31. Una jaula sin barrotes sigue siendo una jaula.
Narra Lorena.Hoy el cabaret huele distinto, ya no es el perfume de las chicas o el humo dulzón de los habanos.Hay una mezcla entre miedo y obediencia. Como si cada paso que damos dejara huellas que alguien está anotando, como si reír fuerte fuera pecado, como si bailar fuera una ofensa. Desde que Ruiz organizó esa cena con sus nuevos “aliados”, todo cambió. Los rostros se endurecieron.Las sonrisas se volvieron máscaras, y el silencio, rutina.Me siento en el tocador. Me delineo los ojos, los labios, rojo sangre, la espalda, al descubierto.El escote, provocador. Afuera, los hombres se apiñan por verme.Adentro, en lo único que pienso es en huir.—¿Ya no te gusta la acción, reina? —me pregunta Dalia, al entrar con una botella de vino.La miro por el espejo. Me encojo de hombros.—Siento que estamos jugando en una partida que no es nuestra. Y que alguien ya decidió quién pierde.Dalia se ríe.Pero hay algo tenso en su risa.—Nadie pierde, Lore. Solo se reacomodan las fichas.—¿Y si y
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