Ariana
El aire nocturno era denso y cargado de una humedad que presagiaba tormenta. Ariana caminaba entre los árboles con los pies ligeros y la respiración agitada. Su piel hormigueaba, su lobo inquieto. Desde el encuentro en el bosque, todo en ella se sentía erróneo.
No debía pensar en él.
Y sin embargo, su mente era un caos de recuerdos entrelazados con su esencia. Killian.
Gruñó para sí misma y aceleró el paso, buscando refugio en la soledad del bosque. No podía permitirse flaquear. Su manada dependía de ella, su padre tenía expectativas, y ella misma se había jurado que jamás cedería ante la debilidad. Pero ¿qué pasaba cuando la debilidad tomaba la forma de un lobo de ojos implacables y una voz que estremecía cada fibra de su ser?
El viento cambió. Su estómago se encogió.
El olor era inconfundible.
Él estaba cerca.
Su pulso se aceleró y su lobo reaccionó antes que su razón. No, no podía verlo de nuevo. No cuando su instinto amenazaba con tomar el control. Se giró para marcharse, pero su cuerpo chocó contra una pared firme y ardiente.
Una pared que respiraba.
—¿Por qué huyes de mí? —La voz grave se filtró en su sangre como un veneno dulce y peligroso.
Ariana alzó la vista y encontró esos ojos plateados perforándola con una intensidad que la dejó sin aire. Killian la sujetaba por los brazos, su agarre firme pero contenido, como si se debatiera entre retenerla o soltarla.
—No estoy huyendo —mintió, pero su propio aliento traicionó la mentira.
Killian inclinó levemente la cabeza, observándola como si pudiera ver más allá de su piel, como si su alma estuviera al descubierto para él. Su cercanía era un fuego que la quemaba desde dentro, un recordatorio de que había una fuerza mayor que ella jugando con su destino.
—Mentira —murmuró él, sus dedos deslizándose apenas un centímetro sobre su piel.
Un escalofrío la recorrió. No podía permitirse esto.
Con un impulso de desesperación, se zafó de su agarre y retrocedió, sus botas hundiéndose en la tierra húmeda. Killian no se movió, pero su presencia era como una sombra que la envolvía.
Él no dijo nada. Solo la miró. Y eso fue peor que cualquier palabra.
Porque en esa mirada estaba todo lo que ambos se negaban a aceptar.
El bosque se sentía más vivo que nunca, cada sombra parecía acechar, cada brisa llevaba consigo un murmullo que se colaba en mi piel. Mi respiración era un eco entre los árboles mientras avanzaba con pasos calculados, intentando acallar el latido frenético de mi corazón.
Sabía que no estaba sola.
El aire estaba cargado de su esencia. No tenía que verlo para saber que estaba allí, entre la espesura, observándome. Mi lobo quería ceder, responder a la llamada que su mera presencia provocaba en mi interior, pero yo no podía permitírmelo. No podía ser él. No debía ser él.
—Sal de una vez —exigí con más firmeza de la que realmente sentía.
Silencio.
Las sombras parecieron cerrarse un poco más a mi alrededor.
Entonces, un crujido.
Me giré de inmediato, con los músculos tensos, lista para enfrentar lo que fuera… pero cuando lo vi, cuando sus ojos atraparon los míos en la penumbra del bosque, supe que ya estaba perdida.
Killian emergió de entre los árboles con la facilidad de un depredador, con la confianza de alguien que sabe que no necesita apresurarse para atrapar a su presa. Y, en ese momento, fui muy consciente de que yo era esa presa.
—¿Por qué huyes de mí, Ariana? —preguntó con voz baja y grave, cada palabra envolviéndome como una red de la que no podía escapar.
Mis manos se cerraron en puños a los costados, intentando encontrar un ancla en medio de la tormenta que se formaba dentro de mí.
—No huyo de nadie.
Una sonrisa ladeada apareció en sus labios, pero sus ojos seguían sombríos, evaluándome, desafiándome.
—¿Ah, no? —dijo, acercándose otro paso—. Entonces dime, ¿por qué tu pulso está tan acelerado?
Odiaba que lo notara. Odiaba que tuviera razón.
Mi lobo se agitó dentro de mí, inquieto, reconociendo algo que mi mente se negaba a aceptar. Porque si lo hacía, si siquiera por un segundo cedía, significaría admitir lo inevitable.
Killian avanzó otro paso y mi cuerpo se tensó.
—No des un paso más —advertí.
Él se detuvo, pero la diversión en su rostro se desvaneció. En su lugar, algo mucho más oscuro brilló en sus ojos.
—¿Qué te asusta más, Ariana? —preguntó con voz profunda—. ¿El hecho de que yo sea tu enemigo… o el hecho de que me deseas de todas formas?
El aire se volvió más espeso entre nosotros. Cada fibra de mi ser me gritaba que retrocediera, que diera media vuelta y huyera antes de que fuera demasiado tarde. Pero mis pies no se movieron.
