PierreAntes bastaba con decirle una palabra para verla encogerse. Ahora… algo había cambiado. Tal vez era por el embarazo, pero si creía que eso la estaba salvando... Era una estúpida.Apenas el niño naciera, la desecharía... como con las demás.Tatiana era la única que tenía mi corazón por completo, era la única que me entendía y me amaba por como era.Teníamos una dinámica particular, dónde ardiamos como un fuego que no se puede apagar. Tenía a mis putas, obvio. Un hombre tan imponente como yo no podía ser para una sola. Y Tati, cuando yo me aburría de las zorras, hacía el trabajo sucio. Con solo pasarle un mensaje con una fotografía de mí y otra mujer, ella enloquecía. Les daba caza y las asesinaba... lento... torturándolas hasta el final. Amaba a esa mujer y si no fuera por su estado... ella sería mi esposa en este momento."Igual lo será después que me haga cargo de la zorra de mi esposa..." No podía dejar de pensar en el maldito contrato que había firmado. "Sin un heredero
PaulinaEl tiempo ya no tenía sentido. No desde que Pierre empezó a hablar con esa voz suave que siempre venía antes del caos.—Sé que ustedes tienen algo. Los he visto...No respiré. No me atreví. Sentí cómo el frío se me subía por la espalda y me congelaba los hombros.Aníbal, frente a nosotros, estaba quieto. Demasiado quieto...Pierre nos miraba a los dos, con esa media sonrisa torcida, como si todo le resultara entretenido. Como si disfrutara vernos ahí, atrapados.Entonces Aníbal habló.—Sí... ¿y qué? —dijo él, con una calma que no le conocía—. Tú no la quieres... ¿qué más te da?Pierre rió. Una risa seca y corta, sin una gota de humor. Bajó la mirada un segundo, como si necesitara saborear lo que venía.—Ah... qué valiente... —murmuró, sacando algo del bolsillo interior de su saco—. Qué... estúpido.Y entonces lo vi. El arma.Me paralicé. Ni siquiera recuerdo si respiraba.—¡No! —grité al fin, cuando lo vi levantarla. Pero no lo apuntó a Aníbal. Me apuntó a mí. Y por un segu
MaxLa noche se tragaba el último rayo de sol.Oscura, espesa, perfecta para moverse sin ser visto.El motor del vehículo apenas murmuraba bajo nosotros mientras descendíamos por la colina hacia la propiedad de Moreau.Miré por la ventana. La casa se levantaba rodeada por muros altos y cámaras mal ubicadas. "Seguridad cara pero arrogante... e ineficiente." Pensaban que por tener dinero eran intocables. Error.Me tomó menos de cinco minutos hackear su sistema.—Perímetro limpio —dijo la voz de Lucas por el auricular—. En tres minutos entramos.Apreté los puños sobre las piernas. No era la primera vez que lideraba una operación como esta, pero había algo particular está vez.Aníbal.Se lo había prometido... para que él siguiera investigando al maldito desgraciado de Moreau.Nunca me gustó involucrarme con nadie fuera del negocio. Ni emocional, ni personalmente. Pero esta vez... era diferente. Esta vez era por él.Por mi hermano.—Listos —dije al equipo—. Entramos en silencio. Nadie di
PaulinaNunca me había sentido tan bonita y tan vacía al mismo tiempo. El vestido me quedaba perfecto, eso sí. Blanco, suave, de encaje fino… Pero por dentro... estaba muerta.Estaba en la sacristía, justo al lado del altar, y aunque sabía que la iglesia estaba llena, me sentía sola. —Popi... —la voz de mi abuela me sacó del trance.Me giré rápido. La vi en su silla de ruedas. Tenía esa mirada que siempre me daba fuerzas... aunque hoy no era suficiente.—Vuelvo en unos minutos...La enfermera la dejó un momento para darnos privacidad.Me agaché a su lado, y ella me tomó las manos entre las suyas. Miré nuestras manos unidas... Las de ella tan delgadas, arrugadas, pero seguían teniendo esa fortaleza que conocía desde niña.—Popi, hijita... todavía puedes irte. Podemos salir por atrás. Tengo el auto esperándonos, solo tenemos que decir que fue un mareo, que te sentiste mal... —susurró, casi sin aire.Sentí un golpe en el pecho. Por un segundo, me vi corriendo con ella, escapando, co
