2

Killian

La noche aún me sigue a donde quiera que voy. No importa cuántos kilómetros recorra, cuántos árboles caigan bajo mis pies. Esa sensación permanece, pegada a mi piel como una sombra imposible de ignorar.

Esa mirada. Esa puta mirada.

Es como si todo lo que había hecho hasta ahora, todo lo que había alcanzado, hubiera perdido su sentido. Todo se difumina cuando la recuerdo. Sus ojos. Ese fuego en su pecho que casi me consume, la manera en que sus colmillos brillaban bajo la luna. Su lobo. Su alma. Mi alma.

No.

No puede ser ella.

Acelero el paso, ignorando las miradas curiosas de mi manada. Los hombres y mujeres que me siguen no entienden la tormenta que me sacude. Nadie puede saber lo que acaba de suceder. Ni siquiera yo.

Es imposible.

Muevo la mandíbula con fuerza, el crujido en mis dientes es lo único que calma la furia que se agita en mi interior. No tengo tiempo para esto. No debo tener tiempo para esto. Soy el Alfa. Yo no me dejo distraer por sentimientos estúpidos ni por… bondades insensatas de la luna.

Pero mi cuerpo ya lo sabe.

Mi lobo lo sabe.

Dios, cómo lo sabe.

La atracción que sentí al verla es un peso constante en mis venas. Un anhelo que no puedo apagar. Y lo peor es que está allí, en cada rincón de mi mente, como una pesadilla que no termina, como un sueño del que no quiero despertar.

Miro hacia el horizonte, mis ojos clavados en la oscuridad del bosque que se extiende ante mí. El viento sigue acariciando mi piel, pero no es suficiente para disipar la fiebre interna que me consume. Mi manada me sigue en silencio, lo saben. Algo ha cambiado. Algo se ha quebrado.

—Alfa.

Mi segundo al mando, Reid, se acerca con paso firme, su mirada cautelosa. No me gusta cuando alguien nota que algo no está bien. No quiero que nadie vea mi vulnerabilidad. Es mi peor enemigo. Y en este momento, estoy completamente vulnerable.

—¿Qué sucede? —pregunta con voz grave.

Es una pregunta estúpida. No puede saber. Nadie puede saber. Pero aún así, la respuesta se escapa de mis labios antes de que pueda evitarlo.

—Nada.

El tono es más cortante de lo que me gustaría. Reid se detiene, me observa por un momento, y luego asiente. No sigue insistiendo. Lo aprecio, aunque en este momento todo lo que quiero es estar solo. Necesito despejar mi mente, porque me está volviendo loco.

Las sombras de la noche me rodean, y por un instante, el mundo parece detenerse. La manada sigue caminando a mi alrededor, pero todo se vuelve lejano, borroso. Solo existe el eco de su rostro, de su voz, de ese maldito vínculo que me ata a ella.

“Eres mía”.

No puedo dejar de escuchar esas palabras, como si me las hubiera marcado a fuego en la piel. Como si estuviera tatuado en mi carne, recordándome que, en algún rincón oscuro de mi alma, sé que lo que dijo es cierto.

No puedo ignorarlo.

Mis manos se cierran en puños, y el lobo dentro de mí ruge con frustración. No soy alguien que se deje arrastrar por emociones. Siempre me he mantenido firme, siempre he controlado todo, incluso mis propios deseos. Pero ella… ella es diferente.

Es mi mate.

Y eso es lo último que quiero.

—¿Sigues bien, Killian? —pregunta Reid de nuevo, un poco más cauteloso esta vez.

Mi respuesta es un gruñido bajo. Le hago un gesto con la mano para que se adelante, sin darme cuenta de que, en realidad, estoy dando espacio para quedarme atrás. Solitario. De nuevo, solo conmigo mismo, con mis pensamientos, con mis deseos incontrolables.

Lucho contra la necesidad de volver a ver su rostro, de sentir su calor cerca de mí, esa electricidad que me hizo perder el control por un maldito segundo. Quiero ahogarme en ese sentimiento, porque sé que si lo hago, no habrá vuelta atrás.

