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Todos os capítulos do GABRIELE: Capítulo 21 - Capítulo 30
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No me importa ella, me importas tú
El frío de la noche se filtraba por las rendijas del garaje de la casa de Amalia. La luz difusa se reflejaba sobre el capó del auto de Gabriele, quien ya tenía la mano en la llave, dispuesto a irse. Sentía que un nudo ardía en su corazón, los pensamientos revueltos y una mezcla insoportable de celos, tristeza y rabia.Había pasado toda la noche fingiendo que no le importaba ver a Luciano aparecer del brazo de Azzurra, fingiendo que no le interesaba las miradas, los comentarios, las sonrisas falsas, pero por dentro se estaba rompiendo.Giró la llave del auto, el motor rugió suave, iba a marcharse sin decir nada. Sin buscar una explicación, porque, si era sincero, no sabía si estaba preparado para escucharla.Entonces, escuchó unos pasos firmes y acelerados, de repente la puerta del garaje se abrió.—¡Gabriele! —La voz de Luciano cortó el aire como un golpe seco. — Espera, no te vayas así.Gabriele no se volteó. Solo apagó el motor y cerró los ojos con fuerza. —¿Para qué viniste? —pregu
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Una promesa rota
Gabriele se encontraba en el apartamento de Luciano, sus cuerpos se habían acercado de manera casi inevitable, como si la distancia entre ellos fuera una línea borrosa e inexistente, el beso había comenzado con ternura, pero pronto se volvió más intenso, como si ambos intentaran traducir en ese contacto lo que las palabras no podían expresar.Pero de repente, Gabriele se apartó con delicadeza, colocando sus manos sobre el torso de Luciano para alejarlo un pocoLuciano, confundido, preguntó.—¿Qué pasa, Gabriele, por qué me apartaste?Gabriele lo miró con los ojos llenos de preocupación.—Luciano, hay algo que necesito decirte... pero no sé cómo hacerlo.—No te preocupes, puedes decirme lo que sea.—Amalia ya lo sabe, sabe todo sobre nosotros… sobre lo que hay entre tú y yo. —Soltó Gabriele algo asustado.Luciano se llevó las manos a la cabeza, incrédulo, como si el mundo acabara de tambalearse bajo sus pies. La mirada clavada en Gabriele con una mezcla de desilusionado y rabia. —¿Cómo
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Un deseo irreversible
Dentro, en la oscuridad de su habitación, Gabriele se tumbó en la cama, la sensación de vacío se apoderó de él, la angustia en su corazón no le permitía relajarse. Quería dormir, olvidar por un momento lo sucedido, pero sabía que no podía.Al amanecer, el sol entró tímidamente por la ventana, pero el brillo no conseguía calentar su alma, pensó en Luciano. Pensó en todo lo que había dicho, todo lo que había hecho, y cómo lo había arruinado todo con su impulso. La preocupación por lo que podría pasar con Amalia seguía rondando su mente. Y lo más importante, ¿Luciano lograría perdonarlo?De repente, el teléfono vibró en la mesita de noche. Gabriele, con el pulso desbocado, vio el nombre de Luciano en la pantalla. Su respiración se detuvo por un segundo ante de responder.—Hola, Gabriele... —la voz de Luciano sonaba cansada, pero menos agresiva que la noche anterior. — Quiero que sepas que ya hablé con Amalia.La presión en el abdomen de Gabriele se hizo más fuerte, pero intentó no dejar q
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Intimidad intensa
A la mañana siguiente Gabriele despertó con el cuerpo ligeramente adolorido, un resquicio de la noche anterior. Se estiró, aun sintiendo el eco de las caricias en su piel, el calor de sus cuerpos entrelazados, la electricidad que había circulado entre ellos en cada beso, en cada roce. La luz suave del amanecer entraba por la ventana, bañando la habitación en tonos cálidos.—¿Te gustaría desayunar? —la voz de Luciano lo sacó de su trance.Luciano estaba ahí, con una bata blanca que caía hermosamente sobre sus hombros. Su presencia era tan sobresaliente y cautivadora. Gabriele lo observó con detenimiento, cada línea de su figura tan perfecta, cada movimiento tan seguro y natural. Su rostro estaba iluminado por la luz suave de la mañana, pero eran sus ojos los que lo atrapaban.—Buenos días, señor Vaniccelli. Dime que hay en el menú —Dijo Gabriele en tono coqueto.—¿Café y huevos?—Me parece perfecto—Bello, siéntate.— Ordenó Luciano, señalando una silla.Gabriele asintió, dándole las gr
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Un reloj no entrgado
El ambiente íntimo y acogedor, del restaurante se mezclaba con el tintinear de copas y el sonido de un jazz ligero, Gabriele jugueteaba con el tenedor entre los dedos mientras observaba a sus padres sentados frente a él. Su madre, deslumbrante como siempre, arreglaba con gesto distraído la servilleta sobre su regazo, mientras su padre, con el ceño levemente fruncido, le dirigía una mirada inquisitiva.—Roma sigue esperándote, Gabriele —dijo su madre en tono suave, aunque cargado de intención.—Y no puedes perder el impulso —añadió su padre, dando un sorbo a su vino. — La pintura requiere disciplina, dedicación constante. Un año fuera puede ser... peligroso para tu carrera.Gabriele sostuvo la mirada de ambos, sintiendo algo de culpa. No podía decirles la verdad, no podía explicarles que su corazón se había anclado a Luciano Vaniccelli, con un amor arrebatador que había cambiado sus prioridades de forma irreparable.—Lo he pensado mucho —comenzó, modulando su voz para sonar tranquilo. —
