Todos os capítulos do Al ritmo del peligro: La dama y el jefe.: Capítulo 11 - Capítulo 20
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11. Las que quedan vivas.
Narra Lorena.Estoy viva, pero no me siento viva.El espejo de este baño prestado, en un departamento que huele a encierro y sopa fría, me devuelve una imagen que apenas reconozco. Ojeras de un gris sucio, labios partidos, un mechón de pelo pegado a la frente por el sudor. Me he quitado la peluca, el maquillaje corrido, la ropa de cuero que usé para escapar. Lo único que no logro quitarme es la culpa.Sully me mira desde la puerta, apoyada en el marco, con una taza de té humeante en las manos. No dice nada. No necesita hacerlo. Ella sabe. Me ve por dentro, y eso es más difícil de soportar que todo el asedio allá afuera.—Está hecho —murmura. Su voz es tranquila, pero firme. Como quien ya aceptó que se juega la vida cada vez que abre la puerta.Me sirvo un poco de agua y la bebo de a sorbos lentos. No quiero hablar. Pero Sully no es de las que esperan eternamente.—Nadia está muerta —dice, sin anestesia.El vaso me tiembla entre los dedos, el agua se derrama sobre la mesada. No lloro.
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12. Sangre en el camino.
Narra Ruiz.Las noches ya no tienen silencio. Solo ruido. Del tipo que no se oye, pero te vibra en los huesos. El celular suena a las tres de la madrugada. No es un horario para buenas noticias.—Lo sabe —dice la voz del otro lado. Es Lázaro, uno de los pocos que todavía no ha sido comprado ni quebrado—. Carlo ya sabe dónde está Lorena. Le cayó el dato de alguien que se vendió por dos gramos y una puta limpia. Va para allá. Y no va a hablar.Silencio.—Va a matarla, Ruiz. Esta noche.El vaso de whisky se me resbala de los dedos y revienta contra el piso. Ni me inmuto. El líquido se esparce como sangre. Qué simbólico, la puta madre.—¿Dónde? —escupo, mientras ya estoy poniéndome el abrigo. No espero respuesta, ya sé la dirección.Sully. Esa cabecita loca pero leal. Solo ella podía haberla escondido. Solo ella podía ponerle un poco de esperanza en el pecho a una mujer que ya solo tenía cenizas.—Movete con los pibes. No dejes que Carlo llegue primero. No me importa si tienen que vaciarl
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13. Nacida para matar..
Narra Lorena.El ascensor no sirve.Bajamos por las escaleras. Yo, con la camisa empapada de sangre que no es mía. Ruiz, con la pistola lista, la mandíbula apretada y ese fuego en los ojos que me recuerda que los dos estamos en el mismo infierno. La diferencia es que yo ya no tengo miedo de arder.Cada escalón que bajamos me tiembla en los huesos, pero no freno. Ya no hay vuelta atrás. Carlo está cerca. Y esta vez no se va a ir caminando.—Abajo hay movimiento —me dice Ruiz en voz baja, deteniéndose al final del segundo piso.—¿Cuántos?—Tres, tal vez cuatro. No van a dejarnos pasar.—¿Y cuándo eso nos detuvo? —respondo, ya sin rastro de la mujer que una vez se arreglaba el cabello para gustarle a ese hijo de puta.Asiente. No con orgullo, sino con aceptación. Ya no somos ni aliados ni enemigos. Somos armas. Dos balas disparadas en la misma dirección.Cuando pisamos el primer piso, los vemos. Cuatro de Carlo. Malas caras. Malas intenciones.Uno de ellos grita:—¡Ahí están! ¡Mátenlos!
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14. Los que eligen morir.
Narra Ruiz.Carlo está muerto.Lo arrastramos hasta su propia oficina, lo dejamos tirado sobre la alfombra persa que tanto cuidaba, como si valiera más que la gente que usaba. Lo miré por última vez antes de cerrar la puerta. Lo odié en silencio. Pero lo respeté también. Porque incluso muerto, seguía oliendo a peligro. A final.Ahora todo esto es nuestro.El club, el puto imperio que Carlo manejó con puño y chantaje, está vacío por primera vez en años. Afuera, la gente de él ya empezó a huir. Los que sabían leer los signos no van a esperar que alguien les diga qué hacer. Van a entender que esto cambió de manos. Que la noche ahora nos pertenece a nosotros.Pero no pienso en eso ahora.No pienso en el negocio. Ni en los cabrones que hay que callar. Ni en los que aún nos deben plata. Ahora mismo, lo único que existe es ella.Lorena.Con la cara salpicada de sangre seca, el cuerpo tenso, el pelo hecho un desastre y esa mirada que no sé si quiere matarme o montarme hasta desarmarse en peda
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15. La corona no es liviana.
Narra Lorena.La oficina todavía huele a sangre vieja. La limpiaron, sí. Pasaron trapos, rociaron perfume, abrieron ventanas. Pero hay olores que se quedan impregnados en la madera, en las paredes, en la memoria.No me importa.Yo no vine a que esto huela bonito. Vine a que huela a miedo, si es necesario. A respeto. A mi nombre.Sully me espera abajo. Tiene los ojos cansados y el cigarro en la comisura de la boca. Se lo saca al verme bajar las escaleras.—¿Estás viva? —pregunta. Me abraza fuerte.—Más que nunca —le digo.Ella sabe. No pregunta por Boris, ni por Carlo. No necesita.—Las chicas están nerviosas. Una se fue anoche. Desapareció. Ni las cosas se llevó. Otra me dijo que quiere dejarlo todo y volver al norte.—¿Y las demás?—Esperando órdenes.Asiento. Me aprieto el saco contra el cuerpo. Hoy no me puse vestido. Hoy llevo pantalón, camisa y una mirada que no admite preguntas. Abro la puerta del salón principal. Huele a alcohol seco y a cigarro. A miedo, también. Pero distinto
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16. Lo que arde, lo que muerde.
