quitarme a Enrico! Siempre he sido yo quien lo complace, he estado junto a él por más de diez años, no va a ser una mocosa quien me quite al hombre de mi vida. Como me llamo Rebecca Vanella Coppola, seré la señora de Colombo Salerno y por supuesto la esposa del magistrado —manifestó la chica ante las carcajadas complacidas de quienes la acompañaban.

No pude soportar todas esas cosas de las cuales hablaban, comencé a llorar, porque aunque conocía como funcionaba biológicamente la unión de un hombre con una mujer, no lo había experimentado, la forma en que ellas lo hicieron ver, resultó sucio y vulgar a mis pensamientos. Aparte era una fiel convencida, nunca tendría intimidad con un hombre sino cuando la amaba.

Salí del cubículo, lavé las manos y el rostro para quitar todo rastro de lágrimas. Me quedé como por media hora más en el baño, cuando salí las arpías se encontraban paradas en la entrada de la oficina donde me dirigía, cuando les pedí permiso para pasarles por el medio, tropecé con una de ellas, cayendo de bruces en el suelo, lastimándome las rodillas en la caída.

—¡Ay chica! Lo siento mucho ¿Te hiciste daño?—habló la mujer fingiendo preocupación por mí mientras se burlaba.

Mis rodillas ardían y mis lágrimas estaban a punto de desbordarse cuando escuché la voz de Enrico.

—Te acabo de ver Laurence, es el colmo del cinismo, cuando venía por el pasillo vi claramente cuando le pusiste el pie para hacerla caer—habló en un tono gélido—. No entiendo ¿cuáles son las razones por las cuales están atacando a Tabata?

Exigió sin dejar de observarla con sus ojos centelleantes, parecían brasas avivadas por la furia, mientras ellas lo miraban totalmente pálidas, hasta yo terminé asustada con su mirada, a tal punto que terminé tomando asiento en el primer sitio disponible.

“La maldad no necesita razones, le basta con un pretexto”. Johann W. Goethe.

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