Killian
El viento nocturno acariciaba mi rostro mientras caminaba solo por el territorio que mi manada había reclamado, las huellas de la guerra aún marcadas en el suelo como cicatrices invisibles. A lo lejos, las sombras de las montañas se alzaban imponentes, pero ninguna de esas vistas me traía paz. El recuerdo de la guerra que separó nuestras manadas estaba tan presente como el aire que respiraba. Había sido brutal. Mi padre, el líder, siempre hablaba de venganza, de cómo recuperar lo que nos habían arrebatado. La promesa de venganza que hizo antes de morir aún pesaba sobre mis hombros, como un lastre que no podía soltar, no importaba lo que hiciera.
Recuerdo cómo, antes de su muerte, me enseñó que la lealtad de la manada era lo único que importaba. Los enemigos, los traidores… todos debían ser castigados. Mi deber era claro, o al menos eso trataba de recordarme a diario. Sin embargo, a medida que pasaban los días, había algo que se filtraba entre mis pensamientos, algo que no quería reconocer: Ariana.
Maldita sea. Ariana.
Mi cuerpo aún reaccionaba a ella, como si el simple hecho de pensar en su nombre fuera suficiente para encender algo dentro de mí. Y eso me aterraba. No podía permitirme distraerme, no podía permitir que mi deseo por ella nublara mi juicio. Si lo hacía, podría perderlo todo. No solo mi manada, sino todo lo que había luchado por construir. La guerra, la lucha por el poder... Nada importaba si mi corazón me traicionaba.
"Concéntrate", me ordené a mí mismo mientras caminaba a paso firme hacia el centro del campamento. Mis Betas estaban allí, observando mis movimientos con atención, listos para cumplir con cualquier orden que diera. Mi Beta, Erik, se acercó con el rostro serio.
—Killian, estás distraído —dijo con voz baja pero firme—. No te permitas que una mujer te haga perder el control.
Lo miré con desdén, aunque su advertencia era lo último que quería escuchar en ese momento. Me detuve en seco, mis ojos fijos en los suyos.
—No es una mujer —dije con más frialdad de la que pretendía—. Es la hija de nuestros enemigos.
Erik no se movió, sus ojos me examinaron con esa mezcla de preocupación y respeto que siempre llevaba consigo. Sabía lo que estaba en juego, y por lo mismo, no me permitiría dar rienda suelta a mis pensamientos más oscuros.
—Lo que sea que sientas por ella, Killian, no puede interponerse en lo que debes hacer. La lealtad a nuestra manada debe ser primero. Recuerda lo que nos hicieron, lo que nos arrebataron.
El recuerdo de la guerra, de la destrucción que nos trajeron las manadas rivales, emergió en mi mente como un torrente. Cuántos perdimos. Cuántos sacrificios, cuántos cuerpos. Todo por venganza. Pero Ariana no era solo una enemiga más. Algo dentro de mí lo sabía, aunque no quería aceptarlo.
—Te lo repito, no es una mujer —dije, esta vez con más convicción, aunque mi lobo no estaba tan seguro de mi respuesta.
Erik asintió con pesar, comprendiendo que las palabras no serían suficientes para alejarme de mis pensamientos. Me daba cuenta de lo que estaba sucediendo, pero no podía escapar de la verdad. Mi lobo reaccionaba cada vez más a su presencia, a su olor, a la simple idea de ella cerca. Y eso me enfurecía.
"Concéntrate", repetí para mí mismo.
La patrulla comenzó a moverse, y me uní a ellos, forzando mi mente a centrarse en el trabajo. Había que patrullar el perímetro, asegurarse de que no hubiera intrusos. Pero no importaba lo que hiciera, el viento siempre traía consigo el mismo olor, el mismo recuerdo: Ariana.
Nos movíamos en silencio, como sombras en la oscuridad, los pasos de la manada resonando suavemente sobre la tierra. Cada uno de nosotros era consciente del peligro que acechaba en la oscuridad, pero mi mente no estaba en la misión. Mi instinto seguía empujándome hacia algo que no podía entender, algo que no deseaba reconocer.