PaulinaEl mar se veía desde la terraza. El cielo estaba despejado, el aire olía a naturaleza; pura y en su máximo esplendor.En cualquier otro contexto, habría sido un lugar de ensueño. Estábamos en Hawái, en uno de esos hoteles ridículamente caros que salen en revistas de bodas.Tatiana lo había elegido. Eso lo supe cuando la recepcionista, muy sonriente, me entregó una canasta de bienvenida “a nombre de la señorita Vélez”.Pierre estaba frente a mí, desayunando en silencio. Todo se sentía demasiado perfecto para lo que era en realidad. Él hojeaba un periódico, aunque dudo que realmente estuviera leyendo.Se aclaró la garganta. Yo ya sabía que venía algo malo... —Solo tenemos que estar casados por dos años… o tener un hijo. Eso bastaría para mantener la farsa —dijo, sin mirarme—. Hay un hospital en la ciudad que hace inseminación…No lo dejé terminar.—Nos divorciaremos en dos años. Nada de niños. Mucho menos en esas condiciones —dije, llevándome la taza de café a los labios.Si
Paulina La semana pasó como un suspiro. No lo vi. No escuché su voz, ni su risa falsa, ni sus órdenes disfrazadas de comentarios educados. Pierre desapareció desde aquel desayuno caótico, y no regresó ni una sola vez.Técnicamente, estábamos en nuestra luna de miel. Legalmente, ya éramos marido y mujer. Pero en la práctica, yo era la otra... alojada en una suite con vista al mar, mientras él se revolcaba con la bruja de su mujer en alguna otra parte del hotel. O quizás en otra isla.La verdad, me daba igual.Aproveché cada segundo de paz que el muy desgraciado, sin saberlo, me estaba regalando.Encendía la laptop al amanecer y trabajaba hasta que el sol empezaba a ocultarse. Digitalicé todos mis bocetos; los organicé por línea, por estilo, por temporada. Le puse nombre a cada diseño, le di vida a cada prenda.Los subí a mi nube de tareas, para poder acceder a ellos en cualquier momento. Solo necesitaría mi correo y contraseña.Incluso hice unos renders rápidos para mostrar silu
PaulinaLa casa nueva era grande, silenciosa y helada, aunque por fuera parecía perfecta.Todo tenía ese estilo moderno y costoso que te hace sentir que no puedes tocar nada. Que no perteneces ahí.Pierre no dijo ni una palabra en todo el viaje. Al entrar, dejó las llaves sobre la mesa y subió directo a su despacho, como si yo no existiera. Mejor así.Me fui a la cocina. No porque tuviera hambre, sino porque necesitaba un momento para mi sola. Me quedé junto al ventanal, con el celular apretado en la mano. Dudé por un momento... Respiré hondo... Llamé.—¿Popi? —dijo la voz de mi abuela al segundo tono—. Mi niña… ¿cómo estás?Tragué saliva. Me dolía la garganta.—Hola, abue… estoy bien.—¿Dónde estás? ¿Ya volvieron de… Hawái?—Sí. Llegamos hace un rato.—¿Puedo verte? Pensé en pasar un rato por tu nueva casa. Te llevo pastel, como te gusta —dijo con esa voz de ternura que siempre tenía solo para mí.Cerré los ojos."¡Dios mío! La necesito más que nunca..."—Hoy… no, abue. No te
Aníbal Paulina se había encerrado en su habitación apenas su madre se fue. Me quedé en la cocina, observando la taza vacía que había dejado en la mesa del patio. No podía sacarme de la cabeza la forma en que temblaban sus manos al sostenerla. Cómo evitaba el contacto visual, como si el simple hecho de que alguien la mirara la hiciera más vulnerable.No era parte de mi trabajo involucrarme. Lo sabía. Me habían contratado para "vigilar", no para cuidar. Pero había una línea muy delgada entre mirar y ver. Y yo ya la había cruzado.No llegué a este tipo de trabajos por casualidad. Nadie termina en la nómina de Pierre Moreau si tiene una vida limpia o un currículum prolijo. Él buscaba hombres con pasado. Hombres rotos. Con algo que ocultar.En mi caso, era la baja de la policía.Era buen agente. Disciplinado. Llevaba seis años en la fuerza cuando pasó lo de Amelia. Mi hermana menor.Tenía 26 años cuando murió. Dijeron que fue un accidente doméstico. Que había resbalado bajando las