5

Ariana

El aire nocturno era denso y cargado de una humedad que presagiaba tormenta. Ariana caminaba entre los árboles con los pies ligeros y la respiración agitada. Su piel hormigueaba, su lobo inquieto. Desde el encuentro en el bosque, todo en ella se sentía erróneo.

No debía pensar en él.

Y sin embargo, su mente era un caos de recuerdos entrelazados con su esencia. Killian.

Gruñó para sí misma y aceleró el paso, buscando refugio en la soledad del bosque. No podía permitirse flaquear. Su manada dependía de ella, su padre tenía expectativas, y ella misma se había jurado que jamás cedería ante la debilidad. Pero ¿qué pasaba cuando la debilidad tomaba la forma de un lobo de ojos implacables y una voz que estremecía cada fibra de su ser?

El viento cambió. Su estómago se encogió.

El olor era inconfundible.

Él estaba cerca.

Su pulso se aceleró y su lobo reaccionó antes que su razón. No, no podía verlo de nuevo. No cuando su instinto amenazaba con tomar el control. Se giró para marcharse, pero su cuerpo chocó contra una pared firme y ardiente.

Una pared que respiraba.

—¿Por qué huyes de mí? —La voz grave se filtró en su sangre como un veneno dulce y peligroso.

Ariana alzó la vista y encontró esos ojos plateados perforándola con una intensidad que la dejó sin aire. Killian la sujetaba por los brazos, su agarre firme pero contenido, como si se debatiera entre retenerla o soltarla.

—No estoy huyendo —mintió, pero su propio aliento traicionó la mentira.

Killian inclinó levemente la cabeza, observándola como si pudiera ver más allá de su piel, como si su alma estuviera al descubierto para él. Su cercanía era un fuego que la quemaba desde dentro, un recordatorio de que había una fuerza mayor que ella jugando con su destino.

—Mentira —murmuró él, sus dedos deslizándose apenas un centímetro sobre su piel.

Un escalofrío la recorrió. No podía permitirse esto.

Con un impulso de desesperación, se zafó de su agarre y retrocedió, sus botas hundiéndose en la tierra húmeda. Killian no se movió, pero su presencia era como una sombra que la envolvía.

Él no dijo nada. Solo la miró. Y eso fue peor que cualquier palabra.

Porque en esa mirada estaba todo lo que ambos se negaban a aceptar.

El bosque se sentía más vivo que nunca, cada sombra parecía acechar, cada brisa llevaba consigo un murmullo que se colaba en mi piel. Mi respiración era un eco entre los árboles mientras avanzaba con pasos calculados, intentando acallar el latido frenético de mi corazón.

Sabía que no estaba sola.

El aire estaba cargado de su esencia. No tenía que verlo para saber que estaba allí, entre la espesura, observándome. Mi lobo quería ceder, responder a la llamada que su mera presencia provocaba en mi interior, pero yo no podía permitírmelo. No podía ser él. No debía ser él.

—Sal de una vez —exigí con más firmeza de la que realmente sentía.

Silencio.

Las sombras parecieron cerrarse un poco más a mi alrededor.

Entonces, un crujido.

Me giré de inmediato, con los músculos tensos, lista para enfrentar lo que fuera… pero cuando lo vi, cuando sus ojos atraparon los míos en la penumbra del bosque, supe que ya estaba perdida.

Killian emergió de entre los árboles con la facilidad de un depredador, con la confianza de alguien que sabe que no necesita apresurarse para atrapar a su presa. Y, en ese momento, fui muy consciente de que yo era esa presa.

—¿Por qué huyes de mí, Ariana? —preguntó con voz baja y grave, cada palabra envolviéndome como una red de la que no podía escapar.

Mis manos se cerraron en puños a los costados, intentando encontrar un ancla en medio de la tormenta que se formaba dentro de mí.

—No huyo de nadie.

Una sonrisa ladeada apareció en sus labios, pero sus ojos seguían sombríos, evaluándome, desafiándome.

—¿Ah, no? —dijo, acercándose otro paso—. Entonces dime, ¿por qué tu pulso está tan acelerado?

Odiaba que lo notara. Odiaba que tuviera razón.

Mi lobo se agitó dentro de mí, inquieto, reconociendo algo que mi mente se negaba a aceptar. Porque si lo hacía, si siquiera por un segundo cedía, significaría admitir lo inevitable.

Killian avanzó otro paso y mi cuerpo se tensó.

—No des un paso más —advertí.

Él se detuvo, pero la diversión en su rostro se desvaneció. En su lugar, algo mucho más oscuro brilló en sus ojos.

—¿Qué te asusta más, Ariana? —preguntó con voz profunda—. ¿El hecho de que yo sea tu enemigo… o el hecho de que me deseas de todas formas?

El aire se volvió más espeso entre nosotros. Cada fibra de mi ser me gritaba que retrocediera, que diera media vuelta y huyera antes de que fuera demasiado tarde. Pero mis pies no se movieron.

Killian inclinó la cabeza, estudiándome, como si esperara que fuera yo quien rompiera la distancia.

No lo haría.

No podía hacerlo.

Porque si lo hacía… sabría que no habría vuelta atrás.

Sus ojos se oscurecieron aún más, y su mandíbula se tensó.

—Dilo, Ariana. Dime que no sientes esto.

Tragué con dificultad.

Mentir sería fácil. Mentir me salvaría.

Pero la verdad… la verdad estaba justo aquí, entre nosotros. Y era aterradora.

Mis labios se separaron, pero no salió ningún sonido.

Y en ese momento, lo supe.

Él también lo sabía.

Y eso lo cambiaba todo.

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