Killian inclinó la cabeza, estudiándome, como si esperara que fuera yo quien rompiera la distancia.
No lo haría.
No podía hacerlo.
Porque si lo hacía… sabría que no habría vuelta atrás.
Sus ojos se oscurecieron aún más, y su mandíbula se tensó.
—Dilo, Ariana. Dime que no sientes esto.
Tragué con dificultad.
Mentir sería fácil. Mentir me salvaría.
Pero la verdad… la verdad estaba justo aquí, entre nosotros. Y era aterradora.
Mis labios se separaron, pero no salió ningún sonido.
Y en ese momento, lo supe.
Él también lo sabía.
Y eso lo cambiaba todo.
ArianaEl viento nocturno sopla entre los árboles, trayendo consigo el aroma de la tierra húmeda y las hojas recién caídas. La luna, redonda y pálida, cuelga en lo alto, bañando el bosque en un resplandor plateado. Es una noche perfecta para cazar.Mis pasos son silenciosos sobre el suelo cubierto de musgo, mis sentidos están afilados, alerta. Lidero la patrulla con la confianza que he construido durante años, manteniendo a mis lobos en formación detrás de mí. Soy la hija del Alfa. Ser fuerte no es una opción, es una obligación.Pero esta noche hay algo diferente. Algo que eriza mi piel antes incluso de que pueda racionalizarlo.Un olor.No es el de mi manada. No es el de ningún lobo que conozca. Es oscuro, intenso, especiado... masculino.Me detengo en seco y levanto una mano para que los demás se detengan. Hay un segundo de absoluto silencio antes de que hable en un susurro bajo.—Nos estamos retirando.Hay un murmullo de sorpresa entre los míos, pero no discuten. Somos fuertes, per
KillianLa noche aún me sigue a donde quiera que voy. No importa cuántos kilómetros recorra, cuántos árboles caigan bajo mis pies. Esa sensación permanece, pegada a mi piel como una sombra imposible de ignorar.Esa mirada. Esa puta mirada.Es como si todo lo que había hecho hasta ahora, todo lo que había alcanzado, hubiera perdido su sentido. Todo se difumina cuando la recuerdo. Sus ojos. Ese fuego en su pecho que casi me consume, la manera en que sus colmillos brillaban bajo la luna. Su lobo. Su alma. Mi alma.No.No puede ser ella.Acelero el paso, ignorando las miradas curiosas de mi manada. Los hombres y mujeres que me siguen no entienden la tormenta que me sacude. Nadie puede saber lo que acaba de suceder. Ni siquiera yo.Es imposible.Muevo la mandíbula con fuerza, el crujido en mis dientes es lo único que calma la furia que se agita en mi interior. No tengo tiempo para esto. No debo tener tiempo para esto. Soy el Alfa. Yo no me dejo distraer por sentimientos estúpidos ni por… b
ArianaEl sol ya se filtraba débilmente a través de las cortinas, pero mi cuerpo no lograba relajarse. El encuentro con Killian seguía palpitando en cada rincón de mi mente, como una herida fresca que no dejaba de sangrar. Mi lobo estaba nervioso, inquieto, recorriendo cada rincón de mi ser con la misma urgencia que yo trataba de ignorar. Pero, ¿cómo ignorar algo que sentí tan intensamente? Una conexión que no pedí, que no quiero, pero que está ahí, ardiendo en mi pecho como una llamarada imparable.Me levanté de la cama, intentando despejar mi mente. La ligera brisa que entraba por la ventana fría me sacudió ligeramente. Miré mi reflejo en el espejo del baño. Mis ojos, normalmente tan seguros, estaban turbios. ¿Cómo podía ser tan estúpida? ¿Qué era lo que había hecho? Había cruzado una línea invisible. Había visto a Killian, lo había sentido en mi interior. Él no era solo un lobo rival, era algo más. Pero era imposible.Mi padre me había enseñado a ver a los rivales como enemigos, y
KillianEl viento nocturno acariciaba mi rostro mientras caminaba solo por el territorio que mi manada había reclamado, las huellas de la guerra aún marcadas en el suelo como cicatrices invisibles. A lo lejos, las sombras de las montañas se alzaban imponentes, pero ninguna de esas vistas me traía paz. El recuerdo de la guerra que separó nuestras manadas estaba tan presente como el aire que respiraba. Había sido brutal. Mi padre, el líder, siempre hablaba de venganza, de cómo recuperar lo que nos habían arrebatado. La promesa de venganza que hizo antes de morir aún pesaba sobre mis hombros, como un lastre que no podía soltar, no importaba lo que hiciera.Recuerdo cómo, antes de su muerte, me enseñó que la lealtad de la manada era lo único que importaba. Los enemigos, los traidores… todos debían ser castigados. Mi deber era claro, o al menos eso trataba de recordarme a diario. Sin embargo, a medida que pasaban los días, había algo que se filtraba entre mis pensamientos, algo que no quer