Fue en ese momento, mientras atravesábamos un claro del bosque, cuando lo sentí: su aroma en el viento.
Mi corazón se detuvo por un instante, como si el tiempo hubiera hecho una pausa. Ariana.
Mi lobo reaccionó de inmediato, erguido en mi interior, furioso y ansioso, como si pudiera olerla a kilómetros de distancia. No podía creerlo. El viento me la había traído, como una advertencia de lo inevitable. Mis músculos se tensaron, y sentí la presión en mi pecho.
“Esto no puede estar pasando”, me dije, pero era demasiado tarde. Su presencia me envolvía.
Cada paso que daba en su dirección parecía aumentar la tensión, como si estuviéramos destinados a encontrarnos. Mis Betas lo notaron, los vi mirándome de reojo, pero no dijeron nada. Ellos también lo sentían. La energía en el aire era palpable.
—Killian —dijo Erik, notando mi distanciamiento. No era la primera vez que sentía el tirón de la luna, y lo peor era que cada vez era más difícil ignorarlo.
—Haz lo que quieras, pero no vuelvas a desviar tu camino por algo que no puedes controlar —me advirtió Erik con tono grave, y aunque su voz era tranquila, sabía que no estaba bromeando.
No volvería a verla.
Eso me lo repetí una y otra vez, aunque mi cuerpo no estaba de acuerdo. La luna se burlaba de mí, me tentaba, me arrastraba hacia la única mujer que no podía tener.
Pero si volvía a verla… no podría contenerme.
Era como si mi cuerpo y mi alma ya la hubieran marcado, ya la hubieran reclamada. Y no había nada que pudiera hacer al respecto.
Suspiré y me di la vuelta, decidido a regresar al campamento. Mi manada me necesitaba. Ariana era una distracción. Un obstáculo.
Pero la verdad era otra. Mi cuerpo lo sabía. Ya estaba perdido.
Y lo peor de todo era que, aunque me resistiera, el destino ya había elegido.
La luna brilla como siempre en el cielo, pero hoy no me consuela. En lugar de su luz fría y distante, parece burlarse de mí, como si me estuviera observando con una sonrisa irónica. El aire nocturno golpea mi rostro mientras camino solo, mis botas resonando en el suelo cubierto de hojas secas. Todo en mí arde con la necesidad de liberar algo que he mantenido bajo control durante años, desde que el destino decidió que mi vida estaría marcada por la guerra, por la traición y por la venganza.
Recuerdo las palabras de mi padre, su último susurro antes de que el viento lo llevara lejos. “No olvides nunca, Killian. La lealtad es lo único que te quedará. La venganza, tu única razón para seguir adelante. No te dejes corromper por el deseo”. Fue un consejo que nunca olvidé, aunque nunca imaginé que el deseo podría presentarse de la forma en que lo ha hecho.
Ariana.
No la he olvidado. Su imagen sigue atormentándome, no importa cuánto lo intente. Su rostro, esa chispa en sus ojos, la forma en que su cuerpo se mueve con esa gracia que solo los verdaderos alfa tienen. No. No puedo. No debo.
La traición corre por mis venas, la historia de nuestros pueblos y nuestra guerra está escrita con sangre, y ella es hija del enemigo. Pero mi lobo... mi lobo ruge con furia, con un anhelo salvaje, como si lo que ambos compartimos en ese breve instante en el que nuestros ojos se cruzaron fuera algo más que una simple coincidencia. La luna no se equivoca. Ariana es mi mate. Lo sé, lo siento en cada fibra de mi ser, incluso si mi mente se niega a aceptarlo.
Mis músculos están tensos, mis sentidos alertas, pero mi mente sigue atormentándome con ese encuentro, con su fragancia que quedó en el aire, con la sensación de que algo se rompió esa noche. El destino es cruel y juega sus cartas como si fuéramos simples peones en un tablero de ajedrez. Pero no quiero ser un peón. No quiero que la luna tenga tanto poder sobre mí.
Mientras me adentro en el bosque, mi mente sigue viajando hacia esa noche. Las sombras parecen alargarse más a medida que avanzo, como si la oscuridad misma quisiera envolverme en su manto y protegerme de lo inevitable. Pero no importa cuántos árboles vea, cuántas sombras se crucen en mi camino. Mi mente está atrapada en ese rostro, en esos ojos que brillaron con algo que no puedo nombrar.
“El deseo no tiene cabida en mi vida”, me repito una y otra vez. “No tiene cabida en la vida de un líder”. Pero esa verdad se va desmoronando en cuanto vuelvo a pensar en ella.
—Killian.
Mi Beta, Damien, aparece detrás de mí, interrumpiendo mis pensamientos. Su presencia es imponente, pero conozco a este hombre desde que era un niño. Sabe cuando algo me inquieta, y esta vez, lo sabe.
—No estás aquí —responde, como si hubiera leído mi mente. No me hace falta mirar su rostro para saber que su expresión está llena de preocupación. La lealtad que me tiene es inquebrantable.
—Solo estaba… despejando mi mente.
Damien da un paso hacia mí, su mirada fija en la mía. Su instinto es tan agudo como el mío, y sabe que algo no está bien. Sabe que el encuentro con Ariana no me ha dejado indiferente.
—No puedes confiar en nadie fuera de nuestra manada, Killian. No importa lo que sientas, no puedes olvidar lo que somos. —Su voz es firme, pero no tiene esa dureza habitual. Hay una preocupación palpable en su tono.
Lo sé. Lo sé, pero…
—Lo sé. —Es lo único que puedo decir. No hay palabras suficientes para describir la tormenta que tengo dentro. Si algo me falta, es poder ponerle nombre a lo que siento por ella. Un sentimiento que desafía todo lo que me enseñaron.
—No olvides que la venganza es lo que nos mantiene unidos, Killian. No hay cabida para nada más en este juego. —Damien no necesita decir más. La guerra no se detiene. La manada rival está tan cerca como siempre, y nuestra lucha está lejos de terminar.
El viento sopla más fuerte y el aroma de la hierba recién mojada me recuerda que todavía estamos en guerra. Pero algo en mi interior me dice que lo que más me aterra no es la batalla, ni la venganza de la que hablo a menudo, sino el hecho de que el destino me ha empujado hacia un lugar del que no puedo escapar. Y si la luna realmente tiene un plan para mí, si esa conexión que sentí con Ariana es real… entonces todo lo que he conocido y todo lo que creía que sabía sobre mi vida, sobre mi manada, podría ser inútil.
El viento cambia de dirección, y en un instante, el olor de Ariana, su fragancia, esa esencia que no puedo quitarme de la mente, llega hasta mí. El corazón me late con fuerza. Mi lobo ruge. No puedo ignorarlo, no puedo seguir negándolo.
Pero, antes de que pueda procesarlo, me encuentro de nuevo en medio del bosque, solo, con el susurro del viento en mis oídos, y esa sensación de que la luna me está jugando una broma cruel.
—No puede ser ella. —La frase sale de mi boca, un murmullo bajo, como si al decirlo en voz alta pudiera alejarme de la verdad. Pero mi cuerpo no lo cree. Mi cuerpo sabe lo que quiere. Mi cuerpo la ha elegido.
Si vuelvo a verla, sé que no podré controlarme. Y lo peor de todo es que no sé si quiero controlarme.