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Donde el corazón elige
La mañana llegó cargada de los rayos del sol, que se filtraban tímidamente entre los grandes ventanales del estudio de Gabriele, el lugar olía a óleo fresco, había pinceles de distintos tamaños que descansaban en un tarro de vidrio, y varias telas en proceso que cubrían las paredes como testigos presentes de su trabajo.Gabriele estaba sentado en un sillón cómodo junto a un ventanal, con un café entre las manos, mientras frente a él, en una silla cercana, Damián lo observaba con los codos apoyados en las rodillas y una expresión de seria curiosidad.—Así que... —empezó Damián, dejando flotar las palabras en el aire —¿te vas a quedar aquí, por él?Gabriele se llevó el café a los labios.—No es sólo por él —respondió después de un momento. —También es por mí.Se sentía aturdido, como si hubiese estado flotando en esa frontera borrosa entre el sueño y la vigilia toda la noche, pensando en Luciano, en su relación, en el reloj que seguía envuelto en una pequeña caja negra sobre su escritori
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Entre el brillo del oro y el calor del alma
Luciano había citado a Gabriele en su apartamento, a las nueve en punto, Gabriele llegó al edificio, su corazón latía muy de prisa. Entró al ascensor privado y presionó el botón del piso doce. El ascensor, tranquilo y sofisticado, lo llevó directo al apartamento de Luciano. Cuando las puertas se deslizaron hacia los lados, Gabriele lo vio: Luciano estaba de pie junto a los grandes ventanales panorámicos, hablando por teléfono, bañado por la luz de la ciudad nocturna. Al notar su llegada, Luciano le hizo una seña para que se acercara, Gabriele caminó hacia él, todavía con el corazón desbocado, apenas estuvo a su alcance, Luciano le tomó el rostro con una mano y lo besó en la boca, sin decir una palabra, luego, con una sonrisa leve, le indicó que se sentara.Gabriele lo observaba callado, lleno de orgullo. Su novio era un hombre maduro, atractivo, de presencia imponente. Hoy, Luciano vestía un traje azul oscuro y una camisa blanca abierta en el cuello, sin corbata, irradiaba un estilo d
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Te Amo en Cada Latido
A la mañana siguiente, Gabriele despertó solo en la habitación, se incorporó lentamente, parpadeando contra la luz suave que se filtraba por las cortinas. El lado de la cama donde debería estar Luciano estaba vacío y frío. Con un suspiro, se levantó, se dio una ducha rápida y bajó a la cocina en busca de algo para desayunar, mientras abría la nevera distraídamente, su celular vibró. Era un mensaje de Luciano:"Cariño, tuve que salir temprano. Tenía una reunión a las 8 a.m. Te amo.”Gabriele esbozó una sonrisa cálida, sintiendo que, aunque Luciano no estuviera físicamente allí, su presencia lo envolvía de un modo especial y constante. Acarició el teléfono con los dedos mientras escribía:“También te amo, cariño”.Gabriele salió del apartamento de Luciano con el rostro iluminado por una alegría genuina. Se sentía realmente feliz, ligero, como si el mundo entero le perteneciera. El resto del día, Gabriel se sumergió en su estudio, había planeado verse con Damián más tarde, pero este
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Invisible a tus ojos
La mañana llegó lenta, tibia, acariciando los cristales con un sol pálido. Gabriele se despertó tarde, todavía arrastrando en el cuerpo el eco de la noche anterior: la voz de Luciano susurrándole cosas que se le quedaron tatuadas bajo la piel, la sensación de estar conectado a él de un modo tan íntimo que dolía no tenerlo cerca.Se estiró en la cama vacía, miró el teléfono —sin mensajes nuevos— y, sin pensarlo demasiado, la idea le atravesó la mente como un rayo: Voy a verlo.No había razón, no había excusa, no necesitaba ninguna. Solo quería verlo. Sentirlo de verdad. Se levantó de un salto, corrió al baño y se dio una ducha rápida. Luego se vistió con lo primero que encontró: un overol blanco, un buzo de cuello tortuga beige y unas zapatillas blancas con rayas negras. Sin siquiera detenerse a desayunar, salió apresuradamente en su auto. El trayecto hasta la empresa de Luciano se le hizo eterno, iba manejando ligeramente mirando por la ventanilla con una sonrisa tonta pintada en los
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Entre copas y heridas
Gabriele salió del edificio con el alma oprimida. Caminó sin rumbo por unos minutos, la rabia y la confusión inundando sus pensamientos. ¿Por qué Luciano lo había ignorado de esa manera? Había sido un impulso, una locura ir a verlo, pero quería sentir que la relación entre ellos no era solo un secreto, sino también algo real, algo que valía la pena. Pero ahora, ese encuentro le había dejado una herida profunda. Se preguntaba si siempre sería así, si tendría que conformarse con los momentos robados, las caricias furtivas, y la invisibilidad cuando estaban en público.Con los pensamientos hechos un caos, Gabriele llegó a su coche. Se sentó al volante, apoyó las manos en el volante y cerró los ojos, respirando hondo. Necesitaba calmarse, necesitaba entender.El sonido del teléfono vibrando en el asiento del copiloto lo interrumpió. Un mensaje de Luciano.Con las manos temblorosas, Gabriele desbloqueó la pantalla y leyó las palabras que aparecían allí:—"Perdóname, cariño. No quise ignorar
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