Narra Ruiz.La ciudad tiene un olor particular cuando se cuece algo gordo. No es solo la mezcla de humo, fritanga y orina vieja. Es un perfume más fino, más cabrón. Huele a traición. A pólvora que todavía no explotó, pero ya sabe a quién le va a arrancar la cara.Lorena salió hace un rato, sin decirme adónde. Sully, que es más leal que una navaja vieja, no soltó palabra. Y yo la dejé ir. Porque a veces hay que darle soga al enemigo para que se ahorque solo. El tema es que todavía no sé si Lorena es enemiga o simplemente una idiota valiente con un historial de mierda.Me recuesto en la silla de cuero de Carlo, esa misma desde donde mandó a matar a tantos. Ahora es mía. Pero el trono no vale nada si no sabés quién está por dispararte en la nuca.—¿Qué sabés de “El Padre”? —le pregunto a Mauro, uno de mis tipos de confianza. O lo era, antes de que la lealtad empezara a ser más rara que un cura virgen.—Dicen que es Silva. Que volvió más cabrón, más místico. Y que tiene algo que puede hun
Narra Lorena.La sangre no salta como en las películas. No es una fuente roja que mancha la pared en cámara lenta. No. Es caliente. Es densa. Y hace un sonido... sordo. Un borboteo húmedo que se queda pegado en la piel como una mentira recién dicha.Silva se ahogó en su propio aliento. Me miró con esos ojos traicioneros, esa cara hinchada por los años de exceso y poder mal ganado. Trató de decir algo, pero le hundí el cuchillo otra vez, esta vez con rabia. Con asco. Con ese nudo que me late entre las costillas desde que vi a Nadia con la garganta abierta.Me dijo “puta” antes de morir. Qué original.Uno pensaría que después de ver morir a tantos hombres, eso ya no me haría nada.Pero dolió. No por la palabra. Por lo que me recordó.Me recordó a Carlo.Y, peor aún… a Ruiz.Por un momento, pensé que él era distinto.Por un momento, me dejé desarmar. Bajé la guardia. Dejé que me viera de cerca. Le mostré las cicatrices, no las del cuerpo, las otras, las que se llevan adentro y nadie debe
Narra Ruiz.Lorena está allá arriba, con ese vestido que parece pegado con pecado y sudor, bailando como si el infierno le estuviera tocando el ritmo con los dedos.Todos la miran. Todos babean. Todos la quieren.Yo también. Pero no como ellos.Yo la quiero con las manos al cuello y la boca ardiendo. La quiero rendida o armada. A mi lado o muerta. No hay punto medio con mujeres como ella.Se mueve como si no le importara nada. Pero yo la conozco. Está temblando por dentro. El miedo es un perfume que aprendí a olfatear hace años. Y Lorena… lo disimula bien. Pero lo lleva puesto.La música termina y todo el lugar aplaude como si acabaran de ver a una santa abrir las piernas en cámara lenta.Baja del escenario. Cruza el cabaret como si flotara sobre cuerpos. Y cuando se me acerca, cuando se sienta en mi mesa con ese olor a whisky y rabia contenida, yo ya sé que no voy a poder matarla. No hoy. No así.Me provoca. Yo le devuelvo fuego. Es lo nuestro.Sexo con olor a guerra fría.Pero no me
Narra por LorenaLas noticias llegan como cuchillos envueltos en terciopelo.Al principio, solo susurros. Un par de rumores entre las bailarinas, el murmullo tembloroso de los hombres que aún no entienden que todo ha cambiado.Después, los detalles.Sangre.Un disparo en medio de una reunión secreta.Ruiz, de pie frente a todos, sin parpadear, con una copa en la mano mientras uno de los viejos perros de Carlo se desploma con la frente abierta.Una ejecución.Un manifiesto.Me siento en el diván de mi departamento, con el teléfono aún caliente entre los dedos y el corazón latiendo como una alarma en medio de la noche.Miro el techo. Cierro los ojos.¿Qué carajo estás haciendo, Ruiz?Y sin embargo…Siento algo en el pecho, algo que me aprieta las costillas y me moja la boca. No es miedo. No solo.Es ese fuego estúpido y maldito que me enciende las piernas, que me llena la cabeza de imágenes sucias y dulces.Ruiz tomando el control.Ruiz haciendo que todos se arrodillen.Ruiz, tan pareci