Miro la oscuridad. El bosque es mi hogar, y sin embargo, nunca me había sentido tan perdido en él. Nunca había sentido el vacío tan fuerte, como si todo lo que había conocido estuviera cayendo lentamente en ruinas.

¿Qué demonios le he hecho a mi vida?

A medida que avanzamos, la manada se dispersa, se adentra en el territorio como si todo estuviera bien. Como si nada hubiera cambiado. Pero yo sé que todo ha cambiado. Mi destino acaba de sellarse con una fuerza que no puedo comprender.

Un Alfa nunca debería sentirse así. Un Alfa no debe ser vulnerable. Un Alfa debe ser imparable, fuerte.

Pero aquí estoy, luchando contra algo que ni siquiera puedo controlar.

—Killian, ¿puedo hablar contigo?

Es Reid nuevamente, y aunque su tono es respetuoso, hay algo en su voz que no puedo ignorar. Se acerca con cautela, como si estuviera esperando que estalle.

—¿Qué pasa? —mi voz es más fría de lo que esperaba. Pero él no se detiene.

—Te he visto distraído. En la patrulla.

Me muerdo el labio. ¿Realmente soy tan evidente? ¿Pueden todos ver lo que está pasando dentro de mí?

—Nada. —La palabra sale más dura de lo que pensaba.

Reid frunce el ceño.

—No me tomes por idiota. Sé que algo está pasando. Y no es por la caza. Sabemos lo que es.

Esas palabras lo golpean con tal fuerza que siento como si me estuviera rompiendo por dentro. Siento el control deslizándose de mis manos como si fuera agua.

Sé lo que está pasando. El lobo dentro de mí lo sabe. Y aunque intento negarlo, intento racionalizarlo, sé que no hay forma de escapar.

La atracción es demasiado fuerte.

—No puede ser ella —me digo a mí mismo, con la voz temblando de rabia.

Pero mi cuerpo ya ha decidido.

Ella está en mi alma.

Ella es mía.

Y, maldición, no hay forma de escapar.

El destino ya está sellado.

Mis dedos se clavan en la corteza del árbol que tengo frente a mí, como si intentara arrancar la sensación que ella dejó en mi mente. El aire de la noche parece más pesado, como si todo el bosque estuviera observando cada uno de mis movimientos, esperando que tome una decisión. Pero la decisión ya ha sido tomada, y no hay forma de ignorarlo.

Ella es mi mate.

Reid me observa en silencio, esperando que diga algo, que confiese lo que claramente está pasando en mi interior. Pero no hay palabras. Las palabras se me han agotado. No hay nada que pueda decir que cambie lo que mi lobo ya sabe. No hay manera de explicar la tormenta que me consume.

—No puedes dejar que esto te controle, Killian —dice finalmente Reid, con una firmeza que no esperaba. Es como si estuviera leyéndome. O quizás lo está haciendo.

Me vuelvo hacia él, mis ojos fijos en los suyos, desafiantes. No me gusta que me hablen de esa manera. No me gusta que cuestionen mi control. Pero él tiene razón. Yo siempre he controlado todo. Y ahora, ella… ella es la grieta en mi armadura.

—Te equivocas —gruño—. No es algo que pueda controlar.

Reid no dice nada más. Ya lo sabe.

Lo peor de todo es que, a pesar de la rabia y la confusión que siento, una parte de mí ya la ha reclamado, y eso es lo que me mata. Ella está marcada en mis venas, como una cicatriz que no puedo borrar.

Maldita sea, ¿cómo puede ser ella?

Me sacudo, dándome un respiro, dándome un momento para pensar. Pero no puedo. No puedo pensar. Su imagen aparece frente a mí cada vez que cierro los ojos. Esa mirada desafiante, esa calma peligrosa que tiene a pesar de todo lo que se le avecina. Esa confianza. Es un recordatorio constante de lo que soy y lo que no puedo tener.

