AníbalEstaba en el pasillo, apoyado contra la pared, fingiendo revisar mi reloj por décima vez en menos de una hora, cuando Ricardo se me acercó. Su andar era tan ruidoso como su presencia: pesado, seguro, como si el mundo le debiera algo.—Te toca noche libre, Rivera —dijo sin rodeos.Lo miré sin disimular el fastidio.—Prefiero quedarme. Tengo algunas rondas que...—No es opcional —me interrumpió—. El jefe fue claro. Cada uno debe salir un día a la semana. Esta noche te toca a ti. No jodas.Apreté la mandíbula. No tenía ganas de dejar la casa. No después de la última noche libre que tuve hace unos meses...Flashback —La señora tuvo un episodio. Ataque de nervios, dicen los médicos. Está internada por su seguridad. Todo está bajo control —me había dicho Pierre sin emoción alguna.Quise preguntar dónde, con qué médico, en qué clínica, pero sus ojos me desafiaron a hacerlo. Así que asentí en silencio. Y me tragué la rabia. Como tantas otras veces.Pero si discutía más, iba a levanta
Aníbal Habían pasado meses desde la última vez que la vi.Casi sesenta días desde aquella mañana en la que ella me miró desde la cama, con el alma hecha pedazos.El jefe nos pasaba el informe semanal de su estado... Y yo confié en qué estaba bien. "Porque si está lejos de él, ella no sufría más... ¿no?"Así que seguí con mi plan de descubrir a Pierre.Me metí en su rutina. Gané la confianza de Ricardo lo suficiente como para moverme entre los pasillos con mayor libertad. Vi documentos, escuché conversaciones, toqué los límites sin cruzarlos demasiado.También empecé a acercarme a Tatiana.No fue difícil. Ella buscaba atención como quien necesita oxígeno. Y si uno se sabía mover, seguro, distante, pero curioso, era fácil ganarse un poco de su tiempo.Me dejó entrar de a poco. Me contaba cosas creyendo que yo estaba interesado. Que la admiraba... que la deseaba. Que algún día, tal vez, le rogaría para meterme entre sus piernas.Yo solo escuchaba.Anotaba nombres. Fechas. Fragmentos s
PierreAntes bastaba con decirle una palabra para verla encogerse. Ahora… algo había cambiado. Tal vez era por el embarazo, pero si creía que eso la estaba salvando... Era una estúpida.Apenas el niño naciera, la desecharía... como con las demás.Tatiana era la única que tenía mi corazón por completo, era la única que me entendía y me amaba por como era.Teníamos una dinámica particular, dónde ardiamos como un fuego que no se puede apagar. Tenía a mis putas, obvio. Un hombre tan imponente como yo no podía ser para una sola. Y Tati, cuando yo me aburría de las zorras, hacía el trabajo sucio. Con solo pasarle un mensaje con una fotografía de mí y otra mujer, ella enloquecía. Les daba caza y las asesinaba... lento... torturándolas hasta el final. Amaba a esa mujer y si no fuera por su estado... ella sería mi esposa en este momento."Igual lo será después que me haga cargo de la zorra de mi esposa..." No podía dejar de pensar en el maldito contrato que había firmado. "Sin un heredero
PaulinaEl tiempo ya no tenía sentido. No desde que Pierre empezó a hablar con esa voz suave que siempre venía antes del caos.—Sé que ustedes tienen algo. Los he visto...No respiré. No me atreví. Sentí cómo el frío se me subía por la espalda y me congelaba los hombros.Aníbal, frente a nosotros, estaba quieto. Demasiado quieto...Pierre nos miraba a los dos, con esa media sonrisa torcida, como si todo le resultara entretenido. Como si disfrutara vernos ahí, atrapados.Entonces Aníbal habló.—Sí... ¿y qué? —dijo él, con una calma que no le conocía—. Tú no la quieres... ¿qué más te da?Pierre rió. Una risa seca y corta, sin una gota de humor. Bajó la mirada un segundo, como si necesitara saborear lo que venía.—Ah... qué valiente... —murmuró, sacando algo del bolsillo interior de su saco—. Qué... estúpido.Y entonces lo vi. El arma.Me paralicé. Ni siquiera recuerdo si respiraba.—¡No! —grité al fin, cuando lo vi levantarla. Pero no lo apuntó a Aníbal. Me apuntó a mí. Y por un segu
