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CAPÍTULO 6. DESCUBIERTOS

Estaba feliz, sonreía complacido de haberla identificado, porque definitivamente Tabata era la mujer perfecta para mí, justo como la había imaginado, no podía haber escogido mejor, la quería en mi vida. No perdería oportunidad en  tenerla, porque yo lo deseado lo obtenía y esta mujer se me antojaba, así de simple.

Ella era muy sensible a mis caricias, se derretía en mis brazos, como un cubo de hielo con lo caliente del sol.  Era ingenua, no obstante, a la vez es atrevida, esa combinación era enloquecedora. Quería más de Tabata, friccioné con mayor ímpetu mi sexo contra su pelvis, mientras ella mantenía los ojos cerrados, jadeando totalmente subyugada a mí, abierta a todos mis deseos, a todo cuanto quisiera hacerle. 

Despegué un poco el torso de su cuerpo para observarla, divisé esos atractivos senos, voluptuosos, apetitosos, los cuales eran una tentación, invitaban a comérmelos, los masajeé con deseo, eran tan hermosos, tan provocativos como ricas frutas maduras, aumentando mi éxtasis, cabían en mis manos perfectamente como si hubiesen sido creados especialmente para mí solo deleite.

Realmente mis intenciones cuando la traje a la oficina no había sido poseerla en este momento, sino curarle, tal vez provocarla un poco para ir rompiendo sus reservas, pero al parecer el cazador terminó cazado, porque quien no aguantaba era yo, la chica era demasiado provocativa. No podía, ni quería resistirme más.

La necesidad, el inmenso deseo de introducirme en ella, follármela con fuerza hasta estar totalmente saciado era más grande, porque estaba volviéndome completamente loco. Aunque la noche anterior había estado con una de mis amantes, por cierto con Becca, ese encuentro no logró satisfacerme como lo estaba haciendo esta chica en este momento, deseaba encajarme dentro de ella,  cogérmela hasta hacerla gritar mi nombre, ya no soportaba la excitación, ansiaba meter la polla dentro de ella, si no la tomaba en ese momento no solo me volvería loco, capaz terminaría también con cojonera.

Abrí la cremallera del pantalón, aparte el bóxer dejando al descubierto la parte frontal, saqué mi erguido miembro donde el líquido pre seminal había comenzado a brotar, llevé una mano a su coño, estaba totalmente empapado producto de la excitación. El exceso de su esencia brotaba de su interior haciendo más intensas mis ganas de follármela, estaba como un animal en celos seducido por el olor de su hembra, ella jadeaba y profería sonidos ininteligibles, mas a mí me tenían completamente obnubilado.

Exploré con más profundidad su jugoso botón, acariciando sus hinchados labios, quería saborearla, morderla, chupármela hasta dejarla seca, con mi otra mano tomé el pene e iba a introducirme en ella, cuando justo en ese momento la puerta se abrió de golpe. Cuando extendí la vista se trataba de Jacco. 

De inmediato reaccioné cerrando la blusa de Tabata para evitar la viera, porque él muy descarado en vez de cerrar la puerta y marcharse, lo hizo pero ingresando a la oficina. Caminó hacia donde nosotros estábamos, como un maldito fisgón, dirigió sus ojos a los senos de Tabata para después recorrer todo su cuerpo, el cual estaba en ese momento descubierto.

Su escrutinio a mi mujer, si porque eso era Tabata para mí, la había escogido para serlo, pues tenía todo lo necesario en una futura esposa, me causó rabia, proferí un gruñido de molestia, mi estado de ánimo no pasó desapercibido para él, cuando vio mi actitud se alejó, sin embargo, no pude refrenar mis duras palabras.

—Aleja tu maldita mirada de mi mujer, si no quieres que termine sacándote los ojos con mis propias manos, para jugar con ellos—expresé con un semblante de profundo y absoluto odio.

Jacco retrocedió un poco impresionado por mis palabras, aunque a decir verdad me tenía sin cuidado, eso le enseñaría a no meterse en situaciones donde no le estaban pidiendo opinión.