Mi lobo ruge. Su furia llena mi mente, mi cuerpo. Quiero salir corriendo a buscarla. No sé qué haría cuando la encontrara, pero sé que no sería suficiente. Nunca lo sería.

Miro a mi alrededor. La manada está dispersa, pero hay algo inquietante en el aire. No sólo mi mente está a la deriva, el bosque parece estar esperando algo. Como si todos los caminos se estuvieran cruzando. Pero yo… yo solo quiero un momento de paz.

—Killian.

La voz de Reid se oye a lo lejos, pero me siento ajeno a ella. Estoy tan atrapado en la tormenta de mi propia mente que ni siquiera reconozco el sonido de mi propio nombre. Mi cuerpo se mueve por inercia, cada paso llevado por la necesidad de encontrar algo que ni siquiera sé qué es.

Es ella.

Es como si su presencia estuviera escrita en las estrellas, como si el destino hubiera decidido arrojarnos en la misma dirección, sin importarle nada más. Ella, la hija de la manada enemiga. El Alfa de la manada rival. Todo lo que soy, todo lo que represento, está ahora en conflicto con lo que quiero. Y lo peor de todo es que, si me dejo llevar, si sigo este camino, nada volverá a ser igual.

Alzo la cabeza hacia el cielo, buscando respuestas que no puedo encontrar. El viento acaricia mi rostro, pero es una caricia fría, vacía. Las respuestas siguen eludiéndome, y eso me irrita. ¿Por qué? ¿Por qué ella?

—Killian.

Esta vez la voz de Reid no suena distante. Está justo detrás de mí.

—¿Qué pasa? —pregunto, girándome hacia él, mi tono grave, cortante.

Reid me observa por un largo momento, como si intentara desentrañar todo lo que está ocurriendo dentro de mí. Es un hombre inteligente, pero no tiene idea de lo que está pasando. Nadie lo tiene.

—¿Lo vas a negar? —su voz es suave, como si estuviera caminando sobre hielo fino.

—No lo estoy negando. —Mi respuesta es rápida, más dura de lo que debería ser.

Reid no se aparta. En cambio, da un paso más cerca, su mirada fija en mí. Es una mirada que no he visto en él antes, una mirada que busca entender lo que yo mismo no entiendo.

—Entonces, ¿por qué te haces esto? —pregunta, desafiante, pero sin perder el respeto.

No tengo respuesta. ¿Por qué me hago esto? ¿Por qué estoy luchando tanto contra algo que ni siquiera sé si quiero detener? La lucha interna es tan fuerte que me duele en el pecho.

—No quiero hablar de esto —digo finalmente, mis palabras saliendo entre dientes.

Reid asiente, reconociendo mi límite, y da un paso atrás.

Sé que lo que le he dicho no es la verdad. Sé que lo que está pasando no se va a detener simplemente porque yo lo desee. Y, sin embargo, el miedo sigue ahí, como una sombra aplastante que me impide ver el futuro con claridad.

Cierro los ojos, respiro hondo, pero el viento no es suficiente para disipar la tormenta que se forma dentro de mí. Ya nada lo será.

Ella ya está dentro de mí.

Un grito sordo resuena en mi pecho, una necesidad, una desesperación que no puedo silenciar. Necesito verla, aunque sea una última vez. El lobo dentro de mí no me dejará en paz hasta que lo haga.

“No puede ser ella.” La frase sigue retumbando en mi cabeza, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí sabe que lo es. Ella lo es. No hay marcha atrás.

Al final, es como si no tuviera elección. El destino ha hablado, y aunque no lo acepte, ya está hecho.

—No… puede ser ella —murmuro, repitiendo las palabras como una maldición. Pero mis pensamientos son los de un hombre vencido. Mi cuerpo ya ha decidido.

Me doy la vuelta, y mis pasos me llevan por el territorio de mi manada. No me importa nada más. Ya no.

—Killian… —La voz de Reid se pierde en la distancia.

Pero no me detengo. No hay nada que decir.

Ya no hay vuelta atrás.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP