Capítulo9
Después de cenar, Galilea invitó a Hudson y a su hijo a quedarse en su casa para agradecerles por toda la ayuda.

—Tu esposa está molesta, pero cuando se le pase, seguro regresará. Mientras tanto, quédense en mi casa. Si necesitan algo, no duden en pedírmelo —dijo Galilea.

Hudson sonrió y aceptó.

Jacob, mordiendo un mango que yo nunca le dejaba comer, dijo, con la boca llena, que prefería más a Galilea.

—Gali, ¿de verdad no puedes ser mi mamá? ¡Mi mamá nunca me deja comer mango!

—¿Angelina es tan tacaña? Vengan a mi casa cuando quieran, habrán mangos de sobra.

Ver esta escena tan cálida me hizo sentir aún más que mi hijo, al que crie con tanto amor, no tenía corazón.

No le dejaba comer mangos porque él era alérgico.

Aunque ahora yo era un alma en pena, el dolor seguía desgarrando mi corazón, como si aún estuviera viva, cortándome una y otra vez. No pude evitar llevarme la mano al pecho.

Hudson no durmió en la misma cama que Galilea.

Pero no pensé que esto fuera debido a que era una pers
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