Guardé mi pene en el pantalón, arreglé mi ropa entretanto veía a Tabata con sus mejillas sonrosadas, esbozando un gesto parecido a un poco de sorpresa o tal vez timidez, quizás ambos. Se incorporó al sofá, ajustándose su ropa, sin pronunciar palabra, allí me di cuenta de la expresión de vergüenza reflejada en su rostro por la situación.

Jacco era irritante, por su culpa mis avances con ella se perdieron, por eso en un tono gélido lo recriminé.

—¡Maldita seas Jacco! Las puertas se hicieron para tocarlas. ¿Acaso no sabes? Una puerta cerrada significa no molestar. Tampoco puedes entrar a mi oficina como si fueses el dueño y señor de ella.

El muy imbécil en vez de quedarse callado siguió atizándome la ira. 

—Bueno, este botoncito ubicado acá, en la parte trasera del pomo de la puerta, es para apretarlo así—dijo oprimiendo el botón con su dedo—. Impide a la gente entrar, más si también te vas a follar a tu nueva asistente—pronunció con malicia.

Sus palabras provocaron, un gemido de la boca de Tabata, eso aumentó mi mortificación. La observé levantarse del sofá donde estaba sentada en total silencio, colocarse los zapatos, sin mirarnos a ninguno, salió corriendo de la oficina profiriendo en voz baja.

—Con permiso.

Enfadado me acerqué a Jacco, lo sujeté por el cuello con fuerza hasta golpearlo contra la pared, con mi mandíbula apretada le dije entre dientes:

—¿Qué coño pretendes Jacco con esto que acabas de hacer?

El muy maldito se encogió de hombro con un aire de inocencia, dándome a atender su desconocimiento de lo sucedido. Pero no estaba dispuesto a tolerar su insolencia, su actitud me cabreó totalmente. Lo tomé con mayor fuerza.

—No pretendas alegar tu falsa inocencia frente a mí, porque te conozco bastante bien. ¿Qué pretendías al decir que voy a follarme también a la nueva asistente?

Pensó por unos minutos y luego respondió:

—Tal vez ¡Qué huya de ti! ¿No la ves? Es muy chica demasiada ingenua para ti. Búscate una mujer hecha y derecha, de esas con fuerte determinación, una con la cual no puedas jugar o si lo haces ella sepa a qué atenerse contigo, no una muchachita tonta,  quien solo quieres manipular y controlar a tu antojo—se atrevió a decirme. 

Solté las solapas de su ropa, coloqué mis manos directamente en su cuello y empecé a apretarlo mientras la rabia fluía como sangre en mi interior.

—Eso no es tu problema, no te metas en esto. No te importa—de repente me di cuenta de sus intenciones reales, sin pérdida de tiempo se lo hice saber —¡Claro! ¡Ya lo entiendo! Qué lento he estado. Te llamó tu hermana, te pidió intervenir. Seguro te contó lo sucedido y ahora pretendes sabotear mi relación con Tabata, porque de esa manera piensan escogeré a Becca—lo solté, empecé a reírme a carcajada mientras el rostro de Jacco se enrojecía.

—Sabes muy bien, así no desees reconocerlo. Mi hermana es la mujer adecuada para ti. Cuando ayer me hablaste de tu absurdo plan, pensé se trataba de una broma de tu parte, por eso reí contigo, sin embargo, hace un rato recibí la llamada de ella, estaba llorando, desesperada cuando me contó lo sucedido en tu oficina, como la humillaste delante de otras personas para ponerte del lado de esa muchacha, eso no es aceptable.

» Allí me di cuenta, de la verdad de tu confesión. Si necesitas una esposa, solo Becca es la adecuada. Ayer hasta estuvieron juntos, tienes más de diez años de relación con ella. Esa mujer te ama profundamente, no encontrarás a nadie mejor. No puedes desdeñarla. Como su hermano, te exijo casarte con ella.

Me quedé viéndolo como si le hubiesen salido dos cabezas ¡Quién carajos se creía este!

“El exceso de severidad produce odio, como el exceso de indulgencia debilita la autoridad.” Muslih-Ud-Din Saadi.

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