Narra Ruiz.La ciudad tiene un olor particular cuando se cuece algo gordo. No es solo la mezcla de humo, fritanga y orina vieja. Es un perfume más fino, más cabrón. Huele a traición. A pólvora que todavía no explotó, pero ya sabe a quién le va a arrancar la cara.Lorena salió hace un rato, sin decirme adónde. Sully, que es más leal que una navaja vieja, no soltó palabra. Y yo la dejé ir. Porque a veces hay que darle soga al enemigo para que se ahorque solo. El tema es que todavía no sé si Lorena es enemiga o simplemente una idiota valiente con un historial de mierda.Me recuesto en la silla de cuero de Carlo, esa misma desde donde mandó a matar a tantos. Ahora es mía. Pero el trono no vale nada si no sabés quién está por dispararte en la nuca.—¿Qué sabés de “El Padre”? —le pregunto a Mauro, uno de mis tipos de confianza. O lo era, antes de que la lealtad empezara a ser más rara que un cura virgen.—Dicen que es Silva. Que volvió más cabrón, más místico. Y que tiene algo que puede hun
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17. Todas las promesas son mentira.
Narra Lorena.La sangre no salta como en las películas. No es una fuente roja que mancha la pared en cámara lenta. No. Es caliente. Es densa. Y hace un sonido... sordo. Un borboteo húmedo que se queda pegado en la piel como una mentira recién dicha.Silva se ahogó en su propio aliento. Me miró con esos ojos traicioneros, esa cara hinchada por los años de exceso y poder mal ganado. Trató de decir algo, pero le hundí el cuchillo otra vez, esta vez con rabia. Con asco. Con ese nudo que me late entre las costillas desde que vi a Nadia con la garganta abierta.Me dijo “puta” antes de morir. Qué original.Uno pensaría que después de ver morir a tantos hombres, eso ya no me haría nada.Pero dolió. No por la palabra. Por lo que me recordó.Me recordó a Carlo.Y, peor aún… a Ruiz.Por un momento, pensé que él era distinto.Por un momento, me dejé desarmar. Bajé la guardia. Dejé que me viera de cerca. Le mostré las cicatrices, no las del cuerpo, las otras, las que se llevan adentro y nadie debe
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18. Tratos rotos.
Narra Ruiz.Lorena está allá arriba, con ese vestido que parece pegado con pecado y sudor, bailando como si el infierno le estuviera tocando el ritmo con los dedos.Todos la miran. Todos babean. Todos la quieren.Yo también. Pero no como ellos.Yo la quiero con las manos al cuello y la boca ardiendo. La quiero rendida o armada. A mi lado o muerta. No hay punto medio con mujeres como ella.Se mueve como si no le importara nada. Pero yo la conozco. Está temblando por dentro. El miedo es un perfume que aprendí a olfatear hace años. Y Lorena… lo disimula bien. Pero lo lleva puesto.La música termina y todo el lugar aplaude como si acabaran de ver a una santa abrir las piernas en cámara lenta.Baja del escenario. Cruza el cabaret como si flotara sobre cuerpos. Y cuando se me acerca, cuando se sienta en mi mesa con ese olor a whisky y rabia contenida, yo ya sé que no voy a poder matarla. No hoy. No así.Me provoca. Yo le devuelvo fuego. Es lo nuestro.Sexo con olor a guerra fría.Pero no me
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19.  Lo que me quema.
Narra por LorenaLas noticias llegan como cuchillos envueltos en terciopelo.Al principio, solo susurros. Un par de rumores entre las bailarinas, el murmullo tembloroso de los hombres que aún no entienden que todo ha cambiado.Después, los detalles.Sangre.Un disparo en medio de una reunión secreta.Ruiz, de pie frente a todos, sin parpadear, con una copa en la mano mientras uno de los viejos perros de Carlo se desploma con la frente abierta.Una ejecución.Un manifiesto.Me siento en el diván de mi departamento, con el teléfono aún caliente entre los dedos y el corazón latiendo como una alarma en medio de la noche.Miro el techo. Cierro los ojos.¿Qué carajo estás haciendo, Ruiz?Y sin embargo…Siento algo en el pecho, algo que me aprieta las costillas y me moja la boca. No es miedo. No solo.Es ese fuego estúpido y maldito que me enciende las piernas, que me llena la cabeza de imágenes sucias y dulces.Ruiz tomando el control.Ruiz haciendo que todos se arrodillen.Ruiz, tan pareci
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20. Lo que estaba escondido.
Narra RuizLa oficina de Carlo huele a encierro, a cuero viejo y a traición mal ventilada.Me rodean papeles, cajas fuertes ocultas tras cuadros idiotas de caballos y puestas de sol.Una caricatura de poder para un tipo que ya no respira.No vine por oro.Ni por armas.Vine por lo que no se ve. Por los secretos que guardan los que piensan que van a vivir para siempre.Y Carlo, el muy imbécil, tenía demasiados.La combinación me la cantó uno de los suyos con una costilla rota.Después de que le mostráramos qué tan creativo puede ser mi nuevo regente de castigos.Ah, la gente canta rápido cuando el dolor no te pregunta si estás listo.Giro la rueda de la caja fuerte, escuchando los clics como si fueran las notas de un piano desafinado.Y cuando la puerta se abre… no hay brillo.No hay fajos de billetes, ni diamantes, ni pasaportes falsos.Hay papeles.Legajos.Y una carpeta negra con bordes gastados.La abro por puro instinto.Y ahí está.Una foto.Un nene. No tiene más de cinco años.P
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