MaxLa noche se tragaba el último rayo de sol.Oscura, espesa, perfecta para moverse sin ser visto.El motor del vehículo apenas murmuraba bajo nosotros mientras descendíamos por la colina hacia la propiedad de Moreau.Miré por la ventana. La casa se levantaba rodeada por muros altos y cámaras mal ubicadas. "Seguridad cara pero arrogante... e ineficiente." Pensaban que por tener dinero eran intocables. Error.Me tomó menos de cinco minutos hackear su sistema.—Perímetro limpio —dijo la voz de Lucas por el auricular—. En tres minutos entramos.Apreté los puños sobre las piernas. No era la primera vez que lideraba una operación como esta, pero había algo particular está vez.Aníbal.Se lo había prometido... para que él siguiera investigando al maldito desgraciado de Moreau.Nunca me gustó involucrarme con nadie fuera del negocio. Ni emocional, ni personalmente. Pero esta vez... era diferente. Esta vez era por él.Por mi hermano.—Listos —dije al equipo—. Entramos en silencio. Nadie di
PaulinaNunca me había sentido tan bonita y tan vacía al mismo tiempo. El vestido me quedaba perfecto, eso sí. Blanco, suave, de encaje fino… Pero por dentro... estaba muerta.Estaba en la sacristía, justo al lado del altar, y aunque sabía que la iglesia estaba llena, me sentía sola. —Popi... —la voz de mi abuela me sacó del trance.Me giré rápido. La vi en su silla de ruedas. Tenía esa mirada que siempre me daba fuerzas... aunque hoy no era suficiente.—Vuelvo en unos minutos...La enfermera la dejó un momento para darnos privacidad.Me agaché a su lado, y ella me tomó las manos entre las suyas. Miré nuestras manos unidas... Las de ella tan delgadas, arrugadas, pero seguían teniendo esa fortaleza que conocía desde niña.—Popi, hijita... todavía puedes irte. Podemos salir por atrás. Tengo el auto esperándonos, solo tenemos que decir que fue un mareo, que te sentiste mal... —susurró, casi sin aire.Sentí un golpe en el pecho. Por un segundo, me vi corriendo con ella, escapando, co
PaulinaEl mar se veía desde la terraza. El cielo estaba despejado, el aire olía a naturaleza; pura y en su máximo esplendor.En cualquier otro contexto, habría sido un lugar de ensueño. Estábamos en Hawái, en uno de esos hoteles ridículamente caros que salen en revistas de bodas.Tatiana lo había elegido. Eso lo supe cuando la recepcionista, muy sonriente, me entregó una canasta de bienvenida “a nombre de la señorita Vélez”.Pierre estaba frente a mí, desayunando en silencio. Todo se sentía demasiado perfecto para lo que era en realidad. Él hojeaba un periódico, aunque dudo que realmente estuviera leyendo.Se aclaró la garganta. Yo ya sabía que venía algo malo... —Solo tenemos que estar casados por dos años… o tener un hijo. Eso bastaría para mantener la farsa —dijo, sin mirarme—. Hay un hospital en la ciudad que hace inseminación…No lo dejé terminar.—Nos divorciaremos en dos años. Nada de niños. Mucho menos en esas condiciones —dije, llevándome la taza de café a los labios.Si
Paulina La semana pasó como un suspiro. No lo vi. No escuché su voz, ni su risa falsa, ni sus órdenes disfrazadas de comentarios educados. Pierre desapareció desde aquel desayuno caótico, y no regresó ni una sola vez.Técnicamente, estábamos en nuestra luna de miel. Legalmente, ya éramos marido y mujer. Pero en la práctica, yo era la otra... alojada en una suite con vista al mar, mientras él se revolcaba con la bruja de su mujer en alguna otra parte del hotel. O quizás en otra isla.La verdad, me daba igual.Aproveché cada segundo de paz que el muy desgraciado, sin saberlo, me estaba regalando.Encendía la laptop al amanecer y trabajaba hasta que el sol empezaba a ocultarse. Digitalicé todos mis bocetos; los organicé por línea, por estilo, por temporada. Le puse nombre a cada diseño, le di vida a cada prenda.Los subí a mi nube de tareas, para poder acceder a ellos en cualquier momento. Solo necesitaría mi correo y contraseña.Incluso hice unos renders rápidos para mostrar silu