El restaurante se alzaba como un santuario del lujo discreto en una de las calles más elegantes de la ciudad, las luces colgaban del techo como luciérnagas cautivas, y la música de fondo era un piano solo de Chopin, que apenas rozaba el oído. La mesa larga, en el centro del salón reservado estaba rodeada por rostros que Gabriele conocía bien, su madre, su padre, Amalia, Alessandro, algunos amigos cercanos y por supuesto Luciano.Luciano sentado frente a él, hablaba con soltura, con esa naturalidad que a veces parecía tan distante, pero que en ese momento fluía con calidez y cercanía, Gabriele lo observaba de reojo mientras bebía de su copa, sintiendo que algo dentro de él se derretía lentamente. Su voz era segura, pausada, y cada vez que se dirigía a sus padres, lo hacía con respeto, pero sin perder esa chispa que lo volvía misterioso.—He estado pensando en una colaboración con el estudio que su familia dirige —dijo Luciano, mientras movía su copa entre los dedos. — Algo ambicioso, q
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