Narra RuizLa oficina de Carlo huele a encierro, a cuero viejo y a traición mal ventilada.Me rodean papeles, cajas fuertes ocultas tras cuadros idiotas de caballos y puestas de sol.Una caricatura de poder para un tipo que ya no respira.No vine por oro.Ni por armas.Vine por lo que no se ve. Por los secretos que guardan los que piensan que van a vivir para siempre.Y Carlo, el muy imbécil, tenía demasiados.La combinación me la cantó uno de los suyos con una costilla rota.Después de que le mostráramos qué tan creativo puede ser mi nuevo regente de castigos.Ah, la gente canta rápido cuando el dolor no te pregunta si estás listo.Giro la rueda de la caja fuerte, escuchando los clics como si fueran las notas de un piano desafinado.Y cuando la puerta se abre… no hay brillo.No hay fajos de billetes, ni diamantes, ni pasaportes falsos.Hay papeles.Legajos.Y una carpeta negra con bordes gastados.La abro por puro instinto.Y ahí está.Una foto.Un nene. No tiene más de cinco años.P
Narra Lorena.Me desperté antes que él.El sol apenas filtraba una línea dorada entre las cortinas gruesas, y su respiración pausada me envolvía la espalda como una manta invisible. Tenía el brazo tirado sobre mi cintura, como si mi cuerpo fuera algo que se le pudiera escapar en sueños.No quise moverme.No por miedo.No por costumbre.Sino porque, por primera vez en mucho tiempo, estar ahí… no dolía.Lo miré.La mandíbula relajada, los labios entreabiertos, el tatuaje medio escondido en la línea del cuello.Siempre parece estar a punto de pelearse con alguien. Incluso dormido.Y aún así…En ese instante, parecía humano.Cierro los ojos.Y me permito pensar en lo que nunca me dejé pensar.¿Y si esto fuera real?¿Y si después de tanto correr, de tanto fingir, de tanto morder la lengua y apretar los puños, hay algo más allá de este mundo de sangre y miedo? ¿Y si él no es como Carlo?No debería creerlo, no tan rápido. no después de todo lo que aprendí a golpes. Pero me devolvió a mi hijo
Narra Ruiz.Lorena duerme como duermen las mujeres que ya no tienen nada que perder. De costado, la espalda desnuda, las piernas enredadas en las sábanas como una promesa que ya me cobré.Y yo ahí, al borde de la cama, vistiéndome con cuidado. Porque hay reuniones a las que no podés llegar con olor a sexo. A pólvora, sí. A deseo, también. Pero con el alma al aire, no.Ella murmura mi nombre mientras sueño algo que seguro no tiene final feliz. Me dan ganas de quedarme. De volver a meterme entre sus piernas, de besarle los bordes donde empieza la locura. Pero no. Hoy hay otros demonios a los que mirar a los ojos.La reunión es en un galpón viejo, a cinco kilómetros del río. El lugar huele a humedad, a traición vieja y a metal oxidado. Los hombres que me esperan ahí no son simples socios. Son perros rabiosos con dientes de oro y ojos de tiburón. Tipos que harían desaparecer a tu madre y te la servirían en una cena con sonrisas.Los saludo como se debe: con firmeza, sin bajar la mirada. M
Narra por Lorena.Cuando Sully me trajo el vestido, supe que Ruiz planeaba algo.Un vestido así no se usa porque sí.Negro. Brillante. Como petróleo líquido derramado sobre la piel. Escote profundo, tajos estratégicos, tela que abraza cada curva como si fuera pecado. Al ponérmelo, sentí que me cubría de una segunda piel, una que no se arruga con el miedo ni sangra con los recuerdos.—¿Qué es esto? —pregunto, mientras observo mi reflejo en el espejo, sabiendo que no hay casualidades en este mundo. Solo decisiones y consecuencias.Sully sonríe con esa mezcla de ironía y compasión que la define.—Ruiz quiere que te muestres esta noche. Que sepas que estás al mando. Que hagas lo tuyo.Lo mío.Como si seducir hombres fuera un don.Como si convertirme en objeto de deseo fuera una estrategia.Como si mi cuerpo no cargara ya con suficientes cicatrices invisibles.Respiro hondo.Me coloco los pendientes largos, los de plata afilada que parecen dagas. Me delineo los ojos como si pintara guerra.