Capítulo3
Cuando lo interrogué, con el teléfono en la mano, lo único que recibí fueron un montón de insultos.

—¿Quién te dio permiso de revisar mi maldito teléfono? ¡¿Tengo a la policía revisando qué hago y qué no hago?! ¿No puedes darme un poco de espacio?

Pero cuando comenzamos a salir, fue él mismo quien me prometió que no habría problema si alguna vez quería revisar su celular. En ese momento, me dijo que era su manera de demostrarme que solo pensaba en mí.

Sin embargo, después de solo diez años, me gritaba sin piedad, acusándome de estar loca.

Nuestra pelea fue tan fuerte atrajo la atención de nuestro hijo, que dormía en la habitación de al lado.

El niño, con los ojos aún medio cerrados, me miró con miedo, llorando y diciendo que quería a su papá… que quería a Gali… pero ¡qué no me quería a mí, su mamá, la que lo había criado!

Sentí cómo el dolor se instalaba en mi pecho y en mi garganta, dejándome sin palabras.

Después de un largo silencio, miré a mi hijo, que se había refugiado detrás de Hudson, como si yo fuera una amenaza, y le pregunté:

—Jacob, ¿a quién quieres más? ¿A mamá o a papá?

Y su respuesta fue como una puñalada. Me contestó que no quería a una mamá gruñona, y que prefería que Galilea fuera su madre.

Me sentí completamente destrozada, y. sin pensarlo demasiado, empaqué mis cosas y me fui de la mansión.

Esa pelea duró tres meses.

Cuando me enteré de que estaba embarazada, lo primero que pensé fue en abortar.

Pero Hudson siempre había insistido en que quería una niña, y hasta Jacob, que siempre había sido muy inquieto, decía que aún esperaba a su hermanita, por lo que, al final, me ablandé y pensé que era el momento de hablar con ellos: padre e hijo.

Lo que nunca imaginé fue que la próxima vez que pusiera un pie en esa casa, sería solo para que un incendio, provocado para impresionar a la intrusa, acabara con mi vida y con la del bebé que llevaba dentro.

Tal vez fue mi obsesión antes de morir lo que hizo que mi alma saliera de entre los escombros del que alguna vez fue nuestro hogar, buscando a Hudson.

La escena con la que me encontré fue casi idílica: la vibra entre los tres era tan cálida y armoniosa.

Mi hijo —el mismo que siempre solía pelear conmigo—, miraba a Galilea con admiración, como si la conociera de toda la vida. Apenas habían pasado tres meses de que ella había aparecido en nuestras vidas, y ahí estaba él, aplaudiendo tímidamente la «exitosa» operación de rescate.

Mientras mi esposo… sonreía dulcemente, acariciando la cabeza de esa mujer.

—Pequeña boba, esta vez sí que no fuiste inteligente. Creo que tengo que cambiar mi apodo para ti a «pequeña lista».

—Eso fue gracias a tus instrucciones… —respondió Galilea, halagada y coqueta—, y también porque me dejaste hacer el entrenamiento de campo con este incendio. La próxima vez lo haré mucho mejor.

¿La próxima vez?

Volteé a ver la mansión aún en llamas, y una sonrisa sarcástica se dibujó en mi rostro.

En ese momento, mi cadáver probablemente aún estaba siendo consumido por las llamas.
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