KillianEl viento nocturno acariciaba mi rostro mientras caminaba solo por el territorio que mi manada había reclamado, las huellas de la guerra aún marcadas en el suelo como cicatrices invisibles. A lo lejos, las sombras de las montañas se alzaban imponentes, pero ninguna de esas vistas me traía paz. El recuerdo de la guerra que separó nuestras manadas estaba tan presente como el aire que respiraba. Había sido brutal. Mi padre, el líder, siempre hablaba de venganza, de cómo recuperar lo que nos habían arrebatado. La promesa de venganza que hizo antes de morir aún pesaba sobre mis hombros, como un lastre que no podía soltar, no importaba lo que hiciera.Recuerdo cómo, antes de su muerte, me enseñó que la lealtad de la manada era lo único que importaba. Los enemigos, los traidores… todos debían ser castigados. Mi deber era claro, o al menos eso trataba de recordarme a diario. Sin embargo, a medida que pasaban los días, había algo que se filtraba entre mis pensamientos, algo que no quer
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