Las palabras de Miguel hicieron estallar toda la sala de banquetes.Nadie se esperaba aquella absurda petición después de que, yo misma, le pedí que salvara a su enamorada obsesiva, e interrumpí mi propia boda por eso. Incluso Mercedes, quien no me aprobaba del todo, lo reprendió:—¡Qué disparate! Miguel, el matrimonio no es un juego, ¿cómo puedes cambiar de novia a último momento?Juan también arrugó la frente en desaprobación, pero guardó silencio, evidentemente ya tramando algo más en su mente.Miguel también se sentía culpable conmigo y me dijo: —Te he fallado con esto, te lo compensaré en el futuro.Algunos de los presentes sentían compasión, otros se burlaban de mi generosidad argumentando que yo me puse la soga al cuello, mientras yo, a pesar de esta humillación terrible, me contuve por mantener el honor del apellido Urquiza, y con lágrimas en los ojos dije:—No importa. En el momento que decidí que salváramos a la señorita Ruiz, ya había decidido priorizar sus sentimiento
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