3

Ariana

El sol ya se filtraba débilmente a través de las cortinas, pero mi cuerpo no lograba relajarse. El encuentro con Killian seguía palpitando en cada rincón de mi mente, como una herida fresca que no dejaba de sangrar. Mi lobo estaba nervioso, inquieto, recorriendo cada rincón de mi ser con la misma urgencia que yo trataba de ignorar. Pero, ¿cómo ignorar algo que sentí tan intensamente? Una conexión que no pedí, que no quiero, pero que está ahí, ardiendo en mi pecho como una llamarada imparable.

Me levanté de la cama, intentando despejar mi mente. La ligera brisa que entraba por la ventana fría me sacudió ligeramente. Miré mi reflejo en el espejo del baño. Mis ojos, normalmente tan seguros, estaban turbios. ¿Cómo podía ser tan estúpida? ¿Qué era lo que había hecho? Había cruzado una línea invisible. Había visto a Killian, lo había sentido en mi interior. Él no era solo un lobo rival, era algo más. Pero era imposible.

Mi padre me había enseñado a ver a los rivales como enemigos, y hasta ayer, eso era lo que pensaba. Ahora, no sabía qué pensar.

Tomé un vaso de agua y lo bebí rápidamente. Lo que fuera que estaba pasando en mi interior, no podía dejar que me controlara. No podía permitir que un lobo enemigo destrozara todo lo que había trabajado por construir, lo que mi familia había construido. Pero en lo más profundo, mi lobo no estaba tan seguro.

Decidí salir a despejarme. La casa parecía opaca, silenciosa. La manada siempre estaba en movimiento, pero no hoy. Nadie se atrevería a estar cerca de mí. Nadie quería acercarse a alguien que pudiera llevar el estigma de la traición en sus venas. La gente empezaba a notar mi cambio. Mis amigos me miraban con cierta preocupación.

—¿Ariana? —La voz de Clara, una amiga de la manada, me sacó de mis pensamientos. Estaba apoyada en el umbral de la puerta de la cocina, observándome con una mezcla de duda y preocupación—. Estás… distante. ¿Todo bien?

¡Claro que no todo está bien! Mi mente gritaba, pero la sonrisa que le ofrecí fue perfectamente calculada.

—Sí, todo bien —respondí con una ligera sonrisa, sin darme cuenta de lo tensa que sonaba mi voz—. Solo necesito un poco de aire fresco.

Clara asintió, pero no se alejó. Sabía que no creía ni una palabra de lo que acababa de decir. Sus ojos seguían llenos de preguntas, y yo no podía ni pensaba darle respuestas. Tenía mucho que procesar, y no estaba lista para compartirlo con nadie, ni siquiera con ella.

Salí al jardín y caminé por el sendero, buscando algo que me tranquilizara. El aire de la mañana me golpeó con su frescura, pero no lo suficiente para borrar la ansiedad que se anidaba en mi pecho. Había intentado ignorarlo, pero era como si mi corazón latiera al mismo ritmo que la presencia de Killian. Maldita sea.

La distancia, la manada, la lealtad… todo se estaba desmoronando a mi alrededor. No era sólo la atracción lo que me molestaba, era la sensación de traición. Si alguna vez alguien descubría lo que había pasado entre él y yo, si mi lobo traicionaba a mi manada… todo estaría perdido.

En ese momento, el sonido de las voces llegó a mis oídos. Un consejo de manada. Era una reunión urgente convocada por mi padre, y como siempre, era importante. Pero hoy, la ansiedad me golpeó de una manera diferente.

Cuando entré en la sala, todos los ojos se dirigieron a mí, pero mi mirada se posó de inmediato en mi padre. Él estaba al frente, serio, con su presencia de líder que hacía que incluso los más veteranos de la manada se inclinaran ante él. Yo nunca había sido una persona que temiera a mi padre, pero hoy algo se anudó en mi estómago al verlo tan serio.

—Ariana —dijo mi padre, señalándome, su tono grave—, tenemos que discutir sobre la amenaza que se cierne sobre nosotros. Los rivales están haciendo movimientos. Sabemos lo que eso significa.

Un escalofrío recorrió mi espalda, pero mantuve la compostura. Sabía a qué se refería. Killian y su manada. La amenaza que representaban. El hecho de que su Alfa pudiera estar tan cerca de nosotros, tan... presente, me aterraba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

El murmuro en la sala se intensificó. Sabía que mi padre quería que opinara, pero yo… no tenía ni idea de qué decir. El miedo se apoderó de mi garganta. Si alguien llegara a descubrir lo que había sucedido, si alguien se enterara de lo que había sentido cuando mis ojos se encontraron con los de Killian…

—Ariana, ¿tienes algo que añadir? —mi padre insistió, su mirada fija en mí.

Casi no podía respirar. ¿Qué iba a decir? No podía hablar de lo que realmente había ocurrido. No podía decir que había sentido algo. No podía.

—Nada que añadir, padre —dije, mi voz sonando demasiado firme, demasiado distante. Mi lobo se revolvía dentro de mí, exigiendo algo que yo no estaba dispuesta a dar. El caos dentro de mi pecho era insoportable, y mi mente no dejaba de recorrer el rostro de Killian.

Mi padre asintió, pero sus ojos no dejaron de observarme con preocupación. Yo no podía hacerle esto a mi manada. No podía permitir que mi deseo me arrastrara al desastre.

La reunión continuó, pero yo ya no estaba allí. Mi mente se había ido, atrapada en un pensamiento que se repetía como un eco.

Si descubren la verdad, estaré acabada.

El terror me envolvió de nuevo. La culpa se apoderó de mí, ahogándome lentamente, pero también había algo más. Algo más profundo. Algo que me empujaba a buscarlo, algo que me impulsaba a desearlo.

Mi respiración se aceleró mientras las palabras de mi padre se desvanecían, solo quedando el peso de la realidad aplastando mi pecho. ¿Podría seguir viviendo con esto? ¿Podría seguir traicionando a mi manada, a mi gente, y seguir siendo la misma Ariana?

No lo sabía. Pero el miedo seguía siendo más fuerte que cualquier otra cosa.

El ambiente en la sala era opresivo, el aire denso y cargado de silencios pesados. La preocupación de mi padre se filtraba en cada palabra, y a pesar de que mi cuerpo estaba ahí, en ese espacio, mi mente estaba a años luz. La reunión continuó, pero yo no podía dejar de pensar en lo que se cernía sobre mí.

Cuando las voces de los demás comenzaron a desdibujarse en un murmullo lejano, me enfoqué en mi respiración. Mi lobo se mantenía inquieto, dando vueltas dentro de mí, rozando las paredes de mi control con la misma insistencia que un susurro que no se puede ignorar. Lo peor era que no tenía idea de qué quería, qué era lo que realmente me empujaba.

Mi mirada buscó a mi padre de nuevo, pero cuando vi el brillo en sus ojos, el peso de sus expectativas, sentí que me ahogaba. Si llegaran a saber... El pensamiento me golpeó como una ola, y todo mi cuerpo se tensó. No podía permitir que mi padre se enterara de lo que había sucedido. Ni siquiera mi manada. Estaba demasiado involucrada, demasiado atrapada en este... en este dilema. No podía traicionarlos. Y, sin embargo, algo me tiraba en la dirección opuesta, algo profundo y visceral. Algo que no podía ignorar, no podía seguir negando.

—Ariana.

Mi padre me había estado llamando, y fue su tono bajo, casi peligroso, lo que finalmente me arrancó de mis pensamientos.

—Te he preguntado algo.

Mi estómago dio un vuelco. Tragué saliva, mi garganta seca como el desierto. Todos los ojos de la sala estaban sobre mí, y yo era incapaz de encontrar palabras que no fueran mentiras. Dios, ¿cómo había llegado a esto?

—No tengo nada más que añadir —dije, repitiendo lo mismo de antes. Mentira.

Vi cómo mi padre frunció el ceño, notando la falta de convicción en mis palabras. Quiso decir algo más, pero se contuvo. La tensión en el aire era palpable, como si todos supieran que algo no estaba bien, pero nadie se atreviera a cuestionarlo. Y eso me aterraba aún más. Si lo descubrieran... No podía imaginarlo.

Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando mi padre se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta. Antes de salir, se detuvo por un momento, mirando hacia mí con una intensidad que me hizo sentir como si estuviera desnuda frente a él.

—Ariana, la manada debe estar unida. No olvides eso.

Me obligué a asentarme en la silla, pero en mi interior, la agitación era cada vez más grande. La presión se acumulaba, y mi lobo no hacía más que moverse dentro de mí con creciente desesperación. ¿Qué quería de mí? Me sentía como si estuviera atrapada en un laberinto, cada rincón oscuro lleno de incertidumbre.

Después de que mi padre salió, me quedé sentada en silencio, procesando lo que acababa de suceder. Nadie más parecía estar dispuesto a romper el silencio, y por un momento, me dejé envolver por la soledad. Mis amigos seguían aquí, pero no podía soportar la mirada de Clara, de ellos. Sabían que algo no estaba bien, y aunque nunca lo dijeran en voz alta, era más que evidente.

La pregunta rondaba en mi mente: ¿Cómo podía seguir adelante? ¿Cómo podía ignorar lo que había sentido, lo que aún sentía por él? La verdad me golpeó con dureza, un latigazo en mi pecho. Lo había sentido. Mi lobo lo había reconocido. Y yo... yo no podía detenerlo. No podía ignorar esa atracción, esa conexión que me envolvía cada vez que cerraba los ojos.

Salí de la sala, sin que nadie me lo pidiera. Necesitaba respirar, alejarme de todo. El jardín de la casa me ofreció un pequeño respiro, pero ni el aire fresco logró calmar la tormenta dentro de mí. Mi mente seguía viajando, repetía una y otra vez las mismas imágenes: su mirada intensa, su presencia dominante. Su voz resonaba en mi mente: “Eres mía.” Esa frase se colaba en mis pensamientos como una obsesión, y cada vez que la recordaba, mi cuerpo reaccionaba. Mi lobo reaccionaba.

Paseé por el jardín, pero no podía dejar de pensar en lo inevitable. ¿Cómo había llegado a esto?

Me senté en uno de los bancos, rodeada por las sombras de la tarde, y aunque mi cuerpo estaba quieto, mi mente seguía dando vueltas. ¿Qué hacer ahora? En el fondo, sabía que no podía seguir luchando contra lo que mi lobo había reclamado. Sabía que si alguna vez volvía a cruzarme con Killian, sería un punto de no retorno. Y a pesar del miedo que me consumía, no pude evitar que una pequeña parte de mí deseara esa confrontación, deseara ver qué pasaba si nos encontrábamos nuevamente.

Pero esa parte era peligrosa. Estaba segura de que mi corazón se lanzaría en su dirección, y si eso sucedía, no había vuelta atrás. Todo lo que conocía podría desmoronarse.

—Ariana.

La voz de Clara me sacó de mis pensamientos y, al voltear, la vi acercándose. Su expresión era seria, preocupada. Parecía saber que algo no estaba bien, que algo me estaba consumiendo. Pero también había una dureza en su mirada, como si no aceptara mis respuestas vacías.

—¿Qué pasa? —me preguntó, con voz baja pero insistente.

Dudé un momento, pero al final, la miré a los ojos. Quería decirle lo que estaba pasando, pero no podía. No podía arrastrarla a este caos. No podía arriesgarme a que mi secreto se desvelara.

—Nada, Clara. Solo… necesito un poco de tiempo.

Ella asintió lentamente, aunque no parecía convencida. Pero, afortunadamente, no insistió más. Después de todo, sabía que, a pesar de todo, respetaba mi espacio.

Me quedé allí, sola, con los recuerdos de ese encuentro con Killian volviendo a mi mente. Y cada vez que su imagen aparecía, un deseo que no quería reconocer se elevaba en mi pecho.

“Si descubren la verdad, estaré acabada.”

Era la única verdad que podía sostener en este momento. Pero, en lo más profundo, algo en mí no quería dejar ir esa idea, ese pensamiento, ese deseo.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP