Me sorprendí cuando al cadáver medio enterrado entre los escombros. La mano derecha, completamente quemada y sin piel, se estiraba débil hacia la puerta, mientras que la izquierda descansaba sobre mi vientre, como si intentara protegerlo. Todo era tan extraño que no pude evitar que me invadiera el miedo, haciéndome dar un paso atrás.Sin embargo, fue al atravesar la pared que me di cuenta, aunque un poco tarde: estaba muerta.Ese cuerpo calcinado, con el rostro irreconocible por las quemaduras… era el mío. Tan solo media hora antes, había llegado a casa, emocionada, con el papel que confirmaba mi embarazo en la mano.Pero, antes de llegar a la puerta, vi que la mansión estaba envuelta en llamas.De inmediato, pensé en mi hijo, que seguramente seguía dormido en su cuarto. Por lo que, sin pensarlo, mojé unas toallitas que llevaba en mi bolso y corrí hacia la casa, atravesando el fuego.A penas puse un pie en la sala, el calor me golpeó con violencia. El ardor en la piel, las amp
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