ArianaEl aire nocturno era denso y cargado de una humedad que presagiaba tormenta. Ariana caminaba entre los árboles con los pies ligeros y la respiración agitada. Su piel hormigueaba, su lobo inquieto. Desde el encuentro en el bosque, todo en ella se sentía erróneo.No debía pensar en él.Y sin embargo, su mente era un caos de recuerdos entrelazados con su esencia. Killian.Gruñó para sí misma y aceleró el paso, buscando refugio en la soledad del bosque. No podía permitirse flaquear. Su manada dependía de ella, su padre tenía expectativas, y ella misma se había jurado que jamás cedería ante la debilidad. Pero ¿qué pasaba cuando la debilidad tomaba la forma de un lobo de ojos implacables y una voz que estremecía cada fibra de su ser?El viento cambió. Su estómago se encogió.El olor era inconfundible.Él estaba cerca.Su pulso se aceleró y su lobo reaccionó antes que su razón. No, no podía verlo de nuevo. No cuando su instinto amenazaba con tomar el control. Se giró para marcharse, p
ArianaEl viento nocturno sopla entre los árboles, trayendo consigo el aroma de la tierra húmeda y las hojas recién caídas. La luna, redonda y pálida, cuelga en lo alto, bañando el bosque en un resplandor plateado. Es una noche perfecta para cazar.Mis pasos son silenciosos sobre el suelo cubierto de musgo, mis sentidos están afilados, alerta. Lidero la patrulla con la confianza que he construido durante años, manteniendo a mis lobos en formación detrás de mí. Soy la hija del Alfa. Ser fuerte no es una opción, es una obligación.Pero esta noche hay algo diferente. Algo que eriza mi piel antes incluso de que pueda racionalizarlo.Un olor.No es el de mi manada. No es el de ningún lobo que conozca. Es oscuro, intenso, especiado... masculino.Me detengo en seco y levanto una mano para que los demás se detengan. Hay un segundo de absoluto silencio antes de que hable en un susurro bajo.—Nos estamos retirando.Hay un murmullo de sorpresa entre los míos, pero no discuten. Somos fuertes, per
KillianLa noche aún me sigue a donde quiera que voy. No importa cuántos kilómetros recorra, cuántos árboles caigan bajo mis pies. Esa sensación permanece, pegada a mi piel como una sombra imposible de ignorar.Esa mirada. Esa puta mirada.Es como si todo lo que había hecho hasta ahora, todo lo que había alcanzado, hubiera perdido su sentido. Todo se difumina cuando la recuerdo. Sus ojos. Ese fuego en su pecho que casi me consume, la manera en que sus colmillos brillaban bajo la luna. Su lobo. Su alma. Mi alma.No.No puede ser ella.Acelero el paso, ignorando las miradas curiosas de mi manada. Los hombres y mujeres que me siguen no entienden la tormenta que me sacude. Nadie puede saber lo que acaba de suceder. Ni siquiera yo.Es imposible.Muevo la mandíbula con fuerza, el crujido en mis dientes es lo único que calma la furia que se agita en mi interior. No tengo tiempo para esto. No debo tener tiempo para esto. Soy el Alfa. Yo no me dejo distraer por sentimientos estúpidos ni por… b
ArianaEl sol ya se filtraba débilmente a través de las cortinas, pero mi cuerpo no lograba relajarse. El encuentro con Killian seguía palpitando en cada rincón de mi mente, como una herida fresca que no dejaba de sangrar. Mi lobo estaba nervioso, inquieto, recorriendo cada rincón de mi ser con la misma urgencia que yo trataba de ignorar. Pero, ¿cómo ignorar algo que sentí tan intensamente? Una conexión que no pedí, que no quiero, pero que está ahí, ardiendo en mi pecho como una llamarada imparable.Me levanté de la cama, intentando despejar mi mente. La ligera brisa que entraba por la ventana fría me sacudió ligeramente. Miré mi reflejo en el espejo del baño. Mis ojos, normalmente tan seguros, estaban turbios. ¿Cómo podía ser tan estúpida? ¿Qué era lo que había hecho? Había cruzado una línea invisible. Había visto a Killian, lo había sentido en mi interior. Él no era solo un lobo rival, era algo más. Pero era imposible.Mi padre me había enseñado a ver a los rivales como enemigos, y